En junio de 1975, cuando Miguel Lawner llegó a Copenhague era
víspera de la noche de San Juan, que en los países nórdicos
se celebra con júbilo porque marca el comienzo del verano. El viajero
tenía poco de qué alegrarse. Expulsado de Chile dejaba atrás
los campos de concentración de Pinochet para iniciar un exilio
que duraría casi una década, algo inimaginable en esos momentos.
Arquitecto de profesión, Lawner había dirigido la Corporación
de Mejoramiento Urbano (Cormu) en el gobierno de Salvador Allende. Ese
cargo -y su militancia comunista- lo habían llevado al Estadio
Chile, Escuela Militar, isla Dawson, Academia de Guerra Aérea,
Tres Alamos y Ritoque.
Llegó a Dinamarca conmocionado por la libertad y la expulsión
de su patria. Además, su hija Alicia había quedado hospitalizada
en Zurich por un ataque de apendicitis, acompañada de su madre,
Ana María Barrenechea, también arquitecto. Llegaba al exilio
decidido a denunciar las atrocidades de la dictadura de Pinochet y a participar
activamente en la solidaridad con Chile. Llevaba algunos contactos y noticias
para la dirección exterior del PC. Era, además, un testigo
privilegiado. Había conocido diversos campos de concentración
y cárceles y había hecho abundantes dibujos de los mismos.
Durante su brevísima estadía en Suiza recibió un
llamado telefónico de Orlando Millas, de la comisión política
del PC, anunciándole que un miembro de la dirección viajaría
a Copenhague a reunirse con él.
En la capital danesa se encontró con Carlos Andrade, ex diputado
por Valparaíso, que le entregó una panorámica de
la situación internacional y la causa de Chile que seguía
conmoviendo a millones de personas. Lawner, por su parte, le informó
en detalle sobre la situación del secretario general, Luis Corvalán,
prisionero en Chile con el que había permanecido diez días
en Tres Alamos poco antes de ser conminado a salir del país.
Como producto de la reunión recibió el encargo de asegurar
el éxito de una exposición de sus dibujos que se inauguraría
en la Academia de Bellas Artes de la RDA el 11 de septiembre. Hasta ese
momento, Miguel Lawner no tenía conciencia cabal de la importancia
política que tenían las ilustraciones. Eso lo inquietó
un tanto. Pero había algo más serio. El no tenía
los dibujos y no sabía exactamente dónde estaban.
Hasta ese momento la historia de los dibujos era accidentada. Lawner dibujaba
como todo arquitecto pero no tenía especial afición por
el croquis, el paisaje o la figura humana. Se acercó a ellos casi
por casualidad en Dawson, isla en el estrecho de Magallanes, inhóspita
y solitaria, a la que llegó en un grupo de unos cuarenta ex ministros,
altos funcionarios y dirigentes políticos del gobierno de Allende,
"prisioneros de guerra". Se les impuso un severo régimen
de trabajos forzados en condiciones de insalubridad, poca alimentación
y escasez de vestuario. No disponían siquiera de lápices
o papel para escribir cartas. El trabajo cambió cuando los presos
propusieron restaurar la iglesia de Puerto Harris, recio edificio de madera
de considerable interés. Miguel Lawner dirigió los trabajos,
hizo croquis y bocetos y un ambicioso proyecto para el entorno, desechado
por el jefe naval de la isla, comandante Jorge Fellay. El trabajo de restauración
abrió puertas. El comandante lo autorizó para que dibujara
en los ratos libres y dejó entrar lápices, papel de dibujo
y otros útiles.
A fines de diciembre de 1973 los prisioneros fueron trasladados desde
el campamento provisorio en que habían sido hacinados al campo
de concentración de Río Chico -que era "como en las
películas nazis", según comentó con asombro
un capitán de ejército encargado de la guardia. Se decía
que Río Chico había sido diseñado por Walter Rauff,
criminal de guerra nazi, ex oficial de las SS, que vivía en Punta
Arenas.
Allí, dibujando, Lawner descubrió más habilidades
de las que se atribuía. Ya no se separó del cuaderno de
croquis, en el trabajo forzado y en el interior del campo. Empezó
a dibujar paisajes, coigües quemados, árboles, pastizales,
plantas y vastos horizontes marinos. Más tarde, bocetos de sus
compañeros de prisión y de las barracas e instalaciones.
Los dibujos más peligrosos los rompía para rehacerlos una
y otra vez hasta fijarlos con detalle en la memoria. Así lo hizo
con el plano del campo de concentración.
A pesar de la autorización del comandante, comenzó a temer
que los "monos", como les decía, le fueran requisados.
Los ocultó en escondrijos que iba cambiando. La visita de una delegación
de parlamentarios socialdemócratas alemanes le dio la oportunidad
de sacar 18 dibujos para que fueran entregados a su esposa. Aparte de
los croquis, tenía otros 22 cuando los ex dirigentes fueron trasladados
de Dawson a Santiago en mayo de 1974. Increíblemente logró
convencer a todos los revisores para que los dejaran pasar. El último,
un teniente de la Fach, en el aeropuerto de Punta Arenas, se encogió
de hombros y le dijo: "Llévese sus dibujos. En Santiago verán
qué hacer con ellos". Junto con su autor llegaron al AGA (Academia
de Guerra Aérea) utilizada como centro de torturas. Los prisioneros
de Dawson fueron recibidos allí por el capitán León
Duffey, de fama siniestra. Duffey los trató con amabilidad y les
informó que podrían enviar a sus casas ropa y una carta.
Jugándosela a fondo, Lawner le explicó al oficial que también
quería enviar los 22 dibujos "que le habían autorizado".
Duffey estuvo de acuerdo pero no cumplió la promesa. Entregó
la ropa y la carta, en que Miguel anunciaba el envío de los "monos"
y le explicó a Ana María, en medio de disculpas, que se
"le habían volado" de la camioneta en que los llevaba.
La explicación pareció rara. Como pasó el tiempo
y nada sucedía, el asunto se fue olvidando. En julio de 1974, los
presos de Dawson fueron trasladados a Ritoque. Allí no había
trabajo forzado y Lawner tuvo más tiempo para dibujar. El repertorio
se había ampliado ya que a petición de sus compañeros
cumplía tareas de "utilidad pública", haciendo
tarjetas de felicitación por aniversarios de matrimonio y cumpleaños,
retratos y toda clase de ilustraciones destinadas a los familiares de
los presos.
En septiembre estalló la "bomba de tiempo" instalada
por el capitán Duffey. Ana María fue detenida por la Dina
el 4 y liberada seis días más tarde. Todavía no sabe
dónde estuvo. Fue apremiada e interrogada duramente, siempre estuvo
vendada y recluida con otros doce prisioneros. En los interrogatorios
se dio cuenta que se trataba de los dibujos. Le exigían las claves
para entender secretos mensajes subversivos. Lo absurdo es que no interrogaron
al emisor que estaba preso. Finalmente Ana María Barrenecha fue
liberada gracias a la intervención de funcionarios diplomáticos
y a peticiones de Miguel Lawner que recurrió, incluso, al general
Oscar Bonilla, ministro del Interior, a quien conocía por haber
trabajado juntos en el gobierno de Allende. Tiempo después de haber
sido abandonada en una calle de los extramuros, Ana María recibió
por correo 16 de los 22 dibujos. Faltaban 6, los cuales -según
supo después por intermedio de la embajada británica- quedaron
retenidos porque mostraban lugares en que había ocultos depósitos
de municiones.
En enero de 1975 el arquitecto-dibujante recibió la noticia de
que lo liberarían siempre que abandonara voluntariamente el país.
Se negó. Había indicios de que algo sucedería. Previniendo
una expulsión y un allanamiento de su casa, los dibujos, que ya
eran cerca de un centenar, fueron entregados a Sandra Dmitrescu, esposa
del embajador de Rumania, uno de los dos países socialistas que
mantenía relaciones con la Junta Militar. Sandra se comprometió
a despacharlos por valija diplomática a Bucarest.
Hasta ahí sabía Miguel Lawner cuando le asignaron la tarea
de presentar la exposición en Berlín. Mientras se buscaban
pistas para obtener las láminas, se puso a reunir dibujos dispersos
y a hacer otros que reproducían imágenes fijadas en la memoria
o narradas por otros presos políticos, como las atrocidades en
Villa Grimaldi.
En Rumania, los "monos" estaban en las oficinas del comité
central del Partido Comunista. Las relaciones entre el PC chileno y el
rumano no eran buenas. Los rumanos se negaron a entregarlos. Debió
interceder el PSUA (Partido Socialista Unificado de Alemania) que logró
un acuerdo: los rumanos devolverían los dibujos a condición
de que inmediatamente después de la exposición berlinesa
se hiciera otra igual en Bucarest. Cuando Miguel Lawner lo supo, rechazó
el acuerdo pero ya las ilustraciones estaban en camino. El 11 de septiembre
de 1975 se inauguró la exposición que tuvo tres presentadores:
el presidente de la Academia de Bellas Artes de la RDA; el hijo del secretario
general del PC de Chile, Luis Alberto Corvalán Castillo, que murió
meses después en Bulgaria a consecuencia de las torturas sufridas
en el Estadio Nacional, y el autor de los dibujos.
Como los Lawner estaban exiliados en Dinamarca fue natural que enseguida
se organizara una exposición en ese país, en la Casa Comunal
de Albertslund, la comuna de Copenhague donde vivían. El montaje
estuvo a cargo del propio Miguel Lawner que creó un ambiente parecido
al de los campos de concentración que realzaba dramáticamente
el efecto de los dibujos. La exposición duró entre el 31
de octubre y el 16 de noviembre con un horario inusual, de 9 a 24 horas.
La muestra produjo revuelo en Dinamarca. El diario "Aktuelt"
la calificó como la exposición más impresionante
desde la segunda guerra mundial. Fue después a otras ciudades y
atravesó fronteras: se presentó en Hamburgo, en Rotterdam
-en la casa de Ana Frank- en Cuneo, ciudad italiana madre de la resistencia
antifascista. No sólo en exposiciones se vieron los dibujos. También
aparecieron en el documental "El corazón de Corvalán"
del cineasta Román Karmen; ilustraron un número de la revista
"Araucaria", afiches, portadas y folletos.
La editorial Husets Forlag hizo un libro con una selección de las
ilustraciones, titulado "Dos años en los campos de concentración
de Chile" con textos en castellano, danés e inglés.
La edición fue de mil 500 ejemplares en gran formato -28 por 40
cms.- y apareció en julio de 1976. Más tarde hubo una edición
"pirata" en Canadá. Carpetas con dibujos circularon en
Alemania Federal, así como miles en tarjetas solidarias.
Las ilustraciones de Lawner no fueron las únicas sobre campos de
concentración. Dos arquitectos, Adam Policzer y Francisco Aedo
Carrasco, registraron la vida en Chacabuco, el segundo con una serie de
acuarelas. Poco después de ser puesto en libertad, Aedo fue detenido
nuevamente, esta vez por la Dina, y se convirtió en detenido desaparecido.
En Chile los dibujos de Lawner son prácticamente desconocidos,
a pesar de su valor histórico. Han pasado a ser otro pedazo de
memoria olvidada que revive de vez en cuando en el recuerdo de los que
estuvieron prisioneros en Dawson
HERNAN SOTO
|