Matta

Lo sepultaron en una tumba construida debajo del taller que ocupó durante años en su villa de Tarquinia, cerca de Roma, para que siguiera allí, en su casa, en el lugar en que trabajaba. Hubo protocolo y ondearon banderas italianas y chilenas, se leyó un mensaje del presidente Ricardo Lagos, amigo suyo. Todo eso -sin duda- le hubiera dado risa a Roberto Matta, que era irreverente y desparpajado, ajeno al culto de las patrias y las matrias. Terminada la ceremonia, Germana Ferrari, su viuda, ofreció vino a los asistentes para que en la despedida no estuviera ausente la alegría.

Matta fue un artista relevante, de los mayores del siglo y en Chile lo conocimos poco. Pintor notable, escultor de primera línea fue también un poeta, que no escribió versos. “Era un poeta-poeta de los más grandes”, dijo Gonzalo Rojas. Y fue en grado extremo, un revolucionario de las ideas, las palabras y las imágenes.
Hombre de varios mundos geográficos y de múltiples universos cerebrales, chileno y latinoamericano, vivió años cruciales en Estados Unidos -durante la guerra- y desarrolló su pintura especialmente en Europa. Lo acogieron España, Francia, Italia e Inglaterra.
Los años formativos -infancia, adolescencia y primera juventud- los vivió en Chile: colegio de curas, escuela de arquitectura en la Universidad Católica, piedad católica que lo llevó a ser incluso un jovencísimo “caballero de Colón”, familia de la gran burguesía. Se fue en 1933 a los 22 años. Quería salir, estudiar y librarse de la atmósfera asfixiante que imponía la oligarquía. Se embarcó en un buque salitrero y vivió varios años en París trabajando en oficios diversos sin disponer de dinero que le negaba su padre.
En España conoció a García Lorca, que le produjo una conmoción imborrable y por su intermedio a Salvador Dalí que lo conectó con los surrealistas. Europa en esos años vivía una efervescencia cultural prodigiosa, en medio de la amenaza que perfilaba el nazifascismo y la esperanza que significaba el régimen soviético.
Trabajó en arquitectura en el taller de Le Corbusier, conoció a Gropius y a otros grandes de su oficio. El año 37 colaboró con los arquitectos que levantaban el Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París y conoció a Picasso que en esos días terminaba su “Guernica”, una de las obras más importantes del siglo XX.

EL SURREALISMO

Entre la arquitectura y la plástica se fue definiendo por esta última, primero por el dibujo, después vino la pintura y más tarde el grabado y la escultura, con una concepción estética asentada en el surrealismo. En una comprensión de la existencia de una realidad más profunda, de algo más allá de la mera realidad visible, que asumía la raíz rebelde y subvertidora del orden, combinando el compromiso político cercano a la izquierda marxista con la exploración y creación de mundos.
Para Matta, desde siempre, lo más importante fue la conciencia del “ser” y del “ver”, el primero pensado más allá de la mera existencia, como proceso, en el cual el cómo y el para qué eran fundamentales. Y también el ver, ya que éste -según decía- es “un verbo que ‘detectiva’ es decir que descubre realidades” porque -agregaba- “mientras más profundizas en la realidad, más te proteges contra el idealismo, es decir contra las mentiras, contra las cosas que te adulan o te hacen creer”.
En su pintura -en los dibujos y grabados- y también en las esculturas están presentes estas inquietudes, este paso entre “la irrealidad y el milagro” en que el hombre “prueba su existencia entrando y saliendo de las puertas oscuras”, que decía Neruda. El cambio, la visión, los avances científicos, el ojo de la mente, la materia y el pensamiento que a cada instante quedan preñados de nuevos elementos, las pequeñas explosiones de luz que brotan de súbito, se encuentran en su obra inmensa. Ya se advierten en las frágiles arquitecturas biomórficas de los cuadros más bien oscuros de los años cuarenta al cincuenta, y se abren espléndidos en las enormes telas y murales en que se aprecian perspectivas vastas, complejas estructuras mecánicas o eléctricas, en medio de espacios de gran profundidad, con azules y grises, en que aparecen o se esbozan seres imaginarios cercanos tal vez a los que pueblan espacios astrales, iluminados por un resplandor verde o rojo, a veces, llegando también a esos juguetones personajes “parahumanos” llenos de erotismo que viven, y que en su necesidad de expresión, asumen el lenguaje de globos propio del “comics”, y en los enormes cuadros y relieves planos, sin horizontes -no vistos desde arriba ni desde algún punto de fuga- con visiones de cuño primitivo y ancestral.

ENEMIGO DE SU CLASE

La derecha nunca lo apreció verdaderamente. Hasta lo acusó de afrancesado, distante de nuestra realidad. Roberto Matta siempre fue profundamente chileno, lo que no es un mérito en sí, simplemente una realidad reflejada en el modo de hablar, en la manera un tanto lateral de hacer humor, en los gustos y recuerdos. No soportaba a los oligarcas a los que llamaba siempre “siúticos” y a los Edwards, “huevards”. Enemigo de la opresión, fue amigo de las causas liberadoras. Antifascista, antimperialista. Se opuso a la guerra colonial francesa en Argelia y uno de sus cuadros más famosos fue una denuncia a la tortura en ese país. Apoyó a la revolución cubana desde el primer momento y viajó muchas veces a La Habana. Allí hay dos murales suyos cuyos títulos dicen mucho: “Cuba es la capital” (para Casa de las Américas) y “Han tomado las estrellas” y un cuadro “Para que la libertad no se convierta en estatua”. Estuvo junto a Angola en la lucha por su independencia y soberanía, con los estudiantes franceses en mayo del 68 y apoyó a Vietnam. En 1952 había solidarizado con Julius y Ethel Rosenberg, ejecutados en la silla eléctrica por espionaje contra Estados Unidos.
Vino a Chile varias veces. La más importante para él, fue durante el gobierno del presidente Salvador Allende cuando pintó junto a las Brigadas Ramona Parra. Roberto Matta sintió que Allende era un libertador del pueblo sometido.
Pocos días después del golpe montó en Bolonia, una muestra titulada “Per il Cile con Matta”, denunciando el genocidio desencadenado por la derecha y los militares. Mantuvo una oposición intransigente a la dictadura y se convirtió en un pilar de la solidaridad con Chile. Europa y el mundo supieron que Matta, el gran pintor, era un antipinochetista sin dobleces. Le quitaron el pasaporte, y volvió a ser plenamente chileno cuando retornó la democracia.

EL HOMBRE NUEVO

Roberto Matta tuvo pensamientos originales, profundos, llenos de fantasía y humor. Uno de sus cuadros, que a él lo tocaba hondamente, se titula “Hagamos la guerrilla interior para que nazca el hombre nuevo”. No basta con los cambios externos para que surja el hombre nuevo -nos quiere decir- se necesita un cambio interno en el hombre y también en la mujer que engendran, protegen y crean al nuevo ser, padres que han librado la lucha interior contra los vicios capitalistas, especialmente el egoísmo y la codicia.
Estuvo activo hasta hace poco. Tenía una vitalidad que hacía recordar a Picasso, que también murió pasados los 90 años. Sus preocupaciones seguían siendo las mismas: ligar el pensamiento y el arte, la ciencia con la sensibilidad, abrir conciencias, despertar la imaginación y remover los sentimientos y los pensamientos aletargados por el mundo del consumo, de la entretención banal, de la sumisión a los poderosos.
Se acercó a las tecnologías digitales y usó el computador para componer imágenes y descubrir colores y asociaciones inéditas.
Pensaba -y así lo dijo en una conversación- que seguía sintiéndose como una especie de pista de aterrizaje para “conceptos inconcebibles”, para lo cual lo favorecía la “errancia”. Se definió también -siempre se estaba definiendo- como una especie de tubo siempre disponible para lo insólito, por el hecho de ser errante definitivo, asentado en ninguna parte, el más disponible. Según él en vasco, Matta se escribe “matxa” y significa precisamente ser errante.
Lúcido y ágil, su mente -en plenitud- era un torbellino, desencadenando asociaciones, jugando con el humor, armando y desarmando palabras para dar nuevos contenidos, armando y desarmando imágenes.
Tres días después de su muerte se trasmitió por televisión en Chile una extensa conversación que Roberto Matta sostuvo con Volodia Teitelboim. A pesar de su interés el programa tuvo escasa audiencia, ocho veces menor que un programa de entretención, de esos que -según decía- “californican” a la gente.
Con todo, el mensaje de Matta se abrirá paso, aunque no lo percibamos claramente. La vigencia de sus ideas se demostrarán con la vida cada vez más compleja y alienante. La arquitectura de las conciencias, funcionamiento libre del pensamiento -preocupación central del surrealismo- es una necesidad tan objetiva como el hambre. Como dijo: “si tú provocas en ti esos mecanismos, la imaginación se desenvuelve y el verbo ver, ve. No digamos con la retina. Ve como tú dices ¿ves lo que quiero decir?”

HERNAN SOTO

 

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