Edición 633 - Desde el 26 de enero al 8 de marzo de 2007
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¡Cuidado!
Su vecino es
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Hace años, los ovnis eran el tema periodístico del verano. El fenómeno ovni, que está en retirada de los medios por motivos que podrían ser objeto de alguna investigación o tesis, ha sido reemplazado por otras materias. Un amplio surtido, que podría abarcar desde fenómenos paranormales, la segura panoplia de casos médicos o los denominados de “contenido humano”, así como la extensa categoría de la seguridad ciudadana. El confuso e inexplicablemente amplificado secuestro de un niño realizado en Las Condes durante la tercera semana de enero, se inscribe en este tipo de producto informativo.
Qué mejor manera de contribuir al alivio veraniego de la clase política que introducir un caso periodístico con todos los ingredientes de un thriller de verano. El secuestro, que fue un caso fácil para cualquier investigador principiante -así como lo fueron también los secuestradores-, tenía contenidos de rareza: los ingredientes “humanos”, algunos trazos sociológicos y, claro está, el formato de reality, que incluyó una figura que apunta hacia un nuevo arquetipo de nuestra sociedad del espectáculo y del consumo medial: el fiscal-que-llora-ante-la-cámara (dos funciones por el precio de una).
Este enjuague de géneros, que va desde los informativos y toda la gama del reportaje a los cinematográficos y propios de las teleseries, estuvo montado bajo el guión del Ministerio del Interior, conducido, o animado, por Felipe Harboe, el subsecretario de la cartera. En una vocería bien voceada, Interior sacó un discurso naïf: “Aun cuando toda la clase media chilena está potencialmente amenazada por un eventual secuestro a sus niños, el gobierno no permitirá que ello suceda. ¡Las penas, en estos casos, serán ejemplificadoras!”. El secuestro era caso resuelto.
Decimos que este discurso gubernamental, recogido por los medios de comunicación como un producto prefabricado, es de una ingenuidad que debiera generar rubor. La cantidad de casos de dramatismo humano -sin desmerecer éste y el dolor de los padres del niño- que suceden diariamente en Chile, como en cualquier otra parte del planeta, puede armar volúmenes de diarios u horas de informativos de la televisión. Pero ese no es el asunto central. Más relevancia tiene la intención del gobierno de influir en la agenda pública con la incorporación de temas, si bien no extraños a su función, sí abiertamente manipulados. Harboe podría haber anunciado, si las circunstancias lo hubieran requerido, la presencia de un ovni, la detección de aliados de Al Qaeda en Santiago o la inminencia de un tsunami. Todos estos anuncios, enviados a la prensa como un producto precocido y bien empaquetado, hubieran tenido similares efectos. La prensa, especialmente en verano, se presta para cualquier cosa. Como ya ha sucedido, los medios, ante un guión ya pergeñado que contenga dosis de dramatismo y temor, pierden toda compostura. Pierden la razón. La prensa generó, nuevamente, una bola de nieve de extrema y tóxica falsedad.
El gobierno, además de haber exhibido una supuesta eficiencia policial, buscaba extender el potencial temor. Y utilizó no sólo a la familia del menor -¿tenía algún derecho el Ministerio de Interior de exhibir su dolor a la mirada de todo el país?-, sino también a toda la ciudadanía. El resto lo hizo la prensa.
La prensa actúa por instinto. Simplemente lo hace, y revisa más tarde el rating. Si acierta con los números, repite y reproduce hasta la saturación. ¿Por qué este caso? Simplemente por el supuesto temor, que se relaciona con el altísimo grado de desconfianza -insuflada por los mismos medios y los gobiernos- hacia el resto de la ciudadanía. Encuestas han revelado que el principal enemigo de los chilenos es El Otro: el ciudadano, el vecino. Cualquiera puede ser un pedófilo. A partir de ahora, todos somos secuestradores en potencia.
¿Qué nos espera más adelante?
P.W.
(Publicado en "Punto Final" Nº 633, 26 de enero de 2007)


 

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