Edición 659 - Desde el 4 al 17 de abril de 2008
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Revista quincenal de asuntos políticos, informativos y culturales que publica la Sociedad Editora, Impresora y Distribuidora de Publicaciones y
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Velasco
y su blindaje de lata

Andrés Velasco, el ministro de Hacienda, era también el gran animador nacional. Con un optimismo a toda prueba, minimizaba los efectos de la crisis financiera internacional sobre la economía chilena y nos subía el ánimo ante las cotidianas amenazas. Velasco hablaba de una “economía blindada”, “a toda prueba”, “espléndida” mientras muchos de sus colegas sugerían a la población comenzar a apretarse el cinturón. Así lo hizo hasta que cambió de estilo… y también de opinión. La crisis, ha comenzado a decir, es la más seria de los últimos 30 años, que va para largo, que los meses invernales serán “difíciles” y “delicados”, que no está en su puesto para hacer milagros. Es economista, dijo, no es sastre ni milagrero. ¿Entendido?
Los datos son ambivalentes. Depende del lugar desde el que se mire. No es lo mismo desde el sillón de un directorio de banco, de la oficina de un exportador de cobre o celulosa que desde la silla de un empleado, del asiento de un conductor de bus o desde la óptica de un exportador agroindustrial o metalmecánico. Todo depende también del sitio donde se emplace el ministro Velasco. Y todos sabemos dónde se ubica Velasco.
Los bancos siguen ganando a manos llenas. Evidentemente, no parece haber (todavía) parangón con la crisis financiera que afecta a las instituciones estadounidenses. A febrero pasado, la banca chilena y transnacional estacionada aquí continuó su proceso de engorda, con ganancias por más de 380 millones de dólares durante los dos primeros meses del año y rentabilidades superiores al 25 por ciento, lo mismo que la minería del cobre y las grandes exportadoras de materias primas. Empresas como la Papelera (CMPC), con 250 mil millones de pesos en utilidades en 2007, o el consorcio Copec, con 502 mil millones, no conocen lo que es crisis, como tampoco grupos del comercio, como D&S, que obtuvo 52 mil millones, o Falabella, con 217 mil millones de pesos en ganancias.
El asunto no va por esos derroteros. Tiene otros orígenes y probablemente otros serán sus efectos. Tal como lo comentó el presidente del Banco Central, José de Gregorio, durante una reunión con empresarios, las preocupaciones van por otros lados: “La inflación, como se preveía, está alta; la actividad económica se ha debilitado y se está materializando el riesgo a la baja, y el ámbito externo es extremadamente incierto”. De Gregorio no incluyó el valor del dólar, en perpetuo movimiento descendente, pero estaría implícito como factor central en el ámbito externo. Si el andamiaje se viene abajo afuera, el estrépito no respetará fronteras. Y esas fronteras han sido, precisamente, las que los diferentes gobiernos chilenos, desde los tiempos finales de Pinochet, han intentado demoler bajo la bandera de la globalización neoliberal. Esa estrategia, que ha sido uno de los ejes de la política económica y comercial de los gobiernos de la Concertación -con una cincuentena de tratados, convenios y asociaciones comerciales de diferentes cruces y profundidades- es hoy también su debilidad. Lo que por años, tal vez décadas, ha sido levantado como el sello de la economía chilena, modelo (neoliberal) de apertura de mercados, es hoy su flaqueza. Chile, contrariamente al discurso inicial del ministro Velasco, no está blindado. Las protestas crecientes contra los efectos de la política económica son el síntoma de las filtraciones del exterior.

COMENZAMOS POR LA INFLACIÓN

Al seguir la argumentación del presidente del Banco Central, el primer problema económico está en la inflación, esta vez efecto no de un desajuste económico interno sino de la globalización y la política chilena de puertas abiertas: el alza de precios es un fenómeno mundial. El control más clásico de la inflación está en un alza de las tasas de interés o en una apreciación de la moneda nacional que reduzca el costo de todas las importaciones, las que en una economía tan abierta como la chilena, no son pocas. El primer mecanismo queda descartado porque, como el mismo De Gregorio lo afirma, el otro problema de la economía es su debilitamiento. Si suben las tasas para frenar la inflación -de 8,1 por ciento entre marzo de 2007 y febrero pasado- lo que también se conseguirá es un freno mayor a la economía, ya de por sí desanimada, situación que significa menos producción, menos ventas y menos empleo.
El otro instrumento para controlar la inflación está en el tipo de cambio, muy usado -y con consecuencias catastróficas- por los Chicago Boys y sus discípulos hace unos veinte años. Aun cuando hoy, y a diferencia de entonces, el tipo de cambio no es fijo, la persistente apreciación del peso tiene efectos más o menos similares al abaratar los productos importados. Velasco ha rechazado la sola idea de utilizar el tipo de cambio para mantener bajo control la inflación -tarea que finalmente corresponde a De Gregorio y no a Hacienda, no obstante se entiende una cierta sincronía entre las dos instituciones, en especial cuando ambas figuras son afines al gobierno- pero es claro que en los hechos el deteriorado tipo de cambio ha contribuido a amortiguar el impacto de las alzas internacionales, comenzando por el petróleo y los alimentos. Aún así, durante los últimos doce meses los alimentos han elevado sus precios en un 15 por ciento.
El mercado desenfrenado ha creado una inequidad histórica en Chile. Desde los años de los Chicago Boys, del experimento neoliberal bajo la firma Friedman-Pinochet que parió este modelo acariciado por la Concertación, Chile se convirtió en una de las diez sociedades más desiguales del mundo. Con la actual crisis internacional es muy probable que todas esas contradicciones aumenten más. Esta crisis expandirá los niveles de pobreza -ya lo anunció la Cepal- y empobrecerá a las clases medias como efecto de la inflación. Y esa pérdida de poder adquisitivo no será compensada jamás al no existir mecanismos que lo permitan. Precisamente el modelo neoliberal se encargó durante décadas de desmantelar las organizaciones sindicales y sociales que canalizaban las demandas de los trabajadores. Hoy, simplemente se les reprime, con el beneplácito no sólo de los empresarios sino también del gobierno.

SEGUIMOS CON EL DÓLAR

El tipo de cambio continuará con su proceso descendente; el dólar sólo desde enero a marzo ha perdido más de 60 pesos. Las relativamente altas tasas de interés chilenas, comparadas con las estadounidenses -6,25 por ciento y 2,25 por ciento- convierten a la economía chilena en un polo de atracción de especuladores: atrae de forma continua dólares y más dólares. Y si a ello se le agrega el alza en el precio de las materias primas que produce Chile  -como el cobre y la celulosa- el volumen de divisas que ingresa redobla, por efectos de la mayor oferta, la depreciación del dólar. Por último, está la situación mundial del dólar, cuyo valor rueda en sintonía con los problemas y el prestigio de la economía estadounidense.
¿Es éste el blindaje del que nos ha hablado Velasco? Para el economista Roberto Pizarro, aquí “no hay blindaje alguno cuando el dólar se viene abajo e ingresan los capitales golondrina para beneficiarse de una alta tasa de interés en comparación a la vigente en EE.UU. Y tampoco hay blindaje alguno cuando la inflación se acelera, la inversión se frena y la actividad productiva se reduce. Si hubiese blindaje tendríamos cifras macroeconómicas con señales positivas y no negativas”.
Ante este evidente deterioro económico, ante las ya confesadas inquietudes del hombre de Hacienda, el Banco Central parece sólo observar la debacle. No varía las tasas de interés, y tampoco interviene en el mercado cambiario. Hay economistas que estiman que la intervención del Banco Central en el precio del dólar sería nimia, incluso inútil. Una acción mínima, de pocos miles, en un universo de operaciones especulativas que se cuentan por cientos de miles. Podrá mover dólares, alterar el precio -esterilizar las divisas le llaman- un día, tal vez dos, pero muy poco más. Por algo De Gregorio y otros economistas han dicho que una intervención en un mercado tan abierto como éste, sólo favorecería aún más a los especuladores, los de aquí y los de afuera.
Pizarro es más crítico. “Mientras el dólar se hunde, y junto a él las iniciativas exportadoras, el presidente del Banco Central, con sus cuatro escuderos miembros del directorio, no hacen nada. Han optado por el apotegma ‘quien nada hace nada teme’. O quizás no se atrevan a renunciar a las lecciones del FMI que les recuerda día y noche que las leyes de la oferta y demanda son sagradas y que ninguna autoridad puede violarlas”.
A diferencia de la gran industria exportadora -que goza de precios históricamente altos para el cobre, otros minerales, la celulosa y la harina de pescado-, a diferencia de la banca, que disfruta de la especulación, los pequeños y medianos exportadores frutícolas y manufactureros sufrirán un fuerte deterioro. En no pocos casos es posible prever la quiebra. Una crisis financiera mundial que en Chile pasará a ser una crisis del sector productivo y exportador. Así, Pizarro señala que al gobierno y al Banco Central no les importa que en estas circunstancias “franjas importantes de empresarios renuncien a la inversión, a la actividad productiva y consecuentemente a la generación de empleo. Tampoco les importa que los beneficiados de la baja cambiaria sean los bancos y grandes empresas locales que se han endeudado en dólares en Wall Street, lo que les ha significado ganancias inesperadas gracias al diferencial peso-dólar, lo que ha estimulado la concentración económica y las desigualdades en el país”.
Velasco dice que no es sastre para tomar medidas, que no es un “milagrero”, que no está en su puesto para hacer una política a la medida de los exportadores u otros agentes, aunque lo que ha hecho hasta ahora es pegarle parches y coserle los agujeros a la economía. ¿Para quién gobierna Velasco? Obviamente, para los que más ganan. Eso significa que le desvía la responsabilidad en lo que respecta al dólar al Banco Central, entidad que tampoco ha hecho nada.
Durante el gobierno del ex presidente y eventual candidato Ricardo Lagos, se eliminaron los mecanismos de encaje al ingreso de capitales golondrina como compensación para la firma del TLC con Estados Unidos. Estos capitales entran a los países para especular y desestabilizan las finanzas y toda la economía. El sistema de encaje había estado vigente durante muchos años y tenía como finalidad controlar los posibles ataques contra el peso, tanto en la entrada como en la salida de esos capitales. Hoy no existe este peaje. Lo que entra a raudales, sale del mismo modo. Miles de millones que el Banco Central no puede controlar.
Como escribió hace poco en una columna Luis Casado, “volver a los controles de los movimientos de capital es lo que están considerando o haciendo muchos países que no desean verse afectados por la ‘volatilidad’ financiera inducida por la mega crisis generada en EE.UU.”. Sin embargo, para hacerlo se requiere de cierta soberanía, decisión y voluntad política. “Veremos si el gobierno tendrá agallas para llegar a eso. La inconsistencia de las políticas seguidas hasta ahora permite albergar serias dudas al respecto”.

EL IVA, TAMBIÉN A COLACIÓN

De todo el debate económico generado por esta crisis, el que no tiene ningún sentido es el debate tributario. Rebajar el IVA, el impuesto a la gasolina u otros es simple demagogia, útil para acarrear agua a diferentes molinos parlamentarios, exhibir la mediocridad de la política y sembrar un poco de confusión en la agenda, lo que nunca para esa gente está demás. Rebajar el IVA en un punto -del 19 por ciento (otro recuerdo del gobierno de Lagos y su discípulo Nicolás Eyzaguirre) al 18 por ciento- no resuelve el encarecimiento progresivo de los bienes ni la carga sobre la canasta familiar. Rebajar el IVA, o descontar 50 pesos a los combustibles, refrenda la inequidad y la injusticia de un impuesto que han de pagar algunos ricos y todos los pobres. Con una rebaja de un punto al IVA los mayores beneficiados serán los comerciantes y consumidores de bienes suntuarios y no necesariamente el conjunto de la población. Por último, hay muchos que ni siquiera pagan el IVA.
Como ha dicho el economista Marcel Claude, “el IVA es un impuesto insano para la salud mental de los chilenos, la que depende mucho del presupuesto familiar. Produce esa sensación de injusticia, tan extendida en el espíritu nacional. Allí están las posibilidades de los empresarios de eximirse de este impuesto cuando compran autos u otros ‘bienes de capital’ a nombre de sus empresas, y ahí están las tasas irrisorias que pagan las empresas por sus utilidades (17%) mientras las dueñas de casa pagan 19% por lo que compren, y sin contar los impuestos que pagan por lo que ganan, sin descuentos ni rebajas ni exenciones tributarias de las que los empresarios son beneficiados en abundancia”.
La rebaja del IVA, propuesta democratacristiana, es mover las cosas para que todo siga igual. (¡Cómo defendieron la exención tributaria a las viviendas de lujo!). Es alterar de manera insignificante el impuesto más injusto de todos, que nutre casi la mitad de las arcas fiscales chilenas. Se dice que al rebajar el IVA se busca favorecer a los pobres, rebajar el costo de los alimentos; pero rebajar el IVA es para no modificar otros impuestos, como el irrisorio 17 por ciento que pagan las empresas. Esta propuesta, como dijo Claude, “es tan despreciable, tan insignificante que irrita la actitud mediocre de los parlamentarios y nos demuestra lo incapaz que hoy resulta la política para mejorar la condición del pueblo chileno”

PAUL WALDER

 

(Publicado en “Punto Final” Nº 659, 4 de abril, 2008)

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