La crisis y los
nuevos negocios
E s necesario incorporar una vieja expresión del glosario económico al devenir diario de esta actividad: crisis. ¡Crisis! Estamos en plena crisis económica, aun cuando ni el Ministerio de Hacienda, el Banco Central ni el gran sector privado -desde las finanzas, la industria extractiva y el comercio-, deseen usar la mentada expresión. Pero más allá de los Andes, hay consenso entre los líderes políticos y económicos mundiales sobre el trance que vive la economía planetaria, proceso que, si no contamos con la suerte necesaria, podría traspasarse hacia otras muchas facetas de las actividades humanas. Hablamos de las actividades políticas, de las sociales, además de las ya en plena crisis, como las ambientales, energéticas o alimentarias.
Es un problema profundo que avanza día a día por nuevas capas geológicas. Un asunto que llama a una inminente transformación de la estructura económica. Un cambio que es posible haga trizas el modelo en boga, aquel basado en mercados abiertos desregulados y globalizados. El libre mercado mundial, la utopía de Friedman y sus boys, parece tener sus días contados.
A todos los desequilibrios que afectan la economía mundial -desde la crisis hipotecaria, la especulación con los precios de la energía y los alimentos, los diversos déficits estadounidenses, la pérdida del valor del dólar, los diferenciales de tasas de interés, entre otros- hay que añadir nuevos bamboleos que apuntan a crear mutaciones mayores. Como una reacción en cadena. Como una bola de nieve. Transformaciones destempladas que generan fisuras, grietas económicas. Cortes profundos en la economía que podrían crear modificaciones estructurales permanentes.
Las señales, que sólo no ven aquellos que no quieren ver, aparecen cada semana: alzas continuas en el precio de la energía, aumento de las tasas de desempleo en las naciones ricas -¡qué nos espera a las pobres!-, tasas de inflación casi históricas en la mayoría de los países, aumento de las tasas de interés, brusca caída de las utilidades en las grandes corporaciones industriales y financieras, con su efecto en las Bolsas de Valores. Una serie de movimientos tensos y contradictorios que han estado presentes en las grandes economías, como la estadounidense o la europea, así como también en las pequeñas y recónditas, como la nuestra.
Inflación y estancamiento
La novedad se llama ahora “estanflación”, neologismo que data de finales del siglo pasado, desde la crisis económica mundial de los años 70 que tuvo características parecidas a la actual: altos precios del petróleo y pérdida de valor del dólar. Una serie de movimientos económicos cuyos efectos se mantuvieron durantes largos años. De forma más o menos directa, éstos se reprodujeron y replicaron en diversas latitudes. Latinoamérica, y Chile, recibieron en aquellos años el azote de las crisis junto a las bestiales dictaduras. Años grises, y muy duros.
La estanflación es una combinación nefasta. Un problema de difícil solución. Es inflación sin crecimiento económico, aumento de costos (sube incluso el precio del dinero por medio del alza de las tasas de interés, como vemos en Chile) y caída de los ingresos, de las ventas. Al observar lo que ocurre en las economías estadounidense y europea, es posible detectar este fenómeno. Estados Unidos está al borde o ya en recesión. La economía decrece, o simplemente no crece, que es estancamiento. Y al mismo tiempo, la inflación está en plena alza, con una tasa -en doce meses- cercana al siete por ciento. Y lo mismo ocurre en Europa. La aparición del fantasma de la inflación, pese al casi nulo crecimiento económico, llevó hace un par de semanas al Banco Central Europeo a subir la tasa de interés a un 4,25 por ciento, el mayor nivel en los últimos siete años.
El alza de las tasas de interés conduce a una paradoja muy compleja. Los bancos centrales, al elevar las tasas de interés, intentan reducir la demanda de bienes para atacar el alza de precios. Una operación monetaria clásica que en esta oportunidad no ataca el verdadero problema. Puede que lo aminore, pero el origen de la inflación no está en el exceso de actividad económica, sino se trata de un asunto de precios externos. Básicamente es el petróleo y los alimentos la causa del aumento de la inflación en todo el mundo. Y en ambos casos, son los especuladores y no los problemas de oferta o exceso de demanda el motivo de la burbuja de los precios. Un fenómeno que está lejos de las manos de los bancos centrales.
El alza de tasas no aliviará el aumento de los precios del petróleo ni de los granos y cereales, hoy bienes de cambio y especulación en este capitalismo hiperventilado. Bajo un modelo económico que ha estimulado la especulación, que ha eliminado todas las regulaciones y controles a los excesos del libre mercado, es muy poco lo que los gobiernos o instituciones financieras puedan hacer. Lejos, muy lejos, quedaron los tiempos de Bretton Woods y las inspiraciones keynesianas.
Al elevar las tasas de interés -lo que han hecho los europeos pero no todavía la Reserva Federal (Banco Central) de Estados Unidos-, se encarece el costo del dinero y aumentan otros costos derivados de préstamos bancarios. La gente consume menos, las empresas invierten menos. Menos ventas, menos producción, y menos empleo. Este es, finalmente, un gran costo que trasciende a lo económico para incorporarse a la esfera social.
La suma de ambos factores es explosiva. Y si no lo es aún, lo será próximamente. El desequilibrio económico del modelo neoliberal incrementará sus contradicciones: más concentración de la riqueza, más pobreza, más desempleo y precariedad laboral. Las falencias del modelo agudizadas.
Chile, pasarela con mediagua
Chile, país pionero en el modelo neoliberal, Chile, país que ha abierto su economía de par en par, es también muy vulnerable a esta crisis. Lo es pese al discurso de Hacienda y a las reservas del cobre, invertidas en el peor lugar: en dólares en Estados Unidos.
Hay un drama económico creciente que surge de los precios internacionales. El alza mundial del petróleo y de los alimentos se ha colado a la economía chilena para traspasarse a otros bienes y servicios. Un proceso que ha llevado a colocar a la inflación como el principal, pero no el único, problema de la economía nacional. En junio el IPC marcó un aumento del 1,5 por ciento, la mayor alza desde comienzos de la década pasada. Con este aumento, durante los primeros seis meses del año la inflación acumulada marcó un 4,3 por ciento, y en los últimos doce meses un 9,5 por ciento. Un aumento del costo de la vida que es una pérdida equivalente en el poder adquisitivo. De cierto modo, y como no hay reajuste salarial en una economía con altos niveles de informalidad, cada mes los trabajadores chilenos son un poco más pobres. En un año, puede decirse, se ha perdido aproximadamente un diez por ciento de la capacidad de compra.
Por un lado, este fenómeno. Pero hay señales de estancamiento económico, como se observó en la caída de 2,4 por ciento en mayo de la producción industrial. Y se estancará más. Hay claras bajas en la generación eléctrica, en el consumo de gas, en la minería. Y hay también señales en la construcción. En mayo las autorizaciones de construcción bajaron casi un 30 por ciento, en tanto la construcción de viviendas cayó en un 39,5 por ciento. Y si cae la construcción, el sector más sensible a las oscilaciones económicas, otra de las variables afectadas de inmediato será el empleo, ya en progresiva decadencia.
Basta observar las estadísticas oficiales de mayo. La tasa de desempleo marcó un ocho por ciento, 1,3 por ciento más alta que en mayo de 2007. Otra observación es que la tasa de desempleo es más alta entre las mujeres que entre los hombres, lo que tiene una clara explicación. Las mujeres han tenido que salir de sus casas a trabajar, no por voluntad como dicen los economistas neoliberales, sino al ver los sueldos miserables de los hombres. Por necesidad.
El deterioro se traspasó también a la Bolsa de Comercio. Augurando un mal futuro para las empresas, los accionistas han comenzado a vender sus activos. Y si se leen los diarios económicos, con la sola excepción de los ministros y uno que otro incondicional de la Concertación, el ánimo está por los suelos. Porque el momento es de extrema complejidad. Hasta la presidenta Michelle Bachelet culpó hacia comienzos de julio al modelo neoliberal de los actuales tormentos económicos, con lo cual desató las iras del sector privado y de sus escribanos y columnistas del duopolio El Mercurio-La Tercera.
Banco Central:
gasolina al fuego
El Banco Central ha tomado una medida a la europea: ha subido, y seguirá subiendo con el beneplácito del establishment neoliberal, las tasas de interés, como si con ello pudiera frenar el alza mundial del petróleo. Con este aumento al precio del dinero, si la economía ya está estancada, lo que se conseguirá es un retroceso. El decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central, Humberto Vega, señala: “Aquí se producirán tremendos errores en política económica, porque hay un mal diagnóstico. Subiendo la tasa de interés y bajando la demanda interna no va a bajar el precio internacional del petróleo. Esa medida lo único que hará es reducir la capacidad de endeudamiento de los grupos más pobres -el crédito de consumo, el crédito para la inversión, la compra de vivienda-, y los proyectos de inversión de muchas empresas. Por lo tanto, se reducirá el nivel de actividad económica con efectos negativos”.
La clásica operación monetaria de subir la tasa de interés responde, en términos generales, a la ley de la oferta y la demanda. Cuando hay mucha demanda, en una economía muy activa, recalentada, una de las herramientas de los Bancos Centrales es subir las tasas, el precio del dinero. A la inversa, cuando la economía crece poco, se bajan las tasas para poner más dinero en circulación. Pero este no es el caso: el alza de tasas de una economía estancada tendrá, como afirma el decano Vega, efectos muy graves. No sólo recesión y alto desempleo, sino, además, inflación, por los precios externos.
La complejidad y gravedad del asunto no termina aquí. Está el dólar. El Banco Central, tras un período de presiones por parte de los exportadores, accedió a sostener el tipo de cambio con compras diarias de unos 50 millones de dólares. El Banco Central ha logrado elevar el precio del dólar por sobre los 515 pesos, favoreciendo al sector exportador. Sin embargo, al intervenir en beneficio de los exportadores perjudica a los consumidores de bienes importados. No sólo a los que compran manufacturas, sino a todos, desde los combustibles a los alimentos.
El problema es extremadamente complejo, porque el sector exportador no sólo se basa en el cobre. Hay cierta diversificación, aun cuando el gran peso está en la extracción de materias primas como recursos forestales y pesqueros. Un menor precio del dólar llevaría a una eventual quiebra de este sector, como ocurrió, por ejemplo, con Textil Bellavista, con consecuencias dramáticas en el empleo. Es un momento delicado en que una mala decisión puede tener efectos trágicos.
El gobierno, que junto a todo el establishment político y social no desea incorporar aún el vocablo crisis al glosario mediático, levanta medidas cada cierto tiempo. Subsidios menores, cuyos efectos son pasajeros. Con el precio del petróleo en alza -es muy probable que en las semanas próximas llegue a los 200 dólares el barril-, ni el relleno al fondo de estabilización de los combustibles ni el reintegro a los camioneros del impuesto específico al diésel ha tenido ni tendrá efectos favorables. Son unos pocos pesos en un problema de números grandes.
Lo mismo se dice y sucede con los bonos de invierno o subsidios a las familias más pobres. Un par de billetes, aun cuando en un momento son bienvenidos, no resuelven un problema de precios en plena expansión. Las políticas de remiendos y parches, practicadas por la Concertación desde la década pasada, no sirven en una crisis como la actual. No sirven para los necesitados, y son una pérdida de recursos para el Fisco.
Hay países que, ante la gravedad de la crisis, han comenzado a proponer y decretar congelamientos de precios. Otros, como los rusos, actuales neoliberales, están planteando la posibilidad de poner en marcha viejas prácticas de la ex URSS. La mayoría de los rusos del siglo XXI quiere un regreso a las cartillas soviéticas de racionamiento para los alimentos.
En Chile el gobierno parece dejar el problema al mercado. Como la dramática e increíble compra de alimentos básicos en cuotas, con tarjetas de crédito e intereses altísimos. El drama de los pobres pasa a ser “oportunidad de negocio” para las tiendas de departamentos, las cadenas de supermercados y cadenas de comida rápida. Un sistema de compra absolutamente insostenible -¡crédito para financiar el gasto corriente, el pan y la leche!-, que muy pronto mostrará toda su palidez: la morosidad masiva y la cesación de pagos será inminente.
Telepizza, la cadena de alimentos rápidos de Telefónica, ofrece sus productos a crédito: “Tres cuotas precio contado”. Más cuotas, suponemos, serán con interés. Pero el mal no termina aquí. Telepizza no sólo compite con McDonald’s (tal vez el único aspecto favorable de este trance) sino que le está quitando consumidores a los locales pequeños e independientes. Un proceso perverso -que ya arrasó con las farmacias, las ferreterías y los almacenes de barrio-, sacará también del espacio a los bares y restaurantes.
Un proceso que concentrará aún más los mercados y la riqueza. Que expandirá la miseria, desde los consumidores a los competidores.
PAUL WALDER
(Publicado en revista“Punto Final”, edición Nº 666, 11 de julio, 2008) |