Edición 714 desde 2l 23 de julio al 5 de agosto de 2010
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El fútbol
no altera la historia

Autor: Paul Walder

Las pasiones desatadas en España tras obtener la copa del Mundial de Fútbol de Sudáfrica, han trascendido las calles y han impregnado la escena política. Un fervor inédito se adueñó de las ciudades peninsulares, lo que ha llevado a interpretaciones que forzaron a ver al fútbol y sus efectos como una gran metáfora política. El fútbol ha unido a todos los españoles, se ha repetido, argumentando con los centenares de banderas españolas levantadas no sólo por las barras, sino colgadas en los balcones. El fútbol parecía inaugurar un nuevo espíritu de unión.
No faltaron los que vaticinaron todo tipo de consecuencias beneficiosas tras el triunfo en el Mundial, desde un mayor crecimiento del producto y el inicio del fin de la crisis, hasta la atenuación y el olvido de problemas sociales y económicos. Una nación de los “Pigs” (acrónimo ofensivo, que puede significar “cerdo”, inventado por los financistas internacionales para referirse a Portugal, Italia, Grecia y España) conseguía, a nombre de la Unión Europea, el mayor trofeo deportivo del mundo.
Los carnavales y el fervor de las multitudes son efímeros. Intentar hacer interpretaciones inmediatistas de un triunfo deportivo y extenderlo hacia otros profundos y muy complejos problemas políticos, generalmente es un ejercicio retórico que no aporta más que una dosis de ingenio. Las pasiones futbolísticas ibéricas, que intentaron emplearse como reflejo de una naciente cohesión del Estado español (y peligrosamente se acercaban al lema del franquismo: “España, una, grande, libre”) sólo se sostuvieron al calor de los festejos del 11 y 12 de julio. Fue un jolgorio nacional levantado y reforzado por los medios. Las fiestas y su embriaguez son muchas veces contagiosas. Y bienvenidas sean.
Hasta en las ciudades catalanas hubo fiesta. Millares celebraron en la Plaza Cataluña, de Barcelona, y en muchos barrios aparecieron banderas españolas en los balcones. Un regocijo masivo que no aplacó del todo las molestias, en estos días en plena fermentación, de los catalanes con el poder de Madrid. La celebración del triunfo por Xavi y Pujol cubiertos por una senyera (la bandera catalana) fue una primera señal de que la obtención de la copa por el seleccionado de España no terminaba con las históricas divisiones y con las aspiraciones de autonomía e independencia. Y más aún lo era otro hecho, muy presente entre los catalanes y seguidores del Barça: de los once jugadores que habían logrado el triunfo de España, siete eran catalanes. Pero Cataluña no es un Estado independiente, y no puede participar como tal en la Copa del Mundo.
El sábado 10 de julio hubo en Barcelona una manifestación aún más multitudinaria que la del domingo. Alrededor de un millón de personas (Cataluña tiene siete millones) se reunieron para expresar su repudio al Tribunal Constitucional (TC) de Madrid, que semanas antes había declarado inconstitucional las aspiraciones del Parlamento y del pueblo catalán de avanzar hacia una mayor autonomía. El Estatuto Catalán, votado por los diputados y aprobado por un referéndum, quedaba en un deseo. El TC de cierta manera apoyaba la tesis de la derecha española: como había dicho Mariano Rajoy, presidente del Partido Popular, cuando presentó un recurso contra las aspiraciones catalanas, el Estatuto era “el principio del fin del Estado”. Cataluña bajo ningún concepto debe considerarse como una nación.
El miércoles 14 de julio, de la fiesta del domingo sólo quedaba una gran resaca. El presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se encargó de hacer regresar a la tierra a los otrora festejantes durante su discurso sobre el estado de la nación: “Ha sido un año negro y difícil”, sancionó. Y cómo lo ha sido, pese a la fiesta y la copa. Entre las medidas adoptadas por el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero está la reducción de los salarios públicos, el congelamiento de las pensiones y el aumento de la edad de jubilación de 62 a 67 años. Y ante el empeoramiento de las relaciones entre el gobierno y el pueblo catalán, ante una muy probable reactivación de las pasiones no futbolísticas, sino nacionalistas, dijo que intentará “recuperar aquella parte del Estatuto que tumbó el Tribunal Constitucional”. Porque, dijo, su gobierno  “no recela del autogobierno, sino que lo reconoce, y que no teme la fuerte identidad política de Cataluña, sino que la respeta. El Estatuto, debió ser desde su misma gestación un instrumento de convivencia y no de confrontación”.
El fútbol, “pasión de multitudes”, pero principalmente fiesta y carnaval. Las verdaderas pasiones transcurren por otros carriles, más profundos e infinitamente más identitarios: en Cataluña la desatada pasión por el Barça no es simplemente fervor por el fútbol, sino por la identidad de una nación. Un 75 por ciento de los catalanes creen necesario ampliar el autogobierno y más del 60 por ciento oscila entre la fórmula de un Estado propio -en una federación española- hasta un Estado independiente. El triunfo de la selección española en el Mundial de Sudáfrica no cambiará la historia.

(Publicado en Punto Final, edición Nº 714, 23 de julio, 2010)
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