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Las Malvinas, encrucijada
de la lucha anticolonial
CRISTINA Fernández, presidenta de la República Argentina.
“Nuestra misión histórica, para nosotros que hemos tomado la decisión de romper las riendas del colonialismo, es ordenar todas las rebeldías, todos los actos desesperados, todas las tentativas abortadas o ahogadas en sangre”.
Frantz Fanon
Aun quienes soñamos con un mundo sin fronteras, aun quienes pretendemos que la identidad nacional sea el lugar desde el cual nos enlazamos con el mundo y no el sitio para cavar trincheras, no podemos permanecer indiferentes cuando desde los núcleos privilegiados del poder mundial se avanza sobre nuestros territorios, nuestros bienes, nuestros pueblos, nuestros cuerpos, nuestras vidas.
Con igual razón quienes repudiamos a la dictadura militar y todas sus acciones -entre ellas la guerra de las Malvinas-, no podemos aceptar la continuidad del enclave colonial.
En enero del próximo año se cumplirán 180 años de la ocupación de las Islas Malvinas, Georgia y Sandwich del Sur, realizada por la Armada de Gran Bretaña como parte de su política expansionista y de dominio de mares y territorios. En esa operación, en enero de 1833, las tropas británicas desalojaron a los habitantes argentinos. Los expulsaron de sus tierras, implantaron población propia y establecieron la prohibición para emigrar allí a los ciudadanos de Argentina. Fue una auténtica mutilación territorial y una violación de nuestra soberanía. Los esfuerzos diplomáticos argentinos por terminar con la presencia de esta base militar -que amenaza a todo el continente- hasta hoy no dieron resultados.
El tema se ha puesto en debate nuevamente debido al incremento de las agresiones británicas en los últimos meses, y por la cercanía de un nuevo aniversario del 2 de abril, cuando se cumplen tres décadas de la acción realizada por la dictadura militar argentina para recuperar las Islas Malvinas y los archipiélagos del Atlántico Sur.
Este aniversario remueve discusiones postergadas, en un contexto internacional en el cual el Reino Unido viene profundizando sus ataques contra Argentina y América Latina, militarizando el Atlántico Sur, avanzando en el saqueo de las riquezas -especialmente ictícolas- e iniciando la exploración petrolera.
El incremento de las provocaciones británicas amenaza a todo el continente y sus esfuerzos por convertirlo en una región de paz, en un momento en que crece la escalada que tiene como eje la disputa por los recursos naturales. En el caso de las Malvinas, se agrega a este interés inmediato de saqueo, la posibilidad de acceso a la Antártida y a sus enormes riquezas minerales y de hidrocarburos, y el acceso al paso bioceánico del Estrecho de Magallanes, cuyo interés crece frente a las disputas que se plantean en el Canal de Panamá.
Es evidente que esta escalada de violencia de la diplomacia británica se ha exacerbado como consecuencia de la profunda crisis que sacude a Inglaterra -y a Europa-. Hace menos de un año, Londres y las principales ciudades inglesas ardieron por la indignación de los sectores más golpeados por el ajuste. En ese contexto, recurriendo a viejas artimañas, el primer ministro David Cameron no encontró mejor salida para capear el temporal social interno, que distraer la atención de la ciudadanía hacia un posible enfrentamiento militar con Argentina, tal como lo hizo en 1982 su antecesora conservadora, Margaret Thatcher.
Sin embargo, no es conveniente subestimar los alcances de su bravata en este momento en que las potencias imperialistas han entrado en un nuevo ciclo de confrontaciones para dirimir su hegemonía, y buscan asegurar el acceso directo a los recursos escasos y a los territorios que los contienen, disciplinando violentamente a las poblaciones que resisten en defensa de su soberanía.
En 2010, Gran Bretaña produjo el documento Strategic Defense and Security Review, en que justifica su despliegue ofensivo no sólo en el Atlántico Sur sino en todo el mundo, para “controlar militarmente las zonas con recursos naturales estratégicos”. Hacen pública su doctrina expansionista y de guerra sin escrúpulos, pretendiendo legitimar y eternizar su política colonial.
30 AÑOS ANTES
Realizar un acto de guerra para resolver un conflicto histórico de soberanía territorial fue una decisión absurda con la que la dictadura militar argentina buscó superar la crisis de legitimidad en la que había caído, precipitada cuando días antes (el 30 de marzo), enfrentó una de las movilizaciones callejeras más importantes de esa época.
Fue absurda por varias razones. La más importante son los 649 jóvenes argentinos muertos, los más de mil heridos y aún después de terminada la guerra, los más de 450 soldados que se suicidaron. (A lo que se suman los 268 muertos de Inglaterra y los más de 700 heridos de ese país).
Por otra parte, el cálculo militar y político de los militares argentinos fue erróneo en todos los sentidos. Pensaron que con un paseo por las islas resolvían un acto de soberanía. Creyeron contar con apoyo de Estados Unidos, en agradecimiento a sus servicios en la llamada “guerra contra la subversión” no sólo en el país sino en todo el Cono Sur, e incluso en Centroamérica. No calcularon la colaboración con Inglaterra de sus socios en el Plan Cóndor. Finalmente, lejos de legitimarse, lo que se precipitó después de la derrota fue la caída de la dictadura.
Esta decisión, que buscaba exacerbar el chauvinismo disfrazándolo de patriotismo, unificando a los sectores populares tras una causa “nacional”, no estuvo acompañada de una voluntad efectiva de combate de aquellos mismos mandos que habían llevado adelante la brutal política de exterminio contra el pueblo argentino. Por eso, casi sin entablar combate, la acción culminó el 14 de junio con la rendición argentina frente a las tropas británicas.
Recientemente, el gobierno argentino decidió estudiar y hacer público el Informe Rattenbach, elaborado por un equipo de las fuerzas armadas presidido por el teniente general Benjamín Rattenbach, que inmediatamente después de concluida la guerra de las Malvinas analizó y evaluó la conducta política y estratégica de los militares argentinos en la misma. Ese informe -entregado a la junta militar en septiembre de 1983- fue “sepultado” hasta ahora por la jerarquía castrense, dado que es contundente en la crítica a las decisiones y actitudes de sus mandos. La decisión de hacer público el informe, si se lleva hasta el final -investigándose incluso las adulteraciones que registra- va a ser un aporte a la batalla por la memoria, la verdad y la justicia que está llevando adelante el pueblo argentino.
LA TRAICION DE PINOCHET
A pesar de la condena que la acción de la dictadura merece, es necesario analizar la respuesta de Gran Bretaña, que utilizó la violencia una vez más para reafirmar un acto colonial. Como tantas otras veces, EE.UU. salió en respaldo de Gran Bretaña, proporcionando además del respaldo diplomático, armas, combustibles, municiones e información estratégica. Margaret Thatcher contó también con el respaldo en Chile de la dictadura pinochetista, quien puso a disposición una base en Punta Arenas, con la que se pretendió compensar la ventaja militar argentina derivada de la cercanía geográfica, y suministró información estratégica.
La ayuda chilena al Reino Unido es documentada en uno de los capítulos del libro La historia oficial de la campaña por las Falklands (Malvinas), publicado en Londres. Esta investigación -realizada por el historiador Lawrence Freedman por encargo del gobierno inglés-, incluye entre sus citas el testimonio del ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea (FACh) chilena, Fernando Matthei, quien asegura: “El general Pinochet estaba de acuerdo, porque yo, antes de hacer cualquier cosa, fui y hablé con él y le dije cómo veía las cosas. El estuvo de acuerdo con tener una colaboración estratégica con los británicos”. También se cita en el libro que, refiriéndose al tema, Pinochet expresó: “Cuando las fuerzas de Argentina ocuparon las Malvinas en 1982, yo instruí a mi gobierno proveer, dentro del contexto de nuestra neutralidad, cualquier asistencia que podamos a nuestro amigo y aliado. Yo consideré esto como materia de honor nacional”. Persistía en esta posición la desconfianza sobre la posibilidad de una guerra limítrofe entre Argentina y Chile. Estas disputas territoriales han debilitado históricamente las posibilidades de unidad del continente, afectando nuestra capacidad colectiva para la defensa de la soberanía como naciones y como pueblos.
La derrota argentina en las Malvinas reafirmó la posesión de las islas por parte de Gran Bretaña, y al mismo tiempo habilitó una mayor militarización de la región, que los gobiernos democráticos no lograron revertir hasta el momento.
DESCOLONIZACION DEL CONTINENTE
Y UNIDAD ANTIIMPERIALISTA
En pleno uso de la impunidad del poder, el primer ministro inglés David Cameron afirmó que Argentina tiene una actitud “colonialista” en su reclamo por la soberanía sobre las Islas Malvinas. ¿De qué colonialismo habla este señor?
El Comité de Descolonización de Naciones Unidas considera que existen actualmente 16 territorios con características coloniales, en los que viven 1,2 millones de personas. De esos 16 territorios, diez son ingleses (Anguila, Bermudas, Gibraltar, Islas Caimán, Islas Malvinas, Islas Turcas y Caicos, Islas Vírgenes Británicas, Montserrat, Pitcairn, Santa Helena), y ha impulsado distintas resoluciones tendientes a acabar con esta situación. Entre ellas, las resoluciones 1514 y 2625 declararon incompatibles con el sistema de Naciones Unidas y con su derecho descolonizador, todas las situaciones que quebrantaran total o parcialmente “la unidad nacional y la integridad territorial” de cualquier Estado o país.
En 1965, el gobierno argentino del radical Arturo Illia, obtuvo la resolución 2065 de la Asamblea General de la ONU, que indica que las Malvinas son un resabio colonial, e insta a negociar a las partes para resolverlo. La Asamblea General de Naciones Unidas consideró también que en el momento en que se consolidó en las Malvinas la presencia británica, ya tenía la República Argentina la titularidad soberana sobre esos territorios. Es por eso que están dadas todas las condiciones jurídicas para que la demanda que realizará la presidenta argentina el próximo 14 de junio frente al Comité de Descolonización de Naciones Unidas, exigiendo que Gran Bretaña cumpla con las resoluciones del mismo que indican que es necesaria la negociación directa entre las partes, tenga un fuerte respaldo internacional.
Como afirmó recientemente Fidel Castro en la reunión con los intelectuales, realizada en la Feria del Libro cubana, “una vez iniciada la negociación diplomática, los ingleses no tendrán más remedio que irse, porque sólo les asiste el hecho desnudo de la conquista y de la fuerza”. Agregó también: “Pinochet ya no está ahí”, refiriéndose al único mandatario latinoamericano que en 1982 colaboró con Inglaterra. Y a pesar de que en el gobierno chileno se encuentra un “heredero político” de la dictadura, es de esperar que en esta ocasión Chile esté junto a América Latina.
Pero es precisamente ese consenso internacional el que las grandes potencias imperiales desconocen una y otra vez. Es por ello que se vuelve más necesario que nunca fortalecer mecanismos de unidad latinoamericana que tiendan a la defensa común de la soberanía y de los bienes saqueados en este nuevo proceso de recolonización del continente, y rechazar las bases militares extranjeras en nuestros territorios.
Actualmente hay en las Malvinas unos tres mil soldados asentados en la base aérea de Mount Pleasant (Monte Agradable), una base militar de la Royal Air Force británica, que forma parte de la British Forces South Atlantic Islands, realizando entrenamientos con las últimas tecnologías militares. La radio y el canal de televisión son militares. En los últimos tiempos Gran Bretaña envió un destructor, un submarino nuclear, y hasta allá llegó el príncipe heredero en uniforme militar. No sólo se trata de un enclave colonial, sino también de una base militar.
Denuncia la Cancillería argentina el 15 de febrero de este año: “Las Islas Malvinas han sido transformadas por el Reino Unido en una pieza clave de un sistema de bases militares, a miles de kilómetros de Londres, para el control del Atlántico Sur, los accesos interoceánicos y la proyección a la Antártida, asegurando también de esta forma la explotación de los recursos naturales del Atlántico Sur, que pertenecen al pueblo argentino. Exigimos que Gran Bretaña informe sobre la presencia de un submarino nuclear en una zona libre de armas nucleares. Cabe recordar que en 2003 Gran Bretaña debió reconocer que años antes había introducido armamento nuclear en el Atlántico Sur. La República Argentina reitera que la presencia de armas nucleares en dicha zona constituye una nueva violación del Tratado para la Prohibición de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe”.
LAS MALVINAS SON ARGENTINAS.
LA ARGENTINA TAMBIEN ES ARGENTINA
Con esta demanda los movimientos sociales vienen resistiendo de manera sistemática el embate de las transnacionales en nuestro territorio continental. “Debemos evitar el saqueo de los recursos malvinenses, y también de los recursos que se encuentran en nuestras provincias, por parte de los capitales transnacionales extranjeros”.
“Soberanía es -dicen las asambleas socioambientales- recuperar para Argentina y para Chile la Cordillera de los Andes, que fue convertida por el Tratado Minero en un ‘país virtual’, al servicio de las transnacionales”. Y no se trata de un reclamo chauvinista. Se trata de crear condiciones para que los pueblos de América Latina podamos defendernos colectivamente frente a las decisiones de los grandes centros imperiales de utilizarnos -como siempre lo hicieron- para descargar sus crisis, y para apropiarse de los bienes estratégicos que requieren para sostener su dominación. Se trata también de recuperar soberanía, para que nuestros territorios no puedan ser utilizados como base de operaciones de aventuras bélicas.
Para ello, es imprescindible volver a pensar -como en la época de la lucha por la independencia- en la unidad del continente. No alcanza con los actos que se hicieron en celebración del Bicentenario. Es imprescindible desarrollar el contenido de esa independencia, proclamada frente a toda dominación extranjera: hoy podríamos agregar, “frente a todas las formas de dominación extranjera”. Es necesario también, en esa dirección, entrar en un diálogo más profundo con quienes han sido los protagonistas de las primeras resistencias al poder colonial en nuestras tierras, con quienes siguen enfrentando cotidianamente al poder de las transnacionales: los pueblos originarios.
La soberanía plurinacional de quienes formamos Nuestra América, es una condición fundante de la posibilidad de inaugurar un nuevo tiempo de emancipaciones. La unidad del continente no es sólo un sueño romántico. Es una necesidad en un siglo XXI que nació convulsionado por invasiones, guerras, golpes de Estado. Hacer de Nuestra América un territorio de paz, es una decisión de los pueblos… es nuestra decisión soberana.
CLAUDIA KOROL
En Buenos Aires
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 753, 16 de marzo, 2012).
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