Punto Final, Nº783 – Desde el 14 al 27 de junio de 2013.
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Jecho, corazón de tinta


El último número de Punto Final de antes de la dictadura apareció el mismo 11 de septiembre de 1973. En su contraportada hay un dibujo con aires de septiembre: aires de fonda y de fronda. Los opositores de entonces son representados en las caricaturas de Frei Montalva (que ofrece ponche), Andrés Zaldívar (que toca la guitarra) y Onofre Jarpa (que hace sonar el pandero). Están, como dice el título del dibujo, “avivando la cueca” al dueño de la “Gran Fonda El Gorila Sonriente”. El gorila-militar ocupa el primer plano. Y se quedó por diecisiete años. Pocos pudieron tener ese ejemplar de la revista. El autor del dibujo es Eduardo de la Barra, que en ese tiempo firmaba “Jecho” porque usaba una melena que recordaba al crucificado. Hoy, sin un pelo en su autocaricatura de portada, publica nuevamente -casi cuarenta años después- el histórico dibujo en su libro Corazón de tinta.
En su homenaje, la publicación es más una sinopsis que una antología que comparte una obra amplia y diversa. La extensa trayectoria de Eduardo de la Barra es testimonio de superación constante, que siempre ha considerado como fuente de aprendizaje el trabajo de sus colegas -los remotos y los nuevos- que observa con genuino interés. Con una sencillez admirable, Jecho nunca ha dado por finalizado su aprendizaje; es decir, no deja de superarse, potenciando su talento innato orientado siempre a la excelencia. Tal vez en ello está la razón por la cual los dibujantes jóvenes -y los que no lo son tanto- lo tratan de “maestro”, consideración que connota la gratitud por su gran generosidad.
En el libro recopilatorio publica bocetos y apuntes, sus estudios de cuerpos, rostros, desnudos, vestuarios, compartiendo así su forma de trabajar; exponiendo públicamente sus procesos y la vivencia del placer de dibujar “por amor al arte”, muchas veces en todo el sentido de la expresión.
 Cuando dibuja por gusto, experimenta, eludiendo la solución fácil. En sus historietas evita la monotonía, la narración plana. Como un cineasta, prueba diversas tomas, distintos encuadres desde ángulos diferentes. Su preocupación por aplicar una iluminación expresiva es evidente, por ejemplo en aquellos relatos que tienen una atmósfera de misterio en los que, además, demuestra un magnífico manejo del color negro y sus tonalidades. Si utiliza otros colores, cuida que éstos sean especialmente significativos. Al respecto, es pertinente recordar que entre los dibujantes de su generación, Eduardo de la Barra se adecuó tempranamente a los cambios tecnológicos y se actualizó en su quehacer utilizando las herramientas digitales y los canales de difusión que esta nueva era ofrece. Practicando diversas modalidades, líneas y técnicas de dibujo, con las herramientas tradicionales y digitales, demuestra una versatilidad admirable que se evidencia en los distintos géneros que ha practicado, humor gráfico, historieta e ilustración.
No obstante, es en la sátira política y el humor picaresco donde su trabajo ha tenido mayor visibilidad y ha concitado la admiración y complicidad de los lectores. Mezclando la sátira y lo picaresco en la historieta cómica, hay una variante -que está bien representada en este libro- que ya caracteriza a Eduardo de la Barra: me refiero a la creación de mundos delirantes con misterios jocosos (y gozosos), tétricos y cómicos a la vez, con sectas y rituales, pactos con el diablo; con sátiros, vudú, encantamientos; en fin, con “brujos, hechizos y conjuros”. En esta línea, Eduardo se ha acercado al folclor, recopilando -y creando- mitos; buscando -e inventando- explicaciones a los dichos populares; y dándole forma icónica a seres legendarios.
Silencioso, pero opinante, en la sátira política De la Barra puede ser sutil o provocador. Y valga explicitar de nuevo que sus dibujos -entre ellos los firmados por Jecho en PF- son parte del registro de una de las épocas más interesantes y apasionantes de la historia de Chile, desde los años sesenta hasta lo que tenemos hoy día, pasando por Allende, la dictadura y la transición. Solamente leyendo sus dibujos políticos se puede contar una historia del país. Y sabemos que se puede contar de muchas formas, con diversos puntos de vista. Si se hiciera esa revisión, necesariamente concluiremos que el ciudadano Eduardo de la Barra no es para la risa, porque en cada momento crucial aportó con su opinión a un debate en el cual muchas veces era peligroso meterse.

Jorge Montealegre Iturra

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 783, 14 de junio, 2013)


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