Punto Final,Nº 850 – Desde el 29 de abril al 12 de mayo de 2016.
Documento sin título
Buscar
Ultimo Editorial

Homenaje

Carta al director
Ediciones Anteriores.
En Quioscos
Archivo Histórico
Acto Miguel Enríquez
Discursos:
- Carmen Castillo
- Melissa Sepulveda
- Lorenza Soto
- Felipe Quezada
- Coordinadora Arauco-Malleco
- Movimiento de Pobladores Ukamau
Regalo

Camioneros en la represión

 
Tercera de izquierda a derecha, de espaldas, la ministra Marianela Cifuentes en el lugar de los hechos. A su lado (der.) el sobreviviente de la masacre Alejandro Bustos.


Después del golpe de Estado de 1973 más de setenta campesinos fueron asesinados o hechos desaparecer en la comuna de Paine, a 42 kilómetros de Santiago. Las víctimas estaban vinculadas al proceso de reforma agraria que se inició con Eduardo Frei Montalva y profundizó durante el gobierno de Salvador Allende. En esos crímenes contra la humanidad colaboraron civiles: colocaron a disposición del ejército y Carabineros vehículos, pertrechos y también actuaron utilizando armas de fuego. Uno de estos episodios es el de Collipeumo con protagonismo de los camioneros, quienes actuaron en todo el país para derrocar al presidente Allende.
Juan Francisco Luzoro Montenegro, ahora de 77 años, camionero y empresario agrícola que en la época era presidente del Sindicato de Dueños de Camiones de Paine, fue uno de quienes condujeron a un lugar apartado a campesinos indefensos y a orillas de un canal los asesinaron.
Luzoro Montenegro fue condenado a 20 años de prisión por la ministra de la Corte de Apelaciones de San Miguel, Marianela Cifuentes, como responsable del homicidio calificado de Carlos Chávez Reyes, Raúl del Carmen Lazo Quinteros, Orlando Enrique Pereira Cancino y Pedro Luis Ramírez Torres y del homicidio calificado, en grado de frustrado, de Alejandro del Carmen Bustos González, único sobreviviente. Además de Luzoro, fueron procesados Rodolfo Rodrigo Gárate Gárate, camionero, militante del Partido Nacional, Ricardo Jorge Tagle Román, camionero y el carabinero Juan Aníbal Fernando Olguín Maturana, fallecidos en el transcurso del proceso.
La magistrada no aplicó la figura de la media prescripción que existe en el Código Penal y que extingue el castigo por el paso del tiempo, pues consideró que la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad, tanto en su dimensión penal como civil tienen “la categoría de norma imperativa de derecho internacional general que no admite derogación alguna salvo por otras normas del mismo carácter, no pudiendo ser desconocida por los Estados bajo ninguna circunstancia”.

UN PAJARO DE CUENTAS
Las víctimas formaban parte del asentamiento Paula Jaraquemada, ex fundo San Francisco de Paine que fue expropiado en el gobierno de Frei Montalva. Los hechos sucedieron el 18 de septiembre de 1973. Ese día los carabineros y camioneros conmemoraron las fiestas patrias con un banquete de sangre en el canal Panamá, al interior del fundo Santa Filomena, frente al cerro Collipeumo.
Los hechos se originaron en la subcomisaría de Paine a cargo del capitán Nelson Iván Bravo Espinoza. Todo hace suponer que fue él quien ordenó la masacre. Sin embargo tiene una coartada: no estaba allí. No se pudo probar su participación y en derecho penal existe la máxima de que es preferible un culpable libre que un inocente preso. En el episodio de Collipeumo, Bravo descargó la responsabilidad en un muerto: el sargento de carabineros Manuel Reyes.
Bravo no es de trigos más limpios. Fue procesado en 2015, también por la ministra Cifuentes, por la desaparición forzada de Mario Enrique Muñoz Peñaloza, vicepresidente del asentamiento 24 de Abril, militante PS.

PREPARATIVOS DEL GOLPE EN PAINE
Bravo aseveró que “el 10 de septiembre de 1973, en horas de la noche, dispuso que el personal de los citados destacamentos se trasladara a la subcomisaría de Paine. Al día siguiente, tras comprobar que sus órdenes habían sido cumplidas, concurrió a la Comisaría de Buin a informar al comisario acerca de las medidas adoptadas”. Luego, por teléfono, le ordenaron hacerse cargo de la Comisaría de Buin. Quedó como jefe de ambas unidades. Por ese motivo encomendó al sargento Manuel Reyes Alvarez la subcomisaría de Paine, indicó a la justicia.
El procesado Ricardo Jorge Tagle Román, hijo del dueño del fundo San Francisco de Paine, vivía en un terreno correspondiente a la reserva, que en la época de la Reforma Agraria eran los terrenos contiguos a la casa de los fundos expropiados que sus ex dueños podían mantener y usufructuar.
Tagle fue sindicado como uno de los autores de los cuatro crímenes. Señaló a la ministra Cifuentes que “el día 10 de septiembre de 1973 fue testigo de que militares de la Escuela de Infantería de San Bernardo llegaron hasta el Peñón, en San Bernardo, lugar en que se encontraban reunidos camioneros y agricultores de Paine y solicitaron a Francisco Luzoro, presidente de los camioneros de Paine, diez camiones en buen estado para usarlos en un levantamiento armado”. Quien hizo esa solicitud fue el general Luis Cortés Villa.
Respecto a los arrestos Bravo agregó que “la mayoría de las detenciones efectuadas en Paine después del 11 de septiembre de 1973 fueron dispuestas por la Escuela de Infantería de San Bernardo”. Pocos de quienes fueron hechos desaparecer o ejecutados tenían militancia política. Fueron eliminados por su apoyo al gobierno del presidente Allende.

LA DELACION
Los empresarios confeccionaron las listas de dirigentes campesinos que conocían, a veces con ayuda de soplones. Fue el caso del presidente del asentamiento Paula Jaraquemada, Carlos del Carmen Pacheco Cornejo, quien delató a sus compañeros. Pacheco informó a las víctimas que debían presentarse en la subcomisaría de Paine. Sin embargo no les dijo que los había delatado como consta en sus declaraciones en el proceso, en que reconoció que el 17 de septiembre de 1973 concurrió a la subcomisaría de Paine “con el fin de informar que en el asentamiento Paula Jaraquemada se realizaban reuniones políticas clandestinas y que en ellas participaban los asentados Chávez, Lazo, Pereira y Ramírez”. Ese mismo día, en horas de la tarde, Pacheco, con cinismo informó a las víctimas que debían presentarse en la subcomisaría de Paine.
Alejandro Bustos, único sobreviviente se presentó confiado. No tenía nada que temer. No imaginaba el infierno que viviría. Llevaba el dinero de la venta de varios animales. En el cuartel policial se lo robaron, requisaron sus pertenencias personales y lo mandaron en calzoncillos a un calabozo, además, junto a los otros campesinos fue rapado al cero. Bustos declaró a la ministra Cifuentes que “fue interrogado acerca de una supuesta tenencia de armas”.
En el lugar se encontraban los otros delatados por Pacheco: Carlos Chávez, Raúl Lazo Quinteros, Orlando Pereira Cancino y Luis Ramírez. Todos habían sido torturados.

LA CARAVANA DE CIVILES ARMADOS Y CARABINEROS
El 18 de septiembre, a eso de la una de la madrugada, Bustos fue sacado del calabozo junto a sus compañeros y llevado a un patio. Les entregaron sus ropas. “En el lugar se encontraban funcionarios policiales y civiles. Allí estaba Francisco Luzoro, presidente del sindicato de camioneros de Paine”, declaró.
El procesado Tagle Román, quien murió de un infarto antes que se dictara sentencia, relató al tribunal que el “11 de septiembre de 1973 supo que se había producido un pronunciamiento militar. Que, con posterioridad, a petición del sargento Manuel Reyes, ayudó con alimentos a la unidad de Carabineros durante diez días. El 18 de septiembre de 1973, en horas de la madrugada -continuó en su relato judicial-, en circunstancias que se encontraba afuera de la subcomisaría de Paine, junto a otros camioneros y agricultores de Paine que se movilizaban en sus respectivos vehículos, entre ellos Luzoro, vio que sacaban de la unidad policial a cinco personas, quienes fueron subidos por los carabineros a un furgón y trasladados al sector de Collipeumo (...) El furgón emprendió la marcha escoltados por varios vehículos particulares”, entre ellos el automóvil marca Peugeot de color rojo de Luzoro, precisó Tagle.
Además afirmó “que vio con armas de fuego a algunos civiles, entre ellos a Francisco Luzoro”. Es más, el carabinero Rogelio Lelan Villarroel Venegas del retén Chada, declaró a la ministra Cifuentes que lo vio usar la chaqueta de castilla verde que usaban los uniformados.
 “Una vez en el lugar, los funcionarios policiales les pidieron que encendieran las luces -prosiguió en su relato Tagle- y, acto seguido, un grupo de alrededor de cuarenta personas, integrado por funcionarios de carabineros y civiles, en cumplimiento de lo ordenado por el sargento Reyes, dispararon a los detenidos con revólveres y metralletas, quedando los cuerpos en el río”.
El sobreviviente Bustos entregó escalofriantes detalles sobre su detención al portal electrónico Las Historias que Podemos Contar. “Yo les gritaba que no sabía nada de nada y que no tenía tampoco armas, pero entró uno más grande y me levantó del pelo, ‘desde cuándo erís rojo’ me preguntó al oído, y yo le respondí que siempre había tenido el pelo rojo. ‘No te hagai el estúpido’, gritó indignado, ‘los rojos son los comunistas, guevón’. A partir de ahí comienzan otra sarta de palos. Meta palos conmigo en la espalda y la cabeza, alcancé a reconocer entre los que me pegaban a los carabineros Olguín, Reyes y Leiva”. Perdió el conocimiento. “Me despertaron con un balde de agua”, puntualizó.

“ESTE YA ESTÁ MUERTO”
Bustos al abrir los ojos expresó que tenía sed. Los civiles y carabineros tenían licor al interior del cuartel. Trajeron una jarra de vino y le obligaron a beber. “Les gritaba que no, pero me lo seguían echando hasta por las narices”. Le amarraron las manos con un alambre detrás de la nuca. “Cuando empezó a oscurecer, sacaron unas chuicas de vino y empezaron a prender fuego para un asado. Había carabineros y civiles, casi todos camioneros”.
A la una de la mañana los hicieron salir. Les esperaba un furgón verde. Los vehículos partieron, los propios dueños los manejaban. El furgón iba al final de la fila. “Nosotros nos preguntábamos si estarían llevándonos al Estadio Nacional o al Chile, o al regimiento de Chena, sólo ese tipo de sitios nos imaginábamos pero, a pesar de la sospecha tremenda, a ninguno se le ocurrió mencionar que nos llevaban para matarnos”, señaló.
Cuando los bajaron vieron los autos con los faroles encendidos. “Empezaron a empuñar las metralletas, todos ellos, civiles y carabineros”, consignó Bustos.
En un relato espeluznante añadió que “el sargento Reyes nos condujo a empujones a la orilla del río, y burlándose nos hizo levantar los brazos. ‘Vamos a matarlos por no ponerse de acuerdo en sus mentiras’. Sucedió todo en un segundo, lenguas de fuego salieron por los cañones y las ráfagas comenzaron a rugir. La noche pareció iluminarse con demonios y una quemazón en el brazo me echó al suelo, caí revolcándome. Orlando Pereira cayó encima mío, su sangre corrió por mi cuerpo. Quedé de costillas al lado del sargento Reyes y Pancho Luzoro gritó: ‘Este ya está muerto’. Entonces con Daniel Carrasco me tomaron de las piernas para arrojarme al agua. Pero no alcancé a caer, unas zarzamoras me detuvieron”.
A continuación “los empiezan a empujar al agua como a mí. Tiran a Orlando Pereira y cae encima mío, y ahí sí que me fui abajo, se desprendieron las zarzamoras, la corriente estaba fuerte. Empecé a ahogarme y en mi desesperación me agarré de una raíz de sauce y un remolino comenzó a darme vueltas. Una persona a mi lado se ahogaba también, se hundía y salía a ratos”. Se trataba de Orlando Pereira. ‘Soy yo Colorín’, me dijo. Me pidió que lo tratara de sacar del agua, pero yo no me lo podía porque tenía el brazo herido”, expresó.
El agua arrastró ambos cuerpos. “Trataba de respirar las veces que salíamos a flote (...) Lo tenía agarrado de la chomba apenas, pero de a poco lo fui tirando hasta que varó también al lado mío. En ese momento justo se limpió la luna y pude verlo clarito, entonces me dijo ‘hasta aquí no más Rucio, voy a morirme’, y se echó sobre mis piernas tiritando y tiritando hasta que ya no se movió más. Tuve que sacármelo de encima. Murió a mi lado sin que yo pudiera hacer nada, nada”, aseguró Bustos. En momentos en que Pereira fallecía a su lado, escuchó los motores de los vehículos que regresaban al cuartel.
Bustos logró salir del lugar y pidió ayuda en dos casas pero sus moradores atemorizados se negaron a socorrerlo. Esa noche durmió junto al calor de unos bueyes entre fardos de paja. Los animales lamieron su herida. Luego se desplazó hasta el domicilio de Cristián Acevedo, quien con dos muchachos de alrededor 14 años le preguntaron qué le sucedía. No se atrevió a contarles, pero lo adivinaron.
Bustos les pidió que avisaran a uno de sus tíos. “‘Por mientras vamos a dejarlo aquí, amigo’, dijeron y antes de partir trataron de esconderme lo mejor que pudieron entre unos matorrales. Un grupo de personas se dio cuenta de que estaba allí escondido. ‘No se asuste, dijeron, nosotros vimos el fusilamiento, estábamos mirando desde atrás de los pacos’, dijeron”. Atemorizado creyó que lo denunciarían y cruzó el río alejándose para no dejar huellas. Luego, continuó, “aparecieron los Acevedo con mi tío, venían también con otro señor y entre los cuatro me socorrieron”. Lo llevaron en andas alrededor de cuatro kilómetros. “Me vendaron el brazo lo mejor que pudieron y me pusieron desinfectante. Me obligaron a comer pan y a beber café con aguardiente. Después me dejaron que durmiera”.
Posteriormente llegó su hermano Juan Bautista Bustos González. “El dio la idea de pedirle ayuda a su comandante (Carlos Sergio) Ottone (Mestre). Mi hermano era cocinero de la Fach. ‘El comandante es muy buen gallo y le gusta mucho lo que cocino’, dijo... El comandante mandó a hacerse cargo de mí al teniente Rosas que llegó a buscarme con cuatro milicos, todos de aviación. Me llevaron primero de pasada a mi casa para que pudiera ver a mi mamá porque pensaban que podía morirme, y de ahí seguimos a la Escuela de Aviación”.
Ottone, general de Brigada Aérea en retiro, corroboró los hechos ante la justicia y detalló que ordenó trasladar a Bustos a la Escuela de Especialidades para darle ayuda médica y, desde ahí, al hospital Barros Luco.
Bustos juró a sus compañeros muertos testimoniar lo ocurrido. A 43 años de los hechos, la justicia se acerca. Mientras, Luzoro, hasta que no se dicte sentencia definitiva podrá continuar dedicándose al rodeo y las competencias equinas, su afición actual.

CARLOS ANTONIO VERGARA

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 850, 29 de abril 2016)


revistapuntofinal@movistar.cl
www.puntofinal.la
www.pf-memoriahistorica.org
¡¡Suscríbase a PF!!

 

Punto Final
Translation

Google Translate

En esta edición

¿Con o sin las fuerzas armadas?

Patricio Aylwin: mito y realidad

La tramposa reforma del sistema político

Reforma con miedo a la huelga

A desbordar el Proceso Constituyente

En edición impresa

Contradicciones de un arrepentido

Camioneros en la represión

Venezuela bajo asedio

Esa sonrisita…

Desastres en la ciudad neoliberal

Partidos en la Izquierda

Visita