Punto Final, Nº 870 – Desde el 3 hasta el 16 de marzo de 2017.
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Cañamo: el papá de la marihuana

 

Hay mucha discusión sobre la marihuana. Se avivó con la cifra que nos deja como el quinto país en términos de consumo, un poco más que Francia y un poco menos que Canadá, ranking que es liderado por Islandia. La discusión se realiza en un contexto de desinformación importante, incluso entre los consumidores. Estos últimos pecan de exagerado optimismo, considerando la planta casi un “regalo de los dioses”. Los que se oponen, pecan de la misma exageración, acusando a la yerba de crímenes que la homologan a la heroína o la pasta base.
Lamentablemente, los antecedentes son pocos. Uno de ellos: el cáñamo tuvo un pasado glorioso en Chile. Fue una industria pujante por la importancia de la fibra, sobre todo en el ámbito naval. Un barco de cuarenta cañones requería casi sesenta toneladas de cuerdas, lo que implicaba varias hectáreas de cultivo. La semilla también tuvo importancia: se usó como alimento para pájaros y para fabricar aceite. Ese aceite, a su vez, tuvo muchos usos, entre ellos el de combustible para motores. No hay que olvidar el uso más doméstico del cañamo como calzado: las celebradas alpargatas Iberia.
El cáñamo o marihuana no es una planta nativa. Su origen es asiático y el nombre es mexicano. Fue consumida por pueblos de Medio Oriente -los escitas la usaban en la guerra-, los judíos y los primeros cristianos también fueron consumidores. Según algunos, cannabis deriva de kanabo, palabra hebrea. Otros teorizan que el árbol del conocimiento no sería más que el cáñamo y que sus frutos eran los prohibidos. Esa teoría parece tener mucho sentido.
El primer cultivador en Chile fue el genovés Juan Bautista Pastene, que prestaba servicios a España. Para los conquistadores, la planta era de vital importancia por los pertrechos que podían obtenerse con su comercio. En 1545, en las cercanías de Curacaví, Pastene halló el lugar perfecto para su cultivo. Como Pastene era navegante, vio de inmediato que sería necesario fabricar jarcias, pero también otros textiles como frazadas, mechas para arcabuces, etc. Otro que hizo experimentos en esta época, motivado por la guerra con los mapuches fue el gobernador Alonso García Ramón, que inició una plantación en el sector de Quillota en 1604, antes de que se fundara la ciudad. Se afirma que ese lugar lo eligió Carlos V, al punto de existir una real cédula. Allí se indicaba que “los indios se entretuvieran en esta granjería”. Parece que el negocio decayó rápidamente. Pero hacia 1645 se había extendido a todo el territorio que dominaban los españoles (de La Serena al Maule), al punto de que se realizaban exportaciones a España. Según el historiador José Bengoa, fue el principal producto exportado en la colonia.
La conquista es inimaginable sin la versatilidad del cáñamo. Se aplicaron incentivos durante toda la colonia, hablándose de la falta que hacían en la península las cuerdas. Hacia finales del siglo XVIII la industria terminó decayendo debido al escaso nivel de elaboración del producto nacional. Era muy tosco, básicamente por problemas de tecnología. Esto significó la ruina para los astilleros en Concepción y Chiloé: quedaron sin un suministro barato de jarcias. Una fábrica que floreció gracias a la Independencia la inició Santiago Heytz en 1804. Empezó utilizando mano de obra del Hospicio de Pobres. Por su amistad con Manuel de Salas, suministró todo el cáñamo que necesitaron los patriotas. Pero murió en 1848 en la indigencia.
Extrañamente todas las políticas de incentivo del cáñamo parecían caer en inevitable desidia. Se requerían nuevas políticas, por ejemplo la presentada por Francisco Solano Pérez al gobierno conservador de José Joaquín Pérez. Su objetivo era atacar el problema de la maquinaria y tecnología de procesado. Se terminó eximiendo de impuestos al cultivo y se dejó libre de tasas de aduana a los aceites que se extraían de las semillas. Sin embargo, en el siglo XIX Chile se debatió entre la minería y la agricultura, casi siempre con triunfo de la minería, que se llevó la mayor parte de la mano de obra. Por su parte, los agricultores se debatían entre los cereales y el cáñamo, pero la fiebre del oro en California inclinó la balanza a favor del cereal. Más tarde se masificó el cultivo de la vid.
Hubo que esperar hasta el siglo XX para que la industria del cáñamo volviera a tener éxito. Un factor fue que la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo prohibió la importación de sacos. Por su parte, en EE.UU. se prohibió el cultivo de cáñamo, aunque con la segunda guerra mundial se vuelve a autorizar debido a su importancia militar. Incluso se filmó una película que es a la vez propaganda y manual de cultivo del cáñamo: Hemp for the Victory.
Desde Chile se exportaron casi 205 mil quintales de fibra y otros tantos de semillas. Se estiman en 20.340 las hectáreas cultivadas con la planta, que algunos llamaban “oro verde”. Era uno de los principales productores del mundo. El éxito duró poco: en EE.UU. la prohibición se reinstaura y Chile adhiere a la Convención Unica de Estupefacientes en 1972. Sin embargo, la empresa cañamera Sila (Soc. Industrial Los Andes) continuó algunos años. Con el golpe de Estado se nombra un interventor militar y la empresa quiebra en 1975.

USO LUDICO DEL CAÑAMO
Son escasos los antecedentes del uso lúdico de la marihuana en Chile. Apenas algunas notas desperdigadas. No es descabellado pensar que, al menos, los trabajadores del cáñamo hayan estado consumiendo THC, pasivamente. El THC es el agente narcótico de la planta, una resina cuya dilución se produce en aceites o grasas. Es capaz de penetrar la piel y así, con la manipulación diaria, se perciben sus efectos. Sin embargo, es probable que también se haya dado un consumo voluntario, dada la gran cantidad de pequeños productores. Algunos habitantes de la zona de cultivo recuerdan caballos que se volvían locos y ellos sabían muy bien que era por comer flores de cáñamo. Algunas abuelas recuerdan que tomaban infusiones de hoja para los dolores menstruales. Pero en general, el consumo abierto era mal visto.
Es relevante la visita de Allen Ginsberg a Chile, el año 60. Venía por dos semanas y se quedó tres meses. Sus referencias a la marihuana fueron constantes. En sus primeros días recomienda “importar algunos kilos de marihuana para los escritores chilenos”. No estaba informado de la marihuana que se plantaba en Chile. Pero rápidamente supo. De hecho, cuando se alojó en la casa de Stella Díaz Varin pidió “cogollou”, lo que derivó en una trifulca con el marido de Stella.
El tema se convierte en problemático a finales de los 60. Algunas referencias indican que los agricultores se armaron para defenderse de jóvenes que vagaban por los campos de Aconcagua. A su vez, otros recuerdan cómo en las poblaciones se organizaban grupos para ir a robar plantas. Un agricultor de la zona cuenta que un día dejó toda la cosecha del año acopiada y a la mañana siguiente no había nada.
La primera ley de estupefacientes que incluye a la marihuana es la 17.934 (mayo de 1973), posterior a la adhesión de Chile al tratado internacional de control. Si uno revisa la historia de la ley (descargable desde la página del Poder Judicial) descubre que en las 204 páginas de discusiones parlamentarias hay solo cinco referencias a la marihuana. Lo que se indica es que “el muchacho” que va a San Felipe a conseguir cáñamo no puede ser equiparado al traficante de cocaína. Hay cierta condescendencia con el consumidor de “yerba”. Ferviente defensor de esta postura fue el senador conservador Francisco Bulnes Sanfuentes, quien, a mediados de los 80 fue uno de los fundadores de Renovación Nacional.
Actualmente tenemos la ley 20.000, y siempre se creyó que prohibía plantar cáñamo. Pero un fallo reciente de la Corte Suprema nos sacó del error: es legal plantar individual o colectivamente, mientras no sea para vender.

RICARDO CHAMORRO

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 870, 3 de marzo 2017).


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