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Curas en la
independencia
En 1492,
cuando en Europa amanecía el capitalismo -y con él el Renacimiento-,
Cristóbal Colón daba a conocer el “nuevo mundo”.
Ese mismo año, un valenciano intrigante e inmoral, llamado Rodrigo
Borgia o Borja, ocupó la más alta jerarquía de la
Iglesia Católica, poderosa y feudal, con el título de Alejandro
VI. El decidió repartir -en nombre de Dios y a través de
una bula del 14 de mayo de 1493- el nuevo mundo entre los reyes de España
y Portugal.
En el siglo XVIII la lucha entre burguesía -entonces clase revolucionaria-
y feudalismo, tuvo por principal escenario a Francia. Ese país
se vio estremecido durante cinco años por su revolución
(1789-1794). Fue derrotada, pero sus ideales permanecieron. Los tomó
como bandera Napoleón Bonaparte, representante de la alta burguesía
que, coronado emperador por el Papa Pío VII el 2 de diciembre de
1804, se apoderó de casi toda Europa. Una coalición organizada
contra él lo derrotó en la batalla de Leipzig o de las Naciones,
en octubre de 1813.
CONGRESO DE VIENA
Representantes de las cuatro potencias vencedoras (Inglaterra,
Rusia, Prusia y Austria) se reunieron en el Congreso de Viena el 1º
de noviembre de 1814. Su objetivo era un nuevo reparto de Europa. Finalizó
sus actividades el 8 de junio de 1815. Diez días después,
Napoleón, que había intentado recuperar su poder, fue derrotado
definitivamente en la batalla de Waterloo (Bélgica) y desterrado
a la isla Santa Elena.
El Congreso de Viena “olvidó” a la convulsionada América
hispana. Quien no lo hizo fue la Iglesia Católica.
En diversas colonias españolas los patriotas combatían por
la emancipación. La Iglesia se opuso a esas aspiraciones. El 30
de enero de 1816, el Papa Pío VII dirigió una encíclica
al clero de los dominios del monarca hispano en América, donde
señalaba:
“Hemos creído propio de las apostólicas funciones
(que, aunque sin merecerlo, nos competen) excitaros en esta carta a no
perdonar esfuerzos para destruir completamente la cizaña de alborotos
y sediciones que el hombre enemigo sembró en esos países...
Fácilmente lograréis tan santo objeto, si cada uno de vosotros
demuestra a sus ovejas, con todo el celo que puedan, los terribles y gravísimos
perjuicios de la rebelión, si presentan las singulares virtudes
de nuestro carísimo en Jesucristo, Fernando, vuestro rey católico,
para quien nada hay más precioso que la religión y la felicidad
de sus súbditos”.
Ocho años más tarde, el 24 de septiembre de 1824, el Papa
León XII publicó una nueva encíclica contra la independencia
de las ex colonias españolas. Calificaba la emancipación
como una “rebelión que ha reducido a la más deplorable
situación tanto al Estado como a la Iglesia”. A los gobiernos
patriotas los define como “Juntas que se veían salir, a la
manera de langostas devastadoras, de un tenebroso pozo, que se encuentran
en ellas, como en una inmunda sentina, cuanto hay y ha habido de más
sacrílego y blasfemo en todas las sectas heréticas”.
CLERO EN CHILE
En Chile, la mayoría del clero acató la
posición antipatriota de la Iglesia. Según el historiador
José Toribio Medina, de los 190 sacerdotes seculares que había
en la diócesis de Santiago, sólo 22 eran partidarios de
los patriotas y de los 500 miembros del clero regular, no pasaban de 70
los revolucionarios. Es decir, más del 80% del clero actuó
contra la independencia de Chile.
Hubo también oportunistas. Un ejemplo fue fray José María
Torres que, en 1811, pronunció un sermón condenando “los
perversos y tiránicos gobiernos coloniales” y calificando
la independencia como “útil a la patria, a la religión
y al rey”. Pero después fue un realista exaltado en Concepción;
patriota furibundo en Santiago; nuevamente realista en la reconquista
y otra vez patriota después de la batalla de Chacabuco.
La historia oficial no sólo oculta estos hechos, sino que condena
al olvido a destacados miembros del clero que, desobedeciendo las órdenes
del Papa, sufriendo persecuciones y castigos, entregaron un valioso aporte
a la emancipación de Chile.
Cuando Bernardo O’Higgins retornó a Chile, en 1802, se incorporó
de inmediato a la lucha conspirativa contra la dominación española.
Se unió a valientes patriotas que arriesgaban la libertad e incluso,
la vida. Entre ellos estaba fray Rosauro Acuña, prior del convento
de San Juan de Dios, en Chillán. Este, junto con Pedro Arriagada,
eran los encargados de distribuir documentos elaborados por O’Higgins
entre los que participaban en la labor clandestina.
El gobernador Francisco Antonio García Carrasco ordenó la
detención de ambos, en 1809, pero fueron prontamente liberados.
CURAS INDEPENDENTISTAS
Otro eclesiástico incorporado a la lucha emancipadora
desde sus comienzos fue el canónigo Juan Pablo Fretes, quien había
actuado junto a O’Higgins en la Logia Lautarina, en Cádiz
(España). Participó en el primer Congreso Nacional, en 1811,
representando a la circunscripción de Puchacay, formando parte
de los catorce diputados patriotas. Otro de esa minoría consecuente
fue el monje Antonio de Orihuela, electo por Concepción, uno de
los políticos más brillantes de esa región. Fue ardiente
defensor de los artesanos locales, a quienes dirigió una octavilla
que -según el historiador V. Razuváev- fue tal vez la primera
exhortación en la historia de Chile a la conciencia de clase.
También actuó desde los inicios de las acciones independentistas
el franciscano Juan Javier de Guzmán Lecaros. Nacido en Santiago
el 23 de marzo de 1754, tomó los hábitos en 1782. Por sus
méritos, el gobierno de O’Higgins lo declaró Benemérito
de la Patria, en 1818.
Otro destacado patriota, José Joaquín Cienfuegos, nació
en 1762, ordenándose sacerdote en 1778. El 7 de junio de 1817 fue
designado vicario de Santiago. Al año siguiente, elegido senador;
ocupó en 1820 el cargo de presidente del Senado. En 1821 el director
supremo lo envió a Roma, como ministro plenipotenciario con la
misión de lograr el reconocimiento del Papa a la independencia
de Chile. No lo logró. (El Vaticano sólo reconocería
a nuestro país como nación independiente el 13 de abril
de 1840). En 1826, Cienfuegos presidió nuevamente el Senado. En
1831 fue designado obispo de Concepción y falleció en Talca,
el 8 de noviembre de 1847, a los 85 años de edad.
FRAILES ARMADOS
A estos nombres debemos agregar varios más de
sacerdotes que prestaron servicios distinguidos a la patria que nacía.
Entre ellos, Joaquín de la Jaraquemada, Juan Fariñas, Bartolomé
Reyes, Miguel Ovalle, Joaquín Larraín, Vicente Cantos y
Camilo Henríquez.
Durante las campañas militares de la Patria Vieja (1811-1814),
hubo muchos miembros del clero que, siguiendo la posición oficial
de la Iglesia, lucharon con las armas en la mano contra los patriotas.
Muchos fueron hechos prisioneros y expulsados del país. En 1813,
José Miguel Carrera tuvo dieciocho frailes presos en el pueblo
de Florida. En 1814, desterró catorce a Mendoza.
Durante la reconquista, numerosos clérigos patriotas fueron detenidos,
procesados y condenados. No pocos fueron relegados a la isla Juan Fernández
IVAN LJUBETIC VARGAS
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