Punto Final, Nº774 – Desde el 11 al 24 de enero de 2013.
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Cuba en el corazón

 

El primero de enero de 2013, la revolución cubana cumplió cincuenta y cuatro años. Puntualmente, en cada uno de ellos, la revolución ha caído estrepitosamente. Y Fidel ha muerto por lo menos dos veces en cada uno de esos años. Sin embargo, ambos han resucitado cada día para ocupar el lugar que la historia les ha reservado, para ejemplo y esperanza de los pobres del mundo. Extraña y singular proeza la de sobrevivir cada día teniendo a tiro de cañón al enemigo más encarnizado de los pueblos, que ha hecho cuanto ha podido por terminar con Cuba. Porfiada y rebelde, por su sola existencia se transforma a diario en el fracaso permanente del imperialismo.
En estos años, Cuba jamás ha dejado de resistir no sólo el bloqueo que viola las consideraciones humanas más mínimas, las leyes internacionales y la opinión mayoritaria de Naciones Unidas que, puntualmente, año tras año, han insistido en que ese cerco criminal termine.
En sus años de vida la revolución cubana también ha debido superar a diario sus propios errores. Como se sabe, estos escollos son mucho más difíciles de descubrir y de vencer que el enemigo que se tiene enfrente. Finalmente, la revolución es una construcción humana, cuyos errores y omisiones explican no pocos de sus problemas. Nadie ha dicho que hacer una revolución sea coser y cantar. También la gente tiene que comer y resolver eso, que para algún inadvertido parece un detalle, es más difícil que asaltar un nido de ametralladoras.
También ha debido sufrir del cariño desmedido de algunos de sus amigos y admiradores, sobre todo del que construye su idea de Cuba sobre la base de lo que cree, de lo que sueña e idealiza y no sobre lo que realmente es: un país que vive anclado en el duro suelo de la verdad cotidiana.
La tosca vida diaria que muchas veces no se entiende, causa un doloroso penar entre quienes han sido afectados por la mala información o el prejuicio. O por un idealismo que no deja ver la realidad. La acción del enemigo no causa tanto daño a la revolución cubana como la pretensión de algunos de que ésta sea la suma de la perfección celestial, que todos los cubanos sean idénticamente iguales, y que cada uno de ellos deba ser un émulo perfecto de sus principales líderes.
Cuba es producto de un momento preciso de la historia, y se yergue con certezas y dudas, con aciertos y errores. Pero por sobre todo, la revolución cubana es producto de la decisión de un pueblo de no rendirse jamás. Por eso, quienes mejor la entienden y aceptan son los que han conocido de cerca la amargura de la pobreza sin esperanza, los que han sufrido el desprecio burlón e inhumano del poderoso, el apretón brutal de la guerra injusta, o el mendrugo negado. Entre los perdedores de siempre vibra de verdad la amistad y el respeto concebidos en lo más profundo del ser humano. Los amigos, los hermanos, se quieren por sobre los defectos, se comprenden y se perdonan.
Es que por sobre todo, Cuba es un ejemplo que resume la esperanza de los pobres del mundo. En innumerables oportunidades los pueblos castigados, olvidados y despreciados, han recibido de lo poco que Cuba tiene no como una dádiva del que se siente superior, sino como el aporte de quien considera un deber ser solidario y compartir lo poco que hay con el que tiene menos. Numerosos países azotados por la miseria, las catástrofes o los tiranos, conocen de la solidaridad silenciosa de Cuba, con sus maestros, constructores, médicos y soldados.
Es que también Cuba ha sido capaz de repartir lo que tiene en demasía: su convicción profundamente humana de hermanarse con otros pueblos que luchan por su libertad, y entregar el concurso generoso de sus combatientes, sin pedir nada a cambio. A lo sumo, volver a casa con sus muertos.
Estos tiempos de pocos auspicios para los perdedores eternos abonan grados crecientes de pesimismo. El enemigo más brutal de los pueblos, el imperialismo, echa mano al increíble avance de la tecnología para aumentar su dominio universal, sin importar que entre los escombros queden mujeres, niños y ancianos.
En ese horizonte oscuro, Cuba resplandece por su ejemplo, por su gente y por su amor por la Humanidad. Con sus casas descascaradas, con sus calles lunares, con su arroz cotidiano y su poco plástico, con su mucha rumba e infinito mar, Cuba no sólo resiste al enemigo y a sus propios tropiezos, sino que se empeña en mantener el ejemplo de su conducta que los pueblos no han dejado de admirar y respetar.
Cuba sobrevivirá este tiempo de crisis producto de la glotonería y la avaricia sin límites. Y seguirá siendo para los pueblos del mundo el mejor reflejo humano, que propone un camino de futuro ante lo incierto de la sobrevivencia de nuestra especie sobre el planeta castigado. Y seguirá siendo la mano solidaria que se tiende en el silencio de las cosas que valen la pena, y seguirá teniendo entre sus amigos del mundo entero no sólo a quienes estarían decididos a morir por ella, sino que, más importante aún, a los dispuestos vivir impulsados por su ejemplo.

Ricardo Candia Cares

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 774, 11 de enero, 2013)

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