Punto Final, Nº793 – Desde el 8 hasta el 21 de noviembre de 2013.
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Coca Rudolphy, actriz:

La hija del almirante enfrenta la tortura

 

 

 

Coca Rudolphy: detenida y torturada en 1973.

 


Por estos días, Coca Rudolphy parece tener al menos dos incentivos vitales. Votar en las elecciones presidenciales (tiene clarito por quién) y conseguir recursos para montar una obra de teatro -El programa, de Alejandro Goic-, basada en su experiencia como prisionera política durante la dictadura militar.
Aunque tiene críticas a la Concertación y sus descendientes, por sobre todo quiere que la derecha no vuelva nunca más. Tajante es también respecto del montaje escénico. “Cuando salí al exilio fui adoptada por Amnistía Internacional y una vez cada tres meses me llamaban a diferentes partes de Inglaterra, para que contara mi experiencia a grupos de personas. No es algo que me sea difícil, lo tomo como un deber”, subraya esta mujer de cuerpo frágil y expresivo, que no tuvo hijos y que hoy vive con marido inglés, escritor y periodista.
Se advierte a una persona de voluntad y convicciones sólidas. No obstante, pese a creer que sus torturadores no la dejaron dañada, escuchar gritos “no me inmoviliza, pero me quita la respiración y me viene una contracción”, dice la hija de Raúl Rudolphy, almirante en retiro al momento del golpe, hoy fallecido.
¿Apareció con el tiempo ese problema?
“No, desde un principio y no se ha ido nunca. Lo otro es la cautela en lo político. No estoy de acuerdo con la gente que dice que en veinte años no se hizo nada. Yo volví a Chile poco antes del plebiscito del Sí y el No, y lo pasé pésimo. Estuve cuando a los actores nos amenazaron de muerte. Miedo no me dio nunca, pero estaba en una lista negra y me costó encontrar trabajo… Cuando ganó el No se me abrió la vida. ¡A mí que no me vengan a decir que no se hizo nada! Yo estoy segura -por eso mi cautela de ahora- que se hizo lo que se pudo”.
¿Cautela en qué sentido?
“Soy cautelosa en mis críticas. He tenido discusiones con mi pareja, con mis amistades. Dicen: ‘Piñera cerró el penal Cordillera y no la Concertación’. Claro, ya no está Pinochet. Hace diez años todavía estaba el viejo… y tenía poder. Todo era muy timorato en los 90. En eso soy cautelosa. No me gusta llegar y criticar. Cuando tomaron preso al viejo y antes, con los ‘pinocheques’, era cosa de verle la cara a los ministros de esa época. Estaban verdes”.
¿Faltó coraje, como dice la derecha?
“Claro, habrían sido los primeros en saltar. No siento que haya sido falta de coraje. En este país la gente lo pasó tan mal y fueron tantos los torturados y exiliados… Simplemente, no se pudieron cambiar muchas cosas. Tampoco la Constitución, que está bien amarradita”.

COMO UN BALSAMO
¿Y por la vía no institucional?
“Imposible. Las cosas se dieron ahora, y fue maravilloso. Un bálsamo. Fíjate en los programas que hubo para conmemorar los 40 años del golpe… en los mismos canales de antes. Al principio, algunos se pusieron furiosos. ‘¡Cómo van a abrir las heridas del pasado!’. ¡Qué heridas, si la herida está abierta! No son mis heridas las que se abren, son las heridas que ellos no quieren ver. Estoy feliz que haya ocurrido, porque demuestra que no mentíamos y que ahora están obligados a creerlo. Les llegó una avalancha, y todavía falta mucho”.
¿Sufriste con estas imágenes?
“No. Cuando las vi, dije: cómo pueden decir que no se ha hecho nada. Miro y digo: ‘¡Qué dolor, cómo vivimos eso, cómo pudimos aguantar! Hoy tenemos otra vida. Se puede estar mal en lo económico, pero uno camina por la calle sin pensar que te van a secuestrar. ¡Cómo pudimos vivir todo eso! Sí siento que hay que cambiar el binominal, tiene que haber una nueva Constitución… y que cierren Punta Peuco”.
¿Eres bacheletista?
“Sí, completamente. ¡Quiero que la derecha se vaya! Me dolió en el alma el triunfo de Piñera. Sentí que hubo frivolidad”.
¿Y el sistema económico?
“¿Se puede cambiar en veinte años un sistema que está arraigado en el mundo entero? Todo está tan interconectado que le harían la vida imposible al país. ¿Pero cómo me van a decir que es lo mismo cuando estaba Pinochet? Está pésima la educación y la salud, pero muchísimo mejor que antes. ¡A mí no me vengan con cuentos de que esto siguió igual! El país ha cambiado, ha crecido la ciudad, el tipo de desarrollo. Antes uno decía ‘oye, vamos a ver a fulano’ y uno partía, llevaba tres cosas y era todo familiar. Cuando llegué a Europa me llamó la atención que la gente para ‘verse’ se llamaba por teléfono, aunque son excelentes personas. Mis mejores años los viví allá. En Chile pasa lo mismo ahora, la diferencia es que en Europa nadie es pobre-pobre…”.
¿Por qué elegiste Inglaterra?
“No la elegí. Eramos un grupo de actores presos, Hugo Medina, Marcelo Romo, Pedro Díaz, Iván San Martín, Giovanni… Sólo volvimos Marcelo, Hugo y yo. Los ingleses son solidarios. El sindicato de actores nos adoptó y nos consiguió visa y permisos para trabajar como actores. A mí me adoptó el Oxford Playhouse. Hablaba algo de inglés. Por eso nos fuimos a Inglaterra.
No me quería ir y pasé en Santiago harto tiempo después del golpe. Caí presa en noviembre del 73 y salí en enero del 75. El único expulsado fue Marcelo Romo. No me quería ir, hasta que el jefe de inteligencia de la Marina le dijo un día a mi papá, que era almirante en retiro (gracias a Dios): ‘Dígale a su hija que se vaya, porque una segunda vez no va a contar la historia’. Mi mamá me rogó que me fuera, así que partí”.

LA DETENCION
“Me detuvieron el 21 ó 22 de noviembre del 73 y estuve en el regimiento Buin hasta el 30. Había unos 300 presos. Alguien, nunca supe quién, avisó por teléfono a Viña a mi papá, que estaba feliz con el golpe. Vino a Santiago, fue a mi casa, la habían convertido en ratonera. Fue al Buin y habló con el comandante, que era hijo de otro almirante. El capitán que me había detenido le dijo, cínicamente, ‘que cómo se le ocurría que yo podía estar ahí, almirante, usted sabe cómo son los regimientos, aquí no hay civiles, menos mujeres’. Mi papá se fue feliz. Al día siguiente, volvió a recibir otra llamada telefónica y fue derecho donde el general Herman Brady. Le dijo ‘temo que mi hija esté declarando bajo apremio físico’, porque ellos no hablan de tortura, y Brady se enojó. Le dijo ‘usted sabe que no son nuestros métodos’. Después de eso, a todos los actores nos llevaron a diferentes cárceles. A mí al Buen Pastor, la cárcel de mujeres”.
¿Te acuerdas del nombre del capitán que te detuvo?
“Sí, claro. Yo tenía una vinculación con el MIR, como ayudista, y tuve un careo con ese hombre. Lo reconocí. Después supe que la hija del capitán era subsecretaria de uno de los gobiernos de la Concertación. Y dije: Qué culpa tiene esa mujer que su papá haya sido represor, y no quise seguir adelante. Me he encontrado con él, eso sí. Fue en un supermercado, cara a cara, en el momento de pesar unos productos. Me miró y dijo: ‘A usted la conozco’. Sí, le dije, me conoce. ‘Claro que me acuerdo de usted. ¿Cómo está? ¿Sigue en el teatro?’ Sí, le dije. ‘¿Y cómo está su vida sentimental?’. Bien, le respondí. ‘Lo que es yo, me dice, enviudé hace dos años y no me puedo conformar. Se destruyó mi vida’. Después de eso me fui”.
¿En qué circunstancias te detuvieron?
“En mi casa, durante el toque de queda. Toc, toc, toc. Dije: qué raro. Estaba en pijama. Abro la puerta y entran unos quince, entre uniformados y civiles. El capitán, de terno claro, era medio colorín y con una pistola enorme. Decían ‘está sola, está sola’. Yo vivía en un tercer piso. Me llevaron en andas para no hacer ruido. Primero me preguntaron puras tonteras, después me mostraron fotos de El Mercurio, donde salían los más buscados. El hombre que me interrogó era delgado, entre 35 y 40 años. Sus ojos era como si no tuvieran vida. Después abrieron una puerta y entró un chico, en muy mal estado, que había tenido escondido en mi casa en los primeros días del golpe. Me preguntan si lo conozco y lo negué. El dice que me conoce, que vivo en tal parte… El pobre era un desertor del ejército.
‘Tú, tal por cual, de acá no vas a salir viva’, me dijo uno. Me llevaron a otra pieza y empezó la tortura, el ablandamiento, para asustar. Fue con electricidad. Estaba en el segundo piso del Buin. Desde ahí me llevaron a una pieza que presentí que era chica. Pusieron una silla delante para que me cayera. Se reían. ‘Sácate la ropa, sácate el sweater…’, me dijeron. Me acostaron en una camilla, me amarraron brazos y piernas. Esa sesión tiene que haber durado... como hasta las cinco o seis de la mañana. Perdí el conocimiento varias veces. No podría decir si sentí dolor… Me vistieron y me llevaron, bajando por una escalera, a otro lugar dentro del regimiento. Estuve sentada en una banqueta y un médico me tocaba con un estetoscopio. Había contado como una hora, había luz”.
¿Preguntaban algo específico?
“Lo que querían saber era quién me había pedido esconder en mi casa al desertor. Un amigo mío me había dicho: ‘Por favor, Coca, tengo una persona que no puede estar en la calle’. Eran como las doce del 11 de septiembre, después del bombardeo de La Moneda. ‘Si lo pillan, lo matan’, me dijo. Le dije que bueno. Parece que el cabro no les dijo quién era… pero me nombró a mí. Estuvo en mi casa como una semana, no salía a la calle.
Gracias a Dios, sabía que el actor Nelson Villagra se había exiliado. Le eché la culpa a él, todos lo hicimos. Yo les decía que era mi amante, pero que no sabía nada de él porque me había dicho: ‘Chica, no me hagas preguntas que no te voy a contestar’. Y por no perderlo, no le pregunté nunca más nada. Cuando supieron que Nelson se había exiliado, me dejaron tranquila. Pero la noche anterior me habían puesto electricidad por todas partes: oídos, piernas, boca, pezones, vagina… A uno que interrogaba lo podría reconocer en cualquier lado: tenía cara redonda, de chanchito, ni alto ni bajo, pelo blanco, sin ser viejo, una cicatriz en la nariz… no me voy a olvidar nunca”.
¿Estaba presente el capitán en el interrogatorio?
“Creo que sí. Estaba vendada, pero uno lo presiente. Yo estaba frente del hombre con ojos de acero y los otros detrás… A mí no me violaron, seguramente porque cuando me dijeron desvístete, yo me desvestí altiro, y deben haber pensado ‘como esta es actriz, le debe dar lo mismo que la violen’, porque me lo dijeron: ‘Mira huevona, si estás esperando que te violemos, te vas a quedar con las ganas’. Pero me tocaban la vagina y preguntaban: ‘¿Qué tiene aquí?’. ‘No sé’, le decía el otro. Yo pensé que con los nervios había menstruado. No sabía que lo hacen para quebrarte.
Cuando me sacaban afuera a pasear, yo escuchaba los gritos de mis compañeros que venían de la pieza chica. Por eso que los gritos todavía me asustan. Al ratito después el capitán llegaba a conversar conmigo. En el juicio, el día en que nos carearon, él negó conocerme, pero yo había llevado un papel del Consejo de Guerra que decía ‘secreto’, firmado por él. Mi papá lo había conseguido. No podía decir que no me conocía”.

Leopoldo Pulgar I.

 

Soportes de la libertad

Luego de una semana detenida y torturada en el regimiento Buin, en noviembre del 73, Coca Rudolphy pasó todo diciembre incomunicada en la cárcel de mujeres. “Fue tremendo al principio”, recuerda la actriz. “Me llevaron a un subterráneo, una pieza alta que tenía una ventanita chica. Ahí estuve una semana. No había luz, nada. Me llevaban al baño y lavaba el calzón día por medio. Para dormir caminaba y hacía ejercicio todo el día. En las tardes cantaba y miraba el techo de cemento. Al séptimo día las murallas se me vinieron encima. La sensación era horrible, de ahogo. Después pasé a una celda a nivel de tierra que tenía una ventanita y algo podía ver afuera. Después de cuarenta días, me levantaron la incomunicación. Estuve más de un año presa”.
¿Qué te sostuvo en ese periodo?
“No tengo respuesta, pero no fue la religión. En mi casa había un régimen casi militar, por eso me acostumbré a llevar la contra al sistema. ¡No me iban a quebrar! También tuve suerte. No sé qué hubiera pasado si me detienen a mediados del 74”

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 793, 8 de noviembre, 2013)

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