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Trump, el “Estado profundo” y la crisis estructural
En nota previa (PF 877), hemos señalado la mutación experimentada por el Partido Demócrata en EE.UU. Entretanto, ¿qué ha pasado con los republicanos? Desde la Segunda Guerra, se han ubicado a la derecha de los demócratas. Mientras estos empujaban una política económica con algunos rasgos keynesianos, los republicanos optaban por Milton Friedman y la gente de Chicago (los amigos de Pinochet). No les gustaba la regulación estatal ni la inflación “reptante” y en la disyuntiva intereses versus beneficios del capital industrial, optaban por los primeros. En la actualidad, siguen defendiendo al capital transnacional y al gran capital financiero. Y como los demócratas ahora también lo hacen, opera una convergencia bastante amplia. A nivel de bases, contaban con segmentos medios (cuellos blancos, nueva tecnocracia, etc.), agrarios. Y pocas bases obreras.
Una diferencia que siempre han tenido con los demócratas gira en torno a los derechos civiles: se oponen al aborto, al matrimonio igualitario, etc. En sus líderes ha existido algún racismo. Y en un segmento pequeño, algún nacionalismo. En realidad, en la actualidad la única diferencia sustantiva entre demócratas y republicanos gira en torno al tema de los derechos civiles. Con lo cual, se alimenta la crisis de legitimidad que ha empezado a erosionar al sistema político gringo.
Para el caso no olvidemos: el modelo neoliberal vigente en EE.UU. desde los años ochenta o algo antes, ha provocado un descenso en los salarios reales y una muy regresiva distribución del ingreso: el sistema sólo trabaja para favorecer a un delgado 1% de la población más rica. Obama en su campaña prometió corregir tal situación pero nada logró. Más bien la consolidó y, por lo mismo profundizó el malestar de “los de abajo”. En este contexto, emerge una situación curiosa: la clase obrera industrial que empieza a distanciarse del Partido Demócrata y que no suele ser muy proclive a los republicanos, es atraída por Trump. Y es a partir de éste que empiezan, eventualmente, a votar republicano.
En este marco, los altos jerarcas republicanos -que no simpatizan con Trump y su programa- terminan por aceptar (muy a regañadientes) al actual presidente: les aporta votos que de otra manera jamás lograrían.
Para entender el problema, primero hay que entender bien el problema sustantivo que enfrenta el capitalismo estadounidense. Este se deriva de la pésima distribución del ingreso y del bajo nivel de la inversión. Hablamos del así llamado “problema de la realización”. Es decir, no basta producir: hay que vender lo producido. Consideremos el Producto (PIB) generado. Una parte, que equivale a los salarios que se le pagan a los trabajadores productivos, se vende conforme esos obreros gastan sus salarios en la compra de bienes de consumo. Lo que resta por vender, representa la plusvalía (ganancias) potencial.
¿Qué gastos pueden comprar esta parte? Primero, tenemos el consumo y la inversión de los capitalistas. En Estados Unidos, hacia 2007, el consumo de los capitalistas compra un 9.7% del excedente. Y la inversión privada neta apenas un magro 1.2%. Lo cual ya nos alerta sobre la existencia de un problema mayor. Luego tenemos los gastos del gobierno. Estos alcanzan a comprar un 25.3% de la plusvalía potencial. Hasta aquí, llevamos un 36.2 del excedente vendido.
Otro rubro clave apunta a los mercados externos. Pero curiosamente, EE.UU. importa más de lo que exporta. El saldo externo, como porciento del excedente generado llega a un negativo 7.5%. O sea, en vez de resolver, agrava el problema. Siendo éste otro de los problemas más serios. Hasta ahora, tenemos un 28.7% vendido. Un cuarto grupo de gastos son los improductivos. Estos explican un 54.7% de las ventas del excedente, lo que revela la alta irracionalidad del sistema. Si sumamos, llegamos sólo a un 83.4%.
¿De dónde pueden salir otras compras? La respuesta es que hay gastos adicionales (de consumo y de vivienda) que se logran con cargo al endeudamiento de las familias, del orden de casi un 17%. Un mecanismo que, a la larga, es insostenible.
Apuntando a lo medular, tenemos tres grandes problemas que son de orden estructural: a) un nivel de inversión demasiado bajo; b) el saldo externo negativo; c) un exceso de gastos improductivos. Resolver problemas como los mencionados exige que la economía estadounidense cancele el modelo neoliberal y avance a otro patrón de acumulación. ¿Cuáles podrían ser las alternativas? Dejamos de lado tanto una opción socialista como otra de tipo demo-burgués que se inscriba en la herencia del New Deal de Roosevelt. Para estas rutas, no existe la fuerza política necesaria. La opción, entonces, viene por el lado de una derecha no convencional, y que simboliza Trump. En lo económico, ¿cuál es la propuesta de Trump?
Por el lado de la tasa de plusvalía, en el mejor de los casos se podrá dar un leve descenso. Por lo mismo, el crecimiento debe orientarse hacia el depto. I de la economía, el que produce medios de producción incluyendo armas. Para ello, se le asigna un papel mayor al desarrollo industrial, a la política fiscal y a la arancelaria. Algo bastante novedoso, dadas las preferencias neoliberales que han imperado en el último tiempo. Con la política de impuestos y arancelaria, se busca que la tasa de rentabilidad de la inversión en el territorio nacional, iguale o supere a la que se obtiene fuera (hoy es al revés). De hecho, se plantea privilegiar el mercado interno y avanzar a una política de sustitución de importaciones. También se plantea un muy fuerte gasto fiscal en obras de infraestructura (caminos, aeropuertos, etc.) y en la industria militar. Las obras públicas, amén de resolver un rezago fuerte en la materia, generan bastante empleo y, a la vez, tienen un bajo componente importado.
Por el lado del sector externo, junto a una política arancelaria muy diferenciada, se busca redefinir (o desahuciar) algunos tratados comerciales como el que opera con Canadá y México.
En términos muy generales, el plan parece coherente. Pero se debe advertir que puede provocar reacciones contrarias de grupos nada menores. Uno: el de las grandes corporaciones transnacionales que verían eventualmente molestadas las cadenas productivas que han ido tejiendo. Dos: el del gran capital financiero-especulativo transnacional. En parte porque Trump es enemigo de subir las tasas de interés, pero sobremanera porque una economía con alta inversión productiva y alto desarrollo industrial, se aleja automáticamente de las rutas que sigue la especulación financiera. La deducción es muy clara: en el corto plazo, se perjudica a los dos grandes pilares del bloque de poder. A lo cual, se debe agregar de inmediato: en el plazo largo (y hasta mediano) esos capitales se verían muy beneficiados. Más aún, en la actualidad, el de Trump representa la única salida relativamente factible a la crisis estructural del capitalismo norteamericano. Con un problema que no es menor: Trump carece de una base partidaria propia y sólida.
El dilema y conflicto que así se perfila parece nítido: entre los intereses de corto plazo versus los intereses de largo plazo del gran capital. A la vez, entre los intereses del capitalismo estadounidense en su conjunto versus los intereses de una parte.
Hasta hoy, la pugna resulta despiadada. Y no favorece a Trump. Los dioses vienen segando a los que uno pensaba eran sus favoritos. De hecho, el llamado “Estado profundo”, (CIA, FBI, alta burocracia) viene desplegando un ataque frontal en contra de Trump. Se busca deslegitimarlo con cargo a toda clase de trapacerías y, al final de cuentas, darle un golpe de Estado y sacarlo del juego.
Si existiera una Izquierda fuerte y socialista, uno podría imitar al gato y lamerse los bigotes. Cuando los de arriba se destruyen entre sí, los de abajo se pueden ahorrar algunas penurias. Pero esa Izquierda todavía no existe. Aunque las realidades del presente la empiezan a reclamar más y más.
JOSÉ VALENZUELA FEIJÓO
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 879, 7 de julio 2017).
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