PPunto Final, Nº 755 – Desde el 13 al 26 de abril de 2012.
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En octubre del año pasado, el futbolista uruguayo del Liverpool, Luis Suárez, fue acusado por el capitán del Manchester United, Patrick Evra, de haber realizado comentarios insultantes durante el partido que enfrentó a ambos equipos por la Premier League de Inglaterra. Entre esos comentarios Suárez incluyó “referencias al color”, y claro, Evra es francés pero tiene ascendientes africanos. Luego de una investigación que duró dos meses, la Federación Inglesa de Fútbol (FA) sancionó al futbolista uruguayo con ocho partidos de suspensión más una multa de cuarenta y ocho mil euros.
Confieso que soy un admirador de Luis Suárez, y a veces veía los partidos del Liverpool sólo para verlo meter goles. Durante el verano pasado sintonicé algunas veces los partidos de este equipo, para ver si Suárez había vuelto a las canchas, sin preguntarme nunca sobre el alcance de sus palabras contra el otro futbolista. Todas las veces que puse Fox o Espn, los comentaristas deportivos recordaban el castigo de Suárez y el apoyo que había recibido de antiguos entrenadores y de futbolistas, principalmente, latinoamericanos. Todos no podían creer que Suárez fuera racista. Hasta que le tocó volver a las canchas, justo para otro partido con el Manchester United. Como siempre, los jugadores se saludaban en el centro de la cancha y ahí estaban, frente a frente, agresor y agredido. Este último extendió la mano para saludarlo, pero Suárez siguió de largo.
En ese momento me di cuenta de que era verdad que Luis Suárez era racista, pero había en su actitud algo aún más inquietante: no lo sabía. Suárez en su interior pensaba: “Pero bueno, Uruguay está lleno de negros y yo les digo así y no se molestan, de qué se las da este negro francés”. Lo cierto es que el razonamiento que deduzco es absolutamente racista y demuestra un carácter generalizado no sólo en Uruguay, sino en Argentina, en Chile, en fin, en Latinoamérica. A lo que me refiero es que no porque en algunos países de Latinoamérica haya una importante población “morena”, eso inmediatamente nos libera de cualquier signo de racismo.
En Chile, sin ir más lejos, pasamos hablando de este gordo, este chico, este indio, este negro, este rucio, esta flaca, este turnio, este guatón, todo “defecto” físico pasa a ser un apodo, una manera de nombrar la discriminación; sin embargo, a nadie se le pasaría por la mente pensar que al hacerlo está discriminando a los gordos, a los chicos, a los pueblos aborígenes, a los negros, a los rucios, a los turnios, a los guatones. No sólo eso se hace con el aspecto físico, sino también con la condición sexual. Es común, natural, tratar a homosexuales de maracos y a las lesbianas de tortilleras, en Chile, y de putos y tortas, en Argentina. En resumen, importa ser de una manera y no serlo de otra. Se discrimina desde el colegio hasta la adultez, pasando claro por la edad de Luis Suárez (veinticuatro años).
Somos no sólo racistas en nuestro trato cotidiano, sino también homofóbicos, misóginos. Somos, pero no nos consideramos ni homofóbicos, ni misóginos, ni racistas. Un amigo argentino que vivió un tiempo en Inglaterra me explicaba que allí hay cosas que uno no puede decir. Las cosas que consideramos naturales en nuestra querida América Latina, en Inglaterra son sencillamente intolerables: es una sociedad liberal, me explicó mi amigo, y hay conquistas que van en ese sentido. Inglaterra sabe de eso porque ha recibido inmigrantes de todos los países del mundo. Londres es una capital cosmopolita. Otro amigo que vive actualmente ahí me contó que si uno, por ejemplo, gritaba “negro” en un estadio, la gente lo señalaba y era arrestado por la policía. ¿Nosotros cuántas veces hemos gritado “negro” a un futbolista en una cancha?
Relaté el episodio Luis Suárez porque me parece que le da otra perspectiva a la triste muerte de Daniel Zamudio. No sé si quienes lo golpearon hasta matarlo sean efectivamente neonazis. Me parece que esa sería una explicación fácil. Tiendo a creer más bien que eran chilenos con un profundo sentimiento de homofobia. Decir que eran neonazis sería como decir: Bueno, siempre están los “inadaptados”, pero son excepciones; en general somos sociedades que respetan a los negros, a los pueblos aborígenes, a los homosexuales, somos una sociedad “civilizada”. Y no: los “inadaptados” son la regla. Algunos dirán que al afirmar que los latinoamericanos somos racistas y homofóbicos estoy expresando una discriminación. Y es así, pero mi discriminación no me llevará a actuar igual que ese grupo de jóvenes que, un día después de la muerte de Daniel Zamudio, golpeó a una chica por ser lesbiana en la Plaza de Armas de Valdivia. ¿Esos jóvenes también son excepciones, también son militantes neonazis, o hay algo más en esto?

Gonzalo León

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 755, 13 de abril, 2012)

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