Punto Final, Nº 755 – Desde el 13 al 26 de abril de 2012.
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El periodismo, salvo algunas excepciones internacionales y locales, es parte del mercado. Su función, lo mismo que en cualquier otra área mercantil, no es informar, así como a la telefonía no le interesa comunicar, a los bancos financiar, a las universidades privadas educar, o a las Isapres sanar. En la pesadilla neoliberal, la función de los medios, así como en estas otras actividades citadas y en otras omitidas, es hacer dinero, rentar. El delirio del mercado no tiene otro objetivo que el dinero. El mejor ejemplo son los fondos de inversión, que viajan de país en país comprando empresas que tras exprimirlas, junto a sus trabajadores y consumidores, y extraer la riqueza, se vuelven a vender. Da lo mismo que la inversión sea en educación, minería, salud, agricultura o información.
Pero cada una de estas actividades tiene también su función extra. Estar en el negocio de la educación es útil para moldear espíritus y cerebros, lo mismo que los medios: no sólo se lavan las mentes de ideas indeseadas, sino también se las atiborra de publicidad, deseos y consumo. Los medios en sí mismos son útiles no sólo cuando son rentables, sino también cuando contribuyen a crear el terreno propicio para esta rentabilidad.
En la pesadilla neoliberal todas las actividades rentables o potencialmente rentables han pasado al control corporativo, dejando tras de sí un vendaval, un rastro de quiebras, pobreza, esclavitud y dependencia. Así como el gran capital ingresó hasta en las ranuras y rincones más pequeños del mercado, desplazando y asfixiando a restaurantes, farmacias, ferreterías y humildes almacenes de barrio, también lo hizo durante los largos años de la globalización narcotizante en los medios de comunicación, convirtiendo la información en espectáculo, espejismo, en un circo electrónico.
La figura del periodista, que durante la historia moderna destacó por haber hecho de la libertad de expresión de los ciudadanos su bandera, es hoy una réplica, una copia vaciada de sus originales contenidos, al servicio de una corporación. El periodista otrora estimulado por el servicio público, por la verdad y la transparencia, es hoy un empleado obediente a los designios de propietarios y accionistas.
La revolución ciudadana que hoy conmueve al mundo y a nuestro país ha puesto en la mira a los grandes medios, como una expresión especializada de los grupos económicos. Se ha producido un desenmascaramiento que se canaliza a través de los blogs, de los sitios web, de las redes sociales y otras herramientas tecnológicas al servicio de los ciudadanos. Las corrientes de ideas no circulan hoy por los medios tradicionales, ni tan siquiera por sus plataformas digitales, sino por los sitios y redes ciudadanas.
Los periodistas de televisión hoy son insultados y agredidos por la ciudadanía. En la calle, en las manifestaciones, son reconocidos como una expresión más del poder, como lo son políticos y empresarios, las policías y diversos mercenarios. ¿Por qué sucede? Porque la ciudadanía percibe que la información ya no es un insumo, sino un producto manipulado y manoseado para su perjuicio. Es un artificio creado por los periodistas, quienes no sólo están al servicio del gran capital sino también son tristes asalariados explotados, sobrevivientes aterrorizados frente a las tijeras de los recortes laborales, las operaciones de limpieza de las redacciones, convertidos en operadores diligentes a las órdenes de los grandes señores de la prensa corporativa.
Y hay más en esta panoplia de miserias. Junto con la muerte de la redacción independiente ha surgido el periodista institucional, el periodista de empresa, de relaciones públicas. El periodista que responde a las demandas de quien le paga. Ello nos lleva a plantearnos la siguiente pregunta, cito a Ramonet: “Un periodista a quien una empresa paga y cuyos artículos  son revisados y validados por los directivos de la misma, ¿es realmente un periodista?” Cuando vemos a periodistas promover productos y servicios de una multitienda, podemos afirmar que la pérdida del prestigio social del periodista en el Chile de hoy, está ligada a estos factores.
Lo que lograron hacer con gran eficiencia durante décadas, hoy parece no tener continuidad. Porque ante la fuerza del discurso crítico que emerge desde las calles e impregna los hogares y oficinas, los medios han quedado tan cristalizados como la misma institucionalidad política y económica: el poder establecido ante la fuerza de los cambios sólo puede reaccionar en defensa del statu quo. Así lo ha demostrado la historia y así lo observamos hoy. Ante este cambio, la función de los grandes medios corporativos ha quedado relegada a la diversión, la publicidad y el comercio, y a la representación política de las fuerzas de la reacción. Si el médico entierra sus errores, el periodista difunde no sólo los suyos, sino su inmoralidad.

PAUL WALDER

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 755, 13 de abril, 2012)

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