Punto Final, Nº 743 – Desde el 30 de septiembre al 3 de octubre de 2011.
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“Punto Final” con el presidente de Bolivia

Viajando con Evo

El avión, un Falcon 900, se desplaza sobre la selva en dirección a una pista de aterrizaje aún tras el horizonte. Vuela por varios minutos sobre la extensión verde para, finalmente, descender en un aeródromo enclavado en medio de la profusa vegetación. Tras tocar tierra, rueda suavemente hasta detenerse frente a unas instalaciones sencillas, a cuyos costados se ordenan algunos vehículos oficiales. Al interior de la cabina el presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales Ayma, se incorpora, ordena los periódicos que venía leyendo y se dirige a la portezuela abierta del avión, con una corta escalerilla ya acomodada. Se escuchan los primeros acordes del himno nacional mientras el presidente avanza con prisa a saludar al destacamento militar que le rinde honores.
Una caravana de vehículos todoterreno se desliza por los senderos terrosos de Chimoré, en el Chapare, el hogar sindical de Evo Morales en sus años de dirigente cocalero. Al paso de la caravana numerosos campesinos indígenas saludan y levantan pancartas entre la vegetación tropical cubierta por un aire espeso y húmedo, bajo un sol, a esa hora de la mañana, implacable.
Evo Morales ha llegado este domingo de septiembre a Chimoré a inaugurar la universidad quechua “Casimiro Huanca”, en homenaje a un líder cocalero asesinado en 2001 bajo el gobierno derechista de Jorge “Tuto” Quiroga, heredero político del ex dictador Hugo Bánzer. Es la tercera universidad indígena de Bolivia, que ha seguido el camino de la aymara y la guaraní, las otras dos lenguas vernáculas más extendidas entre las 36 reconocidas por el Estado.
Bolivia ha institucionalizado su verdadera identidad -aplastada durante siglos- desde hace poco más dos años. El Estado Plurinacional no sólo abraza la multiplicidad de naciones, lenguas y culturas, también las estimula. Tras siglos de colonización, el primer gobierno de un mandatario aymara tiene como horizonte el fortalecimiento de la identidad de las mayorías indígenas históricamente excluidas en las decisiones políticas, objetivo al que se dirige a través de un trípode conceptual: Estado plurinacional, régimen autonómico e industrialización, en el contexto de una economía plural.

Liberación cultural

Desde un florido estrado, Evo Morales se dirige al pueblo: “¿Qué clase de universidad indígena queremos? Queremos nuevos profesionales al lado de sus pueblos, con su propia identidad. Las universidades indígenas aymaras, quechuas y guaraníes deben ser queridas y buscadas por su pueblo, sus fuerzas sociales y cumplir con la misión de servir a la nación al aportar al proceso de liberación y de descolonización”, dice. Y añade: “Las universidades que tenemos en este momento están alejadas de su pueblo; parece que algunas privadas y públicas representan al sector reaccionario. Tenemos que empezar a descolonizarnos en las universidades y defender la identidad, difundir nuestros principios, formas de vivencia y alcanzar una alta preparación”.
El presidente no tiene temor al enfrentamiento con los sectores opositores a su gobierno. No lo tiene ahora, como tampoco lo ha tenido durante su historia política: varias veces encarcelado, perseguido, golpeado, asediado y amenazado de muerte en su gobierno a través de conspiraciones de la oligarquía financiadas por fuerzas internacionales.
Liderar este proceso de cambio, que es una revolución en el país andino, es responder a las demandas históricas de las mayorías empobrecidas, respuesta que requiere de valor, presencia, energía y, tal vez sobre todo, convicción. Valor para enfrentarse con las fuerzas de la reacción domésticas y externas -¿qué otro presidente latinoamericano ha tenido el valor de expulsar al embajador de Estados Unidos?-; presencia, que es casi ubicua, al atender desde las demandas de los foros internacionales a las de los más humildes campesinos; energía, porque comienza su labor a las cinco de la madrugada y no se detiene hasta pasada la medianoche y convicción, porque nada de ello sería posible sin la certeza de que este proceso está basado en la justicia, la liberación, en los derechos de los pueblos y las personas, en la recuperación de la dignidad, en un camino hacia una mayor igualdad.
Hacia las primeras horas de esta tarde dominical, el presidente, sus colaboradores e invitados asisten a un almuerzo comunitario que consiste en pescado de río, yuca, maíz y verduras. Minutos más tarde, la comitiva oficial avanza por Chimoré hacia un espacio más íntimos destinado al presidente. La Confederación de Productores de Coca se reúne periódicamente en un inmueble amplio y austero. Aquella tarde un grupo de dirigentes y dirigentas indígenas espera con ansiedad la llegada del compañero Evo, al que conducen a una sala en el tercer piso. Es una habitación sencilla, con una cama, un computador, un televisor y una heladera. Será el lugar de descanso del presidente durante sus visitas a Chimoré. Es la ofrenda que le hacen las bases al compañero, a Evo, al hoy “presi”, como le llama más de alguna activista.
No hay ceremonia ni protocolo. Es una reunión de camaradería, que se condimenta con chistes, comentarios livianos, música y bailes. Evo Morales es aquí el compañero, parte de aquel sujeto colectivo que hoy gobierna Bolivia. El “presi” es divertido, muy ingenioso, chispeante y se deja llevar por el baile animado por un grupo de músicos de la zona. Presidente, gobernador, oficiales y funcionarios comparten de igual a igual con las alegres dirigentas de Chimoré. No hay ni comentarios políticos ni atisbos institucionales. Simplemente es el encuentro, la alegría de compartir y protagonizar un proceso histórico.
Hacia mediados de la tarde el avión presidencial vuela hacia el aeropuerto de Cochabamba. Ha dejado atrás el aeródromo de Chimoré, construido por la DEA (Drug and Enforcement Administration) de Estados Unidos para controlar los cultivos de coca. Horas antes, Evo Morales había anunciado que esa pista pasará a ser un aeropuerto internacional para el trópico de Cochabamba, con una inversión de 36 millones de dólares; aprovechó de recordar que hasta 2006 los gobiernos bolivianos tenían que pedir permiso a la embajada estadounidense para usar esa pista. En su estilo claro y directo, dijo que “el aeropuerto estará bajo el control de las fuerzas armadas, mediante la Fuerza Aérea, y ningún gringo vendrá a dominar. A ningún gringo de la embajada pediremos permiso para aterrizar aquí”.

Nacionalizaciones para una economía democratizadora

Las últimas horas del día transcurren en Vilomilla, pequeña localidad campesina cercana a Cochabamba. Es la inauguración de un grupo de viviendas sociales en una zona agreste y pobre. Un programa en que el Estado subsidia el 60 por ciento de la construcción, que el presidente Evo justifica con franqueza: “En algunas regiones, muy pocas por cierto, lo que hacen es después de recibir las casas, sacar las calaminas, venderlas, sacar las ventanas y las puertas y hacer lo mismo. Esto nos ha obligado a que el beneficiario tenga que pagar un porcentaje si quiere vivienda”.
Este es sólo uno de los muchos programas sociales que el gobierno tiene en marcha. Porque desde 2006, tras la nacionalización de los recursos naturales, ha logrado reducir el principal mal de Bolivia: la endémica pobreza. Evo Morales recibió un país cuya extrema pobreza en las ciudades alcanzaba a más de 24 por ciento y que llegaba a 63 por ciento en el campo. Hacia 2010, la pobreza moderada se redujo entre 60 y 49 por ciento y la extrema entre 38 y 25 por ciento, según estadísticas refrendadas por organismos internacionales. En sólo cinco años un millón de bolivianos dejó su condición de pobres para integrar la categoría de ingresos medios, informa el PNUD. Hace cinco años, Bolivia tenía una de las sociedades más desiguales del mundo: el diez por ciento más rico recibía 128 veces más ingresos que el diez por ciento más pobre. Para 2009, según datos del PNUD, esa diferencia se había reducido a 60 veces y continúa cayendo.
Durante estos cinco años, casi otro millón de bolivianos accedió a los servicios de agua potable y más de 700 mil a alcantarillado, lo que ha permitido reducir la mortalidad infantil de 55 a 45 niños por cada mil nacidos. Y en un ámbito similar, la desnutrición crónica en menores de dos años fue reducida a la mitad. Hoy Bolivia es un país libre de analfabetismo y cinco de cada diez hogares campesinos tienen luz: hace apenas un lustro sólo dos de cada diez accedían a la electricidad.
Estas estadísticas son fruto de una agresiva política de concentración social del excedente económico a través de las nacionalizaciones, que han permitido al Estado pasar del control del 17 por ciento del producto al 34 por ciento, y de una expansiva política de redistribución de este excedente hacia los sectores más vulnerables.
Ya de noche, la comitiva del presidente Evo se encamina al estadio de Quillacollo, pueblo cercano a Cochabamba. Millares de espectadores esperan el inicio del partido de fútbol entre la selección del gobierno -con Evo incluido- y la de Quillacollo. Tras 60 minutos de juego, la selección oficial consigue un contundente triunfo de 5 a 0. El presidente Evo, que juega en la ofensiva, cierra su intensa jornada con un gol de medio campo.

Conflicto ambiental
en la agenda política

Al día siguiente, durante una conferencia de prensa a las siete de la mañana en la alcaldía de Quillacollo, la prensa asedia al presidente con preguntas sobre la marcha indígena que rechaza la construcción de la carretera que pasará por el parque nacional conocido como Tipnis. Es el tema que cruza los medios opositores, que son prácticamente todos, y las agencias internacionales. El conflicto, que surge de la legítima defensa que hacen indígenas de su hábitat natural, ha sido levantado por sectores escindidos del oficialista MAS y amplificado por la derecha y sus medios. Falsa e interesadamente, han puesto la preservación del medioambiente y el respeto de las culturas indígenas como una causa de la derecha y nacional.
El gobierno del presidente Morales se ha visto afectado por este largo conflicto, que lo ha enfrentado no sólo con sectores que eran su base natural, sino que también ha sembrado cizaña entre los propios pueblos. “Están los que se oponen a la carretera, los que la apoyan y en el medio, el gobierno”, ha repetido el presidente en varios discursos.
El conflicto ha ido escalando con cada vez más violentos incidentes. El último fin de semana de septiembre el ministro David Choquehuanca fue retenido durante horas por los manifestantes, lo que marcó nuevos niveles en la crisis, a los que han seguido enfrentamientos entre la policía y los manifestantes. El llamado del presidente Morales a un plebiscito por la construcción de la carretera podría conducir al fin de este largo trance.
Se trata de un proyecto esencial para la integración caminera y para las políticas económicas y sociales del gobierno de los movimientos sociales, que unirá a tres regiones del país. Sin infraestructura, repite Evo, no hay recursos para el Estado que puedan democratizarse hacia los sectores más vulnerables. El presidente, que en no pocos foros internacionales se irguió como una figura ambientalista, hoy levanta con la misma fuerza el necesario discurso de democratización económica, porque el acceso a los derechos sociales y culturales básicos, ha dicho, son parte de los derechos humanos.
La nueva oposición escindida del MAS acusa al gobierno del presidente Evo haber optado por un capitalismo de Estado a la manera brasileña para construir megaproyectos de infraestructura. Pero esta idea no confunde al gobierno. La infraestructura no se construye para la acumulación capitalista, sino para los pobladores, que tardan a veces días en sacar sus productos o en adquirir insumos. El Vivir Bien (Sumak Kawsay, en quechua), que es por cierto respeto al medioambiente pero también consolidar la unidad del país y el ejercicio de los derechos básicos económicos y sociales, es un puntal para el gobierno. “Nuestra visión no es la visión romántica de la Madre Tierra, ni tampoco la del fundamentalista medioambiental. Nuestra visión tiene que ver con la concepción filosófica del vivir bien. Si no hay liberación económica, no habrá liberación social y cultural”, sentencia Evo en Cochabamba.
Este proceso ha sido posible tras la nacionalización de los recursos naturales, en especial los hidrocarburos. Un ejemplo: si durante el gobierno neoliberal de Sánchez de Lozada el 82 por ciento del valor de la producción se entregaba a las transnacionales, hoy ese 82 por ciento se orienta al pueblo boliviano. Pero el proceso económico impulsado por el Estado no se detiene ahí. Busca añadir valor agregado a los recursos naturales, por lo que requerirá de más infraestructura industrial, piedra de toque con la cultura de algunas etnias. El gobierno exhibe con orgullo los resultados de la distribución social de los recursos. La inversión estatal aumentó de 600 millones de dólares entre 2001 y 2005 a 3.323 millones en 2011, en tanto hoy Bolivia es el país latinoamericano que transfiere más recursos a los hogares como porcentaje del producto.
Si aún no ha llegado la liberación de los pueblos, porque es un proceso que cruzará una época, hay conquistas en la conciencia de estos pueblos que no darán marcha atrás, que se traspasarán por generaciones. Es tal vez la mayor revolución impulsada por el presidente Evo y el gobierno de los movimientos sociales. Los indígenas, excluidos durante siglos del devenir de Bolivia, han tomado conciencia no sólo de su poder, sino de su capacidad de decisión y de gobierno sobre sus destinos. Este es ya un cambio histórico.

PAUL WALDER
En La Paz

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 743, 30 de septiembre, 2011
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