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Varas, el escritor,
el hombre
José Miguel Varas publicó una cantidad considerable de libros, mostrando una laboriosidad no muy común entre nuestros escritores, lo que le permitió rescatar los quince años que el exilio le exige dedicar -en tiempo completo- a la denuncia de los crímenes de la dictadura de Pinochet. La literatura (postergada sólo en términos de que no aparecieron libros suyos en este período) cedió lugar a su otra pasión, el periodismo, junto a la que nació un programa, ¡Escucha, Chile!, al que Varas le prestó su voz de barítono profundo, incorporando desde entonces en la memoria histórica nacional un registro radiofónico emblemático inolvidable.
Serán los críticos e historiadores de nuestra literatura quienes se encarguen de analizar el conjunto de su muy extensa obra que no cesa de crecer, porque aparecerán todavía no pocos libros póstumos. Quedémonos, mientras tanto, con la recapitulación de tres o cuatro cuentos suyos, brevísimo muestrario de las mejores cualidades del más de un centenar de relatos que se le conoce.
“La denuncia” data de su época temprana y asoma en él la insuperable percepción del lenguaje cotidiano, que será característica de muchos otros textos. Captura su sintaxis, se mete bajo la piel de las palabras y descifra los estratos profundos de la sicología popular. Todo ello en clave del más regocijante humor. En “Quesillos”, contemporáneo del anterior, hay un viaje de ida y vuelta entre el jolgorio y la tristeza, rasgo notable que se repetirá en cuentos como “Tía”, “El poeta”, “El ojo de la papa” (una novela corta, en verdad). En ellos la historia incursiona en el interior de un personaje, propósito que alcanza su punto más alto en “Exclusivo”, una joyita literaria que resume de modo brillante en veinte páginas los vericuetos de la vida de un periodista, lo que otro escritor nacional intentó con menor éxito en una novela de más de 400 páginas.
La vida y actividad de José Miguel estuvieron desde siempre ligadas a la política, pero tuvo el buen tino de no contaminar nunca su literatura con las obligaciones partidarias. No cayó en la trampa de los que creyeron en el “realismo socialista”. Es evidente, sin embargo, que sus convicciones políticas están detrás de los temas de sus historias, por el tratamiento de éstas y por la entrañable cercanía que mostró con la condición humana esencial. Hay un cuento suyo, no obstante, en que abordó derechamente la realidad de la dictadura. Con “La perra” logra uno de los cuadros de mayor tensión dramática de que tengamos memoria sobre las torturas y crímenes de la era de Pinochet.
Varas no mostró interés especial por incursionar literariamente en la vida de los países socialistas, en los que residió durante largos años. Deja, sin embargo, un texto notable, Las pantuflas de Stalin, que cala en insospechadas profundidades de la realidad soviética por la vía de aquello en que sus dotes como escritor eran sobresalientes: el humor. El sentido del humor era, en efecto, una de sus cualidades notables, unido a una virtud poco generalizada: la sabiduría agazapada tras el laconismo, que hacía resaltar su bondad y señorío. Con su partida podría pensarse que ya no podremos contar con ello; pero no es así: ese entramado humano está presente en su obra
CARLOS ORELLANA
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 743, 30 de septiembre, 2011
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