Punto Final, Nº 743 – Desde el 30 de septiembre al 3 de octubre de 2011.
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Viggo Mortensen

Un actor, editor
y poeta

VIGGO Mortensen: el cine y la poesía, dos pasiones.

Cuando estuve en la “Internacional Argentina” vi salir de ahí a un tipo, y le comenté a Francisco Garamona, poeta, músico y dueño de la librería, que el sujeto se parecía impresionantemente a Vigo Mortensen. Garamona me dijo que efectivamente se trataba del actor, que habían estado leyendo manuscritos y charlando con el editor de una revista contracultural, por no decir de un fanzine encantadoramente precario. No puedo negar que me sorprendió. Luego vi fotos de toda la noventada argentina con el actor, poetas amigos como Marina Mariasch, Santiago Llach. No sé si estaba Martín Gambarotta, o Cecilia Pavón, poetas de los que probablemente más he aprendido en mi vida. Me dijeron que Mortensen escribía desde siempre, que tenía una editorial en Nueva York, Perceval Press, y que iba a publicar a la generación del 90 argentina. Sesgada, como todas las antologías, obviamente, porque Gustavo López, quien realizó la antología, sólo incluyó amigos y gente que el mismo había publicado previamente en su editorial Vox. Pero eso es un detalle y sucede siempre. Lo que me interesa es el gesto de Mortensen más que otra cosa. Lo de Mortensen entonces, no es una antología argentina sino una selección de sus autores de Gustavo López, pero toda antología es parcial así que no lo culpo. Mortensen publica autores raros, simplemente lo que a él le gusta, como a Talo Kejner. Pero, ¿quién es Talo Kejner por el amor de Dios? Es un viejito cordobés, un personaje bastante misterioso que nunca publicó nada, fue un pequeño empresario que financiaba al Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) y tuvo que huir durante la dictadura. Desde entonces tuvo una vida cuyas crónicas fueron cuadernos y cuadernos de poemas que Mortensen mismo seleccionó. No deja de sorprenderme gratamente que un actor de esta categoría (recuerden Historia violenta, de su amigo Cronenberg, a quien Mortensen menciona como influencia) se interese en dar a conocer en NY a este señor y a una serie de poetas de su país de los años 90 que, aunque tenían oído y lecturas, siempre apostaron por la contracultura, por la falta de gravedad, por el juego, por la poesía como una fiesta, que publicaban sin pretensión en editoriales completamente independientes, hecho todo a pulso. Para ellos, la palabra pureza o metafísica simplemente no existían, ni se aferraban a la tradición española ni cacareaban el rigor ni ninguna tontería. Tampoco en ellos había ninguna premeditación en hacerse el divertido, el antipoeta, el bufón. Se trataba de una poesía para leer sin prejuicio, que no se arrogaba la representación de toda la juventud ni el dolor del país ni bufonada similar. En otros lugares, confunden la poesía con la Iglesia o con la dramaturgia o con el altoparlante y la asertividad clásica y pasada de tuerca del inseguro. Los 90 en Argentina escriben con soltura aunque a veces con demasiados localismos. Quizás esto último le interesaba a Mortensen, recuperar el habla del lugar donde nació. Tal vez la poesía para él es una forma de desexiliarse.
Es interesante que haya optado por publicar a los poetas de los años 90, que están maduritos y vivos, que conocieron el amor, las decepciones políticas y la resaca del punk y sus subproductos. Gente con experiencia que ya se ha mandado sus cagadas, que ahora mide la energía, saludablemente escépticos, en plena crisis de los 40 la mayoría, con una separación en el gaznate e hijos, ya pasado el mezzo del camino de nostra vita: los 33, edad de Cristo y Adán. Ahí por ejemplo está el magnífico libro de poesía Punctum de Martin Gambarotta, las obras de Marina Mariasch, Cecilia Pavón, Fernanda Laguna y tantos otros poetas. Que Mortensen se interesara en ese grupo de poetas me alegró el día. Porque por algún motivo la poesía es siempre vapuleada, se dice que termina con tal autor, se hacen rankings de los mejores, se ridiculiza -ni siquiera frontalmente- a Pavese y Lihn en una novela y un libro de ensayos chilenos cuando ya están muertos.
Por otra parte, Mortensen quiere hacer películas de verdad, de bajo presupuesto, que puedan ser recordadas. Es todo lo contrario a otras ideas de éxito: hacer dinero y querer codearse no con lo mejor del cine sino con la farándula y el dinero. Me dijeron que no le gustaba hablar de cine, que si le iba a preguntar algo, que fuera estrictamente de literatura. Para qué. Qué le voy a preguntar. Mejor leer sus poemas.
Una de las cosas que resaltó Mortensen en una entrevista es el mestizaje, la falta de pureza. Cualquier persona inteligente da por hecho eso. En otros lugares, la idea de pureza proveniente de la Iglesia y de un mal profesor inunda de prejuicios a los pobres principiantes. Por eso el castellano de sus poemas es encantadoramente torpe y genuino, un intento por recuperar la poesía, la lengua de su infancia. Y quizás por eso también a veces hace cosas ingenuas como poner el adjetivo antes del sustantivo (“femeninas lágrimas” en vez de “lágrimas femeninas” o simplemente “lágrimas de mujer”), usos medio adoquinados de la palabra (“estás sudando” en vez de “sudas”), etc. Hay versos afortunados, como la siguiente línea que nos recuerda al mejor Teillier: “Incluso los bosques de algodón muestran signos de despertarse”. Pero mucha torpeza, rimas internas y hasta de fin de verso que se cacha que se le colaron sin que las detectara, cacofonías, etc. En fin, todos los clichés del taller (solitario o grupal), curso que lamentablemente muchos se saltan. Pero es una exquisitez leerlo sin prejuicios, y saber que de verdad le interesa la literatura.
Es completamente subjetivo que tengamos empatía con un poema escrito por una persona que pertenece a otros ámbitos. Alguna vez mi amigo Alejandro Zambra, pudiendo escribir sobre cualquier libro interesante de algún poeta de verdad, que hay varios buenos (Elvira Hernández, Yanko González, Andrés Andflaite, por nombrar algunos), escribió no sé si con cierta intención (¿ignorar la producción circulante de poesía en Chile?) sobre ese bodrio que se llama Poemas de un novelista, el peor libro de poesía escrito en la historia de la Humanidad y de la galaxia. La vieja Donoso ahí escribía como lo que él “creía”era poesía, con hiedras, rimas y un tempo que quizás él consideraba lírico. Yo no entendía cómo un buen prosista como la vieja escribiera esa mierda. Un tipo como él, que se había codeado con poetas de verdad. Menos podía entender que reeditaran eso, habiendo una cantidad interesante de buen circulante, de buenos poetas vivos (vivos, no giles). Pero en fin, en cuanto a versos soy omnívoro. En general me gusta cuando gente de otras disciplinas se pega el salto porque refrescan y no tienen los tics que les enseña un par de profes melindrosos, porque el poema tiene que ver con todas las otras disciplinas, quehaceres y oficios. Pienso en Juan Carlos Urtaza, “con la cabeza llena de golpes y de sueños”, claro que ese es poeta de verdad, primero poeta y luego boxeador, también de verdad, aunque comete el error capital de la poesía chilena: escribir las cinco letras que le dan nombre al territorio sísmico. Se menciona algo para asegurarse de que exista; si existe, no hay necesidad de mencionarlo a cada rato. Pero Chile no existe: va a desaparecer producto de un terremoto, un tsunami y erupciones volcánicas, y lo poco que quede va a ser parte de Oriente o EE.UU.
Ignoro por qué la poeta y subprefecto de la PDI Paula Ilabaca no habla de su mundo laboral en sus poemas. A todo el mundo le interesa lo que piensa la policía civil, creo que sería algo interesante de leer. En alguna parte, Primo Levi dice que sin su condición de químico y sin su fábrica de esmaltes no habría podido escribir nada. Borges en cambio dice que sus recuerdos son libros, que toda experiencia es libresca. Ambos aciertan.

GERMAN CARRASCO

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 743, 30 de septiembre, 2011
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