Punto Final, Nº839 – Desde el 23de octubre al 5 de noviembre de 2015.
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Asamblea Constituyente, cachañas y carretas


Debe haber quedado claro que las ofertas de la campaña electoral presidencial no pasaron de ser mentiras envueltas en papel de regalo. Salvo los recalcitrantes que por un cupo electoral son capaces de escupir sus principios, la gente honesta debe haber tomado en cuenta que nada de lo ofrecido ha sido respetado.
De nueva Constitución ni hablar. Ni mucho menos de una Asamblea Constituyente para su redacción, aun cuando la misma presidenta haya asumido, sin vergüenza, que esta Carta Fundamental, la que le da existencia a su propia investidura y permite todo lo que hay, es ilegítima en su origen y requiere por lo tanto de superación.
Muchas voces han venido repitiendo la necesidad ética de sacudirse de la indecencia que significa ser ordenado por una Constitución que reproduce, protege y eterniza los principios fundadores de la dictadura. Pero desde el primer día, la casta política que se hizo con el poder se sintió de lo más cómoda en sus articulados y disposiciones. Desde el día uno hasta este que vivimos hoy.
La trenza feroz que lo ata todo, la ultraderecha más feroz y los ávidos y acomodados partidos de la Nueva Mayoría, generan un sistema en el cual ambos polos son tan necesarios que no se conciben cada uno de manera aislada. Ya es difícil saber quién es quién en una primera mirada. Y en una segunda.
El sistema necesita actualizar sus usos y mecanismos. Tanto por el desgaste propio de un cuarto de siglo de funcionamiento, como por las presiones del populacho que a veces se tornan algo más que molestas. Y entonces se hacen esas fintas llamadas reformas. Y se promete un alambicado diseño constitucional que más bien parece una cachaña que no tiene otra función que volver a engañar a la gente.
El advenimiento de un país verdaderamente democrático pasa por sacudirse de esa rémora criminal, sin embargo en lo referido a la idea de una Asamblea Constituyente hay una trampa peligrosa. Una Asamblea Constituyente, dado el estado del movimiento popular, la inexistencia de una Izquierda que haga de contrapoder efectivo, las necesidades del statu quo y de una ultraderecha viva, poderosa y peligrosa, jamás arrojaría una nueva Constitución como la que se exige. Imposible.
Cualquier iniciativa en las actuales condiciones de los trabajadores, los estudiantes y los movimientos sociales -dispersos, debilitados, cooptados, infiltrados, sin estrategia-, lo único que haría sería legitimar un cambio cosmético en un sistema que ya no se la puede. E hipotecar un cambio real para los siguientes cincuenta años.
La convocatoria a una Asamblea Constituyente que emane del poder neoliberal no sería sino para afianzar ese mismo poder, quizás con alguna concesión, pero resguardando lo esencial del modelo y de la cultura neoliberal. Con todo -¡todo!- el poder en sus manos, es imposible de pensar.
Tampoco es posible la instalación de una Asamblea Constituyente con efectos reales por fuera de la institucionalidad, desde la base. El Estado tiene armas suficientes como para disolver un conato que se proponga suplantar al gobierno o a las instituciones. El neoliberalismo y sus mecanismos contrainsurgentes han aprendido que sus crisis son estupendas oportunidades y saben cuidarlas.
Movilización no es sinónimo de marchas o desfiles. Un pueblo movilizado es el que asume el desafío histórico de dejar de ser simples testigos cuando no víctimas de un estado de cosas. Movilización significa recuperar la enorme tradición de lucha del pueblo, que fue, sin ir más lejos, capaz de derrotar a la dictadura. Que su triunfo fue secuestrado, es otro cantar. Pero fue el pueblo el que puso el mayor esfuerzo para terminar con la tiranía. Un pueblo movilizado es un pueblo seducido por una idea por la que se dispone a luchar.
Solo luego de disputar y ganar espacios que desplacen a los actuales administradores del sistema, luego de ocuparles importantes plazas del poder político, de metérseles dentro de sus espacios, estaremos en condiciones de impulsar la batalla no solo por demostrar la necesidad de un cambio constitucional, sino por hacer que de verdad emane de la voluntad de la mayoría.
Hasta donde se sabe, la carreta va siempre después que los bueyes.

Ricardo Candia Cares

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 839, 23 de octubre, 2015)

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