Punto Final,Nº839 – Desde el 23de octubre al 5 de noviembre de 2015.
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No hay proceso constituyente sin presión ciudadana


En Chile el realismo linda con el pesimismo, con el peso de la construcción histórica como percepción presente y orientación futura. El ambiguo y resbaladizo discurso público que circula en el país desde hace décadas vuelve a expresarse en toda su dimensión y pesadez. Así fue una vez más, cuando la presidenta Michelle Bachelet anunció el inicio del proceso constituyente que descansará, en los hechos finales, en la decisión de un despreciado e ilegítimo Congreso. La presidenta ha dicho una cosa con la certeza de querer otra, con la convicción de su falsedad o irrealidad. El anuncio, tan esperado por la ciudadanía, vuelve a reproducir el mismo guión de la transición, un terreno falaz que esconde no pocas trampas.
Hay suficientes antecedentes para un renovado despliegue de desconfianzas. No sólo el tránsito enrevesado y oculto de los gobiernos de la Concertación desde finales del siglo pasado, sino también el desempeño de la Nueva Mayoría. El derrotero que han seguido las reformas, desde el paso por la cocinería del Senado a comienzos del año pasado a sus remojos y enjuagues actuales, confirman una tendencia que se empalma con los hábitos característicos de la posdictadura para mantener intacta la institucionalidad neoliberal.
De forma inversa al sentido del anuncio de televisión, Bachelet y su gobierno no han suscrito un compromiso con su audiencia. Se han desligado del acuerdo electoral al entregarle la responsabilidad de elegir el mecanismo para la redacción de la Constitución al Congreso, instancia que ha servido durante los últimos 25 años los intereses empresariales y de otros sectores y agentes de poder. El caso del financiamiento de diputados y senadores por el sector privado es sólo un nudo más en una maraña de irregularidades y deslealtades con sus representados, que evalúan en niveles cercanos a cero la labor parlamentaria. Por tanto, dejar el cambio constitucional en esta instancia es, en el mejor de los casos, un nuevo evento de gatopardismo.
En el mejor de los casos. Porque es probable que sea mucho peor. Dejar el cambio constitucional en el Congreso, bajo una casi imposible votación por mayoría de dos tercios, es estimular y amplificar las tensiones que enfrenta la ciudadanía con la clase política. Es dejar la eventual nueva Constitución en manos de la derecha. Es darle de forma voluntaria, tal como sucedió numerosas veces con temas clave durante la transición, las llaves del candado a los antirreformistas. Con ello, la Nueva Mayoría vuelve a demostrar su escasa voluntad de cambio y su muy marcada tendencia al inmovilismo.
Sobre la actual Constitución descansa el modelo neoliberal, y sobre él, gran parte de los padecimientos de la sociedad chilena. El sistema económico y laboral basado en el lucro a todo evento, capaz de entregar ganancias inéditas a las grandes corporaciones, es tal vez el núcleo más duro y resistido de la espuria Constitución que nos rige. Gran parte de los parlamentarios han gozado de este modelo durante décadas, lo que condiciona su pensamiento y su acción. Nada, por cierto, nos puede llevar a creer que en el corto plazo esto será diferente.
Bachelet ha puesto este proceso al revés. Si bien es cierto que le ha dado el impulso inicial, lo suelta con las alas atadas en un gesto similar a todas las iniciativas reformistas observadas durante las últimas décadas. El acto es un simple gesto, un ejercicio comunicacional, retórico. En el fondo, nunca hubo una verdadera voluntad política de cambios profundos, de enfrentamiento real con los dueños del capital. La humillante visita al Centro de Estudios Públicos, el saludo y los chistes dirigidos al anfitrión Eliodoro Matte y los otros multimillonarios, auguraban que el anuncio constituyente era una humorada inofensiva más.
Pero nos queda una pequeña ventana. En alguna de las aristas guardadas bajo el candado del Congreso y de sus centinelas de la ultraderecha, aparece la posibilidad de una Asamblea Constituyente y la expresión ciudadana. Una pequeña abertura que sólo cederá con la presión ciudadana.

Paul Walder

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 839, 23 de octubre, 2015)

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