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BALDOMERO LILLO
Baldomero Lillo Figueroa, el gran cuentista de los mineros del carbón, nació en Lota el 6 de enero de 1867. Hijo de una familia de clase media ilustrada (su padre era un buen lector), tuvo un hermano, Samuel, que fue Premio Nacional de Literatura en 1947.
Su padre fue minero. Buscaba oro e incluso viajó a California en procura de fortuna. Volvió a Chile desencantado pero sin perder las esperanzas: encontró oro en Nahuelbuta, lo que le permitió una vida relativamente desahogada. Cuando murió repentinamente, Baldomero Lillo debió interrumpir sus estudios para trabajar, pese a que luchaba con una salud precaria. Trabajó en una pulpería en Lota: allí conoció de cerca la vida de los mineros, explotados y sumidos en la miseria.
Baldomero Lillo fue lector infatigable. Tolstoi, Dostoievsky, Pérez Galdós, Mark Twain, Zola, Balzac, Dickens fueron sus favoritos. Se casó muy joven y se trasladó a Santiago. Vivió en San Bernardo y se convirtió en concurrente habitual de la tertulia literaria de su hermano Samuel. Silencioso, rara vez intervenía en las conversaciones. Prefería mantenerse al margen.
Trabajó como vendedor de seguros y después en el Consejo de Instrucción Pública, en un cargo modesto que, sin embargo, le dio estabilidad. En 1904 publicó su colección de cuentos más famosa: Subterra. La crítica lo acogió con entusiasmo. Se hizo súbitamente conocido. Dos o tres años después publicó Subsole. Póstumamente se publicaron cuentos inéditos o dispersos en revistas.
Sus cuentos más conocidos están en Subterra. “Los inválidos”, “La compuerta número 12”, “El grisú”, “La barrena”, “El chiflón del diablo” y otros más han sido lectura de generaciones de estudiantes.
Así, narraciones bien escritas, con energía y vivacidad, compasivas y rebeldes, han consolidado las imágenes de explotación, peligro y precariedad en que vivían y trabajaban los mineros del carbón de Lota, Coronel, Lebu y Curanilahue.
Murió en San Bernardo el 10 de septiembre de 1923, a consecuencia de la tuberculosis que lo afectó por años. Baldomero Lillo abrió camino al realismo en
nuestra literatura. Su huella no se borra.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 839, 23 de octubre, 2015
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