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Hasta que la muerte nos separe
CASORIO CON LOS EE.UU.
Armando Uribe
Chile se Abrió de piernas
Chávez, duro de tumbar
En Venezuela se juega el futuro de América Latina
Sybila
Libre después de 14 años de cárcel
Palestina
Las aceitunas de la ira
Pescadores
Pescadores desafían
a “tiburones” del mar.
Adolfo Pérez
Argentina cuesta
abajo en su rodada
Manns
Patricio Manns,
por escrito y cantado
Nuevo oficio ofrece el modelo
Comercio sexual masculino

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDITORIAL

HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE

CASORIO CON LOS EE.UU.

Una vasta campaña comunicacional ha seguido a la firma del TLC con Estados Unidos, buscando generar una imagen de abrumador apoyo ciudadano y un clima de optimismo que ayude a sacar al país del marasmo en que lo han sumergido cuatro años de recesión económica y los síntomas de crisis de la coalición gobernante, así como de las élites políticas e instituciones en general. Se intenta no sólo acallar las voces de sectores que se sienten afectados por los términos del acuerdo sino despejar el escepticismo mayoritario de un país que -salvo sus cúpulas empresariales- desconoce la envergadura de lo pactado y de sus eventuales consecuencias.
Un afán engañoso precede, además, esta campaña comunicacional. El TLC con Estados Unidos no es esencialmente un pacto comercial o meramente económico, como sostiene, en un alarde de ignorancia, la canciller Soledad Alvear. Lo dice muy claro Kathleen Barclay, presidenta de la Cámara Chileno-Norteamericana de Comercio: “el tratado con Chile es geopolítico y comercial”. Esto lo entiende hasta Joaquín Lavín, a quien le corresponderá, salvo error u omisión, administrar el TLC. “Si vamos a competir de igual a igual con Estados Unidos -dijo el líder derechista- tenemos que cambiar mucho. Tenemos que reorganizarnos: en educación hay que transformar a Chile en un país bilingüe”. La brutal claridad de Lavín ni siquiera se ve amagada por el entorno grotesco habitual de sus declaraciones. Estas las hizo durante un asado con los comerciantes callejeros de Franklin a quienes prometió apoyo “para iniciar sus exportaciones (sic) al mercado estadounidense”.
El TLC con Estados Unidos apunta a comprometer el destino de Chile con el devenir de la potencia norteamericana y sus intereses geopolíticos en la región, en un grado que no tiene precedente histórico. “Es un primer paso hacia el Alca”, señala abiertamente George Bush, presidente de los EE.UU. Es decir, se trata de una primera movida estratégica en la dirección de imponer el Area de Libre Comercio de las Américas, como una zona de dominación sin contrapeso de Estados Unidos. El general Colin Powell, secretario de Estado del gobierno de Bush, lo ha dicho con sinceridad: “Nuestro objetivo con el Area de Libre Comercio de las Américas (Alca) es garantizar para las empresas norteamericanas el control de un territorio que va del Polo Artico hasta la Antártida y libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio”.
Paradojalmente, han sido el fracaso del modelo neoliberal y el avance de las fuerzas contrarias al mismo en el resto del continente, los factores que más contribuyeron a que Chile fuese percibido como un “aliado preferencial” por Estados Unidos. En particular, fue el triunfo de Lula en Brasil lo que resolvió al presidente de EE.UU. a dar el visto bueno al acuerdo largamente reclamado por las empresas norteamericanas que operan en Chile y por sus aliados en las clases dominantes locales.
El fortalecimiento del Mercosur -y a partir de él, del proceso de integración sudamericano- es una de las líneas estratégicas definidas en el plan de desarrollo que encara el presidente electo del Brasil. Sus visitas a Argentina y Chile tuvieron el propósito de reiterar esa voluntad. En el caso de Chile, fue un postrer intento de atajar su “fuga a los brazos de Estados Unidos” que se veía venir desde hace un par de años.
Otro factor que contribuyó a que el Congreso de Estados Unidos se resolviese a otorgar el permiso para negociar por vía rápida este TLC, es la resentida credibilidad de sus propósitos respecto del libre comercio. El reforzamiento de medidas proteccionistas a diversos sectores de la economía estadounidense (agrícola, acero, aeronáutica, seguros, servicios) ha sido la pauta central del manejo del gobierno norteamericano en los últimos años.
Bush necesitaba dar una señal para fortalecer las posiciones aperturistas y neoliberales en América Latina. Nadie más conveniente que Chile; el país menos riesgoso política y económicamente para Estados Unidos y el más disponible para lograr un acuerdo sin mayores exigencias. Se entiende, por ello, la satisfacción norteamericana por el TLC con Chile.
Sin embargo, Estados Unidos aprovechó también la ansiedad y urgencia de los negociadores chilenos para sentar un precedente respecto de sus exigencias y posiciones negociadoras con vistas al Alca. En tal sentido, como se ha señalado, la responsabilidad del gobierno chileno es muy grande. Chile, con el TLC, no sólo se distancia política y económicamente de sus vecinos, sino que pretende sacar ventajas de su situación diferencial -en cuanto a estabilidad macroeconómica y compromiso con los postulados básicos del neoliberalismo-, a costa de establecer mayores compromisos que limitarán aún más su margen de maniobra frente al capital transnacional norteamericano.
De particular gravedad es el acuerdo para circunscribir la posibilidad de establecer un encaje a los “capitales golondrinas” a situaciones excepcionales. Si bien Chile ya había suprimido en abril del 2001 este mecanismo de regulación y el año mínimo de permanencia para los flujos de capital externo de corto plazo, no existía un compromiso por escrito que limitase al Banco Central para restablecer estas regulaciones en una coyuntura que las hiciese necesarias. El capital financiero norteamericano, el más temible desestabilizador de la economía mundial, se ha asegurado así a Chile como potencial víctima. Y ha aprovechado de reafirmar su doctrina de liberalización absoluta frente a los países de la región.
En el plano comercial, las reducciones arancelarias otorgadas por Chile serán más significativas que las de EE.UU. Como se sabe, por lo demás, la principal protección norteamericana es su sistema antidumping y en este TLC, los Estados Unidos no aceptaron relativización alguna. La reducción arancelaria de Chile vía el TLC, en todo caso, vendrá a sumarse al proceso de reducción unilateral del arancel general que está hoy en un 7% y que llegará a 6% en enero próximo. El promedio efectivo del arancel a las importaciones chilenas, que ya está en un 5% caerá a un 3% por el TLC con Europa y presumiblemente a cerca de 1% por el TLC con los Estados Unidos. No nos queda pues mucho más para ofrecer.
Los principales ganadores serán las empresas transnacionales que operan como exportadoras de nuestras materias primas y que controlan el sector de los servicios (banca, telecomunicaciones, energía) y que actúan como importadores de productos de Estados Unidos. Los grandes perdedores: los sectores agrícolas e industriales de Chile, que serán aún más arrinconados y marginalizados por las importaciones de tales rubros. Mientras los propios gremios del comercio dudan que los consumidores se vean beneficiados con rebajas de precios como producto del TLC, es un hecho que los trabajadores que perderán sus empleos en las pequeñas y medianas empresas incapaces de competir -la amplísima mayoría-, estarán entre los más perjudicados.
Como consecuencia, se reforzará la tendencia a una concentración todavía mayor del crecimiento de la economía en el sector exportador y moderno, sin mayor diversificación del mismo ni mayores encadenamientos con el resto del aparato productivo; tendencia que resulta particularmente crítica en una coyuntura como la actual de creciente inestabilidad e incertidumbre de los mercados mundiales.
Se puede afirmar que el TLC nos acarreará no sólo altas tasa de desempleo, sino también el dudoso mérito de país “emergente” -además de México-, susceptible del mayor impacto en la eventualidad de una crisis profunda de la economía norteamericana. Dios nos pille confesados

PF

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SOLIDARIDAD CON VENEZUELA


La Fuerza Social y Democrática de Chile hace llegar su solidaridad al Movimiento V República de Venezuela, y por su intermedio al gobierno del presidente Hugo Chávez Frías, ante la ofensiva desestabilizadora y golpista de los enemigos internos y externos de la revolución bolivariana.
Confiamos en que la unidad del pueblo venezolano y la lealtad al gobierno constitucional de las Fuerzas Armadas, derrotarán una vez más –como hicieron el 11 de abril- el plan golpista en curso que repite el mismo esquema de 1973 en Chile que desembocó en una dictadura de terrorismo de Estado.
La Fuerza Social y Democrática compromete su activa participación en el movimiento de solidaridad con Venezuela.
El escenario político continental ha comenzado a cambiar en favor de los pueblos con las victorias en Brasil y Ecuador, el importante avance en Bolivia y la existencia de la revolución bolivariana en Venezuela. Defender estos procesos es un deber para las fuerzas progresistas y democráticas de América Latina.
Por el Coordinador Nacional de la Fuerza Social y Democrática:
Jorge Pavez, presidente del Colegio de Profesores.
Miguel Soto, presidente de la Confederación de Trabajadores Metalúrgicos.
Luis Mesina, presidente de la Confederación Bancaria.
Gladys Corral, presidenta del Colegio de Enfermeras.
Manuel Cabieses, consejero nacional del Colegio de Periodistas.
Roberto Villagra, secretario ejecutivo.
fuerzasocial@colegiodeprofesores.cl
Fonos: 4704206, 4704212