|
A 30 años del golpe y al inicio del
fin de la Concertación
La hora de una alternativa
|
Salvador Allende, curtido en una larga lucha por la unidad
de la Izquierda, se sentiría decepcionado -pero de
ninguna manera sorprendido- si viera la fragmentación
y extrema debilidad que afecta a las fuerzas del pueblo.
(Ni siquiera la palabra "pueblo" ya se usa, desplazada
por "la gente", la "sociedad civil"
y otros eufemismos que desnaturalizan una palabra magna
del lenguaje político y del propio sistema democrático).
¿Qué haría Salvador Allende en estas
circunstancias? Sin duda, reiniciar la larga marcha por
la unidad del pueblo.
|
Sin embargo, ahora no se trata sólo de alcanzar la unidad
de la Izquierda, que orgánicamente casi no existe (y lo
que existe tampoco daría para un proyecto alternativo dotado
de una propuesta de gobernabilidad viable). Lo que está
planteado es más ambicioso y más difícil.
Se trata de la unidad del pueblo, de reinventar la Izquierda -cuyos
dogmas y modelos, en buena hora, hicieron crisis- y de articular
un nuevo sistema de ideas emancipadoras del ser humano.
Si para Allende unir a la Izquierda fue una tarea fatigosa, prolongada
y muchas veces incomprendida -objetivo que, por lo demás,
nunca se logró del todo- mucho más difícil
y complicado es levantar una alternativa liberadora sin una Izquierda
orgánica importante que sirva de andamiaje a un proyecto
de cambio social. Las diferencias ideológicas y políticas
en la época de Allende tenían unos pocos protagonistas.
Hoy los islotes ideológicos son centenares y quizás
miles. Cada grupo, por pequeño que sea, se considera dueño
de la verdad absoluta e irrefutable. Los partidos de Izquierda
de los años 60 y 70 eran "apenas" media docena
(¡y lo que costó ponerlos de acuerdo!). El centro
de gravedad lo constituían dos interlocutores decisivos:
socialistas y comunistas. A pesar de sus disputas -que a veces
llegaron a las vías de hecho-, esos partidos mantenían
contactos, canales de comunicación y, sobre todo, experiencias
comunes de lucha en defensa de los derechos del pueblo. Representaban,
efectivamente, a las masas organizadas del movimiento sindical,
poblacional y estudiantil, al proletariado y a las capas medias,
a los intelectuales y profesionales, a los pequeños y medianos
empresarios e incluso, a los grandes empresarios que defendían
la industria nacional, protegidos por el Estado. Además,
reforzaban esos vínculos con una política clientelar
desde el Parlamento y desde sus enclaves en la administración
pública. Los demás partidos de la Izquierda eran
asteroides que giraban en la órbita de esos grandes planetas,
salvo el MIR que pretendió, en forma tardía y sin
éxito, desquiciar el sistema solar de la Izquierda chilena.
La situación de hoy es diferente. De la vieja Izquierda
chilena apenas queda en pie el Partido Comunista, cuya ilustre
historia nadie puede desconocer. Pero tampoco nadie puede vivir
de su pasado, por glorioso que sea, y menos un partido revolucionario.
El Partido Socialista abandonó la Izquierda hace rato,
a pesar del descontento de sus bases que han emigrado o permanecen
inactivas. Hasta su nombre -Socialista- es un contrasentido para
un partido defensor a ultranza del capitalismo en su versión
más extrema.
En cuanto al PPD y PR, mejor ahorrar palabras.
En la llamada Izquierda extraparlamentaria -la condenada a no
participar en el Parlamento-, hay una diversidad de partidos y
grupos. Algunos se muestran creativos y con futuro, si lo saben
cuidar, como La Surda. Otros, más antiguos, sobreviven
representando con dignidad valores éticos en la acción
política, como la Izquierda Cristiana.
Hablando en términos generales, intentar unir a los partidos,
movimientos y grupos de la Izquierda extraparlamentaria, muchos
cegados por el dogmatismo, equivale al tormento de Sísifo.
Por lo demás, empujar esa pesada roca hasta la cima, tampoco
significaría un avance notable en la unidad del pueblo.
Lo decisivo del proceso real de unidad no comienza con ellos aunque
no los excluye.
Una iniciativa consistente de unidad, que levante un proyecto
alternativo de sociedad, debe partir de las propias organizaciones
sociales. Ellas están obligadas -ante la crisis de representación
de los partidos- a asumir la dimensión política
necesaria para alcanzar sus objetivos globales. En caso contrario,
también están condenadas a ser trituradas por las
mandíbulas del modelo neoliberal y estranguladas por una
Constitución antidemocrática. Más de ochenta
y dos mil organizaciones sociales -buena parte con un quehacer
político antineoliberal- desde instancias sindicales, gremiales,
poblacionales, culturales y juveniles, dan cuenta de un pueblo
atomizado pero que no está completamente desorganizado.
Existen condiciones cada vez más favorables para iniciar,
por fin, el proceso de reagrupamiento y unidad del pueblo y de
construcción de una alternativa al capitalismo desaforado
y a la paulatina anexión de Chile al imperio norteamericano.
El agotamiento del modelo mercantilista exportador y el derrumbe
de la Concertación, que se deshace en medio de bochornosos
actos de corrupción, luego de traicionar su programa democratizador
y de "crecimiento con equidad", contribuyen a abrir
nuevos espacios. Desde luego, están erosionados por el
desengaño y dominados por el escepticismo. Buena parte
de los desilusionados de la Concertación están en
vías de ser capturados por el populismo de la UDI. O de
ir a incrementar el vasto sector que se ha hecho a un lado de
toda participación política y electoral, para no
seguir sufriendo esa periódica humillación que se
hace a la soberanía popular. Esto obliga a actuar con agilidad
y audacia para contrarrestar al oportunismo inescrupuloso de la
derecha y reconquistar para la actividad política honesta
y de principios al enorme sector abstencionista.
Tomar la iniciativa de presentar un proyecto alternativo y esbozar
un instrumento político -a perfeccionarse en el curso del
propio proceso de construcción-, es responsabilidad de
las organizaciones que han madurado más la concepción
de "hacer política desde lo social". Un ejemplo
-aunque quizás no único- es la Fuerza Social y Democrática.
La FSD, creada hace dos años, está en condiciones
de preparar, junto con otras organizaciones sociales y políticas,
el debate amplio, pluralista y responsable de una alternativa
real de gobernabilidad. Desde lo institucional -una Constitución
democrática- hasta las medidas de justicia social que el
pueblo sigue esperando; hay muchas ideas, estudios y proposiciones
dignas de un programa de gobierno. En ese proceso de discusión
democrática se forjará la Izquierda chilena del
siglo XXI, pluralista, democrática y respetuosa de la libertad
y los derechos humanos, para construir una sociedad que garantice
educación y salud para todos y una distribución
justa del fruto de la actividad económica.
Este año se cumplen 30 años del golpe militar-empresarial
que entregó a Chile a la dictadura de rapiña de
una oligarquía arrogante que, por desgracia, encuentra
en el gobierno y el Parlamento a unos tristes mamarrachos que
la imitan.
La mejor manera de rendir homenaje este año a los héroes
y mártires del pueblo, comenzando por el heroico presidente
Salvador Allende, es construir una nueva alternativa: superior
a la de los años 70, más fuerte y lúcida,
inserta en la realidad de este siglo.
No hagamos de este año-aniversario una conmemoración
fúnebre. No sigamos anclados en el dolor. Nuestros muertos
tienen derecho a revivir en un nuevo proyecto histórico
para un ser humano liberado.
Se trata de una tarea de creación social que necesita inteligencia,
alegría y fortaleza moral. Estos son los instrumentos que
hacen posible la maravillosa experiencia de un pueblo que se propone
modelar su futuro con sus propias manos
MANUEL CABIESES DONOSO
Si te gustó esta página... Recomiéndala
|
|