Mauricio Rosencof, ex tupamaro
El archivo del dolor
Margarita
La vi una mañana cuando iba al almacén;
la calle estaba llena de verano.
Llevaba un vestidito tan liviano
que el corazón se me fue para la sien.
Me sentí en el aire, sin sostén,
y un sudor tibio humedeció mi mano
cuando se fue con su pasito tan ufano
coqueteando la pollera en un vaivén.
Fue como si me hubiera dado cita;
desde entonces, a esa hora,la esperé.
Ella sin hablarme comprendió mis cuitas
y a veces me miraba con un no sé qué.
Me enteré que se llamaba Margarita
y sin deshojarla supe que la amé.
La otra vez que Mauricio Rosencof vino a Chile, en 1970, era
"Leonel", dirigente del Movimiento de Liberación
Nacional (Tupamaros) del Uruguay, y se entrevistó con el
presidente Allende. También estuvo con Miguel Enríquez,
secretario general del MIR, organización con la que el
MLN mantenía estrechos lazos.
Ahora regresó como escritor, periodista y dramaturgo, con
obras traducidas a varios idiomas y representadas en muchos escenarios
del mundo. Ha recibido seis veces el premio "Bartolomé
Hidalgo" en su país. Viajó a Chile para participar
en el 17° Encuentro de Teatro Popular Latinoamericano y debatir
con sus protagonistas, invitado por la Corporación Ayún
y el teatro La Luciérnaga. Rosencof sobrevivió a
trece años de prisión y tortura, en los que incubó
gran parte de su extensa producción literaria. Sus creaciones
han sido adaptadas al cine (El regreso del gran Tulequin), al
teatro (Bataraz, interpretada en Chile por Peter Lehmann) o musicalizadas
(La Margarita, con Jaime Roos).
De chispeante conversación, alegría en la mirada,
y reacciones rápidas que hacen honor a su pasado, es capaz
de conmover, seducir y asombrar, con un sentido del humor que
parece bajarle el perfil a su propia historia para atender sin
apuro a la de los demás. Rosencof, nacido en Florida en
1933, vive en el barrio de Malvín, en Montevideo. Antes
de partir de Chile, quiso conocer Valparaíso, porque la
otra vez "sólo vi salas de reunión", y
buscar un poncho mapuche, ("que no sea de un centro comercial,
sino de gente de las organizaciones de ese pueblo") para
llevarle a su hija. Porque la foto de la niña que el prisionero
vio durante trece años, la mostraba, precisamente, luciendo
el poncho mapuche que su padre le había llevado de Chile.
Bataraz, el monólogo sobre tortura, resistencia y esperanza,
otro hijo de Rosencof, se representó en el anfiteatro de
Pudahuel, recibiendo la cerrada ovación de miles de espectadores,
así como en locales y teatros universitarios de Valdivia
y de la IX Región.
Al escribir "Mauricio Rosencof" en Google, el buscador
de Internet, salieron 188 entradas acerca de su obra, su vida,
entrevistas... Encuentros con famosos en diversos lugares del
mundo, éxitos editoriales en Montevideo, Madrid, Barcelona
y Buenos Aires, obras de teatro, musicales, reseñas de
novelas. ¿Cómo reacciona un ex preso, y ex dirigente
guerrillero ante la fama?
"No me siento relacionado con esa chica. Lo que siento es
algo de otra naturaleza, que me hace sentir muy bien. En mi país,
cuando salgo en bici a la rambla -que es cuando pienso lo que
voy a escribir- escucho constantemente gritos como 'No te mueras
nunca, Ruso'... o veo que un conductor me saluda con la mano,
o un vendedor ambulante me regala una caja de sahumerios... Cuando
voy a Buenos Aires, o a Madrid, donde presenté recientemente
mi obra Las cartas que no llegaron, de editorial Alfaguara, la
acogida es muy buena. Todo eso es lindo. Tengo una relación
hermosa con la gente joven. En Uruguay soy 'varias actividades
sobre las mismas piernas': un hombre político que tiene
un programa de radio; un hombre de la cultura que anima un premiado
programa de TV; un autor que figura en los textos educativos de
Santillana... Todos los años edito algo".
En Chile asistió como invitado al 17° Encuentro de
Teatro Popular Latinoamericano, vio representar "Bataraz",
adhirió con su firma a la campaña de la Comisión
Etica Contra la Tortura, y estuvo a cargo de la clausura del Congreso
de Teatro Popular. ¿Qué le dijo a los jóvenes
teatristas latinoamericanos en la Universidad Cardenal Raúl
Silva Henríquez?
"Cuando te oigo decir eso, me resuena el nombre de Miguel,
de Miguel Enríquez...
Bueno, yo les conté de cuando salí en libertad,
el año 85, por una ley especial que decretaba que cada
día de prisión se computaba por tres, con lo que
la condena estaba cumplida. En realidad, sobraban días...
Tengo años a favor, para el futuro. Recordé que
desde afuera nos gritaban los jóvenes: 'Tupas, hermanos,
aquí los esperamos'. La gente de teatro me había
organizado una recepción y allí estaban todos, entre
ellos una figura notable del teatro uruguayo, Atahualpa del Cioppo.
Era un hombre que a pesar de su prestigio no se perdía
un solo estreno. Se quedaba hasta el final para saludar a los
actores. Cuando no le gustaba algo, le palmoteaba la espalda al
director y le decía: 'Ha sido una experiencia muy interesante'.
Atahualpa y yo nos dimos un gran abrazo... temblaban todos sus
huesitos. Lo retiré un segundo para mirarlo y luego le
dije: 'Don Ata, hemos vivido una experiencia muy interesante'".
HUMOR EN PRISION
¿El sentido del humor le sirvió también
en prisión?
"En prisión claro que ayudó. El 'Ñato'
(Eleuterio Ramírez, actual senador) que un tiempo estuvo
en la celda del lado, también lo tenía. Hablábamos
a través del muro. Mucha literatura quedó entre
los ladrillos. Inventamos una clave morse especial. Una vez que
nos llegó un envío de útiles de aseo él
me dijo que chupara la barra de desodorante. Yo no entendía
nada. Y entonces me explicó: '¡No ves que tiene alcohol!...'
Y fue una buena curda aquella".
¿Qué le ocurre por dentro cuando ve representar
"Bataraz"?
"Trece años estuve en prisión y diez meses
en interrogatorio. Eramos nueve rehenes del MLN. Habían
dicho los militares: 'Ya que no pudimos matarlos, los vamos a
volver locos'. Dos de los nueve enloquecieron y uno murió
en el calabozo. Nosotros vivimos en condiciones durísimas,
en calabozos de menos de 2 m2. Por la sed, reciclábamos
nuestra orina, comíamos insectos... Colgábamos un
hilito en la celda para tener la ilusión, si se movía,
de que había aire. Sin embargo, ver la representación
de esa situación no me provoca ningún desquicio
emocional. Las vivencias las puedo manejar como material de archivo
y de lucha social. He trabajado mucho el tema de los desaparecidos,
estos temas son parte de uno. Hubo en nuestros países una
guerra, pero el botín de guerra incluyó la no devolución
de los compañeros. Frente a lo que viví no tengo
odio ni rencor, ni deseo de venganza, pero sigo siendo un militante
político, social y un escritor.
Cuando salimos en libertad, aceptamos una invitación de
un convento franciscano. Hay que recordar que muchos de los franciscanos,
y otros curas y monjas, fueron parte del MLN. Allí me dieron
una pieza. Luego me llevaron a ver a mis padres, a mis viejos,
que después que les destrozaron su casa, debieron irse
a un hogar de ancianos. Habían recibido amenazas de que
lanzarían una bomba si íbamos allá. Entré,
los vi, y parecía que yo había faltado de mi casa
apenas un fin de semana. Mamá me mira y me dice lo que
dicen todas las madres: '¿Comiste?' El viejo, medio sordo,
80 años, me hace una seña. En todo el tiempo que
milité, nunca me dijo nada sobre mi opción política.
Entonces me habla: 'Ahora que saliste me vas a contestar: ¿qué
diferencia hay entre un comunista y un tupamaro?' Los tupamaros
somos los comunistas, le contesté..."
Háblenos de su libro "Las cartas que no llegaron".
"Me di cuenta que no había hecho aún el descubrimiento
de que uno es uno y todos los demás. Es su padre, hijos,
compañeros, su patria y su perro. Entré a pensar
a mi padre, que ya no está y lo tenía como desconocido.
La historia comienza en la infancia. Se me reactualizan así
elementos ya olvidados. Hay personajes de entonces que adquieren
una significación, como el cartero. Yo era un niño
de barrio, amigo del hijo de un italiano, Fito. Recuerdo haber
visto a mi madre, Rosa, tejiendo calcetas para las Brigadas Internacionales.
Mi viejo, Isaac, era un sastre bolche (comunista), venido desde
Polonia, fue fundador del Sindicato de la Aguja. La llegada del
cartero al inquilinato donde vivíamos era un acontecimiento.
Recuerdo que papá lo hacía pasar al patio y le daba
una copa de enguindado. Eran cartas trabajosamente escritas en
un pueblito perdido de Polonia, que atravesando mares y confusiones
geográficas lograban llegar a Montevideo. Por eso la carta
podía esperar al domingo, para ser leída en la mesa
familiar, como un rito. Pero de repente las cartas empezaron a
dejar de llegar. Yo le decía a Fito: 'Mis tíos están
en la guerra' y Fito, mi gran amigo hasta hoy, respondía
'Los míos también'.
Entonces los domingos se leían las cartas viejas. Las cartas
que no llegaron más yo las escribí, de ahí
en adelante, para contar su historia desde Auschwitz".
EL FUSIL DE ALLENDE
¿Cuál es su obra más reciente y cual será
la próxima?
"Ahora va a salir Cajón de sastre, una selección
de artículos publicada por Aguilar.
El último libro, Diálogos con el general Seregni,
lo hicimos hace unos tres meses, sobre lo que ambos vivimos, incorporando
mucha evaluación, con nivel y altura de miras. Seregni
es una figura emblemática de la Izquierda, fundador del
Frente Amplio, un referente de integridad y democracia para todos
los sectores. La idea del libro salió en una cena en la
que coincidimos con Elena Poniatowska. Nos pusimos a hablar y
a evocar el pasado, olvidándonos casi del resto de los
invitados, y cuando salimos a la calle tomados del brazo, la editora
de Alfaguara dijo: 'Ahí va un libro caminando'. Entonces
buscamos un tercero, Fernando Butazzoni, un compañero también,
para que editara nuestras conversaciones. En ese libro hay una
parte referida a Chile, a nuestra entrevista con el presidente
Salvador Allende. Allende nos mostró con orgullo el fusil
Aka que le regaló Fidel, con la dedicatoria. Tuve en mis
manos esa arma, que es la que Allende tenía en La Moneda.
Recuerdo que Allende me preguntaba, sorprendido, cómo se
había logrado crear un frente con socialistas, demócrata-cristianos,
comunistas y cristianos. Le dije que era una proeza de Seregni
haber introducido esa visión nacional de unidad. Porque
un movimiento guerrillero como éramos nosotros, está
preparado para tomar el poder, pero no para gobernar. Al hablar
de esto pienso cómo se habrá sentido el Che cuando
debió asumir el Banco Nacional de Cuba... Bueno, Allende
puso en contacto a Seregni con los militares democráticos.
Prats estaba en el sur. Seregni dice en el libro que en la reunión
había uno que hablaba mucho de democracia e institucionalidad...
Se llamaba Augusto Pinochet".
¿Hay algo en su obra sobre los jóvenes?
"Piedritas bajo la almohada está referida a los hijos
de los que estábamos en prisión. En el calabozo
me llegaba una carta 'cada muerte de obispo'. Una carta de mi
hija Alejandra, era capaz de iluminar la celda por días
y días. Piedritas está dedicada a ella, que ahora
tiene una hijita, Inés, de la edad que ella tenía
cuando yo la dejé de ver. Por cierto, con Inés tenemos
un idilio... El libro tiene que ver con todos nuestros hijos,
a quienes los presos vimos crecer de lejos. No podíamos
hacer con ellos sus tareas escolares ni escribirles algo, y una
niña dijo 'el papá no tiene manos', porque en la
visita teníamos las manos esposadas debajo de la mesa y
no podíamos tocarlas. Pero el calabozo tenía una
pared revocada con arena de río y yo arranqué de
allí un canto rodado, una piedrita blanca, y la pulí
con la lengua pacientemente hasta dejarlo brillante. Le pedí
al oficial que le entregara eso a mi hija. Y se lo dio. Ella tenía
seis o siete años. Entonces le escribí que recuerde
el cuento de Pulgarcito, que dejaba migas de pan para no perderse
en el camino de retorno y después descubrió que
era mejor dejar piedritas. Le cuento que de esas piedritas, dos
se conservan en museos de Europa y la tercera es la que yo le
envío. Y ella la puso bajo la almohada y le dijo a su madre
que esa piedrita estaba allí 'para que papá encuentre
el camino de regreso a casa'".
¿Pudo realmente escribir en prisión, a pesar de
la incomunicación?
"Escribí, y mucho, en la cárcel. En el cráneo
primero, porque no había lápiz ni papel. En Paso
de los Toros, uno de los lugares de reclusión por los cuales
pasamos, estábamos bajo tierra. La alimentación
obligada era mondongo (guatitas) de una partida de exportación
devuelta. Esa era toda la comida. Había guardia arriba
y abajo, pero abajo nadie quería estar, sólo las
ratas. Del calabozo se salía en cuatro patas. Pero un día
un guardia me pregunta si yo soy el escritor. Y me dice que el
sargento ordena que le escriba una carta a su novia. De allí
en adelante todos pidieron lo mismo, y me especialicé en
hacer acrósticos solicitados por ellos como 'acrílicos'...
El valor de cambio de una carta era altísimo: un cigarrillo,
un huevo duro... Pude entonces escribir con una mina de bolígrafo
en las hojitas para armar cigarros, hacía un tubito y lo
envolvía con un nylon para enviarlo después escondido
en la ropa que llevaba mi familia para lavar. Así salió
La Margarita, una saga de sonetos de amor que después musicalizó
con gran éxito Jaime Roos".
URUGUAY EN CRISIS
¿Cuál es su visión del Uruguay de hoy?
"El país padece una situación difícil.
La crisis argentina nos golpeó mucho, lo de Brasil también.
El 70% de nuestras exportaciones van para allá. Los argentinos
llenaban nuestras playas, el turismo era muy importante. La cesantía
llega hoy a un 20% en la construcción, los textiles y otros.
Los únicos que tienen trabajo son los empleados públicos.
Por eso la muchachada emigra. La conducción del gobierno
es responsable de falta de propuestas y carece de audacia para
promover ideas de reactivación. Tenemos la segunda reserva
pesquera más importante del mundo. Pero el gobierno sólo
se dedica a hacer buena letra para el Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial. Eso le interesa más que la reactivación.
Hace muchos años escribí sobre los cañeros,
sector social del que nació el MLN. Allí hablaba
de que en el norte hay amatistas, piedras semipreciosas que los
dueños de grandes extensiones de tierra exportaban como
si fuera lastre, sin pagar nada. Hoy todo sigue igual. Una geoda
de 14.000 kg. se manda a Brasil en bruto, no hay lapidación.
Eso es un ejemplo de que no todo tiene que ver con la crisis.
También hay incapacidad de imaginar otras formas de producir.
El Frente Amplio, en el gobierno de Montevideo, tiene en las encuestas
un 54% de aceptación. Podría llegar al gobierno
en el 2004. Pero claro, eso es solo una fotografía del
momento".
¿Cómo ve el impacto de la globalización en
nuestra cultura?
"La cultura siempre ha tenido ese dilema. Hay cosas que se
integran o se rechazan. En Chile hay una fuerza musical y cultural
muy fuerte. Los Parra seguirán sonando, y los mapuche están
produciendo poesía de calidad. Por más que nos metan
McDonald's, creo que eso seguirá.
La TV se mete con la contracultura. Es responsable de un vaciamiento
cerebral, en shows del tipo 'Gran hermano'. En Uruguay hay experiencias
nuevas, como el trueque y cultivar la tierra haciendo huertos
en las casas. Pero los medios no ayudan a entregar técnicas
para que eso se haga de la mejor manera, y ni siquiera se informa
sobre ello. La TV lo ignora".
¿Cómo ve el momento que vive América Latina?
"Es muy distinta, muy heterogénea, hay diversos mundos.
La corrupción argentina es proverbial y viene de antiguo.
Con la asunción a la presidencia en Brasil de Lula alentamos
esperanzas. Hay gran expectativa. Pero estamos sentados sobre
un polvorín. Ese hombre, Bush, con cara de poca cosa, tiene
una enorme facilidad para declarar la guerra a quien sea, y ostenta
torpeza, brutalidad, incultura, se negó a firmar el Protocolo
de Kyoto sobre cambio climático... Por otra parte, Europa
invierte un millón de dólares diarios en subsidios
al agro y eso imposibilita la competencia con los países
latinoamericanos. Sin embargo, hablan de libre mercado... Frente
a todo esto, no puedo sino recordar a José Artigas, que
pedía que la tierra sea repartida para que los más
infelices sean los más privilegiados en el reparto, y que
agregaba que nada debemos esperar que no sea de nosotros mismos"
LUCIA SEPULVEDA RUIZ
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