Edición 649 - Desde el desde el 12 al 25 de octubre de 2007
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Etica y destino en 
JOSEPH CONRAD

Autor: LISANDO OTERO

JOSEPH Conrad, marino y literato.

 

Algunos escritores han cambiado su idioma natal por uno aprendido en la madurez, y han llegado a dominar un clasicismo elegante en su nueva lengua. Tal es el caso de Tristán Tzara, que permutó el rumano por el francés; Kafka, asumió el alemán en lugar del checo; Nabokov, dejó el ruso por el alemán y terminó escribiendo en inglés. Samuel Becket cambió el inglés por el francés. Pero quizás ninguno logró tan eficazmente esa evolución como el polaco Joseph Conrad, que se convirtió en un maestro de la literatura inglesa.
Quizás en su caso los genes hayan tenido alguna influencia pues su padre, Apollo Korseniowski, era poeta y traductor de Shakespeare y Víctor Hugo, además de ardiente patriota que conspiró contra la ocupación rusa en 1863. Por sus actividades políticas fue desterrado al norte de Rusia, adonde marchó con su familia. El muchacho comenzó, durante el exilio, a leer en polaco a Walter Scott y Charles Dickens. Padre y madre murieron de tuberculosis y un tío materno se hizo cargo de Conrad. Le envió a una escuela en Suiza, que abandonó para viajar a Marsella y unirse a la tripulación de un barco.
Su primer viaje lo condujo a Martinica. Un segundo itinerario le llevó a contrabandear armas en la costa de Venezuela. Perdió sus ganancias en el Casino de Montecarlo y realizó un intento suicida. Después viajó a Turquía y ulteriormente, se unió a la línea que transportaba lana de Australia a Londres. En 1880 se hizo ciudadano británico y pasó su examen como segundo oficial. Conoció Bombay, Madrás, Java, Singapur. Durante dieciséis años perteneció a la marina mercante inglesa. Finalmente, le dieron el grado de capitán y comandó su primer buque, el Otago.
En 1889 estuvo por un período varado en Londres, y comenzó a escribir sus experiencias marítimas, que firmó con el seudónimo de Joseph Conrad en lugar de su nombre real, Józef Teodor Konrad Korzeniowski. La locura de Almayer fue un éxito editorial, lo cual lo impulsó a continuar escribiendo. El negro de la Narciso, Nostromo, Lord Jim, Tifón, El agente secreto y la que quizás sea su obra de mayor perfección, Corazón de tinieblas, lo consolidaron como un profesional de las letras, con el respeto de la crítica y de una legión de lectores. Pero a la vez cayó sobre él la desaprobación de ciertos sectores cultos que lo calificaron de escritor de exotismos, de narrador de aventuras, de relator de episodios de riesgo.
En 1890 comenzó a trabajar en la Sociedad Belga para el Comercio del Alto Congo, lo cual en un viaje lo llevó a presenciar la cruel rapiña de los colonizadores y la explotación de los nativos. De esa experiencia nace Corazón de tinieblas, que narra los ritos incalificables, la degradación bestial, las acciones sádicas de un cabecilla local, un hombre blanco llamado Kurtz, que ha llegado a convertirse en un dios para los indígenas.
La esencia de la trama tiende a demostrar la soledad del individuo frente al precipicio del mal, que empuja al hombre a la tragedia, la desesperación y la nada. Conrad utiliza muchos símbolos, entre ellos la insignificancia del ser humano frente el poder destructor del mar, o sea, el sometimiento a un destino inexorable mucho más poderoso que la voluntad de rectificarlo. Conrad confesaba su pesimismo sobre la condición humana: “Aquellos (...)

(Este artículo se publicó completo en la edición impresa Nº 652 de “Punto Final”, 12 de octubre de 2007. Suscríbase a Punto Final)

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