Edición 663 - Desde el 30 de mayo al 12 de junio de 2008
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MARULANDA con el autor de esta nota.

Hace unos años, a finales de 2001, el legendario comandante Manuel Marulanda Vélez manifestó que a su edad, tras décadas de lucha al frente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), mantenía los sueños de ver un nuevo país donde los colombianos se sintieran seguros, con empleo, educación, salud y bienestar. “A mi edad -nos comentó entonces- estoy seguro que llegará el día, la hora del fin de las injusticias que nos obligaron a tomar el camino de las armas, cuando el Estado nos declaró la guerra en Marquetalia” (sur del departamento de Tolima, en 1964).
Unos días antes de cumplir 80 años de edad (nació el 12 de mayo de 1928) Pedro Antonio Marín o Manuel Marulanda, nombre tomado de un líder sindical asesinado, falleció el 26 de marzo de un infarto cardíaco, en las montañas que le sirvieron de casa y de cuartel desde 1949.
Acosado por los denominados “pájaros”, policías conservadores en la campaña contra los liberales, fue obligado a dejar su trabajo en el campo y buscar una vía para sobrevivir. La encontró con la decisión de su familia de iniciar la lucha junto a los liberales, a fines de 1949, un año después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Sus habilidades tácticas y estratégicas lo convirtieron en uno de los líderes guerrilleros más respetados. Conoce a dirigentes comunistas y rechaza la persecución a éstos, incluso por parte de los liberales. Termina ingresando al Partido Comunista en 1952.
Tras el golpe militar de Gustavo Rojas Pinilla, un año después, Marulanda rechaza el llamado a entregar las armas y se retira a las regiones de Gaitania y Marquetalia, donde se entera del asesinato de Jacobo Prías Alape, miembro del comité central del Partido Comunista.
El gobierno de Guillermo León Valencia inicia, con apoyo de Estados Unidos, el ataque a las denominadas Repúblicas Independientes de Marquetalia, Río Chiquito, Pato y Guayabero. La operación castrense contra las regiones agrarias comenzó el 27 de mayo de 1964, con más de mil hombres para enfrentar a apenas medio centenar de campesinos encabezados por Marulanda. Este día es considerado como el del nacimiento de las FARC.
Aunque ya es el máximo líder, en julio de 1966, durante la Segunda Conferencia de las FARC se adopta el programa agrario de los guerrilleros y se le designa comandante en jefe, responsabilidad que ocupó hasta el 26 de marzo reciente. Sin la escuela de quienes pasaron por las universidades, Marulanda sobrevivió con sabiduría a los innumerables intentos de quienes quisieron acabar con su vida con el apoyo de Estados Unidos.
El jefe máximo de las FARC pudo contarnos sobre las campañas de tierra arrasada de los Planes Lasso, Sonora, Casa Verde, los Destructor I y II y el más reciente engendro de Washington, el Plan Colombia. En una de nuestras conversaciones en la selva, Marulanda reflexionó sobre la guerra que había sido el último recurso tras ver cerradas todas las vías legales. “La guerra se la impusieron al pueblo los gobiernos, las cúpulas militares y la oligarquía, para someterlo”, dijo.
Contra lo que pueda pensarse, Marulanda siempre tenía a su alcance algún li-bro, además del radio portátil para estar al tanto de las noticias. Sobrevivir a la furia castrense, con ataques en ocasiones de semanas de bombardeos, le fue posible -nos dijo- por la unidad de sus fuerzas, el estudio constante, la investigación de literatura militar -la revista del ejército, los libros escritos por generales- y las experiencias guerrilleras en otros países.
Jamás tuvo palabras de ofensa para los uniformados, sus enemigos en la geografía colombiana. En una oportunidad, en un receso de un pleno de las FARC más allá de los Llanos del Yarí, expresó que los soldados colombianos eran valientes y formaban parte de un ejército bien entrenado, pero, lamentablemente, para enfrentar las causas populares.
Su mando en las FARC fue incuestionable al dirigir todos los intentos de paz o en acciones humanitarias, en los Acuerdos Uribe, en los diálogos y negociaciones en Casa Verde, Caracas, Tlaxcala y, las más recientes, en San Vicente del Caguán.
En los momentos difíciles, con el ruido de aviones de combate -en los impasse de los acercamientos con el gobierno de Andrés Pastrana-, el legendario guerrillero tenía la habilidad de acudir a las bromas para bajar las tensiones. En otra oportunidad, sin saber por qué, comenzó a reír y hablar de las veces que lo dieron por muerto. “Esos son los deseos de algunos, no de quienes prefieren luchar por el futuro”, dijo. Así, con ese ánimo hablaba de la historia y se refería a temas de actualidad: con conocimiento de lo que estaba ocurriendo en el planeta.
Durante un largo recorrido de madrugada, entre montañas, precipicios y ríos, Marulanda instruyó detener la marcha en uno de los caseríos cercanos a La Macarena. Le preocupaba un ruido en el vehículo todo terreno en que se movía. Un guerrillero nos dijo que era habitual que también se detuviera para saludar a pobladores. Intercambiaba con ellos ideas sobre el proceso de paz. Una mujer le agradeció su ayuda para llevar al hijo accidentado hasta el pueblo más cercano. En La Machaca, en la Sombra o en Caquetania, estuvo presente impartiendo órdenes previas a las sesiones con las autoridades, pero a la vez escuchaba a Raúl Reyes, a Joaquín Gómez, a Jorge Briceño o a Alfonso Cano, entre otros altos jefes de las FARC.
Horas después de confirmarse su muer-te, un hombre que luchó junto a Manuel Marulanda por casi cuatro décadas nos comentó que tras la pérdida física del fundador de las FARC, ese movimiento mantendrá firme el rumbo de procurar un futuro mejor para Colombia

LUIS ENRIQUE GONZÁLEZ (*)

(*) Ex corresponsal de Prensa Latina en Colombia.

 

(Publicado en “Punto Final” Nº 663, 30 de mayo, 2008)