Edición 663 - Desde el 30 de mayo al 12 de junio de 2008
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El exterminio
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Los medios, la maquinaria mediática que conduce la opinión pública y crea el imaginario popular, son hoy tal vez la herramienta más poderosa en manos de la derecha. La pesadilla orwelliana, la manipulación de las conciencias a la manera de Goebbels, es un alimento diario de los ciudadanos y consumidores de nuestra singular, acotada y cristalizada democracia. La discusión política, limitada a la traducción de una sola voz, la de aquel dúo destemplado y estridente que conforman El Mercurio y La Tercera, toma aspecto de adoctrinamiento, que en este caso es la abulia, el desinterés, el conformismo y también el desprecio. Adoctrinamiento para la resignación y el miedo, para la ignorancia y la estupidez. Este coro, cuyos matices van desde la derecha a la ultraderecha -algo así como las diferencias políticas que puede tener Agustín Edwards con Alvaro Saieh- fue ensayado durante la dictadura para estrenarse en democracia.
Son muchos y dispersos los factores que han influido en el monopolio ideológico, como ha denominado Manuel Cabieses y algunos investigadores y académicos a esta simbiosis derechista de la prensa escrita chilena. Sin embargo, es posible mencionar unas cuantas aberraciones que son producto de esta gran perversión, consecuencia directa, por tanto buscada, de los delitos de la dictadura, desde el asesinato y el secuestro de personas al proceso de privatizaciones.
Si con la venta de las empresas públicas a los amigos de la dictadura el Fisco perdió miles de millones de dólares, el nuevo orden de la prensa se instauró tras asesinatos, secuestros, robos. Y también, vale recordar, hubo un complot articulado por Alvaro Bardón desde el Banco del Estado para traspasar, días antes del fin de la dictadura, las millonarias deudas que El Mercurio y La Tercera tenían con esa institución. Esa cartera la tomó en condiciones muy favorables la banca privada; y el Fisco hizo la pérdida una vez más, como con las privatizaciones y la deuda subordinada. El objetivo era dejar fuera de las manos de la Concertación los pasivos de los dos periódicos afines a Pinochet. Los años demostraron que no fue necesario.
La dictadura les sacó del camino a sangre y fuego a la competencia (recordemos que sólo El Clarín vendía antes del golpe más ejemplares que El Mercurio) y les prestó millones de dólares para la renovación de los equipos, condiciones que, aun cuando habría que hacer alguna concesión a métodos y tácticas, se han mantenido durante la democracia. Y tras estas facilidades, tras estas condiciones privilegiadas, pregonan el libre mercado. Un sesgo, una mirada torcida que se reproduce no sólo en el comercio y la economía, sino en la política, la cultura, la sociedad. Transcriben, amplifican la mirada y la escritura del poder, para mantener y consolidar aquel poder.
La Concertación no sólo ha hecho lo suyo por conservar el monopolio, sino que también ha subsidiado con la publicidad del Estado a los dos grandes consorcios. Como se puede observar en la demanda que ha presentado Punto Final, hay ministerios que invierten hasta el 70 por ciento de su presupuesto publicitario para prensa escrita en un consorcio: El Mercurio. Incluso Fonasa, a pesar “que los afiliados a ese fondo de salud estatal pertenecen en su inmensa mayoría a estratos socioeconómicos medios y bajos, que no es precisamente el perfil de lectores de El Mercurio”.
El favoritismo que la Concertación ha demostrado por estos dos medios, y principalmente por El Mercurio y otros negocios de la familia Edwards, forma parte de los pliegues más oscuros y fríos de la historia de esta eterna transición. Como bien recuerda Manuel Cabieses, “es muy relevante en ese sentido la participación de ministros, parlamentarios y dirigentes de partidos de gobierno en fundaciones creadas por El Mercurio, como Paz Ciudadana”.
Bajo el discurso de un cínico laissez-faire en los campos económico y comunicacional, inaugurado en el gobierno de Patricio Aylwin por su ministro neoliberal Eugenio Tironi -la mejor política comunicacional es no tener una política comunicacional, decía el hoy columnista de El Mercurio-, en los hechos se apoyaba y se apoya, sin mucha lógica de libre mercado y menos con transparencia, a los dos consorcios con millonarias sumas de dinero, tal vez con el ánimo de conseguir portadas benevolentes o una buena foto en las páginas de vida social.
Esto por una parte. Aún más oscuros han sido los impulsos que han movilizado o inmovilizado, según sea el caso, a figuras de la Concertación para dejar morir o aplastar, también según la circunstancia, a la poca prensa independiente y a sus proyectos. Un proceso sórdido, mezquino y muy desagradecido con quienes lucharon contra la dictadura que hoy comienza a conocerse. Testimonios diversos, documentos y otros relatos han comenzado a perfilar una historia de características repulsivas. Como hace unos días escribió el sociólogo Felipe Portales, la política de la Concertación hacia la prensa de Izquierda y centroizquierda estuvo caracterizada por “compras de medios efectuadas con el evidente propósito de destruirlos; bloqueos de ingentes recursos financieros externos destinados a consolidarlos, amenazándose incluso a los gobiernos extranjeros dispuestos a concederlos; maniobras efectuadas con el fin de frustrar la instalación de empresas periodísticas extranjeras que afecten el duopolio; discriminación sistemática del avisaje estatal en perjuicio de aquellos medios; y la resistencia a devolver bienes de periódicos confiscados por la dictadura”.
Una tarea exitosa para sus fines. O tal vez, sólo aparentemente.

PAUL WALDER

 

(Publicado en la edición Nº 663 de “Punto Final”, 30 de mayo, 2008)