Edición 685 - Desde el 15 al 28 de mayo de 2009
Inicio |   Favoritos | Recomendar Página | Cartas al Director | Translation |
Documento sin título
Buscar
Su opinión
Ediciones Anteriores.
En Quioscos
Archivo Histórico
Publicidad del Estado

El fallo de la Fiscalia

Regalo
En esta edición

Una nueva Constitución

Más de un millón
de cesantes

La infancia “subprime”

La mirada indígena

Del ostracismo
a la celebridad

En edición impresa

Revolución pacífica
y democrática

Las coimas de
mi general

Batallando contra
la delincuencia

LaTorre de papel
Lengua Muerta

Ha llegado carta (¿para quién?)

Gas para
los pueblos

Visita

LaTorre de papel
Lengua Muerta

Autor: PAUL WALDER

El lenguaje económico, con su especialización, ha devenido un lenguaje que se eleva por sobre todos los otros y se autoconfiere un aura de objetividad. La ciencia económica, que transmitía a través de su lengua elaborados diagnósticos, preceptos cual verdad no sólo económica sino política, social y cultural, ha sido, durante los últimos treinta años, la medida, el estándar humano. Ha sido un paradigma financiado por las grandes corporaciones, por economistas intolerantes, gobiernos corruptos y medios oportunistas, que intentaron durante estas décadas fusionar la ciencia económica con el neoliberalismo, algo como si la fusión de la condición humana con la condición de explotación fuera lo natural, la impronta de la civilización.
Hoy, con la realidad económica arruinada, con las políticas económicas deformadas, con el neoliberalismo que se cae a pedazos, aún persiste aquel lenguaje. Pero lo hace como galimatías, acaso como lengua muerta, que intenta mantener vivo, como un zombie, un esquema desfondado. Expresa en toda su magnitud su condición ideológica, lejos de su otrora aspiración de objetividad.
Si atendemos un poco a las palabras del ministro de Hacienda, si leemos los titulares de las crónicas económicas, veremos un ejercicio eufemístico, como el de los médicos que intentan encubrir con rodeos y expresiones críptica lo evidente. Cuando la distorsión de los mercados transparentan estafas, delitos contra la salud económica y social, en Hacienda se persiste en la defensa histórica del libre mercado. Cuando la recesión hunde en la desesperación y la pobreza a decenas de miles de desempleados y pequeños empresarios quebrados, se repite que la crisis es temporal, que “hay luz después del túnel”, que los mercados y el capitalismo triunfarán. Si se derrumba el PIB, como ha ocurrido en todo el año en curso, la caída, dicen Hacienda y la prensa neoliberal, es menor a la esperada. La cifra es reemplazada por el deseo, por la opinión.
El lenguaje económico ha sido también el único lenguaje legitimado por el poder, que se ha apropiado y abusado de él. Para el gobierno y sus cajas de resonancia, como El Mercurio y otros medios empresariales, el lenguaje económico es una lengua certificada que excluye el habla cotidiana: porque la economía es materia y campo de expertos.
La lengua económica, vehículo del pensamiento único, de la intolerancia intelectual y de la opresión política, sufre sin duda desgastes. Aparece desvaída, contradictoria, ambigua. Resulta descompuesta, corrompida con tantas contradicciones. Y ya no logra ocultar toda su falsedad. Cuando el cuerpo de Economía y Negocios de El Mercurio escribe sobre la crisis, exhibe el deterioro lingüístico de esa neolengua adulterada. El discurso neoliberal levantado con la ayuda del andamiaje de la lengua económica está fragmentado, quebrado. El léxico absolutista con su nomenclatura numeral ya no puede exhibir la fatuidad empresarial. No lo puede hacer pese al uso de la soberbia lingüística o al adorno cifrado en millones, sean de pesos, dólares o euros.
El uso lingüístico es hoy su abuso. Y la contradicción deviene en lo ridículo, incluso en lo grotesco. Los titulares económicos de El Mercurio oscilan del desastre -como los despidos masivos, quiebras, caídas en la producción y las ventas-, a las opiniones, declaraciones o interpretaciones insólitas. Como si ésta fuera una crisis más. Como si de este trance se saliera indemne en unos meses, como si fuera posible hacer buenos negocios en la hecatombe. ¡Cómo si la crisis fuese un proceso lejano, de otras latitudes! El diario confunde efectos con orígenes, síntomas con causas, mezcla informaciones y opiniones, coloca la crisis global al interior del lenguaje económico, la aísla de variables sociales y políticas. Pero sin duda la mayor falla es el uso de este lenguaje desteñido y corrompido, acaso muerto. El lenguaje colonizador, el lenguaje de la precisión, de la perfección, el lenguaje de la “modernidad”, de las “modernizaciones”, no puede nombrar el error. Ante la grieta, falla.
El léxico ritual, el instrumento de glorificación del mercado, es usado para designar el descuartizamiento económico, que es también su propia amputación. De allí el absurdo, el ridículo. Durante abril, cuando arreciaba la furia ciudadana por la colusión de las farmacias y en medio de otras informaciones calamitosas, otros titulares eran abultados y amplificados. Como “La mitad de los altos ejecutivos chilenos cree que la crisis se revertirá en sus empresas en los próximos doce meses “, u “Obama destaca progresos en economía de EE.UU. y ve un ‘rayo de esperanza’”. Pero nada como el siguiente: “Ventas de chocolaterías premium suben cerca de 30% gracias a los huevitos de Pascua”. Y había también otros, para estimular el ánimo: “Bolsa cierra en baja, pero mantiene un saldo positivo en el año” y “Expertos ven buen momento para tomar un hipotecario y advierten alzas de tasas”. Y los oportunistas: “Empresarios piden al gobierno que estudie ‘congelar’ el sueldo mínimo durante 2009 por la crisis”.
La verdad revelada del neoliberalismo, su mágica elocuencia y sus efectos macroeconómicos, sucumben bajo el peso de su propia historia. Se caen por fatiga del material.

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 685, 15 de mayo, 2009 . Suscríbase a PF)