Obreros y militares
en la historia de Chile
“Hemos sido, somos y seremos siempre antimilitaristas,
porque estamos convencidos que el militarismo es afrenta a toda
civilización, es la carga más inútil y más
pesada que soportan los pueblos, y es la amenaza permanente a
todos los derechos... El militarismo será siempre la fuerza
opresora con que la clase capitalista explote al pueblo”,
escribió Recabarren en el periódico Justicia, de
Santiago, el 5 de octubre de 1924.
El líder comunista tenía razón al caracterizar
así al ejército. Entre 1903 y 1922, éste
había perpetrado 16 masacres durante los gobiernos de los
presidentes Germán Riesco, Pedro Montt, Juan Luis Sanfuentes
y primera administración de Arturo Alessandri Palma. Sus
víctimas habían sido obreros del salitre y del carbón,
de fábricas, portuarios, cesantes y mujeres.
Un mes antes de la publicación del artículo de Recabarren,
el 3 de septiembre, se había producido el llamado “ruido
de sables”: protesta de la oficialidad joven del ejército
contra las intenciones de aprobar la dieta parlamentaria.
El 5 de septiembre, se constituyó la Junta Militar y Naval
(JMN), en la que quedó representada la mayoría de
las unidades de la guarnición de Santiago, a través
de sus comandantes y ayudantes, con la participación, además,
de un gran número de capitanes y tenientes. Con la inclusión
de oficiales de la marina y la policía, llegó a
tener 41 miembros. Fue presidida por el teniente coronel Bartolomé
Blanche y ofició de secretario el teniente Alejandro Lazo.
En la reunión del día 6, el capitán Carlos
Millán propuso la formación de una Comisión
de Difusión Obrera, que tendría por finalidad contactarse
con los sectores populares y organizaciones sindicales. La idea
fue aprobada y el propio capitán Millán encabezó
esta comisión que tuvo numerosas reuniones con la Foch,
dirigentes anarquistas y anarco-sindicalistas.
El 11 de septiembre tomó el poder una junta militar derechista
constituida por los generales Luis Altamirano y Juan Pablo Bennett,
más el vicealmirante Francisco Nef. Ese mismo día
se conoció el “Manifiesto del 11 de septiembre”,
de la JMN.
El 12 ya era evidente la profunda disputa entre ambas entidades
castrenses. La nueva junta de gobierno nombró un gabinete
compuesto en su mayoría por políticos de la Unión
Nacional, coalición derechista.
El 13 de diciembre de 1924 fue disuelta la JMN. Durante sus 99
días llevó a cabo -a través de la Comisión
de Difusión Obrera- numerosos contactos con las organizaciones
sindicales. Recabarren participó en ellos, a pesar de su
posición antimilitarista.
El líder obrero se suicidó el 19 de diciembre de
1924. Treinta y cinco días después, el 23 de enero
de 1925, un nuevo golpe militar derrocó a la junta encabezada
por Altamirano. El Partido Comunista y la Foch respaldaron ese
movimiento. Ambas organizaciones emitieron un manifiesto conjunto
-publicado en Jusiticia el 24- que decía:
“Corresponde ahora a los militantes de todo el país,
velar por la estricta disciplina de cada organismo y prepararse
para cualquier eventualidad en que sea necesario tomar las armas
para defender el mantenimiento de los postulados revolucionarios
de la juventud militar.
Mientras tanto, el deber es tomar las armas para defender la revolución.
Los Consejos Federales del país están frente a la
responsabilidad que ha echado sobre sus espaldas su organismo
superior directivo, obligados a estar atentos a la primera orden
de un paro general o tomar las armas”.
El dirigente comunista José Vega Díaz, elegido diputado
en 1932, cita este manifiesto en un artículo escrito en
1969, y agrega: “Para reafirmar esta posición política
tan grave, una comisión integrada por Luis Víctor
Cruz, Salvador Barra Woll, Carlos Sepúlveda y Manuel Hidalgo
Plaza, se entrevistó con los miembros de la nueva junta
de gobierno y con Carlos Ibáñez del Campo, siendo
congratulada efusivamente por una y otro. Los partidarios de los
militares organizaron después una manifestación
de simpatía y adhesión al capitán Carlos
Millán. En esa ocasión Salvador Barra Woll, director
de Justicia, fue el orador oficioso y terminó diciendo:
‘Si es verdad que la junta militar está sanamente
inspirada, debemos formar el Frente de la Espada y el Martillo
para hacer que en nuestro país reine la igualdad, la justicia
y la libertad’”.
José Luis Díaz, en su libro Militares y socialistas
en los años veinte (Santiago, 2002), relata ese acto:
“El 26 de abril de 1925 líderes obreros pertenecientes
a la Foch, la Federación Ferroviaria, la Unión de
Empleados de Chile y la Unión del Transporte, efectúan
un homenaje al recientemente ascendido mayor Millán. La
manifestación tiene también por objeto realizar
un reconocimiento a la oficialidad del ejército, protagonista
de los hechos de septiembre y enero pasado, y que en el proceso
se acercaron a las clases ‘explotadas’. Los convocantes
destacan el aprecio personal al uniformado, a quien agradecen,
en primer lugar, su empeño en obtener la dictación
de la ley de amnistía a los reos por cuestiones sociales.
Las declaraciones de respaldo a la actividad indican que este
oficial es visto como líder del movimiento militar; merecedor
de la gratitud ciudadana.
Al masivo acto -añade-, efectuado en el local ferroviario,
asiste una nutrida e importante delegación del ejército,
encabezada por el coronel y ministro Carlos Ibáñez”.
En esa oportunidad estuvieron presentes también otro coronel,
un comandante, cuatro mayores, siete capitanes y dos tenientes.
Concurrieron en calidad de invitados el director de La Nación,
Juan Emar, y el director de Acción, el poeta y periodista
Vicente Huidobro.
Entre los oradores hubo varios dirigentes sindicales: Luis Víctor
Cruz, por la Foch, y Salvador Barra Woll, por el PC, entre otros.
El festejado señaló que no le resultaba extraño
el local de los ferroviarios, pues allí “se han efectuado
una serie de encuentros entre militares y trabajadores”;
también se lamentó del desaparecimiento del “gran
idealista obrero Luis Recabarren”.
A propósito de esto, Carlos Millán sostuvo en la
revista Ercilla, del 28 de julio de 1965:
“Usted me comprenderá si le digo que la noticia de
la muerte de Recabarren, cuando se quitó la vida, me produjo
una honda impresión y visité el local en que velaron
sus restos como una respuesta personal a la cordialidad de su
trato y la amplitud de su criterio social, que me hicieron respetarlo
como hombre y antagonista, aun cuando él era el jefe de
una doctrina que no acepto y que rechazo”.
Más allá de las buenas intenciones, el sistema buscaba
el reacomodo. Y las fuerzas determinantes no fueron los trabajadores
ni los sectores modestos.
Un mes antes del homenaje al mayor Millán, regresaba de
Europa, llamado por la nueva junta militar, el presidente Arturo
Alessandri Palma, que había abandonado el cargo y el país
en septiembre de 1924. Reasumió el 20 de marzo de 1925.
Como ministro de Guerra se impuso el coronel Carlos Ibáñez,
uno de los líderes de los “jóvenes oficiales
revolucionarios” que encabezaron los movimientos de septiembre
y del 24 de enero de 1925. Ambos -Alessandri e Ibáñez-
fueron los autores intelectuales de una nueva masacre en que el
ejército, fiel a su tradición, asesinó a
dos mil pampinos, incluso utilizando artillería, el 4 de
junio de 1925.
Una vez más, la espada caía brutalmente sobre los
que empuñaban el martillo.
En la pampa resonó el eco de las palabras de Recabarren:
“El militarismo será siempre la fuerza opresora con
que la clase capitalista explote al pueblo”
IVAN LJUBETIC VARGAS