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Neoliberales y neoligarcas
Desde que un informe del Banco Mundial alertó sobre el proceso de concentración de la riqueza del modelo económico chileno, éste no ha hecho más que agudizarse. Aquellas cifras, que cruzaban los primeros años de la década pasada, se daban sin mayor interés social y mediático en un país cuya obsesión oficial era el traspaso de todas las actividades al sector privado, en tanto la vida personal y familiar intentaban adaptarse a la recién instalada sociedad de consumo. Por entonces, eran escasas las voces que alertaban al gobierno de Ricardo Lagos en cuanto a que las concesiones viales, portuarias, el CAE o la profusión de TLCs ahondarían el entonces creciente abismo entre las elites bien pertrechadas en sus tribunas del poder y el resto del país.
El alcance del desarrollo impulsado por el libre mercado, algo que persiste aún entre los sectores más recalcitrantes del neoliberalismo, era no sólo el discurso hegemónico de entonces, sino que el único, bien compartido por los diversos segmentos del sistema binominal. Criticar el mercado y sus supuestos beneficios era asunto de resentidos y delirantes. Las cifras de crecimiento pergeñadas por estadísticos y calculistas demostraban día a día aquel avance, de la mano del “progreso”, hacia el horizonte del desarrollo.
En diez años no sólo no se ha llegado al desarrollo. Se han venido abajo desde las estadísticas, que acumulan datos y números, a los objetivos, que son también un engrosamiento de utilidades y beneficios en un reducido grupo en desmedro de la gran mayoría de las personas y de los recursos del país. El modelo neoliberal, venerado por las elites durante los últimos 30 años, demostró que era una construcción para devolverles el poder que buena parte del siglo XX les había restado. Este ha sido el único éxito del modelo.
La doctrina neoliberal en Chile ha sido desde un inicio una doctrina neoligárquica, según la afirmación de Jorge Vergara Estévez, académico de la Universidad de Chile. Los índices de concentración del poder privado no tienen parangón en la historia chilena del siglo XX, por lo que habría que remontarse al siglo XIX para hallar elementos similares durante la república oligárquica. Las denominadas “modernizaciones” que derivaron al golpe de 1973 han sido el gran pretexto para traspasar el poder del orden político del siglo XX, fragmentado entre diversas áreas del sector público, a los grupos privados. Hoy, tal como en el siglo XIX, son muy escasos los clanes (hay algunos que se repiten, como los Matte o los Edwards) que detentan todo el poder.
Al descalabro de las estadísticas, que han terminado por reventar desde su esencial falsedad en estos días, se le agrega el verdadero efecto de las políticas de la neoligarquía: la creciente debilidad económica de prácticamente todas las clases sociales, que han de apuntalar su decaimiento a través de créditos. La sociedad chilena, hoy totalmente sustraída de derechos y protecciones, ha debido acceder a préstamos otorgados por el sector financiero privado para solventar gastos básicos, como la educación o la salud, en manos, casi huelga decirlo, también del sector privado. Este círculo vicioso, esta bicicleta crediticia para financiar el día a día doméstico, ha sido el gran invento de la oligarquía para aumentar la dependencia y la fragilidad de los chilenos. Sólo en el capitalismo más bestial del siglo XIX podemos encontrar similitudes. La pulpería y la persecución sindical tienen hoy sus modernos referentes en el retail, en la ley laboral y en las Fuerzas Especiales de Carabineros.
Desde aquellas primeras y finas grietas del modelo hace más de diez años, entonces aún con la ruidosa fanfarria del discurso neoliberal, hoy Chile parece observarse en un giro sorprendente. Esa fe en el mercado con ribetes de secta se ha desfondado en pocos años. Un desgarro provocado por el abultamiento, los excesos, los desequilibrios, las obscenidades, que son también ambiciones desmedidas, avaricia sin límites, poderes ubicuos y tremendas desigualdades. El mercado sin limitaciones avanza, con la ilusión de haber derribado todos los obstáculos, no hacia su soberanía sino a su destrucción.
El cantado triunfo de los mercados ha derivado en su derrota. Porque las ganancias son la miseria de otros. La gloria de pocos es el dolor y, hoy en día, la rabia de muchos, malestar que aumenta día a día y que ya impide reformas o modificaciones. Es tarde para las regulaciones, para ponerle coto al lucro, para impedir los “excesos” del libre mercado porque el mercado ya campea sobre la derrota de las personas.
Tal vez si hace diez años alguien hubiera escuchado a las personas, las modificaciones hubiesen sido posibles. Hoy, con el modelo neoliberal en franco proceso de desprestigio, el único clamor que se oye desde la ciudadanía es una transformación completa: nacionalizaciones, recuperación de los recursos naturales en manos de corporaciones privadas, salud y educación gratuitas. Un giro político completo que no logró un partido ni banderas hacia el socialismo, sino la toma de conciencia del lugar de la sartén que ocupamos en este Chile “moderno”.
Paul Walder
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 782, 31 de mayo, 2013)
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