Punto Final, Nº782 – Desde el 31 de mayo al 13 de junio de 2013.
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No hay personaje de Izquierda -desperdigada, difusa, sonámbula-, que de tarde en tarde no diga que somos más, que siempre lo hemos sido. Y que silencie el hecho que actuamos como si fuéramos pocos. Peor aún, como si no fuéramos.
Un hambre de algo nuevo recorre el pueblo. Sin embargo, un frontón inexpugnable no ha permitido su explosión hasta ahora.
Las propuestas que de tarde en tarde circulan tropiezan siempre con las mismas dudas: si lo que las impulsa es el amor a la causa, o si son egolatrías azumagadas, el amor a nuestras propias imágenes, verbos y discursos.
Lo que ha venido pasando, ese velo gris que los estudiantes han descorrido, deja en claro que lo que menos debería importar son las diferencias. Cuando se marcha por las calles, o cuando se es reprimido por la ferocidad policial, todos los gatos son negros. Lo importante y paradojal es que a nivel de los discursos coincidimos en casi todo. Esto que se escribe con facilidad, en los hechos es el escollo más difícil de sobrepasar.
Como un ritual inevitable en los últimos veinte años, distintos sectores de Izquierda levantan candidaturas presidenciales, y de las otras. Este año no es diferente. Con acentos y estilos distintos, por lo menos tres personas se autoproclamaron como candidatos de Izquierda, con propuestas de cambios radicales en aspectos esenciales del neoliberalismo. Pero se ha instalado la idea de avanzar en un proceso que unificaría esas candidaturas en una sola, por la intercesión insustituible de la voz del populacho.
Ya está bueno de actuar como si no nos conociéramos, como si no fuéramos compañeros, amigos o aliados. Basta de mirarse con el ojo torvo propio de los enemigos. La iniciativa de levantar una candidatura presidencial de la Izquierda, con una plataforma programática y lista parlamentaria única, es una buena nueva.
Resultaría un desperdicio inexplicable no aprovechar el momento de mayor debilidad del sistema desde su entronización. Sobre todo, cuando la oligarquía formada por la derecha tradicional, miserable, criminal y cobarde, mezclada en la orgia neoliberal con una Concertación traidora, olvidadiza, rastrera y cínica, da señales de decadencia.
Propongámonos cambiar Chile. Y en esa magnífica disposición, preguntémonos por la conducta debida de la Izquierda, la que a pesar de ser una nube desperdigada, difusa y sonámbula, mantiene reservas valóricas intactas que esperan por mejores y nuevos adalides y oportunidades.
La invitación es a ser tal como nos describen nuestros propios discursos. Tanto insulta a la moral la práctica ambiciosa y criminal de la derecha, como el silencio despedazado de una Izquierda que camina con sus trincheras privadas a cuestas.
Permitamos la eclosión terrible de las fuerzas anidadas en el ser anónimo y desperdigado, sin el cual no hay lucha posible. Concordemos y alentemos su rebelión. Las buenas ideas no sirven si no son capaces de seducir a la masa anónima que, inevitablemente, siempre ha puesto el hombro y los muertos.
Candidaturas únicas de la Izquierda en todo el país, cada cual con sus valores y cualidades, tienen la responsabilidad de transitar en un rumbo histórico. Está en sus manos adelantarse como los iniciadores de un camino de impensadas proyecciones. Es posible escuchar lo que indica el sentido común y la mínima lógica política: el pueblo tiene de sobra madurez para dirimir quién será apoyado por el resto. Más de una candidatura presidencial es un lujo que no podemos darnos.
Pero no se confunda una movilización popular saludable, alegre, rebelde, con las primarias de opereta con las que el sistema intentó, sin éxito, blanquearse.
Hablamos de una iniciativa capaz de desplegar toda la inventiva de la gente, que integre a los estudiantes, los trabajadores y los pobladores; que sea una inédita fiesta democrática en las plazas y calles, cuya vibración sea capaz de seducir hasta al más pesimista e integrar al más pasivo. Un evento de participación popular que revuelva el gallinero, que devuelva la fe a la gente que tanto ha esperado, que ofrezca al desesperado un lugar en el cual depositar sus broncas anidadas y que convenza al que, con razón, no cree ni en su sombra.
Que sea una aventura humana de tal envergadura, que enamore a todos. Y ante la que el enemigo tiemble, los timoratos no duden y en la que los perdedores de siempre encuentren la alegría misteriosa que desde siempre ha estimulado el nervio secreto que hace que vivir valga la pena.
Seamos capaces de convocar al pueblo: a sus dirigentes, a los artistas e intelectuales; a sus jóvenes y lúcidos dirigentes estudiantiles; a sus científicos y profesores; a las mujeres luchadoras incansables, a los exiliados nostálgicos, a los mapuches reprimidos, a los millones de anónimos habitantes. Esta lucha inaugura otro tiempo.
No hay que temer a la voluntad del pueblo. De vez en cuando la masa anónima transforma su bronca en creatividad y su decisión en una fe lúcida ante la cual no hay prepotente que la venza, ni mentiroso que la amañe.
De lo contrario, mejor que no se espere mucho.

Ricardo Candia Cares


(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 782, 31 de mayo, 2013)

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