GOLPE DE OREJA
El condescendiente cerco fáctico de acuerdos y sonrisas
llega a su fin -aterrizado en la trampa jurídico mediática
montada por las fuerzas conservadoras- y se estrecha cuando ya
parece que atenaza los gruesos cogotes de La Moneda, en una suerte
de Golpe de Oreja, que no es lo mismo que Golpe de Estado, pero
es parecido o igual, con la moderna ventaja que los militares
no salen de los cuarteles, no precisa de mayorías y ni
siquiera de la primera autoridad. Castañas, pero con la
mano del enemigo.
Curiosamente, la ingenuidad de los culpables (queremos creer que
se trata de ingenuidad) la ingenuidad decíamos, divina
flor, lo hace posible, desde el desmantelamiento del diario “La
Época” y toda la red de medios de comunicación
progresistas a manos de “progresistas”, pasando por
la desmovilización, y por el fórceps constitucional
que dio paso al engendro seudo democrático con “justicia
de acuerdo a lo posible”, responsabilidades individuales
cuando el terrorismo era institucional y de Estado, ornamentado
con corbatas italianas y a ropero abierto cual pasarela, para
quedar a merced, no diremos del enemigo, sino del contrario, depositando
a su libre usufructo nuestra buena fe, cuando ya no queda casi
nada por privatizar y el sistema neoliberal hace agua. De la alegría,
ni hablar.
Pero nos modernizamos, bien modernizados; siempre está
sonando una sirena, vamos al mall, reclamamos mes a mes por los
cobros indebidos de teléfono y de empresas de cobranzas,
pasamos hablando huevás por el celular, comemos hamburguesas
con fecas y lo merecemos; qué más, ah, encendemos
el televisor y da la impresión que la patota de la esquina
nos estuviera agarrando para el hueveo; “cosas del rating:
reality show” lo que “la gente” pide y anhela,
un tiritón. “He escuchado el mensaje de la gente”
dijo alguien por ahí, y nos queda la duda si era mejor
el viejo réclame del jabón Lux, “nueve de
cada diez personas lo usan”, que queda mejor, más
respetuoso.
La práctica de la ingenuidad y la buena fe es la que confunde,
cuando en un abrazo con el nieto de Gabito, que se las traía,
pensamos, este es un buen hombre, un empresario demócrata
adicto a la tolerancia, sin que deje de serlo. Nos equivocamos
medio a medio, porque él está pensando, contrariamente
a lo que creemos, en que está a centímetros de la
privatización de Codelco y que para el BancoEstado faltan
dos seminarios, agua mineral y tres abrazos más. Igual
que cuando en la mesa de diálogo nos arrojamos emocionados
a los brazos marciales pensando en la reconciliación -pese
a que la iniciativa igual es buena-; hay que considerar que el
otro, en su deformación profesional, piensa en geopolítica,
piensa en cómo reinserta su institución en la sociedad
civil, y los cuerpos no aparecen y la picardía posterior
lo confirma. Preferible pensar en correlación de fuerzas
y tomarlo con sobriedad. Otros abrazos en constante y sonante,
claro está, salen más caros, el del Banco de Chile
unos mil cesantes si no más, y cien millones de dólares
menos para las Pymes y los que efectivamente lo necesitan. La
absorción del Santiago por el Santander, con ley a la medida,
otros dos mil desocupados más, por lo muy menos, en aras
de la modernidad, sin que ninguno de esos productos sea más
barato y mejor, antes al contrario.
Y a la hora de pasar la cuenta ¿quién paga? El ingenuo,
por supuesto. Indices certeros acusan la gestión. Falta
generar confianza, se escucha, por eso no viene la reactivación.
Y es el mismo ingenuo el que no genera confianza, se entiende.
Se precisan, se exigen claras “señales y gestos”
y otros pirujismos neoliberales por el estilo al ingenuo que,
culpable ahora, ha resuelto no bajarse los pantalones, sino andar
directamente a poto pelado. Tira el ingenuo, entonces, en su desesperación,
cubierto apenas por un modesto delantal, un TLC a la mesa -tal
vez un cuarto y dramático pacto de subdesarrollo- cerrado,
completo, caviar puro que el contrario mira con desdén.
Plop, sorpresa, no es que éramos amigos, conocidos, alguna
vez nos vimos, lo recuerdo apenas mire, yo a este chato directamente
no lo conozco. Y se nos viene sin querer Alfonsín a la
cabeza. Sin comentarios.
En tanto, nadie conoce las dimensiones de la evasión de
impuestos que ya son bajos, muy bajos, excesivamente bajos, vía
artimañas contables que el sistema ampara, ocultando utilidades,
por ejemplo; los despidos de personal sin justificación,
bajo el argumento de la productividad, de crear sinergias como
modelos de transparencia y ética pura, cuando ya todos
sufrimos en tiempo y cuentas telefónicas, interminables
grabaciones que no nos llevan a ningún lugar. ¿De
qué eficiencia estaremos hablando? ¿Cuál
es la eficacia? Más allá de despedir o desvincular,
como se dice elegantemente ahora. El mercado ordena, se dirá,
el mercado, vaya a comprarle a otro, que resulta ser el mismo
o con un resultado igual. ¡Vaya paradoja de asignación
de recursos!
¿Y para el caso, quién paga la cuenta? Obvio, el
ingenuo nuevamente, el culpable, y ahora no sin cierta razón;
mientras estudios realizados sobre empresas privatizadas en Europa
demuestran que éstas no tienen ningún índice
mejor que cuando eran públicas, ni productividad, ni eficiencia,
ni utilidades, ni tributación, ni reinversión. Nada,
estrictamente nada mejor, excepto que ahora las utilidades son
privadas y que se las arreglan para escamotear tributación.
Para colmo del culpable, atrapado en el contorsionismo constitucional,
quedan al descubierto irregularidades administrativas y pillajes
tipo cuentero y chorro de Franklin -sin ánimo de ofender
a los vecinos y comerciantes del glorioso barrio Franklin-, y
nuestra sociedad queda perpleja, así dicen los medios,
así insisten los medios, en realidad medios que, mucho
tendrían que contar de sus viejas deudas en los tiempos
prusianos y marciales (¿qué se ficieron?), y de
cómo otros socios, entre gallos y medianoche, se llevaron
el país completo para la casa, pero ley obliga silencio
y contorsión. ¿Obliga? Es una buena pregunta que
cabe hacerse hoy, y preguntarse también que diría
don Matías Cousiño si supiera que el parque que
donó, su casa, ahora se llama O’Higgins (don Bernardo,
seguro que no lo hubiera aceptado) borrando de paso cierto sentido
de responsabilidad social que tenían nuestras clases dominantes,
ya que hoy no perciben más responsabilidad que las donaciones
a la Teletón, y el resto se lo endosan por completo a los
culpables, que ingenuos, lo asumen de buena fe.
Así de fácil, despido, no invierto, retraigo el
mercado interno, uso los fondos previsionales de los trabajadores
a mi beneficio y les cobro, promuevo responsabilidades penales
a los catorce años de edad, catorce años, promuevo
cárceles privadas (era que no), me lavo las manos y...
la cuenta se la paso a los culpables. Notable. Esquizofrenia pura
traspasada como nada al resto de la sociedad, a la que aconsejo,
advierto, que cuiden la empresa y la pega. Un recorte de sueldos
no andaría mal. La solidaridad es sólo cuestión
de curas y filántropos.
Por otra parte, la debilidad de los culpables administrando el
sistema, embotellados en su propio juego, impide cualquier reacción.
El lugar elegido desde el principio, el corral ajeno, no permite
el canto de gallo alguno, y al estilo de culpables, peor. El ser
humano desde siempre es susceptible de corrupción y bajo
el neoliberalismo de brokers, dylers, lobyes, externalización
de servicios, etc. etc., nunca el plato más a la mano.
Para mayor dificultad, cuando en los orígenes los partidos
se abrieron cual licitación, más difícil
se hace hoy seleccionar o depurar a los accionistas malos; pero
sin duda la primera responsabilidad debiera recaer sobre ellos,
los partidos, nada que aquí las responsabilidades son individuales,
ese verso ya lo conocemos bien, y colorín colorado, aprovecha
de lavarse también las manos. Tampoco es menos cierto que
el Estado se administra con hombres comunes y corrientes, susceptibles
como decíamos al plato neoliberal, y que nadie cuenta a
su haber con un equipo de monjes tibetanos.
En tanto, el Golpe de Oreja avanza. De tanto machacar, día
a día, momento a momento, los medios comienzan a imponer
una manera de percibir la realidad, una lectura en la cual la
irregularidad y la corrupción son eje y bisagra articuladora
del conglomerado a cargo de administrar el modelo económico
y el Estado. Como telón de fondo, las hordas, la delincuencia,
se han tomado los espacios públicos y no queda más
-para “la gente”- que el aséptico y protegido
refugio del supermercado y el mall.
¿Y cuándo nos volvimos locos? Incierto saberlo,
pero seguro que la esquizofrenia se nos incorporó imperceptiblemente,
a la par del libre mercado, las utilidades privadas permeando,
ocupando de precariedad y agobio el cuerpo humano, que avanza
contra la tormenta del sustento como personaje medieval de Brueghel
el Viejo, por las calles de Santiago, los ojos voraces y la mano
que se estira pordiosera, la misma del cuchillo en la garganta,
así “el roto chileno sudando sangre como Cristo en
el Gólgota”
ROBERTO RIVERA V.