Edición 538
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Con rabia contenida

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GOLPE DE OREJA

El condescendiente cerco fáctico de acuerdos y sonrisas llega a su fin -aterrizado en la trampa jurídico mediática montada por las fuerzas conservadoras- y se estrecha cuando ya parece que atenaza los gruesos cogotes de La Moneda, en una suerte de Golpe de Oreja, que no es lo mismo que Golpe de Estado, pero es parecido o igual, con la moderna ventaja que los militares no salen de los cuarteles, no precisa de mayorías y ni siquiera de la primera autoridad. Castañas, pero con la mano del enemigo.
Curiosamente, la ingenuidad de los culpables (queremos creer que se trata de ingenuidad) la ingenuidad decíamos, divina flor, lo hace posible, desde el desmantelamiento del diario “La Época” y toda la red de medios de comunicación progresistas a manos de “progresistas”, pasando por la desmovilización, y por el fórceps constitucional que dio paso al engendro seudo democrático con “justicia de acuerdo a lo posible”, responsabilidades individuales cuando el terrorismo era institucional y de Estado, ornamentado con corbatas italianas y a ropero abierto cual pasarela, para quedar a merced, no diremos del enemigo, sino del contrario, depositando a su libre usufructo nuestra buena fe, cuando ya no queda casi nada por privatizar y el sistema neoliberal hace agua. De la alegría, ni hablar.
Pero nos modernizamos, bien modernizados; siempre está sonando una sirena, vamos al mall, reclamamos mes a mes por los cobros indebidos de teléfono y de empresas de cobranzas, pasamos hablando huevás por el celular, comemos hamburguesas con fecas y lo merecemos; qué más, ah, encendemos el televisor y da la impresión que la patota de la esquina nos estuviera agarrando para el hueveo; “cosas del rating: reality show” lo que “la gente” pide y anhela, un tiritón. “He escuchado el mensaje de la gente” dijo alguien por ahí, y nos queda la duda si era mejor el viejo réclame del jabón Lux, “nueve de cada diez personas lo usan”, que queda mejor, más respetuoso.
La práctica de la ingenuidad y la buena fe es la que confunde, cuando en un abrazo con el nieto de Gabito, que se las traía, pensamos, este es un buen hombre, un empresario demócrata adicto a la tolerancia, sin que deje de serlo. Nos equivocamos medio a medio, porque él está pensando, contrariamente a lo que creemos, en que está a centímetros de la privatización de Codelco y que para el BancoEstado faltan dos seminarios, agua mineral y tres abrazos más. Igual que cuando en la mesa de diálogo nos arrojamos emocionados a los brazos marciales pensando en la reconciliación -pese a que la iniciativa igual es buena-; hay que considerar que el otro, en su deformación profesional, piensa en geopolítica, piensa en cómo reinserta su institución en la sociedad civil, y los cuerpos no aparecen y la picardía posterior lo confirma. Preferible pensar en correlación de fuerzas y tomarlo con sobriedad. Otros abrazos en constante y sonante, claro está, salen más caros, el del Banco de Chile unos mil cesantes si no más, y cien millones de dólares menos para las Pymes y los que efectivamente lo necesitan. La absorción del Santiago por el Santander, con ley a la medida, otros dos mil desocupados más, por lo muy menos, en aras de la modernidad, sin que ninguno de esos productos sea más barato y mejor, antes al contrario.
Y a la hora de pasar la cuenta ¿quién paga? El ingenuo, por supuesto. Indices certeros acusan la gestión. Falta generar confianza, se escucha, por eso no viene la reactivación. Y es el mismo ingenuo el que no genera confianza, se entiende. Se precisan, se exigen claras “señales y gestos” y otros pirujismos neoliberales por el estilo al ingenuo que, culpable ahora, ha resuelto no bajarse los pantalones, sino andar directamente a poto pelado. Tira el ingenuo, entonces, en su desesperación, cubierto apenas por un modesto delantal, un TLC a la mesa -tal vez un cuarto y dramático pacto de subdesarrollo- cerrado, completo, caviar puro que el contrario mira con desdén.
Plop, sorpresa, no es que éramos amigos, conocidos, alguna vez nos vimos, lo recuerdo apenas mire, yo a este chato directamente no lo conozco. Y se nos viene sin querer Alfonsín a la cabeza. Sin comentarios.
En tanto, nadie conoce las dimensiones de la evasión de impuestos que ya son bajos, muy bajos, excesivamente bajos, vía artimañas contables que el sistema ampara, ocultando utilidades, por ejemplo; los despidos de personal sin justificación, bajo el argumento de la productividad, de crear sinergias como modelos de transparencia y ética pura, cuando ya todos sufrimos en tiempo y cuentas telefónicas, interminables grabaciones que no nos llevan a ningún lugar. ¿De qué eficiencia estaremos hablando? ¿Cuál es la eficacia? Más allá de despedir o desvincular, como se dice elegantemente ahora. El mercado ordena, se dirá, el mercado, vaya a comprarle a otro, que resulta ser el mismo o con un resultado igual. ¡Vaya paradoja de asignación de recursos!
¿Y para el caso, quién paga la cuenta? Obvio, el ingenuo nuevamente, el culpable, y ahora no sin cierta razón; mientras estudios realizados sobre empresas privatizadas en Europa demuestran que éstas no tienen ningún índice mejor que cuando eran públicas, ni productividad, ni eficiencia, ni utilidades, ni tributación, ni reinversión. Nada, estrictamente nada mejor, excepto que ahora las utilidades son privadas y que se las arreglan para escamotear tributación.
Para colmo del culpable, atrapado en el contorsionismo constitucional, quedan al descubierto irregularidades administrativas y pillajes tipo cuentero y chorro de Franklin -sin ánimo de ofender a los vecinos y comerciantes del glorioso barrio Franklin-, y nuestra sociedad queda perpleja, así dicen los medios, así insisten los medios, en realidad medios que, mucho tendrían que contar de sus viejas deudas en los tiempos prusianos y marciales (¿qué se ficieron?), y de cómo otros socios, entre gallos y medianoche, se llevaron el país completo para la casa, pero ley obliga silencio y contorsión. ¿Obliga? Es una buena pregunta que cabe hacerse hoy, y preguntarse también que diría don Matías Cousiño si supiera que el parque que donó, su casa, ahora se llama O’Higgins (don Bernardo, seguro que no lo hubiera aceptado) borrando de paso cierto sentido de responsabilidad social que tenían nuestras clases dominantes, ya que hoy no perciben más responsabilidad que las donaciones a la Teletón, y el resto se lo endosan por completo a los culpables, que ingenuos, lo asumen de buena fe.
Así de fácil, despido, no invierto, retraigo el mercado interno, uso los fondos previsionales de los trabajadores a mi beneficio y les cobro, promuevo responsabilidades penales a los catorce años de edad, catorce años, promuevo cárceles privadas (era que no), me lavo las manos y... la cuenta se la paso a los culpables. Notable. Esquizofrenia pura traspasada como nada al resto de la sociedad, a la que aconsejo, advierto, que cuiden la empresa y la pega. Un recorte de sueldos no andaría mal. La solidaridad es sólo cuestión de curas y filántropos.
Por otra parte, la debilidad de los culpables administrando el sistema, embotellados en su propio juego, impide cualquier reacción. El lugar elegido desde el principio, el corral ajeno, no permite el canto de gallo alguno, y al estilo de culpables, peor. El ser humano desde siempre es susceptible de corrupción y bajo el neoliberalismo de brokers, dylers, lobyes, externalización de servicios, etc. etc., nunca el plato más a la mano. Para mayor dificultad, cuando en los orígenes los partidos se abrieron cual licitación, más difícil se hace hoy seleccionar o depurar a los accionistas malos; pero sin duda la primera responsabilidad debiera recaer sobre ellos, los partidos, nada que aquí las responsabilidades son individuales, ese verso ya lo conocemos bien, y colorín colorado, aprovecha de lavarse también las manos. Tampoco es menos cierto que el Estado se administra con hombres comunes y corrientes, susceptibles como decíamos al plato neoliberal, y que nadie cuenta a su haber con un equipo de monjes tibetanos.
En tanto, el Golpe de Oreja avanza. De tanto machacar, día a día, momento a momento, los medios comienzan a imponer una manera de percibir la realidad, una lectura en la cual la irregularidad y la corrupción son eje y bisagra articuladora del conglomerado a cargo de administrar el modelo económico y el Estado. Como telón de fondo, las hordas, la delincuencia, se han tomado los espacios públicos y no queda más -para “la gente”- que el aséptico y protegido refugio del supermercado y el mall.
¿Y cuándo nos volvimos locos? Incierto saberlo, pero seguro que la esquizofrenia se nos incorporó imperceptiblemente, a la par del libre mercado, las utilidades privadas permeando, ocupando de precariedad y agobio el cuerpo humano, que avanza contra la tormenta del sustento como personaje medieval de Brueghel el Viejo, por las calles de Santiago, los ojos voraces y la mano que se estira pordiosera, la misma del cuchillo en la garganta, así “el roto chileno sudando sangre como Cristo en el Gólgota”

ROBERTO RIVERA V.

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