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Patricia Verdugo revela cómo “El Mercurio”
recibía el dinero de la CIA
La cuenta suiza de Agustín Edwards
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Lo dijo claramente el presidente Salvador Allende esa
mañana aciaga del martes 11 de septiembre de 1973:
“...quiero que aprovechen la lección: el
capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción
crearon el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran
su tradición, la que les enseñara el general
Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas
del mismo sector social que hoy estarán en sus
casas esperando, con mano ajena, reconquistar el poder
para seguir defendiendo sus granjerías y privilegios”.
Palabras pronunciadas en el ocaso de una vida digna como
pocas, que resumen de manera descarnada la tragedia de
los mil días de la Unidad Popular. La asonada golpista
fue el fin de un hermoso sueño colectivo y el comienzo
de un largo infierno para los chilenos.
Treinta años después la periodista Patricia
Verdugo, Premio Nacional de Periodismo, acometió
la tarea de hurgar en ese pasado que algunos esconden
y que otros simplemente prefieren olvidar o traicionar.
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La motivación de Patricia Verdugo fue “contarle
la historia a mis hijos, pero luego comprendí que era importante
narrarla a muchos hijos de este país”. Así
nació el libro Salvador Allende: Cómo la Casa Blanca
provocó su muerte, que relata la historia de la intervención
norteamericana en Chile.
En sus páginas están los nombres detrás de
la conspiración: Richard Nixon, Henry Kissinger y Agustín
Edwards, como los protagonistas indiscutidos de esta trama donde
la traición se impuso. Bastó que Allende ganara
las elecciones para que Nixon -azuzado por el dueño de
El Mercurio- echara a andar las acciones encubiertas “para
reventar” el proceso chileno. “Es necesario precisar
que el actual presidente de la Fundación Paz Ciudadana,
Agustín Edwards, en septiembre de 1970 era partidario de
la guerra ciudadana”, sentencia Patricia Verdugo.
Usted plantea en su libro que aunque el gobierno de Allende hubiera
sido perfecto, la decisión norteamericana de derrocarlo
hubiese sido la misma.
“Sí, aunque Salvador Allende hubiera sido un gobernante
perfecto -que no lo fue- y aunque la Unidad Popular hubiese sido
una coalición exitosa -que tampoco lo fue- el golpe se
habría producido igual. Durante muchos años pensé
que Estados Unidos no quería una ‘segunda Cuba’
en América Latina. Pero en la investigación me di
cuenta que tenía más sentido el tema del eurocomunismo.
Esto lo dicen varias personas que estuvieron muy cerca de Henry
Kissinger, para quien Salvador Allende era más peligroso
que Fidel Castro. Su experimento de socialismo en democracia podía
hacer eco no sólo en América Latina sino también
en Italia y Francia. Eso para Kissinger era insostenible. Por
ello, Estados Unidos envió a Chile agentes de la CIA de
primer nivel, a los más criminales”.
Usted aporta importantes datos en su libro, que prueban la intervención
de la Casa Blanca en nuestro país en la elección
de 1964. ¿Podría explicar qué motivó
a EE.UU. a actuar en Chile y cuál fue el papel que cumplió
en el triunfo electoral de Eduardo Frei Montalva?
“Chile se pone en la mira de Estados Unidos en 1958, cuando
Salvador Allende, por escasos 30 mil votos, estuvo a punto de
ser elegido presidente. Por eso, inician una gran campaña
para evitar que gane las elecciones de 1964. De hecho, la Comisión
Church del Senado de Estados Unidos estableció que la CIA
entregó al menos tres millones de dólares para la
campaña de Eduardo Frei Montalva, sin que éste se
enterara. Además instigó una campaña del
terror, con afiches en todo el país, donde se veían
los tanques soviéticos entrando por la Alameda. Incluso
todo indica que la acción sediciosa de octubre de 1969,
conocida como el ‘tacnazo’, se hace con miras a un
golpe militar. El objetivo norteamericano ya entonces era impedir
que Salvador Allende fuera elegido presidente. Les costó
tres años convencer a las Fuerzas Armadas y lograr una
masa crítica proclive a la intervención militar”.
LA CUENTA REGRESIVA
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¿Cómo intervino Washington en las elecciones
de 1970 y cómo implementó la injerencia
en Chile?
“La Casa Blanca hizo de todo, desde invertir millones
en acciones de sabotaje, apoyo financiero a la candidatura
de Jorge Alessandri, dividir al Partido Radical, etc.
Sin embargo, las mejores pruebas de la intervención
de Washington surgen con el triunfo de Allende. Fue entonces
cuando Nixon dio carta blanca a la CIA para actuar e impedir,
según sus propias palabras, ‘que ese hijo
de puta, ese bastardo asuma’. La orden era clara:
había que aplastarlo y la manera de hacerlo era
con un golpe militar. Para ello, la CIA se contactó,
entre el 5 y el 20 de octubre de 1970, con 21 oficiales
de las Fuerzas Armadas y de Carabineros. De acuerdo al
Informe Church, ‘a todos aquellos que estuvieran
dispuestos a ejecutar un golpe de Estado, se les aseguró
apoyo al más alto nivel del gobierno norteamericano;
con anterioridad y después de un eventual golpe’.
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AGUSTIN
Edwards Eastman, dueño de “El Mercurio”
y artífice de la intervención norteamericana
en el golpe del 73. Preside la Fundación Paz Ciudadana,
de enorme influencia sobre el actual gobierno en materias
de seguridad pública. |
En ese contexto, el general René Schneider, comandante
en jefe del ejército, democrático y constitucionalista,
se constituyó en el gran obstáculo. La decisión
fue eliminarlo y sabemos por el Informe Church y documentos desclasificados,
que vía valija diplomática llegaron tres subametralladoras,
abundante munición, granadas lacrimógenas y máscaras
antigases que fueron entregados a los conspiradores, entre los
cuales se encontraban los generales Camilo Valenzuela, Roberto
Viaux y Alfredo Canales. Incluso el agregado militar de Estados
Unidos, Paul Wimert, declaró que entregó 50 mil
dólares a Viaux, entre el 13 y el 20 de octubre de 1970,
además de prometerle un seguro de vida por 250 mil dólares.
También recibieron la misma suma el general Valenzuela
y el almirante Hugo Tirado, quien también estuvo involucrado.
Otros conspiradores fueron el director de Carabineros, general
Vicente Huerta Celis y el general de la Fuerza Aérea Joaquín
García.
Lamentablemente, a pesar de todas las evidencias, hay una versión
que han creído el ejército e incluso la familia
del general Schneider: que el objetivo era el secuestro y no el
asesinato. El poder le bajó el perfil al delito, lo que
culminó en ese fallo horroroso de la Corte Suprema en que
el secuestro con resultado de muerte termina siendo un secuestro
con atenuante, en vez de agravante. Han pasado 33 años
y el ejército no ha enviado siquiera una nota de protesta
a la Casa Blanca, por la muerte de su comandante en jefe. Entonces
uno se pregunta, cuánto tiempo tendrá que pasar
para que asuma que el general Pinochet fue un asesino. Cuántos
años transcurrirán para que le quiten el título
de ‘Benemérito’. Cuánto para que los
cadetes de la Escuela Militar y demás escuelas matrices
asuman que la dictadura fue oprobiosa, criminal y bárbara”.
Usted plantea en su libro que los mil días de la Unidad
Popular estuvieron fuertemente determinados por una puesta en
escena planificada por y a la medida de Estados Unidos, y que
en ese contexto las distintas fuerzas -incluida la Izquierda-
actuaron en una lógica que tendió a potenciar la
estrategia norteamericana. ¿Podría profundizar al
respecto?
“Claramente, teníamos una Izquierda gobernando y
otra Izquierda fuera del gobierno. Eso generó ciertos choques.
Por ejemplo, para la Izquierda fuera del gobierno, la larga visita
de Fidel Castro a Chile fue un acontecimiento glorioso. Lo cierto
es que una visita que debió ser de tres o cuatro días
duró casi un mes, y cuando se entra a la trastienda de
este episodio, se comprende que esa visita fue un dolor de cabeza
para el presidente Allende.
En otro ámbito; para Salvador Allende había un programa
que definía las empresas a ser intervenidas. Las tomas
le provocaron muchos problemas, porque no tenía cómo
ordenar la situación. Su obligación era gobernar
y salvar el proceso. La discusión en ese momento era muy
fuerte. Lo prueba el extracto de un discurso de Miguel Enríquez,
que incluí en el libro, donde da por abortado el proceso
del presidente Allende y plantea que es la hora de tomar las armas.
El hecho es que las tomó sólo un sector de chilenos
y el resto fuimos las víctimas. Era imposible que ese grupo
minoritario pudiera enfrentar a un ejército regular y por
eso fue una masacre. En ese sentido, yo me quedo con Salvador
Allende y lo que él se comprometió a hacer y con
los medios con los cuales se comprometió a hacerlo”.
Sin embargo, él vivió sus últimas horas en
La Moneda con un fusil en sus manos resistiendo el golpe...
“Cuando él toma el fusil que le regaló Fidel
Castro y lo usa, lo hace como lo haría cualquier ciudadano
en esas circunstancias. Estaba frente a un golpe, un delito subversivo.
Salvador Allende era el presidente constitucional y por tanto,
tenía que defender su cargo. Ese es el contexto en el cual
toma el fusil. Por eso, para mí uno de los momentos más
trágicos del 11 de septiembre en La Moneda es cuando el
representante del comité central del Partido Socialista,
Hernán del Canto le pide instrucciones. La respuesta de
Salvador Allende quedó estampada para la historia: ‘Nunca
antes me pidieron mi opinión. ¿Por qué me
la piden ahora? Ustedes, que tanto han alardeado, deben saber
lo que tienen que hacer. Yo he sabido desde un comienzo cuál
es mi deber’. Esa frase lo dice todo, para efectos de cómo
tenemos que reorganizar el movimiento popular en Chile, proceso
que tomará muchos años”.
Además del tiempo, ¿cómo visualiza usted
ese proceso de reconstrucción?
“Será muy difícil, porque el eje de la dictadura
fue destruir el tejido social. Para eso mató a las personas,
las torturó y exilió. El terror tuvo como objetivo
destruir el tejido social que Chile construyó con tanto
esfuerzo durante el siglo XX. Como resultado, hoy en Chile no
existe la percepción de que uno es persona en tanto pertenece
al colectivo. La dictadura llevó a los chilenos a creer
que son personas en tanto individuos aislados. El desafío
es entender que somos personas en las distintas organizaciones
sociales, gremiales y políticas. Es de esperar que algún
día esto dé como fruto una Izquierda madura, unida,
con objetivos claros, que tenga claridad respecto del adversario;
lo que exige mucha disciplina, realismo y capacidad de negociación.
Al fin y al cabo, los que murieron son los de abajo”.
NIXON, KISSINGER
Y EDWARDS
¿Cuál fue el papel de Richard Nixon y Henry Kissinger
en el complot contra Salvador Allende? ¿Cómo caracterizaría
usted su participación en la tragedia chilena?
“Para América Latina siempre han sido nefastos los
presidentes republicanos de Estados Unidos. De ellos, Richard
Nixon es además un ejemplo de bajeza moral. La mejor prueba
de su estupidez, fue creer que podría hacer en su país
lo mismo que hizo en América Latina. Con Watergate cayó
él mismo, lo que prueba su sandez. Sin embargo, en el caso
chileno influyó una suma de factores que se potenciaron.
Por un lado, Henry Kissinger, con su inteligencia diabólica
y su obsesión con Chile por lo que significaba esta experiencia
de socialismo democrático, y por otro, Donald Kendall,
presidente de la Pepsi-Cola, de quien Nixon era un empleado aun
en la Casa Blanca. Kendall había financiado a Nixon luego
de un fracaso político en California, hasta que llegó
a la presidencia. Nixon se ve cercado por Kissinger, que le plantea
actuar en Chile porque Allende constituye un peligro para la seguridad
de Estados Unidos, y por Kendall, que lleva de la mano a su amigo
chileno y dueño de la cadena El Mercurio, Agustín
Edwards, quien lo convence de lo mismo en esa tétrica reunión
del 15 de septiembre de 1970 en la Casa Blanca”.
En el libro usted atribuye un rol fundamental en la intervención
norteamericana a Agustín Edwards. ¿Cuál fue
la participación del dueño de “El Mercurio”
presidente de Paz Ciudadana, en el golpe?
“Lo primero que hay que precisar es que el presidente de
Paz Ciudadana, en septiembre de 1970 era partidario de la guerra
ciudadana. El ha planteado que sólo fue a informar a EE.UU.
lo que ocurría en Chile. Sin embargo, personeros de la
Casa Blanca de la época le atribuyen papel fundamental
en convencer a Nixon para actuar en Chile. El mismo Kissinger
define a Edwards como el gatillador de la tragedia chilena”.
Según el Informe Church, la CIA entregó más
de un millón y medio de dólares a “El Mercurio”
para crear las condiciones para el golpe militar.¿Cómo
fueron estas transacciones y otras destinadas a instituciones
como la Sociedad de Fomento Fabril y qué importancia tuvieron
en la desestabilización del gobierno?
“La CIA depositó un millón setecientos mil
dólares, en partidas de cien mil dólares, en la
cuenta suiza de Agustín Edwards. Otro tanto ocurrió
con la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), cuyo presidente era
Orlando Sáez. Este ha reconocido que manejaba cinco cuentas
bipersonales en Suiza. Allí la CIA depositaba el dinero
que Sáez traspasaba a León Vilarín, de los
dueños de camiones, para compensar las pérdidas
por los paros. Pero la repartición de dólares no
terminaba allí. El personero de la Sofofa también
declaró haber entregado dinero a Pablo Rodríguez,
de Patria y Libertad; a Pedro Ibáñez, senador del
Partido Nacional; a Felipe Amunátegui, del Partido Demócrata
Cristiano; y a Jaime Guzmán, del movimiento gremialista.
Claramente, El Mercurio cumplió un papel clave en crear
las condiciones para el golpe y los camioneros también
hicieron lo suyo”.
El director de “Punto Final”, Manuel Cabieses, solicitó
hace más de dos años la expulsión de Agustín
Edwards del Colegio de Periodistas, por violar con sus actos el
Código de Etica al gestionar la intervención norteamericana
para derrocar a un gobierno legítimo e instaurar el terrorismo
de Estado. ¿Cuál es su posición?
“Cuando me enteré de la acción de Manuel,
me encontraba haciendo gestiones para reincorporarme al Colegio.
Eso me hizo decidir que no volveré a formar parte de la
Orden, mientras el señor Edwards sea parte de ella. Apoyo
absolutamente la iniciativa de Manuel y cumpliré mi decisión
de no reintegrarme al Colegio de Periodistas mientras Edwards
esté allí”.
OTROS HOMBRES
A la luz de estos antecedentes, ¿qué opinión
le merece el “mea culpa” de Luis Guastavino, que planteó
que todos los actores políticos -incluyendo la Izquierda
y el gobierno de la Unidad Popular- tuvieron responsabilidad en
el 11 de septiembre de 1973?
“Es raro lo que pasa en este país. A cambio de tener
la portada del cuerpo D de El Mercurio y transformarse en personaje
mercurial, alguna gente está dispuesta a decir barbaridades.
Deberían ponerse en los zapatos de las familias de las
víctimas, porque lo que hacen es colaborar con un ‘empate
moral’ que es absolutamente bárbaro. Si tuvieran
un mínimo de sensibilidad, no abrirían la boca.
Por muchos años al escuchar el último discurso del
presidente Allende, yo me quedaba pegada en aquella frase de ‘...se
abrirán las grandes alamedas...’. Llevamos trece
años de transición esperando que se abran y no ha
sucedido. Comprendí que la clave para que algún
día se abran las grandes alamedas está en la frase
‘...superarán otros hombres este momento gris y amargo
en el que la traición pretende imponerse...’. Mientras
la clase política esté conformada mayoritariamente
por los mismos políticos que fracasaron en 1973, no tenemos
salida. La democracia sólida y profunda a que aspiramos,
será refundada por otros hombres y mujeres”.
Finalmente, ¿qué perdimos los chilenos con la muerte
de Salvador Allende?
“Cuando se cumplieron diez años del golpe, yo era
corresponsal de Televisa y salí con una cámara a
la calle. Llevábamos varios meses de protestas y la gente
comenzaba a perder el miedo. Me instalé en Huérfanos
con Ahumada y encuesté a alrededor de treinta personas.
Lo que más me sorprendió es que la mayoría
se expresó con cariño del presidente Allende. Me
sobrecogió que la palabra que más se repitió
fue ‘dignidad’. Y pienso que fue eso lo que perdimos
hace treinta años: la dignidad. No voy a decir que murió
un sueño, porque los sueños existen en la medida
que los tengamos en la cabeza y en el corazón. Lo que perdimos
fue dignidad como personas, dignidad como pueblo. La primera tarea
hoy es recuperar la dignidad”
MANUEL HOLZAPFEL GOTTSCHALK
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