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Filósofo Eduardo Carrasco

El dedo en la
llaga política


Fundador, director e integrante del grupo Quilapayún, Eduardo Carrasco se ha destacado en los últimos años como filósofo y profesor en la Universidad de Chile. Acaba de ser reeditado su libro Quilapayún: la revolución y las estrellas (Ril Editores). Ha publicado además los libros Distinciones (1985); Conversaciones con Matta (1987); Distinciones II (1989); Campanadas del mar (1995); Libro de las respuestas al libro de las preguntas de Pablo Neruda (1999); Para leer Así habló Zaratustra de F. Nietszche (2002); Palabra de hombre: tractatus philosophiae chilensis (2002). También es autor de numerosos artículos sobre temas filosóficos en revistas especializadas y ha dictado numerosas conferencias en universidades e institutos.
Quilapayún -junto a otros grupos y artistas- fue fundamental en el apoyo al gobierno de la Unidad Popular. ¿Qué es lo fundamental de esa experiencia?
“Fue una experiencia que fracasó. Las formulaciones concretas por las que luchábamos son difíciles de rescatar hoy día. No tiene sentido volver a las 40 medidas del gobierno popular, o a las JAP, o a las formas de organización de base, o a las ideas de activismo político y de instrumentalización de la cultura. Muchas de esas ideas eran completamente equivocadas: pocos días antes del golpe hicimos una conferencia de prensa en Helsinki para explicar que los militares chilenos eran profundamente democráticos y que jamás se tentarían con una aventura golpista. Además, estábamos convencidos de que representábamos al pueblo chileno en su conjunto, y eso no era cierto. En fin, un montón de equivocaciones.
Pero lo rescatable es el entusiasmo y la vitalidad que se despertó en el pueblo. El espíritu de participación y de movilización constante, la solidaridad, los anhelos de justicia social, las ansias de libertad. Todo eso era auténtico y nos hacía sentirnos formando parte de una inmensa ola que nos llevaba indefectiblemente hacia un mundo de mayor justicia y verdad. Ver que un pueblo se despierta y se echa a caminar, es una de las experiencias más formidables que un ser humano pueda vivir. Y nosotros la vivimos”.
La Nueva Canción Chilena estuvo marcada por un claro sentido ideológico. Aún así, esa música y poesía sigue siendo escuchada con atención y parece que se universalizará. ¿Qué opina?
“En todos los procesos históricos el arte es la expresión depurada de lo que ocurre a nivel concreto y contingente. Piensa tú en Grecia y Roma, por ejemplo. Los motivos por los cuales esos hombres lucharon y se mataron son completamente ajenos a nosotros. En cambio, sus obras de arte son tan cercanas que se han transformado en modelos para todas las épocas posteriores. En el arte se decanta lo esencial. En la política, como dice una canción nuestra, ‘la historia va cambiando los motivos’. En el arte los motivos son casi siempre los mismos y desde que surge una obra artística, por humilde que sea, queda en pie algo esencial. Es lo que nos pasó ahora con la Cantata Santa María de Iquique. La obra era la misma que presentamos en 1969, pero su contenido ha sufrido una transformación que la hace mucho más válida ahora que antes.
En 1969 nosotros cantábamos ‘es Chile un país muy largo, mil cosas pueden pasar’ o ‘unámonos como hermanos…’ Nada hacía pensar que algunos años después íbamos a estar sufriendo la represión militar y la violencia política. Hoy, todo el mundo sabe que esas palabras son verdaderas, son un programa definitivo para el pueblo chileno, forman parte de aquellas cosas que si son olvidadas, se corre el riesgo de perder todo lo ganado. Por eso no tengo dudas de que muchas de las cosas que nosotros hicimos quedarán. No es soberbia; en nuestras canciones se decantó la verdad de la época que nos tocó vivir. Y los primeros asombrados de este hecho somos nosotros”.
En su libro “Quilapayún: la revolución y las estrellas”, además de la historia del grupo y de los años de exilio, se encuentra una crítica a la Izquierda y el proyecto que se desmoronó tras la caída de los muros. ¿Qué conserva de aquel proyecto? ¿Cuáles serían hoy esa “revolución y esas estrellas”?
“Lo que me interesa, pero que no me atrevería a plantear como un programa de vida para otros, es la idea de que en la creación artística y en el pensamiento está la verdadera y única revolución que yo sería capaz de hacer. Creo firmemente en el poder del pensamiento. Estoy seguro que un pensamiento verdadero y profundo no necesita abrirse paso hacia una realización. El pensamiento mismo es una realización, no requiere de una práctica que lo ubique en el mundo. El pensamiento y las creaciones artísticas son como las rosas de un rosal: en ellas termina el asunto.
La economía o la política no tendrían ningún sentido si no existieran la cultura y el amor. Lo más humano de la vida humana, eso donde el hombre verdaderamente se siente realizado, es la creación, la imaginación, el uso de la inteligencia y el amor. Eso es lo que aprendí en todos los años en que anduve detrás de la revolución social.
Las tres etapas de mi vida son: la primera, las estrellas al servicio de la revolución; la segunda, la revolución al servicio de las estrellas y la tercera, a la vez la revolución que hay en las estrellas y las estrellas que hay en la revolución”.

CADA EPOCA
TIENE SU VERDAD

¿Qué piensa de las autocríticas de algunos ex dirigentes de la Unidad Popular?
“Opiniones como las de Guastavino, me molestan profundamente. Creo que es muy importante saber cómo se asume el pasado. No se trata de renegar de lo que se ha sido, haciendo mea culpas que en definitiva se vuelven contra los que los emiten (los deslegitiman como personas). Ni de adoptar una actitud insensible a toda autocrítica, como si los grandes descalabros históricos fuesen únicamente culpa de nuestros enemigos. Creo que hay un justo medio entre estos dos excesos. Debemos asumir nuestros errores salvando los grandes ideales y los grandes principios que nos guiaron en el pasado. Los hombres siempre están equivocados. Subrayo la palabra ‘siempre’ porque también ahora de seguro que estamos equivocados. Los que vengan después lo verán. Por eso, es absurdo juzgar una época histórica desde otra. Siempre estamos viendo las cosas de manera unilateral, como nos las muestran la verdad de la que somos parte y el error propio de la época a la que pertenecemos.
Hoy nos damos cuenta que en el pasado cometimos errores, pero no hemos aprendido nada si pensamos que por fin ahora somos dueños de la verdad definitiva. La verdad es un terreno móvil. Lo que fue verdad ayer, ya no lo es hoy día, y así le ocurrirá a cada época histórica.
Por eso, es tan importante reconocer el error como la verdad de las épocas pasadas, aprender a ver lo que se propuso hacer desde la perspectiva de ese momento, y eso hacerlo en forma serena, respetuosa y cautelosa, sin soberbia. Hay que tener padre y madre, y abuelos y abuelas, y tener raíces bien afincadas en la propia historia. No creo en los que pretenden andar volando o en los que reniegan del pasado. La luz definitiva no es posible, vivimos en una mezcla de luz y oscuridad”.
En la conmemoración de estos 30 años del golpe se resaltó por parte del gobierno la figura de Salvador Allende. ¿Qué opina? Se lo pregunto porque desde que asumió la Concertación, se solía nombrar en voz baja al ex presidente.
“Me parece un acto de justicia y una acción que habla bien de este gobierno. Durante demasiado tiempo los políticos de la Concertación habían estado volviéndole la espalda al pasado. Allende era un mal negocio para ellos, era el recuerdo de una experiencia fracasada y un nombre que abría brechas entre la Democracia Cristiana y los demás partidos de la coalición. No se supo abordar este tema desde los principios y, como en otros asuntos (los derechos humanos, por ejemplo), se intentó llegar a una solución que era más una di-solución que una verdadera solución.
Creo que hay que reivindicar la figura de Allende, sin sectarismos ni politicismos. Allende es un mártir de la democracia y en cuanto tal, es una figura que debiera ser reivindicada por todos los demócratas chilenos. Así ocurre en el extranjero, en Francia, en Italia o en España. A nadie se le ocurre intentar reinstalar en Chile el proyecto político de Allende. Eso ya pasó, quedó como un intento lleno de buenas intenciones, pero imposible de realizar. En cambio, lo que nadie puede negar es que Allende se jugó la vida por defender la democracia y el Estado de derecho. Eso es lo esencial, y eso es lo que la historia rescatará de su ejemplo.
En lo personal, hacerle justicia me parece importante, porque guardo un recuerdo muy afectuoso de él y siento mucha simpatía por este ‘compañero presidente’ que supo acercarse al pueblo sin poner en riesgo la dignidad de su cargo. Creo que fue un verdadero compañero y un honorable presidente”.

PRINCIPIOS PARA
UNA RECONCILIACION

A 30 años del golpe, ¿por dónde pasa la reconciliación nacional? ¿Cree que habrá alguna vez verdad y justicia real?
“Creo que la reconciliación nacional pasa por el consenso explícitamente formulado y respetado por todos, por ciertos principios básicos que debieran constituir el alma de Chile. En mi opinión, estos principios son la democracia, el respeto a los derechos humanos, la solidaridad, la libertad de opinión y de creencia, la libertad de creación, el reconocimiento del derecho de las minorías, la independencia de los poderes del Estado. Estos principios se han ido abriendo paso en nuestras instituciones, pero lamentablemente todavía algunas de ellas no son enteramente consecuentes.
Por ejemplo las Fuerzas Armadas, que dicen estar de acuerdo con el reconocimiento de los derechos humanos, pero siguen reconociendo en Pinochet a uno de sus grandes líderes y siguen siendo un factor de encubrimiento de los crímenes cometidos por la dictadura militar. ¡En qué quedamos!
Lo mismo ocurre con buena parte de la derecha. Se dice democrática, pero sigue defendiendo a Pinochet y a su dictadura. Mientras no se asuman resueltamente estos principios con todas las consecuencias que de ello derivan, no creo que pueda haber reconciliación definitiva”.
¿Qué papel asigna a la educación en una sociedad quebrada por los atropellos a los derechos humanos y las omisiones históricas? Se lo pregunto pensando en que si los chilenos hubiesen conocido las barbaridades cometidas por las fuerzas vencedoras tras la batalla de Placilla, en la guerra civil de 1891, habría existido quizá una fuerte conciencia colectiva para rechazar enfrentamientos fraticidas.
“No soy tan optimista. Las sociedades más cultas y educadas han sido capaces de los peores crímenes. Alemania era un ejemplo de cultura y de educación antes del nazismo, y eso no fue obstáculo para que ocurrieran las peores cosas. La historia se mueve por mecanismos más complicados que la simple ecuación ‘a mayor educación, mayor respeto a los derechos humanos’.
La confianza en los poderes de la educación ya no es sustentada por ningún filósofo serio. Sobre todo observando lo que es la educación en la actualidad: un proceso de adiestramiento técnico para insertar a los ciudadanos en el mercado del trabajo. La educación ha perdido la dignidad que tuvo en otras épocas. Probablemente, si comparamos la paideia griega, basada en la idea de formación ética del individuo, con la educación actual, en la que predomina la idea de eficacia social, observaríamos que ambas son exactamente opuestas.
Creo que el respeto a los derechos humanos nace en una sociedad que se propone metas más altas que el mero desarrollo económico o la baja de los índices de cesantía. Cuando no hay un proyecto histórico compartido, que incluya dentro de sus exigencias el respeto a los derechos humanos, es muy difícil que este respeto verdaderamente pueda lograrse”.

ROL DECISIVO
DEL CENTRO POLITICO

¿Cuál es su visión respecto a la posibilidad de que la Izquierda -la extraparlamentaria incluida- pueda volver a ser una opción real de gobierno?
“En primer lugar, tendríamos que definir lo que se llama ‘Izquierda chilena’. Creo que estamos en medio de un proceso de redefinición de las fuerzas políticas y lo que vaya a considerarse en el futuro próximo ‘Izquierda’ o ‘derecha’ está por verse.
Si considero a la ‘Izquierda’ como la suma del PS, el PC y otros grupos extraparlamentarios, no creo que estas fuerzas vayan a constituirse en una alternativa de gobierno, no creo que puedan llegar a ser una fuerza mayoritaria. Los famosos tres tercios de la política en Chile siguen sin modificación, de modo que las mayorías sólo pueden constituirse hacia el centro.
El mismo problema lo tienen la Izquierda y la derecha. Por eso todo depende de las alianzas que se hagan hacia el centro. Si Lavín se ha transformado en una alternativa es simplemente a título personal. No es la derecha la que ha aumentado su influencia hacia el centro, sino únicamente su persona. Por consiguiente, si sale elegido, deberá conversar con el centro político (la DC). Lamentablemente en la Izquierda no hay ningún líder que juegue ese mismo rol. De modo que la Izquierda sólo tiene futuro en la medida en que logre alianzas con la DC”.
En lo personal, ¿qué le queda de su militancia comunista?
“Un lejano recuerdo de cosas muy buenas y de otras muy malas. La verdad es que un filósofo nunca debiera militar en un partido. Para mí, eso fue un error y una falta de rigor conmigo mismo y con mi vocación. El filósofo es el que mira desde sí mismo y no puede hipotecar su libertad de espíritu. Ser filósofo es no tener ni religión ni partido. Me duele no haber sido lo suficientemente decidido en mi lucha contra el estalinismo. En lo personal guardo un profundo respeto por el espíritu altamente ético de muchos comunistas de esa época. Siento además profunda pena por todos los que fueron mis compañeros y que fueron asesinados. Sé que fueron personas generosas y valientes, entregaron su vida por una causa que creyeron justa y válida. No creo en las redenciones históricas, de modo que ‘Compañero X, presente’ no es ningún tipo de consuelo para mí. La muerte es irredimible. La pérdida de amigos como Víctor Jara o Littré Quiroga me parece un hecho absolutamente irreparable”.
En cuanto a América Latina, ¿cree que aún podemos llegar a ser la patria grande o es sólo un sueño?
“Me parece que es un sueño. En realidad somos países tremendamente egoístas y sin gran conciencia de lo que nos es común. Todavía ni siquiera hemos sido capaces de encontrar una solución para que Bolivia tenga una salida al mar y hace solamente algunos años estábamos a punto de tener una guerra con Argentina por problemas limítrofes. Es verdad que hay un discurso unitario, pero no es más que un discurso. Creo sí que existen unidades culturales que responden a realidades; por ejemplo, entre Chile, Argentina y Uruguay, lo que yo llamo Trasandinia. Pero no sé hasta qué punto estas unidades podrán dar lugar alguna vez a fenómenos políticos y económicos más consistentes. Por el momento, la corriente latinoamericanista que vivimos en los sesenta parece haberse invertido y diría que hemos vuelto a una afirmación muy fuerte de los localismos.
Sabemos muy poco de lo que pasa en México o en Ecuador, y lo mismo les ocurre a ellos con nosotros. Pero quizás todo este problema va a comenzar a aparecer de otro modo. A lo mejor Internet y otros fenómenos actuales es el término de los países tal como hoy los entendemos. En ese caso el problema es más bien otro: qué sentido darle a nuestra chilenidad dentro de un proceso que se hace cada día más global. Quizás el futuro no es ni Chile, ni América Latina, sino el planeta, el Estado planetario”

ALEJANDRO LAVQUEN

 

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