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Lo que hay detrás de la Fundación de Agustín Edwards

La peligrosa
Paz Ciudadana

Una amenazante “agenda corta” de seguridad ciudadana acrecentará el control represivo. Negociada con la derecha, fueron clave en su definición los ministros del Interior, José Miguel Insulza, y de Justicia, Luis Bates, y el subsecretario del Interior, Jorge Correa Sutil.
El gobierno se ve obligado a tomar medidas. Sabe que el modelo necesita una tranquilidad que asegure su funcionamiento, y debe enfrentar la creciente inquietud de la población ante el aumento de la delincuencia. Se trata de un hecho real, aprovechado y manipulado por la derecha y los sectores conservadores que controlan los medios de comunicación. Hay también intereses políticos directos, como la necesidad de aparecer a la ofensiva en un tema hasta ahora patrimonio de la derecha.
De acuerdo al último sondeo realizado por Barómetro Latinoamericano (agosto) el 57,5% de los chilenos considera que la seguridad es uno de los tres problemas más graves que los afectan. La colocan inmediatamente después de la corrupción y antes que los problemas de salud y desempleo que aparecen prácticamente con las mismas cifras. Desde comienzo de los 90, la inseguridad se mantiene entre los tres problemas que más inquietan a los chilenos, aunque, comparativamente, las tasas de los principales delitos son considerablemente más bajas que en Estados Unidos y otros países de América Latina y Europa.
En la “agenda corta”, que deberá discutirse pronto en el Congreso, se incluyen iniciativas como el proyecto que amplía y modifica la responsabilidad penal de los jóvenes, modificaciones a la ley de drogas para hacerla más drástica, el proyecto de ley para mejorar el control de identidad, dando más plazo para los chequeos policiales y estableciendo sanciones para los que no puedan acreditar la identidad y, modificaciones a la ley de control de armas, aumentando las penas por posesión ilegal de armas de fuego.
Mayor severidad, más cárcel y más penas son elementos comunes a las iniciativas que integran la “agenda corta”. “Se anuncian leyes duras”, tituló La Nación el 3 de octubre. Siguen pendientes la creación de la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI) y el Ministerio de Seguridad Pública, que concentraría en una sola mano todos los organismos que tienen que ver con el tema como Carabineros, Investigaciones y Gendarmería.
Aunque por motivos distintos, gobierno y derecha coinciden en las formulaciones concretas. Para ambos el tema de la seguridad es crucial. Muchos estiman que será el centro de las próximas elecciones municipales, presidenciales y parlamentarias. La derecha lleva la delantera y su control sobre los medios de comunicación le permite mantener viva la tensión sobre la supuesta falta de seguridad en las grandes ciudades, ante la cual las medidas se quedan siempre atrás. Consciente de esta situación, el gobierno busca consensos para comprometer a la derecha ante un posible fracaso de las medidas. Ambos coinciden en que la mayor coerción social preserva el funcionamiento del modelo, da tranquilidad a los inversionistas y permite conjurar posibles focos o movimientos masivos de descontento y rebeldía.

¿CUAL “PAZ CIUDADANA”?

Papel importante en el debate sobre el aumento de la delincuencia y la inseguridad le corresponde a la Fundación Paz Ciudadana que dirige el empresario Agustín Edwards Eastman, dueño de El Mercurio y connotado conspirador en los años 70.
Creada en 1992, la Fundación se convirtió, desde su inicio, en actor significativo. Contó con el respaldo de los poderes formales (ejecutivo, legislativo y judicial) y también de los “poderes fácticos”. Dispuso -según declara- de la “colaboración técnica de los más altos niveles del país y de algunas embajadas y fundaciones de países amigos”.
Sin realizar investigaciones propias ya que no cuenta con especialistas calificados, Paz Ciudadana se ha convertido en centro de opinión. Difusora y comentarista de los datos sobre criminalidad que elaboran Carabineros, Investigaciones y el Instituto Nacional de Estadísticas, genera además estudios que contrata especialmente.
Su influencia política es enorme. Cuando era candidato, el actual presidente de la República, Ricardo Lagos, declaró: “Yo firmo todo lo que dice Paz Ciudadana”. Las principales figuras del actual gobierno compiten en halagar al dueño de la cadena de diarios de la empresa El Mercurio.
Paz Ciudadana se propone “crear opinión”, influyendo tanto en la opinión pública como en las autoridades. Políticas conservadoras de mano dura, tolerancia cero, penalidad a los adolescentes y alta rigidez son el leit motiv de sus mensajes, similares a los de la derecha norteamericana. Su instrumento principal, el imperio periodístico de Edwards.
La Fundación brotó de la imaginación de Edwards en 1991, cuando aún estaba conmocionado por el secuestro que afectó a su hijo Cristián. Es posible que la idea inicial haya sido colaborar a una convivencia más civilizada, pero, al poco tiempo, Paz Ciudadana descubrió y asumió la importancia política de la seguridad y su abordaje, de acuerdo a pautas conservadoras que aprovecharan el autoritarismo latente en la sociedad chilena.

SERGIO Bitar, ministro de Educación y vicepresidente de Paz Ciudadana.

 

Si El Mercurio y su cadena mediática, en competencia permanente con La Tercera, se juega por el predominio de las ideas de derecha, Paz Ciudadana hace lo mismo con mayor eficacia y menor costo. Recibe ayuda económica de círculos empresariales y fundaciones norteamericanas, y tiene espacios gratuitos en los medios escritos, radios y TV. Según sus críticos, Paz Ciudadana es el mejor negocio que ha emprendido Agustín Edwards en términos de ganancias con baja inversión.
Uno de los secretos de este éxito es la transversalidad. Desde el primer momento, Paz Ciudadana se esmeró por no aparecer vinculada exclusivamente a la derecha y al pinochetismo. Siete personalidades conformaron su primer rostro visible: Agustín Edwards, su creador; Bernardo Matte Larraín, del grupo económico que controla su familia; Carlos Cáceres, ex ministro de Pinochet; Mónica Jiménez, figura relevante de la DC y muy cercana a la Iglesia; Edmundo Pérez Yoma, empresario DC; Sergio Bitar, entonces senador PPD y empresario, y el pintor Nemesio Antúnez. Fue un diseño que facilitaba extensiones y contactos empresariales, políticos e ideológicos.
La característica extensiva se ha mantenido y ampliado. En la actualidad, Paz Ciudadana está dirigida por un presidente -obviamente, Agustín Edwards- y dos vicepresidentes, Sergio Bitar (ahora ministro de Educación) y Matte, quien además es tesorero. Junto a ellos funciona un directorio de seis miembros compuesto por tres fundadores -Jiménez, Pérez Yoma y Cáceres- y el senador UDI Carlos Bombal, José Joaquín Brunner, ex ministro de Frei Ruiz-Tagle, y Guillermo Luksic, controlador de uno de los tres grupos económicos más importantes del país. Un consejo consultivo de cuarenta integrantes reúne a elementos representativos de los principales centros de poder: grupos económicos, universidades, Congreso y empresarios.
Como asesores del directorio actúan ex miembros de la Fundación, como la diputada María Pía Guzmán y expertos ligados al mundo de las comunicaciones y los estudios de opinión, como Roberto Méndez, Eugenio Tironi, Pablo Piñera, René Cortázar, Ernesto Corona y otros. También hay empresarios, como Carlos Alberto Délano, del grupo Penta, y Alvaro Saieh, que controla Copesa, cadena periodística competidora de El Mercurio. Un general en retiro de la Fach, que fue subsecretario del Interior en la dictadura, Enrique Montero Marx, es el asesor jurídico de la Fundación, avalado por su calidad de empleado de El Mercurio. (Ver recuadro).
Paz Ciudadana ha construido un corpus de ideas que se suma a la vertiente represiva del pensamiento conservador y le ha dado un nuevo aire, basado en la instalación de un sentimiento de miedo permanente y en acoger la experiencia de Estados Unidos y el pensamiento de Gary Becker y otros expertos. Todo ello sostenido por una impresionante cobertura mediática que también explica la sintonía entre Joaquín Lavín y los planteamientos de la Fundación.
En 1993 inició la publicación del Indice de Paz Ciudadana -que se convirtió en barómetro de la inseguridad que agobia a la población-. Basado en encuestas en que se pregunta si las personas tienen o no temor de ser víctimas de un delito, ha llegado a cifras escalofriantes. En 1998, el 83% de los encuestados contestó que sentía “temor” o “mucho temor” de ser víctima de un delito. Curiosamente, en ese tiempo otra encuesta permitió comparar esa sensación de temor con la vivencia real de la población. Se constató que se producía un sesgo o diferencia enorme entre miedo y realidad. En el caso del robo con violencia, por ejemplo, solamente el 6% de las personas había sido víctima de ese delito.
Movida por la necesidad de una justicia penal expedita, Paz Ciudadana se transformó en promotora de la reforma procesal penal, puesta en práctica en diversas regiones. Las dudas comenzaron a invadir a los iniciales partidarios de derecha: la reforma establece, según ellos, demasiadas garantías a los imputados. Lo más grave, es que su aplicación no produce una disminución de los delitos que más inquietan.

TEORIAS A LA ORDEN

Para criminólogos y penalistas de derecha, Estados Unidos representa el modelo de seguridad deseable, basada en la represión masiva de autores de delitos y también de los que potencialmente pudieran cometerlos, mediante la estigmatización de las capas desfavorecidas de la sociedad. La paradoja es que Estados Unidos objetivamente es una sociedad muy insegura: gasta miles de millones de dólares para combatir el delito sin conseguir erradicar ni disminuir significativamente la criminalidad. Además, mantiene en las cárceles a cerca de dos millones de personas.
Amplia acogida encuentran en la derecha experiencias como la llamada “tolerancia cero” que aplicó en Nueva York el alcalde Rudy Giuliani, al precio de llenar las calles de polícías y sancionar toda clase de delitos, incluyendo las infracciones y delitos leves para no dar señales de permisividad, de acuerdo a la teoría conocida como “ventanas rotas”, según la cual cuando no se sancionan las infracciones leves se estimula la comisión de delitos cada vez más graves.
También tiene resonancia la “teoría económica del comportamiento criminal”, elaborada por el economista Gary Becker. Plantea que la decisión de una persona de participar en una actividad ilegal debe analizarse igual que cualquier otra y, por lo tanto, se verá afectada por los costos y beneficios derivados de ponerla en práctica, puesto que las personas se comportan siempre de manera racional. También se basan en este supuesto comportamiento humano las “teorías de oportunidad”, que asumen que el delincuente se hace cuando decide aprovechar la ocasión propicia.
De acuerdo a la teoría de Becker habría dos formas de controlar la delincuencia: una, elevando los costos mediante mayor control policial, procesos más rápidos y penas más severas. La otra es actuar por el lado de los beneficios: interviniendo, por ejemplo, sobre el desempleo, asegurando mayor educación y cultura, combatiendo la pobreza, promoviendo la socialización amigable, etc. Obviamente, los sectores de derecha prefieren la primera: actúan a través del Estado, que les evita desembolsos mayores y una disminución de sus ganancias.
La mayoría de los especialistas rechaza el fundamentalismo represivo. Un sociólogo experto en temas de criminalidad, Luis Barros Lezaeta, del Centro de Estudios de Seguridad Ciudadana del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, sostiene que lo recomendable “sería avanzar en la definición de un cierto equilibrio entre las medidas de control y medidas de prevención social, definiendo claramente que estas últimas significan actuar sobre las circunstancias sociales que originan la delincuencia y, especialmente, actuar sobre el abandono y la desprotección que aquejan a ciertos niños y adolescentes del medio popular”.

RAICES DEL DELITO

Paz Ciudadana sustenta su prestigio en un doble equívoco. A diferencia de lo que se cree, no es un ente técnico que domina las complejidades de la realidad delictiva y sus raíces sociales. Tampoco actúa por razones abstractas de bien público. Cumple un papel político y se esfuerza por lograr que se definan políticas acordes con ese objetivo.
Tras las cifras no hay análisis ni estudios explicativos, sólo números y las conclusiones que interesa posicionar: hay más delitos y, por lo tanto, debe haber más castigos. Y éstos deben ser rápidos, masivos y ejemplarizadores.
Por desgracia, los planteamientos de Paz Ciudadana encuentran amplia acogida. Impera la visión simplista del premio y castigo sin prestar atención a las verdaderas causas del incremento delictual.
Los creadores y defensores de la sociedad neoliberal se alarman ante la inseguridad y el delito. Olvidan que sin quererlo, esa misma sociedad provoca más delitos y más inseguridad e incertidumbre. Y que se obtiene muy poco solamente con más cárceles, más policías y más represión.
Poco a poco las sociedades tradicionales represivas van siendo sustituidas por sociedades de control. Ya no se castiga y controla solamente lo que es, los hechos o actuaciones, se controla y penaliza socialmente lo que puede ser, lo que es considerado potencialmente peligroso. Los más afectados son los pobres, que son también potencialmente más peligrosos desde un punto de vista político.

PELIGRO DE LOS JOVENES

El tratamiento intimidatorio y penal que se reserva a los jóvenes de los sectores populares ejemplifica las políticas de seguridad que impone la derecha.
Existe una “inflación” publicitaria acerca de su potencial peligrosidad, que es desmentida por las cifras. Según ellas, cada año son detenidos alrededor de 50 mil jóvenes de menos de 18 años. Se trata de una cifra relativamente estable, que prácticamente ha variado en un par de décimas en veinte años (1,1% en 1980, 1,3% en 2001). Representa en promedio 7,3% del total de detenciones anuales en el país.
En otros países la situación es muy distinta. En Inglaterra, las detenciones de menores de 18 años representan el 23% del total, en Francia, el 22,5% y en Estados Unidos, el 17%.
Todavía hay algo más interesante. En ese cuadro de detenciones, que representa un universo de más o menos cincuenta mil jóvenes, sólo diez mil infringen la ley penal. Los otros cuarenta mil son aprehendidos por delitos menores, faltas o causales que no constituyen ilícitos penales (ebriedad y consumo de alcohol en la vía pública, daños, desórdenes, consumo de drogas, etc.).
Con todo, es claro que existe una situación preocupante, que, sin embargo, no justifica ni el temor desorbitado ni la penalización draconiana que pretende la derecha al exigir la rebaja de la edad penal.
En vez de establecer una justicia especial para adolescentes, que tenga esencialmente objetivos rehabilitadores, se busca rebajar la edad de imputabilidad criminal.
En declaraciones al Boletín Jurídico del Ministerio de Justicia (septiembre de 2002) el académico y penalista Juan Bustos, diputado socialista, critica las posiciones represivas y también aquellas de extrema permisividad que significan la irresponsabilidad de los menores frente al derecho penal. Bustos argumenta sobre la necesidad de establecer un derecho penal para adolescentes, partiendo del hecho de que “por sus características y debido a su etapa de desarrollo, los delitos que los niños (y adolescentes, PF) pueden cometer nunca tendrán la violencia, agresividad y fuerza exhibidas en los hechos punibles cometidos por los adultos”. Para Juan Bustos no se ha producido un desborde de la delincuencia juvenil, pero debe existir un derecho penal para adolescentes que se base en la responsabilidad y autonomía de la persona, de manera condicionada y acotada a cierta gradualidad.
“El sujeto -sostiene Bustos- ejerce algún grado de autonomía y tiene diversas opciones para responder. En esa perspectiva, desde el punto de vista penal se puede postular la posibilidad de exigir ciertas respuestas, aun tratándose de personas menores de edad. Sería el caso de los adolescentes entre 14 y 18 años, quienes ya completaron la educación básica y normalmente cursan primero o segundo medio. Ellos han adquirido ciertos conceptos valorativos del sistema social, no sólo en función de la formación académica recibida sino a través de la convivencia familiar y de la exposición a los medios de comunicación por lo cual, es razonable suponer que han absorbido ciertas valoraciones y que, por lo mismo, es posible plantearles determinadas exigencias”

ROBERTO ORTIZ


Salpicón político-empresarial

La “patrulla” de Edwards

Directorio de la Fundación Paz Ciudadana: Presidente: Agustín Edwards • Vicepresidente y Secretario: Sergio Bitar • Vicepresidente y Tesorero: Bernardo Matte • Directores: Carlos Bombal, José Joaquín Brunner, Carlos Cáceres, Mónica Jiménez de la Jara, Guillermo Luksic, Edmundo Pérez Yoma.
Asesores del directorio: José Gabriel Aldea, Jaime Bellolio, Ernesto Corona, René Cortázar, Carlos Délano, Roberto Edwards, Francisco José Folch, Gonzalo García, María Pía Guzmán, Roberto Méndez, Pablo Piñera, Alvaro Saieh, Martín Subercaseaux, Eugenio Tironi.
Asesor jurídico: Enrique Montero.
Consejo consultivo: Ramón Aboitiz, Lily Ariztía, Pilar Armanet, Julio Barriga, Enrique Barros, Juan Bilbao, Edgardo Böeninger, Jorge Burgos, Gonzalo Cienfuegos, José Claro, Enrique Correa, Juan Cuneo, José Miguel Gálmez, Francisco Gana, José Antonio Garcés, Oscar Guillermo Garretón, José Antonio Guzmán, Edmundo Hermosilla, Juan Hurtado, Gonzalo Ibáñez, Nicolás Ibáñez, Pedro Ibáñez, Rodrigo Jordán, Alberto Kassis, Michael Kaufmann, Mauricio Larraín, Alan Mackenzie, Germán Molina, Juan Pablo Morgan, Laura Novoa, Juan Obach, Máximo Pacheco, Horst Paulmann, Bernardino Piñera, Jaime Santa Cruz, Agustín Squella, Patricio Valdés, Gonzalo Vial, Wolf von Appen, Luis Enrique Yarur.
Gerente de administración y finanzas: María Eugenia de la Fuente.
Gerente general: Gonzalo Vargas Otte

 

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