Edición 565 - Desde el 16 al 29 de abril de 2004
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IRAQ, AÑ0 1

SOLDADOS yanquis cargan a un compañero herido.

A un año de la invasión de Iraq, Estados Unidos comienza a hundirse en el pantano que muchos observadores habían pronosticado. La resistencia iraquí, compuesta por un amplio espectro étnico, político y religioso, pareciera haber constituido lo que tanto temía el Pentágono: la unión de chiítas y sunitas en la lucha armada contra las fuerzas de ocupación.
Las declaraciones de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de EE.UU. y de John Kerry, candidato demócrata a la presidencia, son significativas: se cierne sobre Estados Unidos el síndrome de Vietnam.
No estamos en presencia de una guerra civil, sino de la insurrección de un pueblo contra la ocupación de su país por tropas extranjeras. Un pueblo altivo, cuyos antepasados arrancaron a la humanidad de la larga noche de la prehistoria.
Los combates prosiguen en la ciudad sunita de Faluya -vanguardia en la lucha contra el invasor- que se ha transformado en una moderna Stalingrado. El general norteamericano Mark Kimmit, ha pedido un “alto al fuego” y reconoció como beligerantes a los “elementos enemigos”, anunciando que quería entablar negociaciones con vistas a “un despliegue de fuerzas de seguridad iraquíes” en dicha ciudad.
En Bagdad, en la populosa barriada de Sadr City, chiítas y sunitas combaten al ocupante norteamericano y numerosos convoyes con víveres y medicamentos recolectados a toda prisa han partido, en centenares de automóviles, para abastecer a los resistentes atrincherados en Faluya, a través de la carretera de acceso a esa ciudad que controlan los patriotas.
Este enemigo inasible, que golpea sorpresivamente a los ocupantes tanto de noche como de día y que no les da respiro, se parece -afirmó a la AFP el teniente coronel norteamericano Brennan Byrne- a las acciones “que tuvimos que enfrentar hace años en Hue, en Vietnam”.
El ejército de Mahdi, la milicia del líder chiíta Moktada al Sadr, inició la insurrección en el centro y sur de Iraq, ocupando Kut (al este) y las ciudades santas del Islam chiíta: Nayaf y Kufa.
Las tropas ucranianas, búlgaras y polacas acantonadas en esa zona, juzgaron más prudente negociar su retirada. En Nasiriya, los italianos establecieron un acuerdo con los insurrectos, abandonando amplios sectores de la ciudad a las milicias chiítas. En Samawa, las tropas japonesas y holandesas se han replegado a sus fortificaciones, dejando el control de la ciudad a los milicianos chiítas. Karbalá, es la otra ciudad santa que los chiítas han tomado bajo su control.
La llamarada se ha extendido hasta el Kurdistán. En Mosul, los insurrectos se apoderaron de la gobernación y algunos colaboradores locales, como el jefe de la Medialuna Roja (Cruz Roja) de la ciudad de Arbil, fueron ejecutados. En Kirkuk, patriotas iraquíes lanzaron ataques contra los colaboracionistas kurdos y las tropas norteamericanas.
Algunos observadores anotan que la insurrección ha estallado y se ha generalizado ante la inminencia de la “transferencia de soberanía” por parte de las tropas de ocupación en junio próximo, transferencia que ha dejado de lado a los chiítas de al Sadr y que conferirá la parte del león en el reparto de poder a los chiítas del ayatolah Alí Sistani, considerado complaciente con los ocupantes.
Las dificultades para las fuerzas de ocupación sólo han comenzado. La derrota política norteamericana se manifiesta en el clima delicuescente en el seno del gobierno fantoche nombrado por el procónsul Paul Bremer: el llamado Consejo de Gobierno Transitorio. Tres miembros de dicho Consejo han renunciado a sus puestos: Nuri Badrane (del Ministerio del Interior), Abdel Bassat Turki (ministro de los ¡derechos del hombre!) y Abdel al Muhammaui, que dimitió luego de haber hablado con el líder chiíta Moqtada al Sadr. Otros dos han amenazado renunciar si las tropas de ocupación no levantan el asedio a Faluya, y desde la mezquita de Karbalá, Moktada al Sadr exhortó al presidente Bush a retirar sus tropas de Iraq.
Pero la insurrección del pueblo iraquí no constituye únicamente un viraje decisivo de la situación militar. En el plano internacional, en el seno de la llamada “coalición” y en EE.UU., en plena campaña electoral, el pantano iraquí comienza a tener consecuencias funestas para Bush.
Los dirigentes de la “vieja Europa”, como calificó Rumsfeld a Francia y Alemania, no disimulan que la situación actual era previsible y voceros oficiosos señalan que en su momento se dio a entender a Washington que era muy diferente “amañar las elecciones en Florida que pretender remodelar el mundo árabe-musulmán desde Marruecos a Paquistán”.
Por otra parte, el síndrome “Rodríguez Zapatero” contribuye a acentuar la preocupación entre los miembros de la “coalición”, cuando en algunos de esos países se perfilan futuras elecciones. El primer ministro polaco declaró, al día siguiente del triunfo del PSOE, que “Polonia tendría serias complicaciones con la retirada de los españoles”, y debe hacer frente al clamor de su población que se pronuncia por la repatriación de las tropas. En Inglaterra, la prensa y dirigentes políticos expresan sus dudas: “Estamos pasando por un momento crítico”, declaró el ministro de RR.EE. Jack Straw y la prensa tituló sarcástica: Happy birthday, mostrando fotos de soldados norteamericanos muertos y heridos.
En Japón, la oposición al papel colaboracionista con Estados Unidos se expresa con más fuerza, debido a la ausencia de intervenciones militares niponas en el extranjero desde 1945 -prohibidas por la Constitución- y a causa de los rehenes en manos de resistentes iraquíes. A pesar de las declaraciones emitidas en sentido contrario por el primer ministro japonés, las elecciones de junio próximo y el impacto provocado en la población por la suerte que podrían correr los rehenes, obligarán a Tokio, fiel cliente de Washington, a tomar distancia de la aventura de Bush. En ese sentido, la sorpresiva gira del vicepresidente Cheney -estrechamente ligado a las compañías norteamericanas que “reconstruyen Iraq”- a Japón y Corea del Sur, demuestra que comienzan a producirse fisuras entre los cipayos acarreados por Bush para la agresión. Otro tanto ocurre con Berlusconi, hazmerreir de las cancillerías europeas, que cada vez más aislado en su país busca una puerta de salida, aunque públicamente afirma que los soldados italianos “cumplirán con su tarea”. Otros países de menor monta, como Kazajstán, El Salvador, Nicaragua, titubean: el amo ha tenido que darse el trabajo de tomar el teléfono para recordarles sus obligaciones.
Grandes naciones como Rusia, China, India, Irán, Paquistán y el mundo árabe, plantean como una necesidad el fin de la ocupación norteamericana y la vuelta al imperio del derecho, esto es transferir a la ONU el proceso que culminaría con elecciones generales en que los iraquíes elegirían a sus dirigentes. Israel, el simbiótico aliado de Estados Unidos, que prosigue su guerra contra el pueblo palestino y que esperaba beneficiarse con la “remodelación del Medio Oriente” propuesta por Bush, ve con preocupación que su protector se encuentra en un callejón sin salida.
Bush comienza a darse cuenta que, a pesar que sigue contando con buena parte del electorado norteamericano, la erosión que provoca la guerra en Iraq podría llegar a ser un factor de debilitamiento de sus posibilidades electorales.
Los estrategas estadounidenses barajan una solución intermedia, esto es, reprimir la insurrección evitando enajenarse a la población (¿?) y lograr que la “vieja Europa” y la ONU acepten implicarse más en el avispero iraquí, pero por supuesto, guardando ellos el control de las operaciones y decisiones fundamentales. Esto aparece inaceptable para Francia, Alemania, Rusia y China, que exigirían una “reformulación precisa” del papel de la ONU. En buen romance, quitar a EE.UU. la exclusividad de la dirección política y operacional en Iraq.
Estados Unidos se encuentra ante una disyuntiva: profundizar la represión contra un pueblo ahora unido en su odio al invasor y que tendrá como lógica consecuencia la afluencia cada vez más numerosa de combatientes a las filas de la resistencia; o ceder, aceptando la inclusión en el futuro gobierno de algunos chiítas y ex baasitas considerados hasta ayer como “extremistas”, con la idea de poder neutralizarlos más tarde.
El candidato demócrata John Kerry -que votó por la agresión contra Iraq- no dice algo muy diferente. Propone una colaboración estrecha entre Estados Unidos, Europa y la ONU y aboga por el envío a Iraq de dos divisiones suplementarias, absteniéndose de prometer un pronto retorno de las tropas. Kerry considera además que junio, fecha tope para la “transferencia de soberanía”, no podrá ser respetada y recomienda abandonarla.
Con todo, un columnista del Washington Post escribió que “la única opción política buena que tenemos a nuestra disposición, es la de desembarazarnos del presidente que nos ha hundido en este pantano”

Paco Peña
En París

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