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IRAQ, AÑ0 1
SOLDADOS
yanquis cargan a un compañero herido.
A un año de la invasión de Iraq, Estados Unidos comienza
a hundirse en el pantano que muchos observadores habían pronosticado.
La resistencia iraquí, compuesta por un amplio espectro étnico,
político y religioso, pareciera haber constituido lo que tanto
temía el Pentágono: la unión de chiítas y
sunitas en la lucha armada contra las fuerzas de ocupación.
Las declaraciones de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de EE.UU.
y de John Kerry, candidato demócrata a la presidencia, son significativas:
se cierne sobre Estados Unidos el síndrome de Vietnam.
No estamos en presencia de una guerra civil, sino de la insurrección
de un pueblo contra la ocupación de su país por tropas extranjeras.
Un pueblo altivo, cuyos antepasados arrancaron a la humanidad de la larga
noche de la prehistoria.
Los combates prosiguen en la ciudad sunita de Faluya -vanguardia en la
lucha contra el invasor- que se ha transformado en una moderna Stalingrado.
El general norteamericano Mark Kimmit, ha pedido un “alto al fuego”
y reconoció como beligerantes a los “elementos enemigos”,
anunciando que quería entablar negociaciones con vistas a “un
despliegue de fuerzas de seguridad iraquíes” en dicha ciudad.
En Bagdad, en la populosa barriada de Sadr City, chiítas y sunitas
combaten al ocupante norteamericano y numerosos convoyes con víveres
y medicamentos recolectados a toda prisa han partido, en centenares de
automóviles, para abastecer a los resistentes atrincherados en
Faluya, a través de la carretera de acceso a esa ciudad que controlan
los patriotas.
Este enemigo inasible, que golpea sorpresivamente a los ocupantes tanto
de noche como de día y que no les da respiro, se parece -afirmó
a la AFP el teniente coronel norteamericano Brennan Byrne- a las acciones
“que tuvimos que enfrentar hace años en Hue, en Vietnam”.
El ejército de Mahdi, la milicia del líder chiíta
Moktada al Sadr, inició la insurrección en el centro y sur
de Iraq, ocupando Kut (al este) y las ciudades santas del Islam chiíta:
Nayaf y Kufa.
Las tropas ucranianas, búlgaras y polacas acantonadas en esa zona,
juzgaron más prudente negociar su retirada. En Nasiriya, los italianos
establecieron un acuerdo con los insurrectos, abandonando amplios sectores
de la ciudad a las milicias chiítas. En Samawa, las tropas japonesas
y holandesas se han replegado a sus fortificaciones, dejando el control
de la ciudad a los milicianos chiítas. Karbalá, es la otra
ciudad santa que los chiítas han tomado bajo su control.
La llamarada se ha extendido hasta el Kurdistán. En Mosul, los
insurrectos se apoderaron de la gobernación y algunos colaboradores
locales, como el jefe de la Medialuna Roja (Cruz Roja) de la ciudad de
Arbil, fueron ejecutados. En Kirkuk, patriotas iraquíes lanzaron
ataques contra los colaboracionistas kurdos y las tropas norteamericanas.
Algunos observadores anotan que la insurrección ha estallado y
se ha generalizado ante la inminencia de la “transferencia de soberanía”
por parte de las tropas de ocupación en junio próximo, transferencia
que ha dejado de lado a los chiítas de al Sadr y que conferirá
la parte del león en el reparto de poder a los chiítas del
ayatolah Alí Sistani, considerado complaciente con los ocupantes.
Las dificultades para las fuerzas de ocupación sólo han
comenzado. La derrota política norteamericana se manifiesta en
el clima delicuescente en el seno del gobierno fantoche nombrado por el
procónsul Paul Bremer: el llamado Consejo de Gobierno Transitorio.
Tres miembros de dicho Consejo han renunciado a sus puestos: Nuri Badrane
(del Ministerio del Interior), Abdel Bassat Turki (ministro de los ¡derechos
del hombre!) y Abdel al Muhammaui, que dimitió luego de haber hablado
con el líder chiíta Moqtada al Sadr. Otros dos han amenazado
renunciar si las tropas de ocupación no levantan el asedio a Faluya,
y desde la mezquita de Karbalá, Moktada al Sadr exhortó
al presidente Bush a retirar sus tropas de Iraq.
Pero la insurrección del pueblo iraquí no constituye únicamente
un viraje decisivo de la situación militar. En el plano internacional,
en el seno de la llamada “coalición” y en EE.UU., en
plena campaña electoral, el pantano iraquí comienza a tener
consecuencias funestas para Bush.
Los dirigentes de la “vieja Europa”, como calificó
Rumsfeld a Francia y Alemania, no disimulan que la situación actual
era previsible y voceros oficiosos señalan que en su momento se
dio a entender a Washington que era muy diferente “amañar
las elecciones en Florida que pretender remodelar el mundo árabe-musulmán
desde Marruecos a Paquistán”.
Por otra parte, el síndrome “Rodríguez Zapatero”
contribuye a acentuar la preocupación entre los miembros de la
“coalición”, cuando en algunos de esos países
se perfilan futuras elecciones. El primer ministro polaco declaró,
al día siguiente del triunfo del PSOE, que “Polonia tendría
serias complicaciones con la retirada de los españoles”,
y debe hacer frente al clamor de su población que se pronuncia
por la repatriación de las tropas. En Inglaterra, la prensa y dirigentes
políticos expresan sus dudas: “Estamos pasando por un momento
crítico”, declaró el ministro de RR.EE. Jack Straw
y la prensa tituló sarcástica: Happy birthday, mostrando
fotos de soldados norteamericanos muertos y heridos.
En Japón, la oposición al papel colaboracionista con Estados
Unidos se expresa con más fuerza, debido a la ausencia de intervenciones
militares niponas en el extranjero desde 1945 -prohibidas por la Constitución-
y a causa de los rehenes en manos de resistentes iraquíes. A pesar
de las declaraciones emitidas en sentido contrario por el primer ministro
japonés, las elecciones de junio próximo y el impacto provocado
en la población por la suerte que podrían correr los rehenes,
obligarán a Tokio, fiel cliente de Washington, a tomar distancia
de la aventura de Bush. En ese sentido, la sorpresiva gira del vicepresidente
Cheney -estrechamente ligado a las compañías norteamericanas
que “reconstruyen Iraq”- a Japón y Corea del Sur, demuestra
que comienzan a producirse fisuras entre los cipayos acarreados por Bush
para la agresión. Otro tanto ocurre con Berlusconi, hazmerreir
de las cancillerías europeas, que cada vez más aislado en
su país busca una puerta de salida, aunque públicamente
afirma que los soldados italianos “cumplirán con su tarea”.
Otros países de menor monta, como Kazajstán, El Salvador,
Nicaragua, titubean: el amo ha tenido que darse el trabajo de tomar el
teléfono para recordarles sus obligaciones.
Grandes naciones como Rusia, China, India, Irán, Paquistán
y el mundo árabe, plantean como una necesidad el fin de la ocupación
norteamericana y la vuelta al imperio del derecho, esto es transferir
a la ONU el proceso que culminaría con elecciones generales en
que los iraquíes elegirían a sus dirigentes. Israel, el
simbiótico aliado de Estados Unidos, que prosigue su guerra contra
el pueblo palestino y que esperaba beneficiarse con la “remodelación
del Medio Oriente” propuesta por Bush, ve con preocupación
que su protector se encuentra en un callejón sin salida.
Bush comienza a darse cuenta que, a pesar que sigue contando con buena
parte del electorado norteamericano, la erosión que provoca la
guerra en Iraq podría llegar a ser un factor de debilitamiento
de sus posibilidades electorales.
Los estrategas estadounidenses barajan una solución intermedia,
esto es, reprimir la insurrección evitando enajenarse a la población
(¿?) y lograr que la “vieja Europa” y la ONU acepten
implicarse más en el avispero iraquí, pero por supuesto,
guardando ellos el control de las operaciones y decisiones fundamentales.
Esto aparece inaceptable para Francia, Alemania, Rusia y China, que exigirían
una “reformulación precisa” del papel de la ONU. En
buen romance, quitar a EE.UU. la exclusividad de la dirección política
y operacional en Iraq.
Estados Unidos se encuentra ante una disyuntiva: profundizar la represión
contra un pueblo ahora unido en su odio al invasor y que tendrá
como lógica consecuencia la afluencia cada vez más numerosa
de combatientes a las filas de la resistencia; o ceder, aceptando la inclusión
en el futuro gobierno de algunos chiítas y ex baasitas considerados
hasta ayer como “extremistas”, con la idea de poder neutralizarlos
más tarde.
El candidato demócrata John Kerry -que votó por la agresión
contra Iraq- no dice algo muy diferente. Propone una colaboración
estrecha entre Estados Unidos, Europa y la ONU y aboga por el envío
a Iraq de dos divisiones suplementarias, absteniéndose de prometer
un pronto retorno de las tropas. Kerry considera además que junio,
fecha tope para la “transferencia de soberanía”, no
podrá ser respetada y recomienda abandonarla.
Con todo, un columnista del Washington Post escribió que “la
única opción política buena que tenemos a nuestra
disposición, es la de desembarazarnos del presidente que nos ha
hundido en este pantano”
Paco Peña
En París
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