Edición 670 - Desde el 6 al 25 de septiembre de 2008
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La UF despierta


La Unidad de Fomento (UF) es una invención de los años sesenta que ha perdurado hasta nuestros días. Un sistema, se ha dicho, para dar estabilidad a los inversionistas y para evaluar proyectos de inversión. Un mecanismo para establecer contratos de largo plazo, un instrumento de ahorro y crédito, útil para tasar bienes raíces. Pero la UF es, además de una unidad para la apreciación del cambio de valor de la moneda, una medida cuyo uso reproduce los sesgos de un sistema económico. No es sólo un componente económico más: su uso es otra expresión del oblicuo modelo neoliberal. La UF no ha sido creada para cautelar el sustento, que es el salario, de los trabajadores y ciudadanos. Existe para resguardar los intereses de los dueños del capital, del gran capital en varias de sus expresiones. Esa es la estabilidad que busca la UF.
En 1967 nace originalmente con una reajustabilidad trimestral. No sufre modificación hasta 1975, al inicio de la dictadura, cuando sus reajustes comienzan a ser mensuales. Como el mecanismo no era suficiente para proteger los intereses de los inversionistas, a partir de 1977 la UF debuta como una unidad con reajuste diario, tal como la conocemos hoy.
Es un seguro a todo evento para el capital en tiempos de inflación. Si observamos sus orígenes y sus grandes modificaciones que reforzaron la protección al gran capital, éstas ocurrieron en períodos de alta inflación. En 1967 la inflación anual alcanzó poco más de 20 por ciento, en 1975 hubo una hiperinflación y en 1977 superó el 50 por ciento anual.
El problema con la UF no está en la protección que le otorga al capital, sino en la desprotección en que deja al resto de las personas. Este es el sesgo, su trampa y gran injusticia. Lo es por su concepción, diseño y aplicación. Sólo los propietarios y dueños del capital pueden beneficiarse de este mecanismo, de este seguro contra la desvalorización de la moneda. El resto de la población, que realiza sus transacciones en pesos, no sólo sufre la pérdida del poder adquisitivo del peso derivada de la inflación, sino que ha de pagar numerosos compromisos en una creciente UF. La pérdida de poder de compra, el aumento de la pobreza, surge de estas dos fuentes.
Es posible afirmar que en Chile circulan dos monedas, las que están distribuidas de forma muy desigual. Por una parte, quienes disponen de la UF y establecerán sus contratos en esta divisa serán siempre los propietarios, quienes tienen y ejercen el poder en las relaciones económicas. El resto, los asalariados, que ganan en desvalorados pesos, sólo pagarán, tendrán deudas y otras obligaciones, en UF. Así se ha construido el sistema. Pero sin duda, lo peor es que así se ha legitimado.
Un simple mirada permite observar toda la perversión del sistema, que recae sobre los ciudadanos y asalariados, sobre quienes han de pagar sus hipotecas, arriendos, seguros de salud, matrículas y algunas tarifas de servicios en UF. Se paga en UF y se gana en pesos. (Incluso sería más justo pagar en dólares, o hasta en euros). Se genera un proceso de encarecimiento y empobrecimiento entre quienes ganan en pesos, y protección plena, en UF, para las grandes empresas y bancos. Una singular relación contractual que contribuye a ensanchar la enorme brecha en la distribución de la riqueza. Un dividendo de doce UF ha pasado de 235 mil 524 pesos el 1º de enero a más de 250 mil pesos el 9 de septiembre de este año. Si esa misma familia paga un seguro de salud por cuatro UF, le ha subido durante ese período de 78 mil 500 pesos a 83 mil 400 pesos. Sólo en estos dos gastos, la familia paga casi veinte mil pesos más. Y así seguirá creciendo.

Doble estándar económico

En diversos períodos de la historia reciente han aparecido voces para eliminar la UF. Voces que sistemáticamente no han sido consideradas ni asimiladas. Los distintos gobiernos neoliberales no han dedicado ni un minuto de su tiempo a discutir las posibilidades de terminar con esta doble moneda, con este evidente doble estándar económico. Y si ha habido alguna reacción, ha sido para impugnar argumentos, para descalificar ideas. En tiempos de alta inflación, el debate se ha intentado empujar para tiempos con baja inflación; en años de baja inflación, la respuesta ha sido más singular: la UF, han dicho, está derrotada. Ahora, nuevamente, el ministro de Economía ha empujado el posible debate al futuro, a tiempos de menor inflación, hacia la indeterminación del devenir. No hay interés en eliminar la UF. ¡Ni hablar!
No habrá interés, pero sí motivos. De partida, el sesgo, su injusta aplicación. ¿Por qué el seguro de salud, la educación, la hipoteca y no los salarios? La respuesta, que busca argumentaciones en la estabilidad económica, en la seguridad y confianza a los inversionistas extranjeros, esconde lo esencial, que es su injusta aplicación. Una medida injusta que surge de un pensamiento económico que ha entregado todo el sistema económico al mercado, que es lo mismo que haberlo entregado de una vez a las grandes empresas, a la banca, a las corporaciones transnacionales. Para ellos todo. Y también la UF.
La ciudadanía está atada a una medida, a una moneda ajena. Como si lo estuviera a una divisa extranjera. Como si sus contratos y obligaciones tuviera que pagarlos en oro. Pero la UF tiene otros efectos, además de favorecer a las grandes empresas y a la banca. Su aplicación es también inflacionaria. Retroalimenta la inflación, la hace circular, la traspasa y la masifica. Lo que puede surgir de un producto, de un servicio se filtra hacia el resto de los bienes y servicios. ¿Qué tiene que ver el alza de los precios de los alimentos con el alza de los seguros de salud, de las hipotecas o los arriendos? ¿Por qué ha de incidir el alza del precio del pan en el alza de la UF, que sólo beneficia a las grandes empresas y dueños del capital? Una respuesta sería porque los costos de esa institución suben. Pero la realidad no lo expresa así: los costos salariales, que son los mayores, se mantienen porque están en pesos.
Es la inflación la que dispara la UF. El alza del pan, de los combustibles, detona este mecanismo que lleva a amplificar y extender la variación de los precios. Un proceso lento y pesado, que cuando toma su ritmo tarda mucho en frenar. La UF tiene una inercia que se expresa durante meses, incluso años.
Los períodos de inflación aumentan las contradicciones e injusticias propias del capitalismo hiperventilado. Así lo ha estimado el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en un informe de agosto. “Más de 26 millones de personas en América Latina y el Caribe pueden caer en la extrema pobreza si se mantienen los precios altos de los alimentos”, advierte el organismo financiero regional. Y también sugiere: “Los países de América Central y del Caribe, que importan grandes cantidades de alimentos, se encuentran en una situación de mayor riesgo en cuanto a una posible agudización de los niveles de pobreza. Por ejemplo, Haití necesitaría transferir a los pobres el 12 por ciento de su producto interno bruto (PIB) para que puedan mantener los mismos niveles de consumo anteriores a la crisis; Perú necesitaría transferir 4,4 por ciento de su PIB y Nicaragua el 3,7 por ciento, según lo demuestran las cifras del BID”. Chile, necesitaría transferir, dice el BID, el 0,19 por ciento de su producto. Y si estimamos que el producto chileno es de aproximadamente 170 mil millones de dólares, el monto adicional propuesto sería de unos 323 millones de dólares.
El aumento de precios puede llevar a más personas hacia la pobreza. En Chile, estima el BID, el número de pobres se podría incrementar de un 12,3 por ciento de la población total a un 17,2 por ciento. Un dato oficial, que bien se sabe, no responde con exactitud al verdadero volumen de ciudadanos que viven en condiciones de grandes necesidades. La metodología para calcular la pobreza en Chile se ha demostrado no evalúa con exactitud ni con justicia, ni cuáles son las condiciones de una vida en la pobreza ni el número de personas que viven en esas condiciones. Diversos estudios y estimaciones de economistas y organismos independientes consideran que el número de pobres es muy superior.
Lo mismo ha dicho la FAO. En un informe publicado a inicios de septiembre, ha advertido que en América Latina aumentará el número de pobres como efecto del alza en los precios de los alimentos. “En América Latina no hay problemas de oferta alimentaria; empero, más personas tendrán menos acceso a los alimentos básicos”. Pero esta marginación no deriva de la falta de alimentos, de un problema de oferta. Se trata, simplemente, de un problema de mercado. “Si se cuantifica la producción regional de cultivos que conforman la alimentación básica en la mayoría de los países de la región, el resultado es que la oferta supera 40 por ciento la demanda”. Por tanto, “no hay ni se prevé que haya crisis de desabastecimiento en América Latina, a excepción de Haití”.
Más pobreza en un mundo de abundancia, de mayor producción y abundancia de alimentos. “Para 2008 se pronostica un crecimiento de 5.7 por ciento en la producción de cereales, para totalizar 189 millones de toneladas, ritmo mayor de expansión que el promedio mundial, el cual se estima en 2.8 por ciento”. Y aun cuando el alza en los precios tenderá a estabilizarse en el mediano y largo plazo, según pronostica la FAO, el daño ya estará hecho. Los mayores precios deteriorarán el nivel de vida y la calidad nutricional de una proporción no despreciable de la población de América Latina, a pesar de tratarse de una gran zona productora y exportadora de alimentos. “Más de 26 millones de personas pueden caer en la pobreza en la región”, afirma el organismo. Ellos se sumarían a los 190 millones de pobres que tiene América Latina en la actualidad.

¡La UF no está en discusión!

Los comentarios que lanzaron la idea de iniciar un debate para eliminar la UF y provocaron el rechazo del ministro Hugo Lavados, surgieron hace poco menos de un mes, a raíz de las declaraciones de un grupo de diputados de la Concertación. Eugenio Tuma, Antonio Leal y Jorge Insunza plantearon terminar con esta medida. El motivo: la UF daña el poder adquisitivo de la población a la cual se le paga y se recalculan sus remuneraciones en pesos y no en este sistema. Porque la UF, ha explicado Tuma, “además de producir un efecto multiplicador creciente, produce un daño enorme en los sectores más vulnerables del país, que son los trabajadores, con la pérdida del poder adquisitivo. Nosotros planteamos una discusión de esta materia, porque no puede ser que los sectores empresariales protejan sus ingresos en UF y los trabajadores sigan perdiendo poder adquisitivo recibiendo sus remuneraciones en pesos”.
La eliminación de la UF ha sido una materia oscilante, discusión que se eleva en tiempos de alta inflación y cae en períodos de baja. Un largo proceso que ha causado un daño irreparable en los trabajadores y ciudadanos. Lo que se come la inflación y la UF, no vuelve a recuperarse. El ministro de Economía ha dicho que un debate podría darse en el largo plazo, en un futuro indeterminado, en una época con inflación baja.
Pero durante esos períodos también se ha intentado levantar la discusión, sin ninguna respuesta por parte de los gobiernos. Y ejemplos no faltan. Hace unos cinco años el diputado Pablo Lorenzini (DC) intentó instalar el debate sin éxito. Lo hizo en un período de muy baja inflación, no más allá del tres por ciento anual, aumento de precios con muy poca incidencia en la UF. Entonces, dijo que “con inflación de 2,5 por ciento, menos que la de Estados Unidos y de los países europeos, con inflación negativa entre meses durante un año, qué sentido tiene tener una unidad distinta al peso chileno que no entiende nadie y que complica”. En la oportunidad, el diputado Pablo Lorenzini dijo que los objetivos de la UF ya se cumplieron y por lo tanto, habría que eliminarla. Hoy, cinco años más tarde, con una inflación en pleno ascenso -en torno a un diez por ciento anual-, la UF se levanta de su largo sueño .

PAUL WALDER
(Pubicado en “Punto Final” Nº 670, 5 de septiembre, 2008)