EL CENSO:
espejo del modelo
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La entrega oficial de los resultados preliminares del
Censo 2002 se convirtió en noticia por la magnitud
de sus repercusiones. El gobierno utilizó los resultados
para demostrar que el país progresa de manera notable:
que en diez años, Chile, bajo la Concertación,
se ha convertido en una sociedad más moderna, liberal
y ampliamente dotada -de automóviles, artefactos
hogareños, celulares y equipos de computación-.
El número de profesionales aumenta de manera vertiginosa;
disminuye el número de católicos mientras
sube el de protestantes y, también, el de no creyentes.
La mujer tiene un papel más protagónico,
por su calidad de jefa de hogar y el conjunto de la sociedad
muestra tendencia al envejecimiento.
Los datos del Censo esbozan una realidad sorprendente,
que debería acallar las críticas al funcionamiento
del modelo. Sin embargo, no es así.
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RODRIGO
Sepúlveda, presidente del Colegio de Antropólogos.
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El Censo no midió ingresos, satisfacción de las
personas, condiciones de salud ni otros aspectos cualitativos.
Las mediciones en esos ámbitos, con instrumentos como la
encuesta Casen -la encuesta específica en materia de salud
y calidad de la educación- indican la existencia de una
realidad muy distinta a la que se quiere extraer de los datos
del Censo. La contradicción más evidente -y reciente-
se produce con el Informe de Desarrollo Humano, elaborado por
el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) también
en el año 2002.
Ese documento describe a la sociedad chilena como sin identidad,
ambivalente, diversa y fragmentada, como producto del proceso
de transformación social en marcha, impulsado por la aplicación
del modelo neoliberal.
Más del 60% de los chilenos, según el PNUD, estimó
que era más lo que habían perdido con los cambios
económicos. Estos cambios fueron aprobados sólo
por el 36%.
Una mayoría estimó que los cambios eran negativos
en las relaciones laborales. El 52% se sintió “perdedor”
con el modelo; “ganador” se declaró solamente
el 38%. El 87% de la población señaló que
su salario le alcanzaba justo, sin posibilidad de ahorro, o, simplemente,
no le alcanzaba (más de la mitad).
Para aclarar aspectos metodológicos y, sobre todo, la obvia
contradicción entre las cifras que esgrime el gobierno
y la realidad del país, con una distribución del
ingreso calificada entre las más regresivas del mundo,
conversamos con Rodrigo Sepúlveda, presidente del Colegio
de Antropólogos.
¿Qué alcance tiene, en definitiva, el Censo 2002?
“Es importante señalar que el Censo es un instrumento
técnico de alcance limitado, en términos de lo que
se puede decir a partir de él. Sigue un criterio demográfico
y se orienta por necesidades de Estado, en función de políticas
públicas. No hay que pedirle más de lo que puede
hacer, ni hacerle decir cosas que no dice. No hay, obviamente,
un chileno promedio. Hay una especificidad de sujetos de la cual
el Censo no puede dar cuenta. Es como esa frase de Caetano Veloso:
visto de cerca, nadie es normal.
La principal fortaleza del Censo es que trabaja con el total del
país, con toda la población, lo que puede, eventualmente,
cuestionar encuestas hechas sobre la base de muestras más
o menos amplias. En este Censo, la brecha con las cifras aceptadas
fue clarísima: la gente sin trabajo resultó ser
cinco puntos porcentuales mayor a lo reconocido por la encuesta
INE sobre desempleo. Esos cinco puntos representan decenas y decenas
de miles de personas, que no se consideraron antes desempleadas
y, por lo tanto, no fueron objetivo de las políticas públicas.
El Censo tiene eso: puede detectar fenómenos y ayudar a
que se realicen investigaciones específicas. En el caso
de la cesantía debería generar la creación
de una herramienta que permita hacer mediciones exactas.
Pero junto con sus ventajas, el Censo tiene limitaciones. Como
es un instrumento masivo que se aplica a quince millones de personas,
necesita del aporte de voluntarios, vale decir, de personas no
especializadas. Cada vez son menos los voluntarios, hay que reconocerlo.
Lo cual también muestra algo de una realidad social; la
gente se resta a participar, por un sentimiento de ilegitimidad
de lo público, del Estado y del gobierno.
¿Qué permite saber con certeza el Censo? Ciertos
aspectos de la población, bien acotados y algunos aspectos
de la realidad física o material existente”.
REFLEJO PARCIAL
¿Eso quiere decir que el Censo no refleja bien la realidad?
“Refleja una parte. Los antropólogos trabajamos con
pequeñas comunidades. Utilizamos cuestionarios estandarizados
pero lo distintivo de nuestra disciplina es que, junto con el
manejo de técnicas estandarizadas, se profundiza en el
conocimiento de los aspectos cualitativos de la realidad, a través
de métodos como la observación participativa, la
entrevista en profundidad o el relato de vida.
En ese plano, el trabajo que hace el PNUD en materia de desarrollo
humano ostenta una buena relación entre el dato estadístico
obtenido de distintas fuentes y el uso de instrumentos como entrevistas,
individuales o grupales y, también, de historias de vida.
Eso permite un conocimiento más integral de los fenómenos
sociales.
Es claro que no bastan los datos estadísticos, los llamados
datos objetivos. Una falacia positivista trata de separar lo objetivo
de lo subjetivo. Como si no existiera una relación entre
subjetividad y objetividad de ciertos indicadores. Cuando se tiende
a objetivar situaciones que no concuerdan con la realidad subjetiva,
se generan fenómenos que podríamos calificar de
ilusorios.
Eso no lo hace el Censo ni podría hacerlo. Cuando se comentan
sus resultados se incurre, deliberadamente o no, en el error positivista
de reducir la realidad a números y a explicar fenómenos
complejos a través de unas pocas variables preconstituidas.
Hay cosas que el Censo mide bien: entrega información actual
y válida de cuántos somos, la estructura y distribución
etárea, cuál es el desempleo, la distribución
territorial y otras de poca complejidad”.
¿Cómo se explica que el Censo sea utilizado para
mostrar que Chile progresa y que, en diez años, se ha producido
un sorprendente cambio del país?
“El problema es que algunos resultados del Censo son presentados
de manera ilusoria y se hace una cierta lectura oportunista de
los datos. Por ejemplo, cuando se habla de mejoramiento de la
calidad de vida. Lo primero que yo podría preguntar es
si a algún censado se le pidió decir si estaba contento
con sus condiciones de vida. ‘Eso es subjetivo’, pueden
decir algunos. Pero lo concreto es que la calidad de vida es un
concepto que integra lo objetivo con lo subjetivo. Para lo cual
hay otros indicadores que no estaban en el Censo y que deberían
cruzarse, como seguridad social, acceso a la salud, a la educación
y a otros servicios, etc. Es lógico que haya sido así,
porque el Censo no estaba destinado a medir calidad de vida. Pero,
por lo mismo, sacar inferencias sobre calidad de vida a partir
del Censo es actuar de mala fe.
Puede decirse que un Censo entrega muchas más preguntas
que respuestas. Pistas para investigar antes que verdades definitivas
sobre conceptos más elaborados.
Más complejo, desde el punto de vista social, es que estamos
viendo a propósito de la información de los resultados
del Censo un estilo de relación ciudadana que no es plenamente
democrática. Los ciudadanos aparecen pasivos, no son consultados,
son apenas datos. Ciudadanos que saben internamente que sus opiniones,
subjetividad y sentimientos no cuentan a la hora de tomar decisiones.
Es como en la televisión, en que el espectador aparece
como rating, como voyerista mediático. Ese estilo de relación
no democrático podríamos asociarlo a la obsesión
deportiva. El hincha que está en condiciones precarias,
que vive en la miseria, es feliz porque su club -en este caso,
Chile- ganó el partido.
Esa forma de construir ciudadanos es inquietante. Si decimos que
la calidad de vida no se puede medir a través del Censo,
tampoco puede medirse el desarrollo o progreso social, que es
un concepto mucho más integral, pues tiene que ver con
todo el contexto de un sujeto. Sacar conclusiones en ese ámbito,
a partir del Censo, es algo bastante espurio. Y se asimila a otros
fenómenos comunicacionales que reactualizan el mito del
Chile exitoso, de que habla Tomás Moulian. Mito que no
permite cuestionamiento ni reflexión crítica. Se
impone para decir: ‘¡qué bien estamos!’.
Creo que esta lectura acrítica puede sumirnos en un chovinismo
sin futuro”.
¿SOMOS MAS RICOS?
Se pone el acento en el crecimiento de bienes para el hogar y
en el aumento de propietarios de vivienda. Algunos dicen que los
chilenos somos ahora más ricos…
“En estos diez años el ingreso per cápita
no creció en la forma que podría inferirse a partir
de esas constataciones. Cuando hablamos de la riqueza de una sociedad,
debemos entenderla como la posibilidad que tienen los sujetos
de acceder a la gama de bienes y servicios que existen en esa
sociedad.
En Chile hay un acceso restringido a la educación de calidad,
a la salud de calidad y hasta a una alimentación de calidad.
La paradoja es que se puede tener más bienes y ser más
pobre, por el aumento de la polarización social y de la
concentración de la riqueza. La posesión de bienes
va acompañada de la pérdida o deterioro de otros
bienes o servicios básicos y de las relaciones humanas.
Recuerdo la foto de una familia indígena latinoamericana
en una choza, en condiciones terriblemente precarias, en la mayor
miseria, descalzos, en harapos, agrupados en torno a un televisor
que era el principal objeto en la habitación. Esos indígenas,
antes de ingresar a la sociedad capitalista, vivían, sin
duda, mucho mejor en su propia cultura. Se habían convertido
en mendigos en el sistema neoliberal.
Este Censo muestra que muchas mediaguas tienen televisor. Hay,
claramente, un sacrificio, un deterioro de las relaciones humanas
frente a los bienes materiales. El Informe del PNUD para el 2002
constató un claro deterioro en la sociabilidad, identidad
colectiva y sentido de la organización. Creo que puede
decirse que el consumo o apropiación de ciertos bienes
podría ser una suerte de satisfacción sustitutiva
de carencias no resueltas. Todo esto habría que profundizarlo,
estudiarlo más y no decir livianamente: los chilenos somos
ahora más ricos”.
En todo caso, hay una cierta disputa entre el gobierno -que atribuye
lo que muestra como éxitos a los gobiernos de la Concertación-
y la derecha que los atribuye al modelo económico impuesto
por la dictadura. ¿A quién pertenecen los logros?
“A mi juicio, a ambos. Constituyen un logro de la Concertación
y también, del modelo neoliberal. Pienso que los personeros
de gobierno entienden que este modelo de desarrollo brutal entrega
como resultado mayor nivel de consumo, mayor individualismo. Tienden
a legitimar que sea así, se sienten orgullosos de ello
y ponen en su horizonte el desarrollo de este modelo. Políticamente,
sostienen que son ellos los únicos capaces de darle estabilidad.
La discrepancia entre la Concertación y la derecha no es
sobre si el modelo es bueno o malo, sino sobre quién puede
defenderlo mejor.
Si lo miramos bien, el desarrollo que plantea el modelo es claramente
entre comillas: con alto nivel de precariedad e inestabilidad
en el trabajo, permanente inseguridad social, apropiación
por los capitales privados de casi todo lo que era público,
con resultados negativos para el ciudadano común. Pero,
además, se basa en la limitación y condicionamiento
de sindicatos y organizaciones sociales, incluyendo los colegios
profesionales, que no han podido recuperar sus derechos y atribuciones
de antes de la dictadura militar, pese a los múltiples
esfuerzos de dichas organizaciones en estos trece años
de gobierno de la Concertación. La tasa de sindicalización
en Chile no ha crecido mayormente, porque el modelo funciona a
través de la individualización de los sujetos”.
Llama la atención el aumento de profesionales y técnicos
en estos diez años.
“Efectivamente, podríamos suponer que es otro producto
del modelo, por la expansión del capital en el área
educacional. Es negocio tener colegios y universidades, muy buen
negocio. Se ha generado gran cantidad de profesionales que muestran
una abismante diversidad, en cuanto a la calidad de su formación.
Muchos de esos profesionales deben ejercer funciones distintas
de aquellas para las que se calificaron, porque no hay una orientación
racional para formar cuadros técnicos y profesionales.
Frente a estas cifras, que son impresionantes, surge la pregunta:
¿es Chile efectivamente un país ilustrado? Podríamos
usar indicadores subjetivos y objetivos y responder con una negativa.
Así lo indica el bajísimo número de libros
que lee cada chileno al año, el analfabetismo funcional,
los resultados de pruebas internacionales y, por último,
la calidad de la televisión. Sería necesario, además,
tomando el dato como una pista para profundizar, hacer una comparación
entre los niveles de desigualdad socioeconómica con los
niveles de educación, explorar la calidad de la educación,
etc.
No olvidemos, finalmente, que en un sistema neoliberal en que
el empleo se hace precario y el desempleo juvenil es altísimo
-cerca de un 20% o más-, esta tregua que da la educación
se hace necesaria, socialmente. Permite, al prolongar la permanencia
de los jóvenes en el sistema educacional, el control de
un problema social que produce el modelo, a expensas de un pronto
desarrollo del sujeto mediante su inserción laboral. Por
otro lado, hay una mayor competencia entre los profesionales,
producto de este masificación, y crecientes formas de subempleo”.
LA DESCOMPOSICION
DEL MUNDO RURAL
¿Qué otro tipo de lectura crítica podría
hacerse en el sentido transformador, que permite mostrar contradicciones
y problemas que deben abordarse?
“Mencionaré algunas: la baja de la población
rural, por ejemplo. El absurdo es que tenemos el perfil -en la
relación ciudad-campo- de un país avanzado. Pero
el problema es que no somos un país desarrollado, aunque
haya algunas cifras que coincidan. En Chile las actividades ligadas
con el mundo rural ocupan un tercio de la masa laboral, lo que
no ocurre en Europa donde el grado de aplicación de tecnología
y mecanización es muy superior.
La baja en la población rural es impactante. Todo indica
que hay un inmenso proceso de descomposición del mundo
rural. Esta baja del 16,5% al 13,4% indica el fracaso de las políticas
que, aparentemente, estaban destinadas a lograr el arraigo territorial
y el desarrollo de los campesinos.
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Otra lectura sería decir que esto refleja la verdadera
lógica del modelo que se impone a las políticas
públicas. El modelo tiende a la ‘descampesinización’
de la sociedad. Necesita transformar a los campesinos
en obreros temporales que residan, en lo posible, en las
ciudades. La gente que ha debido emigrar del campo seguramente
tiene televisor y, posiblemente, electrodomésticos.
Pero es mucho más pobre de lo que era, en términos
culturales y de relación social. Sin entrar a considerar
lo que podría haber sido si hubiera habido desarrollo
campesino.
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LA
señora Rosa Reyes Ríos, que vive en la comuna
de Cerro Navia, en Santiago. Pertenece al sector de chilenos
cuya pobreza desmiente el exitismo del gobierno a raíz
del Censo 2002. |
Otra faceta es la alta concentración de población
en la Región Metropolitana, donde ya viven más de
seis millones de personas. Revela un atraso urbanístico
increíble y desmiente las declaraciones que se hacen a
propósito de la descentralización e importancia
de las regiones. La verdad, aquí también se impone
la economía del modelo neoliberal, que promueve más
y más la expansión urbana.
Un tercer ejemplo tiene que ver con el tema indígena. Se
contabiliza una población indígena muy inferior
a la que se esperaba. Y las explicaciones tienen que ver con el
cuestionario. El 2002 se hizo una pregunta diferente a la de 1992.
Es muy importante saber cuántos indígenas hay en
Chile, pero su número -querámoslo o no- tiene no
sólo importancia demográfica, sino se refiere también
a cuántos recursos se van a asignar al tema indígena,
en qué medida van a ser escuchados y a otros aspectos sensibles.
Es un tema delicado.
La explicación técnica es que se cambió la
pregunta. ¿Significa esto que la cifra del 92 no es válida?
Uno podría decir que es válida, porque la ‘adscripción’,
que era el concepto que se utilizó para definir identidad
étnica, tiene justificación en un país mestizo
como éste. Podría decirse que la ‘adscripción’
está mediatizada por la adhesión que provoca la
lucha del pueblo mapuche. Esta otra forma de medir a través
de la ‘pertenencia’ puede ser más rigurosa,
pero también tiene un posible margen de error, porque puede
haber una ‘cifra negra’ no pequeña. La identificación
étnica indígena, en Chile, tiene una connotación
negativa, sobre todo en los sectores urbanos. Ser mapuche es algo
no bien visto. Este no es un fenómeno nuevo. Las personas
que pertenecen a minorías tienen una historia de persecusiones,
tienden a no señalar, explícitamente, su identidad
étnica. Con todo, cerca de 700 mil personas se declaran
mapuche. Una cifra alta que amerita que el gobierno no disminuya
su preocupación por el tema. Más bien debe fortalecerla.
Pero aun cuando fueran muchos menos, deberían recibir un
tratamiento preferencial, como lo demuestra por ejemplo Brasil,
donde las poblaciones indígenas son una parte muy pequeña
de la población total.
Será necesario hacer un Censo indígena y utilizar
la imaginación sociológica y antropológica
para definir y ajustar un poco más los instrumentos de
medición. Lo concreto es que los resultados del Censo 2002
tendrán efectos políticos que no necesariamente
serán favorables a los grupos indígenas”.
Un aspecto importante es el envejecimiento de la población.
“Sin duda, es un dato que debe tenerse en cuenta para tratar
de diseñar políticas para acoger a esta avalancha
que se viene encima. No hay casi nada en infraestructura, nivel
sanitario, orientación social, sistemas de pensiones, para
asegurar adecuado tratamiento a los problemas de la tercera edad.
Dadas las características del modelo, no habría
que ser muy optimista. Los ancianos, en especial los de bajos
ingresos, no son buen negocio para el modelo neoliberal. Además,
dadas las características del sistema previsional de las
AFP, cientos de miles de jubilados -por diversas razones- quedarán
al final de su vida laboral condenados a pensiones miserables
o a que el Estado les asegure mínimos que, difícilmente,
irán más allá de los límites de supervivencia”
HERNAN SOTO