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Edición 542
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Héctor Aguilar Camín

La odisea de la masculinidad

Me encuentro con Héctor Aguilar Camín en una habitación de hotel. La cama deshecha, unos zapatos suyos, del número 46, tirados en el suelo, su ordenador de textos abierto sobre una mesa y él, sonriendo y dispuesto. Tipo sencillo, como si no fuera el autor de La guerra de Galio y, desde entonces, uno de los más importantes escritores vivos de Latinoamérica. Es superventas, archipremiado y regaloneado por la crítica, además de entrevistador de televisión y columnista habitual de muchos periódicos.


Hombre influyente, todos sabemos que es también el marido de Angeles Mastretta, desde hace más de veinte años. Me pregunto cómo se verán abrazados, porque ella es chiquitita y él mide cerca de dos metros. Tiene 54 años, dos hijos, es enorme, trigueño, feo pero atractivo... Y lo sabe.
Intimo amigo de Fox, Castañeda y todo el que sea “alguien” en América Latina y sus alrededores, él mismo tiene aspecto de estadista, incluso en su pieza de hotel.
Me dice que le aburre hablar de sí mismo.
No le creo.
Entiendo que fue un niño sin padre, que su padre los abandonó...
“Mi padre se fue de la casa cuando yo tenía trece años; yo sustituí esa figura con distintas personas, a través de mi vida. Primero, unos amigos un poco mayores, que me iniciaron en la vida sexual, en el alcohol y en la amistad. Después, con sucesivos maestros y con los jesuitas que me educaron. Más tarde, con la autoridad misma: los presidentes mexicanos”.
Entonces, quizás me pueda explicar el llamado “principio de autoridad”, que tiene muchos admiradores en Chile...
“No sé. Todas esas personas configuraron para mí una imagen paternal colectiva, como un rompecabezas... pero mi verdadero padre fue la tía Luisa, una hermana de mi madre que vivía con nosotros y que representó siempre en la casa la figura fuerte, masculina, si queremos jugar a esa simetría”.
¿La tía Luisa fue “una” padre?
“Una padre, sí. Con ella me peleé como se deben pelear los adolescentes con su padre. Ella fue, digamos, como el polo de resistencia. Porque en toda esta odisea de la construcción de la masculinidad mi padre biológico fue una figura ausente, omitida, un enorme vacío que tenía una extraordinaria densidad pese a ser un vacío. Era una figura faltante demasiado obvia”.
¿Quién es este señor que lo engendró y por qué se fue?
“El es un hombre que nació de un padre muy potente, mi abuelo Guadalupe, que era un empresario maderero muy importante, de gran éxito económico, pero también un padre tremendamente opresor. Mi abuelo era un hombre de extraordinario vigor y energía que borró la iniciativa de sus hijos y acabó criando minusválidos.
Mi padre fue parte de esa familia derogada por la presencia aplastante de mi abuelo Guadalupe. Intentó rebelarse, salirse de eso, e instaló su propia empresa maderera, competidora con la de mi abuelo. Pero por esos azares a mi padre le fue mal, fracasó. Y quien se quedó finalmente con la concesión de su empresa fue, por supuesto, mi abuelo.
De manera que hubo allí una situación simbólica de despojo. De filicidio: a pesar de todo, el padre opresor se impone sobre el hijo que intenta salvarse y de alguna manera le arrebata, le quita lo que había construido”.
Fatalidad elevada a un plano mítico, le quitó la masculinidad. Tremendo. Triunfó el mal, como siempre pasa.
“Una tragedia. Desde ahí mi padre no pudo remontarse a sí mismo, ni remontar esa experiencia. Yo tenía ocho años, pero recuerdo que en esos días vino un ciclón que destruyó el pueblo donde vivíamos. Hubo que mudarse a la ciudad, y allí él ya no era nadie, era anónimo. Se fue perdiendo a sí mismo... fue perdiendo también el vínculo, el orgullo, la necesidad de cercanía con su mujer y sus hijos.
Un día se marchó. Y se fue de una manera radical, porque no volvió a dar señales de vida”.
¿No le ha venido un impulso cinematográfico de salir a recobrar la masculinidad ultrajada, buscar a su padre y abrazarlo y decirle unas palabras cruciales de hombre a hombre?
Sí, naturalmente. Pero, al mismo tiempo, había como un mandato interno en la familia. Nadie nos dijo nunca ‘no busquen a su padre que es un mal hombre’, pero había un mandato implícito de olvidarlo. Hace poco -tenía yo cincuenta años- comencé a buscarlo para aclarar el asunto, y no lo pude encontrar. Entonces comencé a escribir una novela que se llama El resplandor de la madera, que recoge muchas de estas cosas, naturalmente transfiguradas y reinventadas, puestas de otra forma.
Yo ya tenía definido, como argumento de la novela, que finalmente el padre ausente y el hijo huérfano iban a encontrarse y reconciliarse. Y entonces, llego un día a mi oficina y me dice Marta, mi asistente, que llamó mi padre”.
¡Apareció cuarenta años después!
“Eso fue el año noventa y seis. Y me dijo una cosa fantástica: ‘Hijo, cómo estás. No te había podido llamar porque en el terremoto del año ochenta y cinco se me cayó encima un escritorio y, desde entonces, he andado mal de la espalda’.
Estaba en condiciones bastantes tristes, de indigencia, se había gastado sus ahorros, no había podido trabajar durante mucho tiempo. Yo lo asumí, lo refaccioné, le di dinero, lo cambié a un departamento, me ocupé de él, agradeciéndole en el fondo -y en la superficie- el haber reaparecido para darme la oportunidad de ver de frente ese fantasma que me había acompañado durante toda la vida. Pero, por otro lado, con un cierto utilitarismo literario porque el hecho de que hubiera reaparecido me permitía, de alguna forma, actuar el final que tenía preparado para el desenlace de la novela y recoger, de un modo directo, algo que yo iba a convertir en materia vital en la novela: el reencuentro con mi padre. Y en eso he estado”.
Hablemos ahora de mujeres. Tiene cara de haber sido sobreamado por las mujeres. ¿Me equivoco?
“No me puedo quejar. No he sido particularmente mujeriego ni bendecido por el favor femenino. He tenido un promedio mediocre de relaciones. Pero también es cierto que me han querido y he querido mucho”.
Las mujeres en su literatura aparecen vulnerables, pero poderosas en lo afectivo. ¿Cómo percibe lo femenino, cómo son las mujeres de su vida, las mujeres concretas?
“Bueno, a mí me gustan cada vez más las mujeres. Mientras más viejo me pongo, me gustan más. Cuando uno es más joven la mujer es una zona de deseo, de enigma, de rivalidad y, a veces, de lucha. Parte del cortejo tiene que ver con eso, con el misterio. La conquista tiene algo de dominio de un territorio que en principio parece hostil, o que por razones tácticas tiene que mostrarse hostil.
Pero con los años, la mujer ha dejado de ser para mí el espacio del enigma, de la conquista, y ha comenzado a ser un espacio humano de extraordinaria complejidad. De ellas he aprendido el manejo de los afectos, el cuidado de los detalles, la fidelidad a las propias pasiones, y también un toque de locura y de fantasía que está siempre presente. Un toque de sueño, un toque de cuento de hadas que hay siempre en las mujeres junto a una terrenalidad tremenda. Los hombres somos seres atormentados por muchas quimeras, quimeras lógicas, quimeras políticas, quimeras públicas y de pronto, dejamos pasar las cosas fundamentales, por ejemplo, la experiencia de nuestros hijos”.
El deseo y el placer ocupan un lugar importante en su literatura, son fuerzas muy irrefrenables. ¿Es ésa una dimensión importante para usted, en la que se siente competente?
“Ese es el tipo de cosas que uno no puede decir, porque depende estrictamente de lo que opinen otros. Me he vuelto más atento, más cuidadoso, más comprensivo. Tampoco estoy seguro, no sé si he mejorado como amante…”
En sus novelas hay un alto grado de promiscuidad sexual, las mujeres pasan vertiginosamente de mano en mano, de hombre en hombre.
“Bueno, así es la realidad, hay una gran circulación amorosa, las mujeres tienen muchos hombres y los hombres tienen muchas mujeres. Pregúntale a cualquiera de tus amigas cuántos hombres ha tenido. Y eso no quiere decir que sean putas. Quiere decir que somos seres para el amor, y que el amor es diverso, es ocurrente, es variado y tiene diversidad”.
Cuando dice “amor” se está refiriendo a “sexo”, ¿no tienen para usted al menos sutiles diferencias estos conceptos?
“Me cuesta mucho trabajo pensar en un amor entre dos personas que no incluya sexo, pero me parece que el amor es una entidad más amplia que el sexo. Puede haber una relación estrictamente sexual, y esto no quiere decir que haya realmente un orden amoroso en esa pareja. Pero el amor incluye lo erótico siempre”.
Vamos a la politología del amor, entonces. Ha dicho que el rencor es el motor de las revoluciones, ¿piensa eso así?, ¿no le parece que la más genuina motivación de los procesos revolucionarios es el amor humano?
“Yo valido lo que decía Maquiavelo: los golpes al patrimonio suelen generar memorias más largas y agravios mayores que los seres queridos. Entonces, sí creo que hay base de rencor, de resentimiento, de odio, de ira, sin el cual es imposible pensar una revolución, que al final de cuentas es una guerra civil, que al final de cuentas no es más que tomar la decisión de matar a tu conciudadano.
Es fantasía que las revoluciones se hacen por amor. No entiendo cómo se puede matar por amor. Cómo se puede emprender una tarea de inmolación, de guerra, de destrucción por amor. Bueno, las razones de los revolucionarios son que la situación es insoportable, que sólo es posible mejorarla con un baño de sangre. Pero los resultados indican que no es así, que la situación no mejora, y el baño de sangre, en cambio, genera su propia cuota de violencia adicional, mucho más allá del ánimo justiciero con que se emprende.
Yo creo que una de las cosas que se debe borrar de plano de nuestra cabeza y fantasía es la idea de que se puede emprender la violencia por razones justicieras, y que esto puede ser expresión de amor, o del ánimo de filantropía, o de solidaridad, o de compasión. A mí me parece que en el hombre hay impulsos oscuros permanentes; uno de ellos es la violencia, y la sociedad necesita permanentemente violencia y sangría”.
Parece que prefiere hablar más de moral que de política. ¿No reconoce motivaciones altruistas en la violencia revolucionaria?
“No, los sentimientos nobles igual están ahí, la desdicha es tan inevitable como la verdad, la bondad es tan frecuente como la perversidad y el amor es tan frecuente como el odio. Creo que el hombre es un animal imperfecto, pero que imperan en él los valores positivos, o si no ya se hubiera destruido. Aristóteles decía: el mal es imperfecto, si el mal pudiera alcanzar la perfección nos destruiría a todos. Kant decía: la mentira no puede ser sistemática, la mentira es una excepción en la conducta moral del hombre, porque si los hombres mintiéramos sistemáticamente nuestra vida común sería imposible. Entonces la guerra, la revolución, la violencia son parte de esa zona oscura del hombre. Ocurre que la perversidad ilustrada nos ha permitido construir una idea de que es posible matar a los otros para redimirlos, que hay que matar a la mitad de la sociedad que es nuestra enemiga, para poder construir una sociedad, al fin, perfecta y justa”.
¿Qué le parece el zapatismo, entonces? ¿Cómo le cae el subcomandante Marcos y la revolución en Chiapas?
“Yo creo que hay mucha demagogia ahí, creo que hay una realidad muy seria, muy vieja, de desigualdad, de opresión, de agravios contra las etnias de México que han sido históricamente las más pobres, las más vilipendiadas, las más oprimidas, y en ese sentido Chiapas ha traído un poco de luz sobre esto. Pero creo que hay ahí, debajo de la rebelión chiapaneca, mucha demagogia, mucho revolucionarismo del viejo cuño, y que al final de cuentas, no es una gran rebelión que haya traído una gran solución a la zona. Lo que ha traído es mucha mayor inversión del Estado, hay mucho dinero que ha corrido, no sé si de una manera eficiente, pero mucho dinero ha corrido hacia Chiapas.
¿Para la represión?
“No, no, para inversión en los pueblos, para caminos, para las escuelas. Pero a mí me parece que todo eso es secundario y que esas etnias, esas comunidades indígenas, sólo van a poder resolver realmente sus problemas cuando se vuelvan productivas, cuando sean capaces de generar riqueza y de salir de ese círculo de pobreza en la que están metidos”.
¿Es decir, cuando se adapten a los standares capitalistas, a la modernidad?
“Mira, su viabilidad no tiene nada que ver con la productividad. Su ideal es meramente político, de participación marginal, ellos quieren entrar en la vida política del país. Nunca ha salido del liderazgo zapatista ni el menor proyecto de construir un banco de escuela, una vivienda, de sembrar una cosa distinta de la que han sembrado siempre. Mucho ruido y pocas nueces”.
El subcomandante Marcos, ¿no le parece un buen personaje literario?
“Me parece un poco imposible como personaje literario, no te lo creería nadie. Es como un bígamo mexicano, Ismael Quiroz, personaje real, que tenía ocho hogares, ocho mujeres, todas contentas, cuarenta hijos y era un buen padre de todos ellos. Es un poco lo mismo con Marcos: nadie va a creer que un tipo de la Izquierda mexicana, estudiante de la universidad, va a remontar, junto a un grupo de locos, por diez años la selva en Chiapas, y de ahí va a resurgir con una guerrilla y va a tener un impacto mediático y a convertirse en un ícono de no sé qué, restaurador de no sé qué, esperanza de no sé qué idea de la redención social. ¡No te lo cree nadie! Además, intelectualmente él me parece muy pobre, me parece lamentable la admiración que le tiene mucha gente; porque uno diría que hay un mal gusto literario si le gustan las cosas que Marcos escribe”.
¿No será que le tiene un poco de envidia a Marcos, que de cualquier modo es un héroe, la encarnación viviente de una fantasía colectiva, el enmascarado que protagoniza los sueños de toda la Izquierda planetaria?
“No, absolutamente no. Ni una gota de envidia. El tipo de vida que tiene sería lo último que me hubiera gustado desear para mí”.
Yo estaba convencida de que usted era de Izquierda. Ahora me siento confundida.
“Soy un hombre de Izquierda, que no cree en los mitos de la Izquierda revolucionaria, ni en los mitos de la Izquierda revisionista, ni en los mitos de la Izquierda apocalíptica, ni en los mitos de la Izquierda futurista”.
¿En qué cree?
“Yo creo que hay que mantener pragmáticamente vivo el ideal de contener la desigualdad, de reparar las desigualdades que genera toda actividad económica y social libre. Creo que hay que mantener el ideal pragmático de que la gente tenga igualdad de oportunidades y pueda vivir una vida en condiciones de satisfacción de sus necesidades, de sus emociones fundamentales. Y creo que los gobiernos deben intervenir activamente en la creación de condiciones de igualdad, y reparar permanentemente las desigualdades que genera la vida, porque los seres humanos no son iguales, hay unos más inteligentes que otros, hay unos más poderosos que otros, unos más resistentes, unos más capaces, pero todos deben tener un piso común del cual partir, que sea parejo, que equilibre constantemente las oportunidades, para que la desigualdad vuelva a crecer a partir del desempleo y, al final, que exista otra vez el inicio parejo para todos. En eso resumiría yo mi visión de Izquierda”.
¿No cree en el socialismo?
“No, yo soy un socialdemócrata de marca libre. No estoy adscrito a ningún partido, no creo en los partidos políticos. Tengo una base anárquica que no ha terminado de desplazarse en mí, aunque entiendo la necesidad del Estado y entiendo la necesidad del poder y de la autoridad, en el fondo vivo en un permanente rechazo de esas cosas. No creo en los partidos políticos, soy incapaz de ceder mi libertad personal porque lo requiere la militancia política o partidaria. Tampoco tengo ambiciones políticas, ni se me ha cruzado por la cabeza, nunca, ocupar un puesto público. Prefiero escribir”

PAMELA JILES


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