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Héctor Aguilar Camín
La odisea de la masculinidad
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Me encuentro con Héctor
Aguilar Camín en una habitación de hotel.
La cama deshecha, unos zapatos suyos, del número
46, tirados en el suelo, su ordenador de textos abierto
sobre una mesa y él, sonriendo y dispuesto. Tipo
sencillo, como si no fuera el autor de La guerra de Galio
y, desde entonces, uno de los más importantes escritores
vivos de Latinoamérica. Es superventas, archipremiado
y regaloneado por la crítica, además de entrevistador
de televisión y columnista habitual de muchos periódicos. |
Hombre influyente, todos sabemos que es también el marido
de Angeles Mastretta, desde hace más de veinte años.
Me pregunto cómo se verán abrazados, porque ella
es chiquitita y él mide cerca de dos metros. Tiene 54 años,
dos hijos, es enorme, trigueño, feo pero atractivo... Y
lo sabe.
Intimo amigo de Fox, Castañeda y todo el que sea “alguien”
en América Latina y sus alrededores, él mismo tiene
aspecto de estadista, incluso en su pieza de hotel.
Me dice que le aburre hablar de sí mismo.
No le creo.
Entiendo que fue un niño sin padre, que su padre los abandonó...
“Mi padre se fue de la casa cuando yo tenía trece
años; yo sustituí esa figura con distintas personas,
a través de mi vida. Primero, unos amigos un poco mayores,
que me iniciaron en la vida sexual, en el alcohol y en la amistad.
Después, con sucesivos maestros y con los jesuitas que
me educaron. Más tarde, con la autoridad misma: los presidentes
mexicanos”.
Entonces, quizás me pueda explicar el llamado “principio
de autoridad”, que tiene muchos admiradores en Chile...
“No sé. Todas esas personas configuraron para mí
una imagen paternal colectiva, como un rompecabezas... pero mi
verdadero padre fue la tía Luisa, una hermana de mi madre
que vivía con nosotros y que representó siempre
en la casa la figura fuerte, masculina, si queremos jugar a esa
simetría”.
¿La tía Luisa fue “una” padre?
“Una padre, sí. Con ella me peleé como se
deben pelear los adolescentes con su padre. Ella fue, digamos,
como el polo de resistencia. Porque en toda esta odisea de la
construcción de la masculinidad mi padre biológico
fue una figura ausente, omitida, un enorme vacío que tenía
una extraordinaria densidad pese a ser un vacío. Era una
figura faltante demasiado obvia”.
¿Quién es este señor que lo engendró
y por qué se fue?
“El es un hombre que nació de un padre muy potente,
mi abuelo Guadalupe, que era un empresario maderero muy importante,
de gran éxito económico, pero también un
padre tremendamente opresor. Mi abuelo era un hombre de extraordinario
vigor y energía que borró la iniciativa de sus hijos
y acabó criando minusválidos.
Mi padre fue parte de esa familia derogada por la presencia aplastante
de mi abuelo Guadalupe. Intentó rebelarse, salirse de eso,
e instaló su propia empresa maderera, competidora con la
de mi abuelo. Pero por esos azares a mi padre le fue mal, fracasó.
Y quien se quedó finalmente con la concesión de
su empresa fue, por supuesto, mi abuelo.
De manera que hubo allí una situación simbólica
de despojo. De filicidio: a pesar de todo, el padre opresor se
impone sobre el hijo que intenta salvarse y de alguna manera le
arrebata, le quita lo que había construido”.
Fatalidad elevada a un plano mítico, le quitó la
masculinidad. Tremendo. Triunfó el mal, como siempre pasa.
“Una tragedia. Desde ahí mi padre no pudo remontarse
a sí mismo, ni remontar esa experiencia. Yo tenía
ocho años, pero recuerdo que en esos días vino un
ciclón que destruyó el pueblo donde vivíamos.
Hubo que mudarse a la ciudad, y allí él ya no era
nadie, era anónimo. Se fue perdiendo a sí mismo...
fue perdiendo también el vínculo, el orgullo, la
necesidad de cercanía con su mujer y sus hijos.
Un día se marchó. Y se fue de una manera radical,
porque no volvió a dar señales de vida”.
¿No le ha venido un impulso cinematográfico de salir
a recobrar la masculinidad ultrajada, buscar a su padre y abrazarlo
y decirle unas palabras cruciales de hombre a hombre?
Sí, naturalmente. Pero, al mismo tiempo, había como
un mandato interno en la familia. Nadie nos dijo nunca ‘no
busquen a su padre que es un mal hombre’, pero había
un mandato implícito de olvidarlo. Hace poco -tenía
yo cincuenta años- comencé a buscarlo para aclarar
el asunto, y no lo pude encontrar. Entonces comencé a escribir
una novela que se llama El resplandor de la madera, que recoge
muchas de estas cosas, naturalmente transfiguradas y reinventadas,
puestas de otra forma.
Yo ya tenía definido, como argumento de la novela, que
finalmente el padre ausente y el hijo huérfano iban a encontrarse
y reconciliarse. Y entonces, llego un día a mi oficina
y me dice Marta, mi asistente, que llamó mi padre”.
¡Apareció cuarenta años después!
“Eso fue el año noventa y seis. Y me dijo una cosa
fantástica: ‘Hijo, cómo estás. No te
había podido llamar porque en el terremoto del año
ochenta y cinco se me cayó encima un escritorio y, desde
entonces, he andado mal de la espalda’.
Estaba en condiciones bastantes tristes, de indigencia, se había
gastado sus ahorros, no había podido trabajar durante mucho
tiempo. Yo lo asumí, lo refaccioné, le di dinero,
lo cambié a un departamento, me ocupé de él,
agradeciéndole en el fondo -y en la superficie- el haber
reaparecido para darme la oportunidad de ver de frente ese fantasma
que me había acompañado durante toda la vida. Pero,
por otro lado, con un cierto utilitarismo literario porque el
hecho de que hubiera reaparecido me permitía, de alguna
forma, actuar el final que tenía preparado para el desenlace
de la novela y recoger, de un modo directo, algo que yo iba a
convertir en materia vital en la novela: el reencuentro con mi
padre. Y en eso he estado”.
Hablemos ahora de mujeres. Tiene cara de haber sido sobreamado
por las mujeres. ¿Me equivoco?
“No me puedo quejar. No he sido particularmente mujeriego
ni bendecido por el favor femenino. He tenido un promedio mediocre
de relaciones. Pero también es cierto que me han querido
y he querido mucho”.
Las mujeres en su literatura aparecen vulnerables, pero poderosas
en lo afectivo. ¿Cómo percibe lo femenino, cómo
son las mujeres de su vida, las mujeres concretas?
“Bueno, a mí me gustan cada vez más las mujeres.
Mientras más viejo me pongo, me gustan más. Cuando
uno es más joven la mujer es una zona de deseo, de enigma,
de rivalidad y, a veces, de lucha. Parte del cortejo tiene que
ver con eso, con el misterio. La conquista tiene algo de dominio
de un territorio que en principio parece hostil, o que por razones
tácticas tiene que mostrarse hostil.
Pero con los años, la mujer ha dejado de ser para mí
el espacio del enigma, de la conquista, y ha comenzado a ser un
espacio humano de extraordinaria complejidad. De ellas he aprendido
el manejo de los afectos, el cuidado de los detalles, la fidelidad
a las propias pasiones, y también un toque de locura y
de fantasía que está siempre presente. Un toque
de sueño, un toque de cuento de hadas que hay siempre en
las mujeres junto a una terrenalidad tremenda. Los hombres somos
seres atormentados por muchas quimeras, quimeras lógicas,
quimeras políticas, quimeras públicas y de pronto,
dejamos pasar las cosas fundamentales, por ejemplo, la experiencia
de nuestros hijos”.
El deseo y el placer ocupan un lugar importante en su literatura,
son fuerzas muy irrefrenables. ¿Es ésa una dimensión
importante para usted, en la que se siente competente?
“Ese es el tipo de cosas que uno no puede decir, porque
depende estrictamente de lo que opinen otros. Me he vuelto más
atento, más cuidadoso, más comprensivo. Tampoco
estoy seguro, no sé si he mejorado como amante…”
En sus novelas hay un alto grado de promiscuidad sexual, las mujeres
pasan vertiginosamente de mano en mano, de hombre en hombre.
“Bueno, así es la realidad, hay una gran circulación
amorosa, las mujeres tienen muchos hombres y los hombres tienen
muchas mujeres. Pregúntale a cualquiera de tus amigas cuántos
hombres ha tenido. Y eso no quiere decir que sean putas. Quiere
decir que somos seres para el amor, y que el amor es diverso,
es ocurrente, es variado y tiene diversidad”.
Cuando dice “amor” se está refiriendo a “sexo”,
¿no tienen para usted al menos sutiles diferencias estos
conceptos?
“Me cuesta mucho trabajo pensar en un amor entre dos personas
que no incluya sexo, pero me parece que el amor es una entidad
más amplia que el sexo. Puede haber una relación
estrictamente sexual, y esto no quiere decir que haya realmente
un orden amoroso en esa pareja. Pero el amor incluye lo erótico
siempre”.
Vamos a la politología del amor, entonces. Ha dicho que
el rencor es el motor de las revoluciones, ¿piensa eso
así?, ¿no le parece que la más genuina motivación
de los procesos revolucionarios es el amor humano?
“Yo valido lo que decía Maquiavelo: los golpes al
patrimonio suelen generar memorias más largas y agravios
mayores que los seres queridos. Entonces, sí creo que hay
base de rencor, de resentimiento, de odio, de ira, sin el cual
es imposible pensar una revolución, que al final de cuentas
es una guerra civil, que al final de cuentas no es más
que tomar la decisión de matar a tu conciudadano.
Es fantasía que las revoluciones se hacen por amor. No
entiendo cómo se puede matar por amor. Cómo se puede
emprender una tarea de inmolación, de guerra, de destrucción
por amor. Bueno, las razones de los revolucionarios son que la
situación es insoportable, que sólo es posible mejorarla
con un baño de sangre. Pero los resultados indican que
no es así, que la situación no mejora, y el baño
de sangre, en cambio, genera su propia cuota de violencia adicional,
mucho más allá del ánimo justiciero con que
se emprende.
Yo creo que una de las cosas que se debe borrar de plano de nuestra
cabeza y fantasía es la idea de que se puede emprender
la violencia por razones justicieras, y que esto puede ser expresión
de amor, o del ánimo de filantropía, o de solidaridad,
o de compasión. A mí me parece que en el hombre
hay impulsos oscuros permanentes; uno de ellos es la violencia,
y la sociedad necesita permanentemente violencia y sangría”.
Parece que prefiere hablar más de moral que de política.
¿No reconoce motivaciones altruistas en la violencia revolucionaria?
“No, los sentimientos nobles igual están ahí,
la desdicha es tan inevitable como la verdad, la bondad es tan
frecuente como la perversidad y el amor es tan frecuente como
el odio. Creo que el hombre es un animal imperfecto, pero que
imperan en él los valores positivos, o si no ya se hubiera
destruido. Aristóteles decía: el mal es imperfecto,
si el mal pudiera alcanzar la perfección nos destruiría
a todos. Kant decía: la mentira no puede ser sistemática,
la mentira es una excepción en la conducta moral del hombre,
porque si los hombres mintiéramos sistemáticamente
nuestra vida común sería imposible. Entonces la
guerra, la revolución, la violencia son parte de esa zona
oscura del hombre. Ocurre que la perversidad ilustrada nos ha
permitido construir una idea de que es posible matar a los otros
para redimirlos, que hay que matar a la mitad de la sociedad que
es nuestra enemiga, para poder construir una sociedad, al fin,
perfecta y justa”.
¿Qué le parece el zapatismo, entonces? ¿Cómo
le cae el subcomandante Marcos y la revolución en Chiapas?
“Yo creo que hay mucha demagogia ahí, creo que hay
una realidad muy seria, muy vieja, de desigualdad, de opresión,
de agravios contra las etnias de México que han sido históricamente
las más pobres, las más vilipendiadas, las más
oprimidas, y en ese sentido Chiapas ha traído un poco de
luz sobre esto. Pero creo que hay ahí, debajo de la rebelión
chiapaneca, mucha demagogia, mucho revolucionarismo del viejo
cuño, y que al final de cuentas, no es una gran rebelión
que haya traído una gran solución a la zona. Lo
que ha traído es mucha mayor inversión del Estado,
hay mucho dinero que ha corrido, no sé si de una manera
eficiente, pero mucho dinero ha corrido hacia Chiapas.
¿Para la represión?
“No, no, para inversión en los pueblos, para caminos,
para las escuelas. Pero a mí me parece que todo eso es
secundario y que esas etnias, esas comunidades indígenas,
sólo van a poder resolver realmente sus problemas cuando
se vuelvan productivas, cuando sean capaces de generar riqueza
y de salir de ese círculo de pobreza en la que están
metidos”.
¿Es decir, cuando se adapten a los standares capitalistas,
a la modernidad?
“Mira, su viabilidad no tiene nada que ver con la productividad.
Su ideal es meramente político, de participación
marginal, ellos quieren entrar en la vida política del
país. Nunca ha salido del liderazgo zapatista ni el menor
proyecto de construir un banco de escuela, una vivienda, de sembrar
una cosa distinta de la que han sembrado siempre. Mucho ruido
y pocas nueces”.
El subcomandante Marcos, ¿no le parece un buen personaje
literario?
“Me parece un poco imposible como personaje literario, no
te lo creería nadie. Es como un bígamo mexicano,
Ismael Quiroz, personaje real, que tenía ocho hogares,
ocho mujeres, todas contentas, cuarenta hijos y era un buen padre
de todos ellos. Es un poco lo mismo con Marcos: nadie va a creer
que un tipo de la Izquierda mexicana, estudiante de la universidad,
va a remontar, junto a un grupo de locos, por diez años
la selva en Chiapas, y de ahí va a resurgir con una guerrilla
y va a tener un impacto mediático y a convertirse en un
ícono de no sé qué, restaurador de no sé
qué, esperanza de no sé qué idea de la redención
social. ¡No te lo cree nadie! Además, intelectualmente
él me parece muy pobre, me parece lamentable la admiración
que le tiene mucha gente; porque uno diría que hay un mal
gusto literario si le gustan las cosas que Marcos escribe”.
¿No será que le tiene un poco de envidia a Marcos,
que de cualquier modo es un héroe, la encarnación
viviente de una fantasía colectiva, el enmascarado que
protagoniza los sueños de toda la Izquierda planetaria?
“No, absolutamente no. Ni una gota de envidia. El tipo de
vida que tiene sería lo último que me hubiera gustado
desear para mí”.
Yo estaba convencida de que usted era de Izquierda. Ahora me siento
confundida.
“Soy un hombre de Izquierda, que no cree en los mitos de
la Izquierda revolucionaria, ni en los mitos de la Izquierda revisionista,
ni en los mitos de la Izquierda apocalíptica, ni en los
mitos de la Izquierda futurista”.
¿En qué cree?
“Yo creo que hay que mantener pragmáticamente vivo
el ideal de contener la desigualdad, de reparar las desigualdades
que genera toda actividad económica y social libre. Creo
que hay que mantener el ideal pragmático de que la gente
tenga igualdad de oportunidades y pueda vivir una vida en condiciones
de satisfacción de sus necesidades, de sus emociones fundamentales.
Y creo que los gobiernos deben intervenir activamente en la creación
de condiciones de igualdad, y reparar permanentemente las desigualdades
que genera la vida, porque los seres humanos no son iguales, hay
unos más inteligentes que otros, hay unos más poderosos
que otros, unos más resistentes, unos más capaces,
pero todos deben tener un piso común del cual partir, que
sea parejo, que equilibre constantemente las oportunidades, para
que la desigualdad vuelva a crecer a partir del desempleo y, al
final, que exista otra vez el inicio parejo para todos. En eso
resumiría yo mi visión de Izquierda”.
¿No cree en el socialismo?
“No, yo soy un socialdemócrata de marca libre. No
estoy adscrito a ningún partido, no creo en los partidos
políticos. Tengo una base anárquica que no ha terminado
de desplazarse en mí, aunque entiendo la necesidad del
Estado y entiendo la necesidad del poder y de la autoridad, en
el fondo vivo en un permanente rechazo de esas cosas. No creo
en los partidos políticos, soy incapaz de ceder mi libertad
personal porque lo requiere la militancia política o partidaria.
Tampoco tengo ambiciones políticas, ni se me ha cruzado
por la cabeza, nunca, ocupar un puesto público. Prefiero
escribir”
PAMELA JILES
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