Saqueo de Bagdad conmueve al mundo
EE.UU. COMENZÓ LA GUERRA PERMANENTE
La historia nació con la invención de la escritura.
Su lugar de origen fue Mesopotamia -“entre dos ríos”-,
el corazón del Iraq actual, la patria de Gilgamesh y de
los primeros padres discernibles de la humanidad. Allí,
hace cerca de siete mil años, acadios y sumerios, que salían
de la larga noche de la prehistoria, dejaron para la posteridad
en estatuillas, monumentos y tablillas de arcilla, su sabiduría
y conocimientos en geometría, astronomía, cálculo
y agricultura. Es allí donde se inició el proceso
de sedentarización y se fundaron las primeras ciudades-estados.
En aquellos tiempos heroicos y legendarios, Gilgamesh partió
en busca del secreto de los dioses: la inmortalidad, la no-muerte.
Vana tentativa humana repetida a través de los tiempos.
La Planta de la Vida que buscaba Gilgamesh, llamada “el
viejo vuelve a ser niño”, escapó en las fauces
de una serpiente, privando a la humanidad definitivamente de ese
atributo celeste.
Aunque derrotado, Gilgamesh encarna en su epopeya la grandeza
del hombre, su búsqueda incesante de eternidad, que lo
lleva a veces a vencer a monstruos abyectos e incluso a dioses.
La leyenda del Diluvio también tiene su origen en Mesopotamia,
recogida luego por la tradición oral de varios pueblos
nómadas que deambulaban por la región, y que sería
narrada decenas de siglos más tarde en la Biblia.
Sobre esa región del mundo cayó, durante tres semanas,
un diluvio de fuego ininterrumpido. Sobre la cuna de la humanidad,
sobre el país donde el hombre lanzó por primera
vez, hace miles de años, una mirada nueva sobre el universo,
sentando las bases de una manera de pensar, analizar, ordenar
y conceptualizar, que la larga tradición oral ya no permitía.
Tuvimos la suerte de admirar, hace algunos años, muchos
de esos vestigios que se conservaban en el Museo de Bagdad.
La entrada del “ejército libertador” a la capital
de Iraq, con su secuela de “víctimas colaterales”
civiles -niños, hombres y mujeres-, condujo al incendio
y saqueo de la Biblioteca y del Museo de la ciudad. La humanidad
ha perdido para siempre una parte de su memoria, fragmentos del
pasado remoto que hundían sus raíces en la noche
de los tiempos.
Tal vez, en algunos meses, en las vitrinas de los anticuarios
de la Sexta Avenida de Nueva York, se exhibirán algunas
de estas piezas inestimables y únicas, a precios evidentemente
neoyorkinos. (Escribo estas notas cuando la radio informa que
más de cuarenta cuadros han sido decomisados a periodistas
occidentales en la frontera jordana).
El Museo de Bagdad fue inaugurado en 1976 y poseía colecciones
que contaban con más de 150.000 piezas: toros alados, tablillas
grabadas con signos cuneiformes, bajorrelieves del palacio de
Nimrud, estatuas de Sargón, códigos de la época
de Hamurabi y restos de carros de guerra de Nabucodonosor, ornamentos
y jarras persas, sasánidas y griegas, además de
objetos de la cultura islámica, omeya y abasí. Se
trataba de una antología bastante completa de todas las
civilizaciones que sucesivamente se establecieron en la región
del Tigris y el Eufrates.
Si, como dice un proverbio africano, cuando se muere un abuelo,
con él se va una biblioteca, ¿qué decir entonces
de los volúmenes calcinados o robados de la Biblioteca
de Bagdad? Tesoros que, a pesar de los trastornos que ha conocido
en el curso de su historia esa región, siempre fueron guardados
con devoción y respeto. La identidad no sólo de
un pueblo, sino también de la humanidad, comienza así
a extinguirse. La inacción de las tropas ocupantes ante
tales desmanes se explica, entre otras cosas, porque son capaces
de fabricar bombas “inteligentes” y producir la anticultura
de lo efímero y rentable, pero son incapaces de valorar
lo que se atesoraba en dichos edificios. “Se trata de un
crimen contra la humanidad”, ha dicho el presidente francés,
Jacques Chirac, comentando el saqueo de museos y bibliotecas,
señalando que es sobre las tropas de ocupación que
recae la responsabilidad de salvarguardar el orden y los tesoros
culturales iraquíes, patrimonio de la humanidad.
¿Pero, qué se le puede pedir a una soldadesca ignorante,
educada en la anticultura de la inmediatez, del fast food, del
dólar -“In God we trust”- y que proviene de
los bajos fondos de EE.UU., cuyos referentes culturales sobrepasan
con dificultad el US Today, la Coca Cola, las hamburguesas y las
papas fritas, rebautizadas desde ahora, en medio de la histeria
antifrancesa: “patatas de la libertad”?
El refinamiento no tiene cabida en el léxico del norteamericano
medio. El propio Bush afirmaba que los texanos no tenían
una expresión para designar la palabra matiz...
SE ORGANIZA LA RESISTENCIA
Contradiciendo los primeros y optimistas pronósticos de
Rumsfeld, que anunció una guerra relámpago de pocas
horas o días, las fuerzas norteamericanas y británicas,
luego de tres semanas de despiadados bombardeos contra un país
exangüe debido a doce años de embargo, con un poder
de fuego abrumadoramente superior, el control absoluto del espacio
aéreo en razón de la inexistente fuerza aérea
iraquí y, además, gracias a la “zona de exclusión
aérea” entre los paralelos 33 y 36, lograron ocupar
la capital iraquí.
Creyeron que la población los recibiría con los
brazos abiertos, pero ni la tan publicitada y anunciada sublevación
chiíta, ni los alzamientos prometidos en Bagdad, Mosul,
Tikrit, Bassora o Kerbalá, han tenido lugar. Sólo
la Unión Patriótica de Kurdistán (UPK, de
Jalal Talabani) y el Partido Democrático de Kurdistán
(PDK, de Massud Barzani), amparándose en la zona de exclusión
aérea y la retirada militar de Iraq del Kurdistán,
en 1991, pudieron disponer de fuerzas militares y establecer desde
entonces un embrión de estado, que por otra parte ha provocado
la cólera y amenazas de Turquía, que no ve con buenos
ojos la instalación de un estado kurdo en la zona, por
los problemas internos que podría causarle, toda vez que
los kurdos, en Turquía, alcanzan a más de doce millones
de personas.
El descuartizamiento de Iraq comenzó en 1991, cuando la
ONU aprobó un embargo que lo llevó a un estadio
económico preindustrial. En un programa de la TV norteamericana,
un periodista preguntó a la ex secretaria de Estado, Madeleine
Albright, si el embargo y la muerte de medio millón de
civiles iraquíes valía la pena. Esta respondió:
“Sí, valía la pena”. Ese embargo criminal
fue posible gracias al apoyo de la ONU, que, instrumentalizada
por Washington, se prestó para esos bajos menesteres. Curiosamente,
días antes del inicio de la agresión, retiró
a todos los inspectores que buscaban las mentadas armas de destrucción
masiva, dejando el campo libre a las “bombas inteligentes”
que durante tres semanas devastaron el legendario país.
Hace algunos días, Hans Blix, jefe de los inspectores de
la ONU, declaró que “Estados Unidos no estaba interesado
en las inspecciones. Había programado la guerra desde hacía
mucho tiempo”. Por su parte, el consejero científico
iraquí para el armamento, Amer Al Saadi, detenido por las
tropas de ocupación, expresó: “Lo digo para
que lo retenga la historia: no tenemos armas de destrucción
masiva”. Hace algunos días, Washington anunció
que cinco mil inspectores norteamericanos rastrillaban el territorio
iraquí, advirtiendo que “encontrarían las
armas de destrucción masiva”.
Aun cuando aquí y acullá las tropas invasoras han
podido acarrear a algunos miles de colaboracionistas, el grueso
del pueblo iraquí, en sus diversos componentes religiosos
y étnicos, rechaza la ocupación y colonización
de su territorio.
Desde hace algunos días, una vez pasados el estupor y humillación
inicial, este rechazo ha comenzado a expresarse en manifestaciones
contra las fuerzas de ocupación. En Nasiriya, cerca de
26 mil personas boicotearon la primera reunión organizada
por los generales yanquis y algunos militares locales, que entraron
en el suicida juego de la colaboración. El hodjatoleslam
Abdel Majid al-Khoï, quien había sido transportado
desde su exilio en Londres por las tropas británico-norteamericanas,
calificado como “moderado” por Blair, es decir, obsecuente
ante sus amos, fue ajusticiado en la ciudad de Nadjaf. En Mosul,
las tropas yanquis abrieron fuego contra los manifestantes, ultimando
a varios.
Apoderándose y disponiendo del país como de un asno
muerto, los invasores se han apresurado a designar como procónsul
a Jay Garner, ex general y representante del complejo militar-industrial
norteamericano, ejecutivo de SY Technology y SY Coleman, especialista
en la fabricación de misiles Patriot y Arrow, ligado al
sionismo a través del Instituto Judío de Seguridad
Nacional, con sede en Washington.
Bush descubre con sorpresa que someter a veinticuatro millones
de hombres y mujeres, orgullosos de su pasado milenario, es un
poco más difícil que amañar elecciones en
Florida.
RELIGIOSOS LLAMAN A RESISTIR
Ahmad Chalabi ha sido el “cipayo” escogido por EE.UU.
para defender sus intereses en el futuro gobierno títere
que piensan instalar en Iraq. Este ilustre desconocido de los
iraquíes, presidente del Congreso Nacional Iraquí,
banquero y delincuente condenado a veintidós años
de prisión por quiebra fraudulenta en Jordania, en 1989,
es un obediente sirviente de la CIA, de la cual recibió
la friolera de cuatro millones y medio de dólares aprobados
por el Congreso norteamericano, en el marco de la lucha “por
la democracia” en Iraq. Cercano a los senadores Trent Lott
y Jesse Helms, Chalabi es íntimo de Richard Perle, el consejero
del Pentágono estrechamente ligado al Likud israelí.
Es Perle quien convenció a Paul Wolfowitz, secretario adjunto
de la Defensa, otro sionista notorio, para que se designara a
Chalabi como el hombre de Washington en Bagdad. Chalabi, que ha
visitado Israel invitado por organizaciones sionistas, no parece
ser el representante más idóneo, pero los recientes
acontecimientos y la entrada de los chiítas en el control
de varias ciudades en el sur de Iraq y en algunos barrios de Bagdad,
indican que se ha entablado una carrera contra el tiempo entre
Washington y el clero chiíta por el control de la población.
En las oraciones de los viernes, los imanes de las mezquitas -sunitas
o chiítas- han sido unánimes ante sus fieles: “¡Resistid,
preservad vuestro país, vamos a vencer a nuestros enemigos,
vamos a echarlos fuera del sagrado suelo de la patria!”.
Ello ha ocurrido en las mezquitas de Mosul, Bagdad, Bassora y
Kerbalá, e indica que los iraquíes no ven con buenos
ojos los planes de Washington de aportarles la democracia occidental,
y aspiran a preservar sus tradiciones, religión y cultura.
Mohamed Baqer Al-Hakim, chiíta y jefe del Consejo Supremo
de la revolución islámica en Iraq, expresó:
“Deseamos la partida de todas las fuerzas extranjeras. Iraq
debe ser gobernado por los iraquíes. Rehusamos aceptar
un gobierno impuesto desde el extranjero”.
Uno de los objetivos de EE.UU. en esta guerra era el control del
petróleo iraquí. Las tropas estadounidenses se preocuparon
prioritariamente del resguardo del ministerio respectivo y de
los pozos de petróleo, entregándole la concesión
de la seguridad de los mismos a la empresa norteamericana Halliburton,
de la cual, uno de sus directivos fue el vicepresidente Dick Cheney.
Bechtel, una gigantesca empresa estadounidense, reconstruirá
las zonas devastadas en Iraq. En esta multinacional, instalada
en varios puntos del globo, tienen intereses el ex ministro de
la Defensa de Reagan, George Schultz, y el ex secretario de Estado,
Warren Christopher.
Otro de los objetivos de Washington era remodelar el mapa de la
región, buscando eliminar toda posible amenaza en el plano
militar contra Israel. Los dirigentes sionistas, quienes durante
los bombardeos en Iraq mantuvieron un silencio convenido y ensordecedor
-lo que no fue óbice para que asesinaran a más de
cien palestinos durante ese mes- esperaban con ansia el desencadenamiento
de la agresión contra Iraq. Tanto laboristas como Peres
y Ben Eliezer, y el Likud de Sharon. “La guerra contra Iraq
es inevitable y deseamos que Washington la inicie lo más
pronto posible, puesto que engendrará un nuevo orden regional
y estabilizará la región”, dijo Ben Eliezer.
Las amenazas contra Siria e Irán, lanzadas estos últimos
días por Paul Wolfowitz, retoman la advertencia hecha hace
algunas semanas por dirigentes israelíes. El ministro de
RR.EE., Ben Eliezer, dijo: “Un ataque norteamericano contra
Bagdad quebrará el eje formado por Irán, Siria e
Iraq. Eso los hará reflexionar, ya que pueden ser los próximos
blancos”.
Como nunca, la conjunción de intereses entre la entidad
sionista y el imperio que pretende avasallar al mundo, había
sido más patente.
LA CUARTA GUERRA MUNDIAL
El ex director de la CIA (1993-1995), James Woolsey, de indudable
influencia en la formulación de la política exterior
yanqui adoptada después del 11 de septiembre de 2001, cita
en un artículo a otro connotado sionista, Eliot Cohen,
profesor de la Universidad John Hopkins. Retomando su argumentación,
afirma que EE.UU. ha entrado en la cuarta guerra mundial. Fija
como meta “extender la democracia al mundo árabe-musulmán,
que amenaza a la civilización occidental y la obra que
realizamos durante la primera y segunda guerra mundial y luego,
durante la tercera guerra, la guerra fría”, señala.
Manifestando que esta “cuarta guerra mundial” durará
más que la primera y la segunda, Woolsey prevé varias
décadas de “lucha por el establecimiento de la democracia”.
Luego hace una breve sinopsis del denodado combate que, supuestamente,
habría emprendido EE.UU. en pos de la libertad durante
el siglo XX, para decir más adelante que “los alemanes,
japoneses y rusos, o aquellos de tradición confuciana,
han logrado vivir en democracia. Cierto, tuvimos que ayudarles,
pero rusos, japoneses y taiwaneses terminaron por comprender”.
Por eso Washington quisiera imponer la “democracia en los
veintidós estados árabes donde ésta no existe”.
La guerra contra el terrorismo no terminará, dice más
adelante, “hasta que no cambiemos el rostro del Medio Oriente,
es eso lo que hemos comenzado a hacer en Iraq”.
Esta terminología que invoca la democracia y la libertad
y que se presenta como un dechado de buenas intenciones camufla,
en verdad, la voluntad del imperio de eliminar a todo estado que
desafíe su hegemonía. Es una idea expresada hace
más de diez años por el propio Wolfowitz, cuando
escribía: “El orden internacional está garantizado
en definitiva por EE.UU. Debemos convencer a eventuales rivales
(recado destinado a las potencias europeas y a China) que no tienen
necesidad de aspirar a jugar un gran papel... Tenemos que tener
la fuerza militar suficiente para disuadir a cualquier nación
o grupo de naciones que pretenda desafiar la supremacía
de los Estados Unidos”.
La estrategia norteamericana actual pasó, luego del 11
de septiembre del 2001 de la disuasión, del “me armo
y muestro mi fuerza y superioridad militar para impedir todo ataque”,
a la acción preventiva, como en Iraq. Es decir, “te
ataco porque creo que puedes llegar a ser una amenaza contra mis
intereses”. Ello trizó el sistema internacional establecido
en 1945, que tenía como línea gruesa la idea de
seguridad colectiva, cuya única expresión legítima
y legal estaba representada por la ONU: “Nosotros, pueblos
de las Naciones Unidas, resueltos a preservar a las generaciones
futuras del flagelo de la guerra... a crear las condiciones necesarias
para el mantenimiento de la justicia y el respeto a las obligaciones
nacidas de los tratados y otras fuentes de derecho internacional...
a unir nuestras fuerzas para mantener la paz y la seguridad internacional...
a aceptar principios e instituir métodos que garanticen
que no se utilizará la fuerza de las armas, salvo en casos
de interés común... hemos decidido asociar nuestros
esfuerzos para realizar estos propósitos...”, señala
la carta de la ONU.
Aparece cada vez más nítidamente, ante el estado
de guerra permanente que nos promete el imperio para los años
venideros, que la línea divisoria, la contradicción
fundamental -digámoslo así- se sitúa hoy
entre colaboracionistas y resistentes al orden unipolar.
EL IMPERIO: ENEMIGO PRINCIPAL
Se trata de combatir esta nueva forma de barbarie, teniendo presente
cuál es el “enemigo principal.” Ante esta disyuntiva
que se plantea a todo hombre libre, las nociones de Izquierda
y derecha tienden a desdibujarse, perdiendo un poco la significación
profunda que tuvieron durante los siglos XIX y XX. No es que las
contradicciones de clase hayan desaparecido, sino que la lucha
por la independencia nacional, el respeto a las normas del sistema
de relaciones entre estados, instaurado desde 1945, la intangibilidad
de fronteras y territorios, la soberanía de los estados,
y la noción “un estado, un voto”, principios
que los ideólogos del imperio consideran anacrónicos,
pasan a primer plano, puesto que se trata de la supervivencia
de la sociedad internacional sobre la base del derecho y no de
la fuerza bruta.
Hay que agregar, entonces, al “odio de clase”, que
ha movilizado durante décadas a millones de desposeídos,
la resuelta y prioritaria aversión por el imperio.
El sentimiento nacional iraquí tendrá necesariamente
que reforzarse, expresándose más vertebradamente
en las próximas semanas y meses. Un gran pueblo como ése,
heredero de los que dieron los primeros pasos, arrancando a la
humanidad de la larga noche de la prehistoria, nunca será
un pueblo de esclavos.
Como ironía de la historia, la agresión norteamericana
ha podido imponerse por el momento, coincidiendo con el cuadragésimo
aniversario de la publicación de la Encíclica de
Juan XXIII, “Pacem in Terris”.
En un lejano día de agosto, hace sesenta y siete años,
un viejo e ilustre profesor de cabellos blancos, Miguel de Unamuno,
inerme y de pie ante los generales del provisorio vencedor que
sojuzgaba a una de las Españas, los interpeló con
palabras de fuego: “Podréis vencer, porque tenéis
la suficiente fuerza bruta para ello. Pero no podréis convencer.
Porque para convencer, tendríais que tener lo que os falta:
la razón y el derecho”
PACO PEÑA
En París
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