Helmut Frenz:
“Soy del partido de los
oprimidos y torturados”
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El pastor luterano miró fijamente al presidente
Lagos con su único ojo vidente -justamente el izquierdo-
y le dijo que la memoria no aguanta un punto final ni
un borrón y cuenta nueva y que él, como
alemán, lo ha comprobado. Hay diferencias cuantitativas,
agregó, entre lo que pasó en Chile y en
Alemania, hace 53 años. Pero podemos comparar la
forma de manejar nuestras herencias.
En La Moneda, Helmut Frenz se sentó entre una
sobreviviente, Juana Aguilera, y la doctora que atiende
a torturados, Paz Rojas.
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EL
pastor luterano Helmut Frenz y la trabajadora social belga
Françoise Visée, destacados defensores de los
derechos humanos del pueblo chileno. |
En diagonal, se encontraban el ex embajador noruego Frode Nilsen
y otro sobreviviente, Ricardo Froedden, dirigente de la Comisión
Etica Contra la Tortura. Frenz y Nilsen vivieron los efectos del
golpe militar en Chile socorriendo a muchos perseguidos.
El diplomático noruego recordó su trabajo en favor
de los condenados a muerte y presos políticos a lo largo
de once años, y afirmó que sus “clientes”
de entonces, hoy retornados -a quienes visita todos los años-
no están bien. El presidente respondió que incorporaría
el tema de la tortura a las propuestas que dará a conocer
y creará una comisión para acotar ese universo,
tarea que encomendó al subsecretario del Interior, presente
en la entrevista en el palacio de La Moneda.
El obispo luterano Helmut Frenz, co-fundador del Comité
Pro Paz, retorna por segunda vez a Chile luego de su expulsión
por la dictadura en 1975. Sus palabras, cargadas de verdad, han
venido a romper un silencio de trece años sobre un crimen
de la dictadura ignorado por el Informe Rettig y la Concertación.
Antes, Helmut Frenz había asistido a la asunción
de Aylwin. Ahora integró, junto al ex embajador Frode Nilsen,
el cantautor uruguayo Daniel Viglietti, la trabajadora social
belga Françoise Visée, el director de teatro chileno-sueco
Igor Cantillana y los argentinos Margarita Jarque y Félix
Crous, una delegación de personalidades invitadas por la
Comisión Etica Contra la Tortura para respaldar su demanda
de crear una Comisión de Verdad, Justicia y Reparación.
Françoise Visée manifestó al presidente Lagos
que para que haya real democracia en Chile, es necesario que todos
los chilenos puedan retornar. Igor Cantillana comprometió
el apoyo de los chilenos que están insertos en la sociedad
europea, para conseguir recursos para la reparación integral.
El programa de la delegación incluyó diversos diálogos
y un seminario con organizaciones sociales en Santiago y Valparaíso;
entrevistas con Hortensia Bussi viuda de Allende, Isabel Allende
y parlamentarios; un recorrido por el Parque por la Paz, y una
velatón en la ex casa de torturas de José Domingo
Cañas. Con la colocación de una placa recordatoria
en la que fue sede del Comité Pro Paz y un acto de homenaje
a la solidaridad internacional en el edificio Diego Portales,
concluyó el nutrido programa desarrollado por los visitantes.
Las canciones de Viglietti -cuya privilegiada voz no ha perdido
fuerza- agregaron emoción y esperanza a los testimonios
de los visitantes.
OBISPO LUCHADOR
Sencillo, delgado, de paso rápido y aspecto engañosamente
frágil, Frenz tiene respuestas directas para todo. Pero
confiesa no saber qué decir cuando una madre lo abraza
en la calle, agradeciéndole haber salvado la vida de su
hijo. Se mantuvo impertérrito -como toda la delegación-
aguantando el telúrico saludo recibido en la calle Guardia
Vieja, la antigua residencia del presidente Allende. El temblor
grado 6 que -dicen- se sintió hasta en Buenos Aires, ocurrió
segundos después que Isabel Allende, presidenta de la Cámara
de Diputados, aludiera al remezón de emociones que estas
visitas le generaban.
En el Parque por la Paz, luego de salir del lugar de tortura conocido
como “La torre”, Helmut Frenz exclamó con voz
ahogada: “No dejen de luchar, no dejen de luchar”.
En el edificio Diego Portales su figura crecía al recordar
que allí mismo oyó a Pinochet justificar la tortura.
Visitó a los presos políticos y recibió el
homenaje de la Comisión Chilena de DD.HH.
En Hamburgo, su lugar de residencia, rema todos los días
en el lago. Y se preocupa de los refugiados. Es miembro del movimiento
Cristianos por el Socialismo. Tiene nueve hijos (dos de ellos
penquistas), nietos de los que habla con ternura, y dos matrimonios.
Punto Final logró sustraerlo de la intensa actividad que
se impuso en Chile, en la que también solidarizó
con el pueblo mapuche.
¿Por qué dice que tiene un corazón chileno
con pasaporte alemán?
“Mis lazos con Chile se construyeron en Concepción,
en el campamento Lenin. (La dictadura rebautizó Población
Diego Portales a esa toma de terrenos en el sector de Hualpencillo).
El 8 de mayo del 70, un día de frío y lluvia, murieron
dos niños y vi que había que hacer algo. Ese fue
el punto de cambio de mi nacionalidad. Tuve que tomar una posición.
Mi trabajo era partidista, porque tomó el partido de los
que tuvieron que luchar hasta la elección de Allende. Yo
nunca había leído siquiera el Manifiesto Comunista.
Pero sí el Nuevo Testamento y el ejemplo del Buen Samaritano”.
En la entrevista que sostuvo la delegación internacional
de personalidades de derechos humanos con los diputados Juan Bustos
y María Antonieta Saa y el senador Viera-Gallo, Frenz partió
afirmando: “Debo admitir que estando tan lejos me faltan
herramientas de análisis de la situación actual.
Debo confiar en mis ojos, y admitir que no soy miembro de un partido
político pero sí del partido más grande,
el partido de los pobres, de los oprimidos, los torturados y los
que padecen las consecuencias de una situación injusta.
En Chile me he encontrado con los miembros de mi partido. Admito
que estoy informado unilateralmente”.
¿Sigue siendo un hombre de iglesia?
“Para mí es importante decirle que sí, porque
normalmente el público no se da cuenta que yo, en primer
lugar, soy un cristiano. Mis argumentos se basan en la Biblia.
El cristiano no puede ser apolítico porque el Evangelio
también es muy político. Por supuesto, no quiero
ser considerado un politiquero. Mi base es otra”.
(Antes de develar la placa recordatoria del Comité Pro
Paz, el pastor luterano leyó un texto del profeta Isaías,
el himno del Siervo de Dios, y rememoró a los obispos que
han tenido la valentía de vivir con los pobres, como lo
hizo monseñor Oscar Romero, de El Salvador).
LIBERADO POR
EL EJERCITO ROJO
¿Fue su familia determinante en su formación?
“Yo nací en el este de Alemania, en una ciudad que
hoy forma parte de Polonia. Mi padre era empleado público
y mi madre dueña de casa. Ellos pertenecían al partido
nazi. Durante la guerra vivíamos en Berlín. A los
diez años yo perdí el ojo derecho en un bombardeo.
Mi hermano mayor estudiaba en un colegio de élite cuyo
director era el propio Adolfo Hitler. A los once años,
en febrero del 45, yo iba a entrar al colegio Napola, de las élites
fascistas de nivel medio. Por suerte en mayo entraron en Berlín
las tropas soviéticas. El Ejército Rojo me liberó
de un porvenir horrible. Sin embargo, mis padres siguieron pensando
lo mismo, como la mayoría de los alemanes de su generación.
Nunca pude discutir el pasado con ellos, siempre se negaron. Decían
‘en la familia, nada de pasado’. Todo eso tuvo mucha
influencia en mi destino.
En la enseñanza secundaria mis profesores eran en su mayoría
ex nazis. Pero había un profesor de historia que pasó
tres años en un campo de concentración. Lo queríamos
mucho. Cuando estudié teología en la Universidad
de Bonn, mis profesores eran teólogos famosos de la Iglesia
Confesante, ya que en tiempos de los nazis la iglesia se dividió
en dos facciones, la iglesia de ultraderecha y la de Izquierda,
que era la Confesante, que trabajaba en la clandestinidad. Escondía
judíos y comunistas. Esa fue mi suerte”.
EN EL GHETTO ALEMAN
¿Por qué vino a Chile?
“Mi esposa y yo dejamos Alemania porque habíamos
oído hablar de los problemas del Tercer Mundo. Escogimos
Chile por nuestros cuatro niños, porque en Argentina, Brasil
o Paraguay tendríamos que haber ido a parroquias rurales
y no queríamos mandarlos a escuelas lejanas. Fui destinado
a Concepción, a la Deutsche Evangelische Kirche. Mi antecesor
había desempeñado el cargo 35 años y era
miembro del partido fascista dentro de la colonia alemana. Recibí
de él una herencia muy pesada.
Todo el culto se hacía en alemán. Sólo sabíamos
latín y nada de castellano. Me di cuenta que había
llegado a un lugar que no tenía nada de Tercer Mundo: era
el ghetto alemán. Era muy chocante, en el centro estaban
sus negocios... Una vez me tocó una ceremonia nupcial.
El templo estaba repleto, hacía mucho calor. Mientras leía
el sermón vi avanzar a mi perro salchicha que mordió
la cola del vestido de la novia. Terminé de leer muy rápido
y fui a sacar a mi perro. Las mujeres se pusieron a gritar...
Después de eso, me tomé seis meses para aprender
español en la escuela de teología en Buenos Aires.
A partir de mi regreso la misa se hizo en castellano. Así
empezó a llegar otro tipo de gente a la parroquia y eso
generó un choque en la asamblea general. Había una
madre que decía que enseñar el Padre Nuestro en
castellano era echarle perlas a los puercos. Así fue como
salí del ghetto”.
¿Cómo llegó a ser la máxima autoridad
en su iglesia?
“La iglesia luterana recién comenzaba a ser autónoma,
y era primera vez que el sínodo elegía obispo. Yo
era el teólogo y experto dentro de la iglesia. Ya me decían
‘pastor rojo’, por el campamento Lenin. En el campamento
se requería atención de médicos; entonces
hablé con el MIR, porque la Facultad de Medicina estaba
en sus manos. Conocí a Miguel Enríquez, también
a Pascal Allende.
El sínodo de la iglesia luterana fue un mes después
de la elección del presidente Allende. Todos sabían
el rumbo que tomaría Chile. Eramos tres candidatos. Yo
era el más joven y era considerado izquierdista. Gané
en la tercera vuelta. Nadie tuvo explicación para eso,
yo tampoco. Cuando estoy muy ‘piadoso’ pienso que
fue obra del Espíritu Santo. O quizás pensaron que
si Chile iba a tener un presidente rojo, la iglesia debía
tener un obispo igual”.
EXPERIENCIA EN DICTADURA
¿Cuál ha sido el momento más decisivo en
su vida?
“Lo que más me ha golpeado en la vida fue mi expulsión
de Chile. A mí no me interesaba hacer carrera en la iglesia
ni en política. Se habían publicado en los diarios
unas 600 firmas de feligreses solicitando que me fuera. Por eso,
un periodista le preguntó a Pinochet cuándo me iba
a expulsar, y él dijo: ‘Nosotros no nos mezclamos
con las cosas de la iglesia’. Y yo le creí. Decidí
ir a Ginebra a dejar mi informe. Ya tenía una nueva familia
cristiana con un grupo de sacerdotes, monjas y laicos. El decreto
de expulsión lo firmó el general César Benavides,
entonces ministro del Interior. Willy Brandt, ministro de Relaciones
Exteriores de Alemania, y el senador Edward Kennedy, de Estados
Unidos, intervinieron. Pero fue inútil. En Alemania fui
nombrado secretario ejecutivo de Amnistía Internacional.
Los abogados José Zalaquett y Hernán Montealegre,
expulsados después, también estaban en Amnistía
en Londres. Pudimos hacer más denuncias sobre Chile que
antes...”
¿Cómo trataban a los refugiados en Chile, en tiempos
de la Unidad Popular?
“Chile era una isla de libertad. Llegaron miles de refugiados,
más que nada brasileños y uruguayos, 35 mil en total.
La iglesia luterana era una iglesia rica y con proyectos de desarrollo
para el Tercer Mundo. El presidente Allende convocó a las
iglesias exponiendo el problema y nos hicimos cargo. En Concepción
había avanzado el ecumenismo. En el Movimiento Familiar
Cristiano yo participaba como teólogo invitado. Hacíamos
también cultos ecuménicos en la Parroquia Universitaria
con el padre Perico (Pedro Villagra), mi amigo. Allende al asumir
dijo ‘yo no soy presidente sólo de los católicos
sino de los evangélicos también’. Por eso,
el 71 se hizo el primer Tédeum Ecuménico.
El 73 fundamos la Comisión Nacional de Ayuda a los Refugiados
y después, el Comité de Defensa de los DD.HH. Pero
el gobierno dijo que se encargaría de la defensa de los
derechos humanos, y nos bautizó como Comité de Cooperación
para la Paz en Chile. Fue disuelto a fines del 75, después
de mi expulsión. Yo tenía un papel importante por
ser enlace con la ayuda europea.
Mis feligreses me atacaron. Bruno Siebert, jefe de la Dina Metropolitana
era miembro de mi congregación. Yo les decía: ‘escuchen
el ejemplo del buen samaritano. Debemos ayudar’. Así
comenzó, así llegué a ser ‘obispo rojo’.
Fui miembro del Movimiento Cristianos por el Socialismo, que en
Alemania existe aún. Me di cuenta que la política
de Salvador Allende tenía muchos aspectos humanos. ¿Por
qué nadie se atreve a mencionar a Allende hoy? Yo lucho
contra ese gran olvido. ¿Por qué hubo tantos miles
de asesinados y torturados, desaparecidos y ejecutados? Porque
trataron de realizar el sueño de una sociedad donde cada
niño recibiera su medio litro de leche diario, donde todos
tuvieran acceso al sistema de salud y una educación adecuada...
Todos estos días he dicho que no se puede matar la memoria.
El Comité Pro Paz estaba en calle Santa Mónica,
éramos más o menos doscientas personas, encargadas
de documentación, área jurídica, salud y
áreas clandestinas y subversivas, también. Cada
sacerdote y monja tenía gente escondida que había
que hacer entrar en las embajadas. Era fácil con México,
Argentina, Costa Rica, Italia. Había dos embajadas cerradas,
la Nunciatura y la de Alemania.
La alemana requería autorización de Willy Brandt,
que finalmente la dio. A la Nunciatura entramos desde una casa
vecina. Muchos de los refugiados, mujeres y hombres, habían
estado presos y fueron víctimas de la tortura. Así
me enteré del problema de la tortura”.
¿Qué actividades ha desarrollado desde su expulsión
de Chile?
“Estuve diez años como secretario general de la sede
de Amnistía Internacional en Bonn. Luego regresé
a la iglesia, como pastor de una parroquia en Hamburgo. Los últimos
cinco años fui comisionado de la iglesia para los refugiados.
Me jubilaron el 31 de enero de 1998. En la fiesta de despedida,
justo el 30, recibí una llamada de Joan Garcés por
el juicio del padre Antonio Llidó. Me fui a declarar a
Madrid”.
¿Qué sintió cuando arrestaron a Pinochet
en Londres?
“Fue un momento de satisfacción. A nivel jurídico,
tener a ese carajo bajo arresto domiciliario en Londres era lo
máximo; está considerado a nivel internacional como
el carnicero de los Andes. Declaré que con el obispo católico
Fernando Ariztía le mostramos a Pinochet una foto del padre
Llidó, y él nos dijo que no era cura, sino terrorista
y que a comunistas y miristas había que torturarlos, para
que ‘cantaran’. Ese testimonio fue muy importante
porque el gobierno español estaba en contra de ese juicio,
pero no pudo negarse porque Llidó era español”.
VOCERO DE LOS REFUGIADOS
¿Qué actividades desempeña ahora?
“Llevo cuatro años como director del Departamento
de Refugiados del estado federal de Schleswig Holstein. Un año
después de mi jubilación, el presidente del Parlamento
del Estado me ofreció ese cargo. Buscaban alguien con autoridad,
experiencia y que no requiriera sueldo. Yo acepté siempre
que no significara trabajar dentro del nivel ejecutivo y que pudiera
ser vocero de los refugiados y no del gobierno. Como director
trabajo en forma independiente. Soy abogado de los extranjeros,
sólo sujeto a la ley y a mi conciencia”.
¿Cuál es su diagnóstico de la situación
chilena?
“Me temo que el próximo gobierno será de la
UDI. Estamos viviendo momentos cruciales. Han entrado a la discusión
sobre una solución para el conflicto de los derechos humanos.
Pero no se puede poner punto final a la historia. La historia
es como un río, se construye una represa pero no es el
final. Después las aguas van a seguir…
Hay que escuchar la verdad en las voces de las víctimas
y no en el Parlamento. La justicia se basa en leyes. Se habla
de justicia con clemencia. ¿Qué es eso? Justicia
con generosidad, tampoco. ¡Cuidado con ponerle adjetivos
a la palabra justicia! Siempre va a limitarla. Comprendo que las
víctimas del terrorismo de Estado digan ‘no estamos
en venta’. Por cierto, también es necesario dar una
reparación material. Pero es un solo paso, y se necesitan
muchos pasos. La justicia actual está basada en leyes promulgadas
por la dictadura. Deben terminar estas leyes de impunidad. Por
eso suscribo las exigencias y demandas de la Comisión Etica
Contra la Tortura. Y apoyo la instalación de una Comisión
de Verdad, Justicia y Reparación integral”
LUCIA SEPULVEDA RUIZ
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