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Rafael Maroto, a diez años de su muerte
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Lo vemos todavía llegar con paso firme pero ligero,
delgado y frágil con su cara tierna de abuelo bondadoso
y tímido, con la voz bajita pero decidida, los
ojos sinceros, vivos y penetrantes que sin embargo permitían
ver hasta su alma, y así inspirar confianza.
Rafael Maroto. Fumador empedernido, los Lucky sin filtro
en un bolsillo y en el otro, una cajita de metal, un cenicero
portátil, que puesto sobre la mesa anunciaba el
inicio de interminables reuniones.
El cura Maroto.
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Sacerdote y militante del MIR, miembro de su comité central
y vocero público durante los últimos años
de la dictadura. Conoció la lucha, la resistencia y sus
inevitables consecuencias: la persecución, la cárcel
y la relegación.
El 10 de julio se cumplen diez años de su muerte. Alcanzó
a vivir 80 años y medio.
Los últimos meses transcurrieron marcados por el paulatino
deterioro de su salud. Le abandonaban las fuerzas físicas
pero no la lucidez de su espíritu ni el criterio agudo
para constatar que la democracia que había llegado no era
aquélla por la cual tantos militantes habían entregado
sus vidas: Rafael Maroto continuaba alertando y buscando caminos
para reagrupar las fuerzas dispersas de la Izquierda.
Participó en la formación de la FAI (Fuerza Amplia
de Izquierda) y del MIDA (Movimiento de Izquierda Democrática
Allendista). Pero, sin duda, se daba cuenta que las condiciones
para este tipo de esfuerzos ya no eran para nada favorables y
los intentos terminaron pronto en decepción y nuevas frustraciones.
Lentamente, Rafael Maroto se empezó a despedir de la vida
pública. Encontró acogida, cariño y el cuidado
que necesitaba en la familia de un antiguo compañero, al
que conoció cuando trabajaba como sacerdote obrero en la
construcción del Metro de Santiago. Cuentan que a veces
en la noche lo sintieron hablar solo. Con la grabadora en la mano
preparaba discursos que ya nadie iba a escuchar.
En una helada mañana, el 10 de julio de 1993, entregó
su vida confiadamente a ese Dios que él supo anunciar con
valentía, el Dios de la justicia, la libertad y la dignidad.
Sus funerales transformaron el frío grisáceo del
invierno santiaguino en una fiesta de resurrección primaveral.
Predominaba el respeto, la gratitud, el homenaje a uno de esos
hombres que nunca mueren, que siempre resucitan en el corazón
del pueblo al que han amado y por el que han dado hasta la última
gota de energía.
Quiso simplemente ser un sacerdote presente en la lucha popular.
Ahí estaba su fortaleza. Y esta fuerza fomentaba la espiritualidad
revolucionaria en los militantes que siempre lo admiraban con
profundo respeto. Le dolió mucho la división del
MIR, en los años 80. Sintió como que algo de su
más íntimo ser hubiera sido lastimado y herido.
Pero el hecho de que las dos tendencias que se formaron le mantuvieran
su amistad, demuestra que su compromiso fue sólido y profundo.
Aunque Rafael nunca fue teólogo y no dejó para la
posteridad ninguna teoría cristiana-revolucionaria, su
biografía a cada paso cumple cabalmente esa función.
Hoy sorprende leerla, descubrir detrás de este sacerdote
singular a un hombre humilde, político y cristiano visionario,
con una claridad de pensamiento analítico y profético
que llama la atención. Lamentablemente, esta biografía
casi no se conoce. El escritor Jorge Narváez, ya fallecido,
la recopiló con datos y conversaciones, testimonios y situaciones
de la vida de Rafael, cuando éste se encontraba relegado
en Tongoy en el invierno de 1984.
Hace diez años, Rafael Maroto se fue. Pero no nos deja
solos. Recordarlo con un homenaje no basta. La gracia está
en descubrir su importancia para el momento actual. Es ahí
donde debemos nuevamente sentir su presencia, su espíritu
de unidad y lucha, de no restar sino sumar fuerzas en proyectos
como la Fuerza Social y Democrática y el Foro Social Mundial,
para compartir el sueño de que “otro mundo es posible”.
Maroto, aun viejo, jamás dejó de soñar un
mundo mejor y no vacilaba dedicarse a tiempo completo -en desmedro
de su salud- para que ese sueño se hiciera realidad.
Rafael Maroto sigue vivo y nos enseña a soñar. No
los sueños baratos que ofrece el sistema, los que se venden
y se compran pero que muy luego se pudren y no sirven para nada.
Maroto nos invita a seguir soñando y a construir movimento
social, aún en condiciones muy desfavorables.
El sacerdote Rafael Maroto conoció también la burla
y el desprecio de parte de sus hermanos al interior de la Iglesia.
Pero hasta hoy, sigue creando conciencia de que ser cristiano
y revolucionario es compatible y mutuamente fecundo.
Afortunadamante, en el continente comienzan a soplar nuevos vientos
otra vez. Y como Rafael solía decir, pueden ralear muchas
flores pero no detendrán la primavera. Algo de esa primavera
anhelada, sin duda, está brotando. Por todo eso, querido
compañero Rafael, gracias. No te olvidamos. Ahora que estás
con Miguel, con Luciano, con Bautista y todos aquellos y aquellas
que nos hacen falta, te rogamos que no te olvides de nosotros.
Te gustaba decir: sólo la lucha nos hará libres.
Pero algo quedó trunco… Así que al menos aliéntanos
cada día con la otra palabra de Miguel: adelante, con todas
las fuerzas de la historia
LEO WETLI
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