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ECUADOR

Gutiérrez va perdiendo aliados

El presidente Lucio Gutiérrez, en menos de seis meses en el poder, ha perdido gran parte de la credibilidad de los ecuatorianos. De sus aliados políticos, en particular. Lo dicen las encuestas, es un sentir generalizado en la población y lo demuestran los hechos.
Uno de los más recientes remezones para el gobierno de Gutiérrez fue el cese en la alianza oficialista del Movimiento Popular Democrático, MDP, un pequeño partido marxista que apoyaba al presidente manteniendo su independencia de los dos grandes partidos de la coalición gobernante: el partido Sociedad Patriótica 21 de Enero, de Gutiérrez, y el partido Pachakutik, brazo político del movimiento indígena ecuatoriano.

 

Gustavo Terán, presidente del MPD, anunció que la separación del gobierno se debía “al sometimiento creciente al Fondo Monetario Internacional, a la ausencia de respuestas a las demandas sociales, a la negación de los derechos laborales y a la regresión en algunos aspectos de la política internacional”.
Luis Villacís, diputado del MPD, afirmó que Gutiérrez, que se definió como de centro-izquierda en la campaña por la presidencia, “ha girado a la derecha. Quiere privatizar las empresas eléctricas y entregarse a las recetas del Fondo Monetario Internacional”. Villacís afirmó que Gutiérrez falló también en el combate contra la corrupción, uno de los males endémicos del país que ha recrudecido en el gobierno del ex militar, según un sentir generalizado en la clase política y muy especialmente en los cada vez más decepcionados electores.
El MDP era minoritario dentro de la alianza gubernamental que abandonó el 6 de julio, luego de una multitudinaria asamblea en Quito. El gobierno de Gutiérrez, coronel retirado del ejército, le restó importancia al abandono de sus aliados: “Ellos sabrán por qué tomaron la decisión de retirarse”, expresó desapasionadamente el ex coronel Patricio Acosta, secretario (ministro) de la Administración, considerado el más cercano y estrecho colaborador de Gutiérrez. Algunos gobiernistas llegaron a afirmar que el MPD “se coló a última hora” al régimen.
En cifras, para el ex militar el MPD no tenía mayor significación: cuenta con apenas tres diputados en el Congreso de cien legisladores, y como cuota electoral recibió un solo ministerio en el gabinete de quince miembros, el Ministerio del Ambiente, que ocupó el antropólogo Edgar Isch; además tenía a militantes en ocho cargos de relativa importancia en organismos estatales menores.
Aunque su peso político específico es bajo, el MDP tiene gran influencia y arrastre en el activo y siempre combativo gremio de los 120 mil profesores agrupados en la Unión Nacional de Educadores, UNE, que con frecuencia pone contra las cuerdas a los gobiernos de turno con sus huelgas y manifestaciones para exigir mejores salarios y mayor presupuesto para la educación. Para muchos, esta base puede significar una brisa opositora que podría transformarse antes de lo pensado en un ventarrón, si la UNE sale a las calles y se lanza en abierto combate contra el gobierno del retirado coronel Gutiérrez.
Y este ventarrón podría convertirse en huracán debido a que existe una especie de vaso comunicante entre el marxista MDP y la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, Conaie.
La organización indígena siempre se ha proclamado independiente de los partidos, pero suele unirse a las manifestaciones y protestas de la Izquierda ecuatoriana. La Conaie es una organización de peso, puesto que agrupa a la mayoría de las comunidades indígenas del país y según estadísticas oficiales, de los doce millones de habitantes de Ecuador, más de cuatro millones son indígenas campesinos.
La fuerza de los indígenas ha determinado que muchos dirigentes políticos los busquen como aliados para sus reclamos ante los gobiernos, que suelen ser tradicionalmente sordos a las demandas de los sindicatos y organizaciones sociales y populares del Ecuador. Sin el apoyo de los indígenas bloqueando carreteras y marchando hacia las ciudades, las manifestaciones opositoras pueden tener poco impacto. Los llamados “levantamientos indígenas” son muchas veces la escondida esperanza de los partidos y organizaciones políticas para que los reclamos sean oídos.
Un “levantamiento indígena” fue el que derrocó al impopular gobierno del presidente Jamil Mahuad, democratacristiano, el 21 de enero del 2000. A esa acción de los indígenas se sumaron los oficiales jóvenes del ejército, encabezados por el entonces coronel Lucio Gutiérrez, y Mahuad cayó tras un año y cinco meses de gestión.
Derrocado Mahuad, se formó un triunvirato que duró tres horas. Las fuerzas armadas, como siempre actuando de “árbitro” de la política ecuatoriana, entregaron el poder al vicepresidente Gustavo Noboa para completar el período del presidente caído. Noboa entregó en enero pasado el poder a Gutiérrez, que ganó sorpresivamente en las elecciones imponiéndose a veteranos y fogueados líderes políticos, incluso a dos ex presidentes.
Fuerza vital para su triunfo fue el apoyo de la poderosa organización indígena, que puso su confianza en el nuevo líder que prometía cambiar al país, barrer con los corruptos y ayudar a los pobres. Representados por el partido Pachakutik, como su instrumento partidista, los indígenas por primera vez en la historia ecuatoriana pasaron a ser gobierno, a estar en el poder. “Nosotros no somos parte del gobierno, somos EL gobierno”, enfatizaron sus dirigentes.
La cuota política de los indígenas fue la entrega de tres ministerios: la cancillería, a cargo de Nina Pacari, la cartera de Agricultura asumida por Luis Macas -ambos destacados líderes de la Confederación de Nacionalidades Indígenas- y el Ministerio de Educación, que encabeza Rosa María Torres, dirigente de Pachakutik.
Apenas iniciada la gestión de Gutiérrez, comenzaron las públicas discrepancias con el movimiento indígena, cuyos líderes se manifestaron en contra de las políticas del gobierno. Surgieron amenazas y advertencias al ex militar para rectificar rumbos, de lo contrario ellos le retirarían su apoyo y dejarían la alianza gobernante. Gutiérrez, desafiante, afirmó que si querían irse “las puertas estaban abiertas”.
En junio se produjo el primer cisma: el influyente líder indígena Virgilio Hernández renunció a su cargo de subsecretario del Ministerio de Gobierno (Interior). Afirmó que en el entorno de Gutiérrez “existen fuerzas oscuras” y culpó al ex coronel Acosta de tener mucho poder y una influencia negativa en la conducción gubernamental. Hernández había sido uno de los más fuertes defensores de la alianza de los indígenas con Gutiérrez y había defendido con encendida retórica las primeras acciones del gobierno. Aparentemente, para el líder indígena, dirigente de la Conaie y también de Pachakutik, ya nada se podía hacer dentro del gobierno y optó por la retirada.
Este retiro tampoco pareció preocupar a Gutiérrez, ya que los dirigentes de Pachakutik fueron enfáticos en aclarar que la renuncia de Hernández no significaba una ruptura del partido con el gobierno, aunque advirtieron que mantendrían una actitud vigilante. Anunciaron que exigirían a Gutiérrez no aceptar la injerencia del FMI, mantener el precio del gas y el despido del equipo económico encabezado por el ministro Mauricio Pozo, a quien consideran afecto al FMI e intransigente defensor del neoliberalismo.
Si Gutiérrez desatiende los reclamos del partido Pachakutik, la palabra podrían tomarla directamente los líderes de la Conaie. Si deciden separarse del ex militar, la estabilidad del gobierno podría entrar en un camino con impredecibles consecuencias, tomando en cuenta que algunos dirigen- tes han amenazado con recurrir, una vez más, a sus temibles “levantamientos indígenas”

EMILIO GUERRA
En Quito


Cómo llegó Gutiérrez al poder

Lucio Gutiérrez, a sus 43 años de edad, era un desconocido coronel del ejército cuando, en enero del 2000, encabezó a oficiales jóvenes -desde tenientes a coroneles- que participaron en el derrocamiento del presidente democratacristiano Jamil Mahuad. Era el 21 de enero. Esa fecha pasó a formar parte del nombre de un partido político fundado por Gutiérrez: Sociedad Patriótica 21 de Enero, integrada en su mayor parte por ex militares, muchos de ellos participantes en la caída del gobierno.
El detonante del derrocamiento de Mahuad fue una asonada de cinco mil indígenas que, durante varios días, se apoderaron de las calles de Quito que rodean el Congreso, al cual ingresaron violentamente la mañana del 21 de enero con la ayuda de los rebeldes uniformados encabezados por Gutiérrez. En el edificio legislativo no había ningún congresista, sino algunos empleados administrativos que no tomaron la precaución de emprender la huida, como lo hicieron los honorables diputados.
Esa misma tarde, los indígenas, los militares insurgentes y civiles de última hora que los apoyaron, ingresaron sin resistencia al Palacio de Gobierno, en el centro colonial de Quito, desde donde el presidente Mahuad había sido sacado casi a empellones por su guardia militar que le aseguró que ya no contaba con el respaldo de las fuerzas armadas.
Se formó un triunvirato, un general, un líder indígena y un ex presidente de la Corte Suprema, de los cuales la historia quizás no quiera acordarse (Carlos Mendoza, Antonio Vargas y Carlos Solórzano, en ese orden). El triunvirato duró tres horas. Fue desconocido por los altos mandos militares que pusieron la banda presidencial a Gustavo Noboa, el solapado vicepresidente de Mahuad.
Gutiérrez fue dado de baja por su participación en la asonada indígeno-militar, pero inició una meteórica carrera política. Con su partido Sociedad Patriótica 21 de Enero, ganó la presidencia en las elecciones del año pasado, llevado en brazos por el movimiento indígena que le brindó su apoyo para ganar en las urnas, en una segunda ronda electoral, al multimillonario empresario Alvaro Noboa, sin parentesco con el presidente provisional a quien sucedió Gutiérrez.
El ex militar asumió el mando el 15 de enero del 2003 por un período de cuatro años, al término de los cuales ha prometido un país totalmente cambiado, sin corrupción y reactivado económicamente. Lleva seis meses en el cargo, pero ciertos nubarrones hacen presagiar tormentas que podrían poner en zozobra a este barco llamado Ecuador, acostumbrado ya a navegar por recelosas aguas políticas, con intempestivos cambios de presidentes entre otras cosas

E.G.



Lula y el funeral de la Tercera Vía

Lula viajó a Londres a participar en una reunión de la ya fallecida Tercera Vía, que fue rebautizada como “gobernabilidad global” para ver si puede ganar algo de oxígeno, precisamente a través del propio Lula.
Ya Fernando Henrique Cardoso fue un invitado exótico a esas reuniones, en las que Blair y Clinton trataban de demostrar que había vida inteligente -es decir, Tercera Vía- también en la periferia del capitalismo. Ese lugar será ocupado ahora por Lula.
El presidente brasileño tendrá que hacer esfuerzos por ajustarse, porque en estos lugares la Tercera Vía tuvo una muerte prematura. Nacida en torno al documento llamado Consenso de Buenos Aires, que contó con la firma de futuros presidentes como Vicente Fox, Ricardo Lagos, Fernando de la Rúa, así como con la colaboración del PT y del entonces candidato a la presidencia de Brasil, Ciro Gómes. El documento, elaborado por Jorge Castañeda, que fue después canciller de Fox y por Mangabeira Unger, era una especie de “humanización del neoliberalismo”, incorporando como conquista fundamental las tesis del ajuste fiscal, pero, a pesar de eso, prometiendo políticas sociales, recuperación del desarrollo, generación de empleos, todo muy de acuerdo con la nueva política del Banco Mundial.
En el mismo Buenos Aires el proyecto tuvo el fracaso más estrepitoso, con la caída espectacular de De la Rúa. Sin embargo, éste fue apenas un final más drástico del fracaso al que también se condenaron Lagos y Fox. Estos cometieron el mismo pecado que, posteriormente, repetirían Jorge Batlle en Uruguay y Alejandro Toledo, en Perú, con el mismo destino precoz: no salirse del modelo económico neoliberal que fracasó en todas sus promesas. Habiendo usado a América Latina como su laboratorio -el modelo fue inaugurado en Bolivia y en el Chile de Pinochet- he aquí que la resaca de la farra especulativa se hace más profunda y extensa. En su marea ascendente, el modelo neoliberal permitió elegir y reelegir presidentes en la primera vuelta -como Menem, Cardoso y Fujimori. En su fase descendente, condena a los gobernantes que insisten en mantenerlo a pesar del fracaso, dando como justificación que es indispesable y/o que están preparando las condiciones para salir de él.
Quien fue el mandatario escogido por Washington para ser su líder en el continente, Vicente Fox, llega al final de su mandato, jugando el destino de su gobierno en unas elecciones parlamentarias que le han sido adversas. Pero ya antes su gobierno fracasó.
Fracasó porque jugó todas sus fichas a las relaciones privilegiadas con el gobierno de Estados Unidos y sólo recibe rechazos en retribución. La recesión norteamericana y las medidas de seguridad tomadas después de los atentados del 2001, empeoraron la situación de los 14 millones de trabajadores mexicanos en Estados Unidos; al contrario de lo que Fox y Castañeda prometían en razón de las estrechas relaciones que mantienen con Bush. Por otro lado, aquella recesión hizo que la economía mexicana, que con el Nafta se convirtió en completamente dependiente de la economía del vecino del norte, con exportaciones e importaciones con Estados Unidos superiores al 90%, sufra los duros reflejos de la profunda y prolongada estagnación norteamericana. Además, Fox no hizo ninguna de las reformas que prometió para liberar al Estado mexicano de las siete décadas de dominio del PRI. Al contrario, hoy se sostiene que el ex ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda, promueve el retorno en plenitud al país del ex presidente priísta Carlos Salinas de Gortari, refugiado hasta hace poco en Escandinavia para huir del juicio a que está sometido su hermano, por escándalos de corrupción en su gobierno neoliberal. Se busca el apoyo de Salinas a determinadas reformas, entre ellas la reforma previsional, que como en Brasil y en Francia se ajusta a las reformas de segunda generación promovidas por el Banco Mundial y que pretende impulsar el gobierno de Fox. Sería algo inédito, ya que en México los presidentes quedan condenados al ostracismo político después de sus seis años de gobierno.
En vez de conmemorar los tres años de su elección, que lo hizo pasar desde gerente general de Coca Cola a la presidencia del país, Fox debió asumir la derrota en las elecciones parlamentarias, sin haber conseguido la mayoría que necesita por sobre el PRI y el izquierdista PRD. No queda más que hacer abiertamente una alianza con el PRI, anticipando posiblemente el regreso de éste a la presidencia.
No hay Tercera Vía, no hay gobernabilidad democrática que resista un modelo económico neoliberal agotado y al TLC de allá, llamado Nafta

EMIR SADER

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