Valparaíso, puerto de la Humanidad
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Finalmente sucedió. Se concretó el tan
ansiado nombramiento de Valparaíso como Patrimonio
de la Humanidad. El 2 de julio, pasadas las 14 horas,
mientras muchos porteños hacían sobremesa
y otros retornaban a sus trabajos, el ulular de los barcos
surtos en la bahía y de las sirenas de las compañías
de bomberos se escurrió, rebosante de júbilo,
entre los cerros y quebradas, inundando, vigoroso, la
otrora principal ciudad portuaria de Sudamérica.
La razón, al comienzo, para muchos era desconocida
pero los medios de comunicación se encargaron de
aclarar cualquier duda: Valparaíso había
sido nombrado, en París -tras votación unánime
del Consejo de Patrimonio de la Organización de
las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia
y la Cultura (Unesco)- como digno de formar parte del
Patrimonio de la Humanidad.
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Cabe preguntarse, ¿qué es ser Patrimonio de la
Humanidad?
El título, conferido por la Unesco, reconoce la importancia
del lugar seleccionado. Definen al patrimonio como “el legado
que recibimos del pasado, lo que vivimos en el presente y lo que
trasmitimos a generaciones futuras. Nuestro patrimonio cultural
y natural son fuentes insustituibles de vida e inspiración,
nuestra piedra de toque, nuestros puntos de referencia, nuestra
identidad. Lo que hace que el concepto de Patrimonio Mundial sea
excepcional es su aplicación universal. Los sitios del
Patrimonio Mundial pertenecen a todos los pueblos del mundo, independientemente
del territorio en que estén localizados”.
Los sitios son elegidos por sus “cualidades como mejores
ejemplos posibles del patrimonio cultural y natural”. Los
seleccionados se incluyen en la lista del Patrimonio Mundial.
Esta lista está integrada por 563 bienes culturales, 144
bienes naturales y 23 bienes mixtos, en 125 países. Entre
esos lugares se pueden mencionar Machu Picchu, el Taj Mahal, la
ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios en Cuba, etc. En
nuestro país ya fueron distinguidos Rapa Nui en 1995 y
las iglesias de Chiloé, en el 2000. En el caso de Valparaíso,
la zona patrimonial no comprende toda la ciudad, sino el sector
conocido como “casco histórico”, es decir,
donde comenzó el desarrollo urbanístico de la ciudad
hace más de 400 años y que abarca desde la Aduana
hasta la Plaza Aníbal Pinto, además de zonas de
los cerros Alegre y Concepción.
¿QUIEN GANA?
En la práctica, el puerto ha recibido una distinción
que destaca su valor y legado patrimonial para toda la humanidad,
lo cual conlleva una responsabilidad de conservación y
restauración ineludible.
Ricardo Hevia, doctor en filosofía y consultor de la Unesco,
señala como “un honor para la gente del puerto que
se le haya asignado una categoría de ciudad importante
en el mundo, al lado de ciudades como Quito, La Habana, el centro
histórico de Ciudad de México, el Cuzco, etc. Sentirse
asociado a un núcleo de ciudades como esas, es para sentirse
bien”. Existen, además, beneficios de tipo material.
“Los ojos de mucha gente están puestos acá,
y eso va a generar condiciones para invertir, para cuidar la ciudad.
Habrá más fuentes de trabajo, más desarrollo
turístico. Sin embargo, el turismo es un arma de doble
filo, porque cuando se hace un mal turismo, deteriora el patrimonio.
Hay que cuidar una cierta calidad de turismo y es un bonito desafío
para la gente del puerto. Obliga a que el cuidado de la ciudad
sea colectivo. Es muy grato vivir en una ciudad más limpia,
donde esté mejor cuidado el pavimento, con mejores espacios
públicos, mejores luminarias. Es grato vivir así”.
Con la nominación obtenida por Valparaíso, el Estado
se compromete conjuntamente con la Unesco a restaurar y conservar
el sector más antiguo de la ciudad. Se destinarán,
además, recursos para proyectos inmobiliarios con subsidios
especiales. Al formar parte de la lista del patrimonio del mundo,
Valparaíso podrá acceder a créditos otorgados
por el Banco Interamericano de Desarrollo. Tendrá derecho,
también, a postular a fondos de la Unesco.
Con respecto a las inversiones y proyectos que se preparan para
Valparaíso, el alcalde Hernán Pinto señaló
que se pedirá un préstamo de 50 millones de dólares
al BID, que será administrado por una fundación
que debe crearse a la brevedad. El BID exige que las iniciativas
sean rentables, contando la ciudad con un año para realizar
los estudios de ingeniería y prefactibilidad. Como afirma
el edil, se deberán realizar proyectos como “la remodelación
de la Plaza Echaurren y del entorno de la iglesia La Matriz. También
se remodelará la Plaza de la Aduana; habrá que atender
la reparación y mejoramiento de los pavimentos entre Plaza
Echaurren y la Aduana; determinar lo que se hará en el
borde costero y en la cárcel. También se tendrá
que precisar lo que se hará en avenida Argentina”.
PATRIMONIO Y ACTORES SOCIALES LOCALES
Existirán, al parecer, beneficios materiales para Valparaíso.
Sin embargo, existen opiniones que encarnan visiones distintas.
Luciano San Martín, académico de la Universidad
de Playa Ancha, plantea la necesidad de ir más allá
de lo abstracto y concretar: “Si la gestión patrimonial
está al margen de significados cotidianos, será
una pieza de museo sin valor. Hoy, lo patrimonial se maneja a
partir del lugar común, de lo decimonónico y lo
romántico, con una lectura un tanto nerudiana y mercurial
de lo que el puerto significa. Sin embargo, la gestión
que viene a continuación no puede parecer un péndulo
entre lo político y lo mediático. Se deben explicitar
voluntades políticas que den cuenta de los problemas de
la ciudad y sus soluciones, debemos alejarnos de lo discursivo
y pasar a la acción. Si la gestión de la ciudad
sólo se maneja en lo histórico-arquitectónico
del sector antiguo nominado como Patrimonio, se corre el riesgo
de potenciar una figura ajena a la realidad cotidiana del habitante
de la ciudad y de los sectores ubicados por sobre avenida Alemania.
En este sentido, cualquier intento de educación patrimonial
(no sólo escolar sino ciudadana) puede provocar un eje
de tensión entre lo que el discurso dice que es la ciudad
y lo que cotidianamente siento y veo de ella. El que la ciudad
sea de todos y por lo tanto genere complicidad, pasa por construir
una realidad común y no lecturas paralelas de la realidad
urbana”.
En este contexto se hacen relevantes los dichos de Christian Amarales,
joven dirigente poblacional del cerro Cordillera, quien afirma
que más allá del nombramiento “Valparaíso
ha ido cambiando desde hace tiempo, hasta el día de hoy,
y no por un nombramiento va a cambiar totalmente. Este es un proceso
que se vive constantemente, en que se van rescatando las tradiciones
de Valparaíso”. El patrimonio no son sólo
edificios raídos, viejas vías ferroviarias o antiguas
casas de putas para marinos. Incluye el rescate cultural, identitario
y de tradiciones, trabajo en el que, además de las del
cerro Cordillera, están embarcadas otras organizaciones,
como el Centro de Apoyo “La Violeta” de la Población
Las Palmeras, del cerro Esperanza. Cuenta Claudia Espinoza, que
trabaja rescatando lo valioso de la identidad de Valparaíso:
‘La población Las Palmeras’ es una población
de pescadores. Rescatamos la historia y lo que significa Valparaíso-puerto,
el mar, en trabajo directo con los niños. Hemos tratado
de descubrir el puerto, que está bastante lejano también
para ellos. La población es una toma de terreno que mira
el mar, pero no al resto de la ciudad. Con respecto al patrimonio,
yo creo que de verdad hay muchas cosas antes. Para mí el
trabajo debería ser cuidar lo que tenemos, la historia,
la identidad del puerto. No hay una actitud ciudadana de cuidar
y preservar el puerto. En el trabajo con los niños tratamos
de rescatar eso”.
Esta posición se ve reafirmada por Sótero Apablaza,
arquitecto, miembro de la Unidad de Patrimonio de la Municipalidad
de Valparaíso. Afirma que el proyecto “se ideó
como factor de desarrollo de la ciudad y de rescate de sus elementos
patrimoniales, entendiéndose éstos, al contrario
de lo que muchas veces se cree, no sólo como su legado
arquitectónico, sino también lo humano. Lo central
es el ser humano; la parte urbanística es muchas veces
lo visible, pero debe existir una armonía entre lo material
y lo inmaterial o intangible. Es importante destacar que se reconoce
a la ciudad, pero se hace responsable al Estado, al municipio
y a los habitantes de la mantención del patrimonio. En
la medida que participa la gente, que discute el tema, se ayuda
al patrimonio”.
Esta preocupación porque lo patrimonial vaya más
allá de lo arquitectónico, la comparte Carlos Genovese,
docente universitario y conocido “cuentacuentos” de
la región. Indica que en su caso, probablemente “por
deformación profesional, lo que yo siento como patrimonio
es el imaginario colectivo, más que los edificios y eso,
porque dadas las características de nuestro país,
en cualquier momento nos podemos quedar sin ningún edificio
patrimonial, se pueden venir al suelo a pesar de todas las precauciones,
como ocurrió en 1906 en Valparaíso. Es impresionante
ver las películas y fotos de cómo se destruyó
la ciudad completamente. Lo que tiene que quedar son las historias
de esos lugares, cómo eran, los recuerdos. A partir de
una foto se puede reproducir todo a través de la ficción.
Esa es la parte que a mí me interesa rescatar, difundir
y enseñar de manera que cada habitante de Valparaíso,
pueda ser un ‘cuentacuento’ de su ciudad. Yo he estado
en algunas ciudades patrimoniales y todos saben algo de su ciudad:
el taxista sabe una historia, la dueña de casa cuenta otra,
un profesional otra, etc. Si eso se lograra acá, Valparaíso
sería una ciudad patrimonial; mientras eso no se logre,
es sólo una frase”.
Carlos B. Peirano, joven escritor, se cuestiona “el rol
que vamos a desempeñar nosotros, los artistas porteños
no concertacionistas, en este reconocimiento otorgado a Valparaíso.
Primero, porque se ha visto alzar la voz a los mismos de siempre,
a los de la oda facilona al puerto de sus amores, a los del documental
poco objetivo que muestra putas, perros vagos y mendigos, como
patrimonio exclusivo de la ciudad. Por otra parte, los más
entusiastas, nuevamente, son quienes presiden los cargos de ‘confianza’
relacionados con la actividad público-cultural que el propio
presidente Lagos ha designado en estos puestos. Entonces, nuestro
deber como ciudadanos es recordarle a las autoridades que 50 millones
de dólares no son algo menor... A considerar pues, a quienes
de alguna u otra forma hemos colaborado con el imaginario de la
ciudad-puerto”.
Quienes sin dudas deben ser considerados -y no olvidados- en este
frenesí patrimonial, son los miles de cesantes de la región
y de la comuna de Valparaíso. En la V Región hay
68 mil desempleados. La mayoría se encuentra en la provincia
de Valparaíso, que muestra una tasa de desempleo de 14.2
%. Es esta realidad la que advierte Felipe Zavala, estudiante
de Ingeniería Ambiental en la Universidad de Playa Ancha.
Consultado acerca de la relevancia del nombramiento de Valparaíso
como Patrimonio de la Humanidad, indica que ese título
“debería venir con nombre y apellido, que diga que
no es Valparaíso completo, porque Valparaíso tiene
una realidad distinta a la que hoy se está premiando. El
título patrimonial que se le debió haber dado, pudo
haber sido el de patrimonio del hambre y la miseria, de las poblaciones
callampas. Quizás es un poco fuerte y un poco despectivo,
pero es lo que existe en Valparaíso en este momento. Cesantía,
falta de oportunidades para el poblador, el trabajador, el cesante,
la mujer, los niños chicos, entrelazado con todos los efectos
del modelo que vive nuestro país, que es el modelo neoliberal
con jóvenes metidos en la droga, con deserción estudiantil,
sin expectativas de progreso”. Dichos problemas dicen relación,
indica Edgardo Caamaño, dirigente de la Unidad Vecinal
Nº 36 del cerro El Arrayán, con algunas amenazas que
ponen en peligro a Valparaíso como es el anuncio de que
varias empresas, encabezadas por Ambrosoli, se van del puerto.
Otra es el anuncio de que se reactiva la idea del ‘puerto
seco’ en Santiago, que significa una disminución
de fuentes de trabajo ligados al puerto, como ocurrió con
la empresa Las Habas, la Maestranza Barón y el puerto mismo,
donde se perdieron alrededor de 20 mil puestos de trabajo.
Pero no sólo se pierden empleos, sino “que la perspectiva
de lo que es una ciudad”, afirma Tito Tricot, director de
la Universidad Arcis, de Valparaíso. “Se consolida
una irreconciliable brecha entre discurso y realidad. Porque no
sólo importan las casas sino, sobre todo, la gente. El
patrimonio no debe ser sólo la carcaza material de la ciudad,
sino que los ojos, las manos, los amores y olores que la habitan.
Además, no podemos olvidar que en la misma época
en que se postulaba a Valparaíso ante la Unesco, se demolía
el Teatro Valparaíso en pleno centro de la ciudad, para
dar paso a un horrendo centro comercial. Entonces, ¿de
qué patrimonio nos hablan cuando se opta por un centro
de consumo y se condena a un centro de actividad cultural por
generaciones? Allí había historia, memoria, identidad
y sueños. Había patrimonio humano, no sólo
arquitectónico”
TOKICHEN TRICOT
En Valparaíso
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