¿Día de la Raza
o del racismo?
Hay un hermoso bosque de araucarias argentadas, allá,
en las cumbres cordilleranas del valle de Quinquén. Y no
las pintaron de plata dioses antiguos cuando jugaban extasiados
entre el viento y la nieve, sino que sus inermes ramas fueron
cubiertas de un triste manto de ceniza luego de un feroz incendio
causado por el forastero una noche cualquiera de otoño.
Allá mismo, en el bajo, se halla la laguna Galletue, verde
y majestuosa, acariciando con sus aguas las tierras pehuenche.
Allí nace el colosal río Bío-Bío,
el mismo que se paseó sin máculas serpenteando cerros
y quebradas hasta el día en que un grupo de extraños
hombres a lomo de piafantes caballos intentó prenderle
fuego a su historia. Pero el pueblo mapuche defendió su
frontera natural y combatió con furia hasta que el invasor
hubo de respetar a aquel pueblo que sólo deseaba vivir
en paz. Otros pueblos indígenas de América transitaron
por otro derrotero, pues el invasor hispano fue inmisericorde
cuando se trató de imponer a sangre y fuego otra cultura,
otra religión, otro mundo. Porque de allá venían,
desde las sombras del mar y de la noche, ocultando sus rostros
tras bruñidos yelmos: quizás por temor, acaso por
vergüenza al pensar en la bestial violación de tierra
ajena para sembrar la maldita esperma que nos abrumó de
espanto, de pestes, tortura y muerte. A ese día de los
poderosos, otros poderosos le llaman Día de la Raza y se
ríen y congratulan entre banderolas y finas yerbas, mientras
que los pueblos originarios del continente bregan simplemente
por subsistir en la pobreza, la marginalidad y el abandono. Y
son pobres en Bolivia, en México, en Guatemala, en Brasil,
en Argentina, en Ecuador, en Colombia y en Perú. Son los
que sobrevivieron a la matanza conquistadora, pues sesenta millones
de hermanos indígenas perdieron su vida durante el descubricidio
de América, sin saber desde dónde les disparaban
al centro de su sosiego haciendo estallar en mil pedazos su pasado,
su presente y todos sus sueños.
A aquel día de violencia maldita, de traición y
codicia ilimitada le llamaron Día de la Raza y le transformaron
en celebración de cantos y bailes exóticos. Poco
importan las horrendas torturas a Tupac Amaru y su familia por
el solo delito de haberse levantado contra el imperio español.
Poco valen los millares de huérfanos, el coraje y la inteligencia
de Leftraru en defensa del territorio mapuche. Lo único
que importa es que los ricos de hoy celebren a los ricos de ayer
en el nombre del padre, del oro y del espíritu santo. Amén.
Los indios son dispensables y por eso, la laguna Galletue debe
estar triste al saber que su hijo pródigo, el magno Bío-Bío,
ha sido mancillado por un conquistador de distinto signo, pero
de igual nacionalidad. Claro, es que la española Endesa
ha logrado por fin, luego de más de una década de
valerosa resistencia por parte de un grupo de familias pehuenche,
imponer su voluntad. 511 años después del arribo
de Colón y un puñado de delincuentes al continente
amerindio, otro conglomerado, quizás más poderoso
y más peligroso aún, comienza a fortalecer su presencia
en la zona del Alto Bío-Bío con la connivencia del
gobierno chileno. Una a una las cien familias pehuenche de las
comunidades Ralko-Lepoy y Quepuka Ralko, ambas directamente afectadas
por la construcción de la represa Ralko, fueron cediendo
a las presiones agenciadas por Endesa y su personal. Ahora, las
cuatro familias que se habían negado a abandonar sus tierras
ancestrales llegaron a un principio de acuerdo que significa,
en la práctica, que la empresa hidroeléctrica podrá
continuar sin problemas la construcción de la represa y,
además, facilita la implementación de un plan estratégico
que contempla, además de Pangue y Ralko, otras cuatro represas
en la zona.
Fueron años de desgastadora lucha, de múltiples
presiones, engaños y agresiones. Aurelia Marihuán,
una de las ultimas mujeres en firmar el principio de acuerdo,
comentó en una ocasión en medio del humo del fogón
y la frescura de los dihueñes, que “nunca dejaría
mi tierra, que sus hijos querían crecer corriendo ahí
entre los arboles y el río”. Sus pequeños
hijos la observaban sin entender lo que sucedía, que ya
no podrían jugar libremente por esos bellos parajes. Sin
embargo, fue demasiado el tiempo y poco a poco se fueron quedando
solas Berta, Rosario, Aurelia y Mercedes enfrentadas al poderío
de un grupo económico transnacional y a un gobierno que
sólo defiende los intereses del capital. Fue una defensa
digna que culminó en una negociación que implica
una compensación de 200 millones de pesos y 77 hectáreas
para cada una de las cuatro mujeres pehuenche afectadas. Asimismo,
el gobierno se comprometió a adquirir 1.200 hectáreas
para los hijos de éstas, además de otros beneficios,
como asistencia técnica y becas de estudio. Pero lo que
en cualquier otro tipo de negociación podría considerarse
como una victoria, toda vez que Endesa se vio obligada a aceptar
las condiciones impuestas por las cuatro familias pehuenche, ello
no es así, porque esto va mucho más allá
del ámbito económico, independientemente de las
cantidades involucradas. Es que no es sólo la inundación
de tierras, sino que la destrucción de una cultura en el
nombre de un manido concepto de progreso que sólo beneficia
a un grupúsculo de chilenos y extranjeros que, seguramente,
no estarán pensando ni en Rosario Huentenao, Berta Quintremán,
Mercedes Huentenao o Aurelia Marihuán cuando levanten sus
copas para celebrar, una vez más, el Día de la Raza
y el encuentro de dos mundos, como algunos denominan al evento
que hace más de cinco siglos dio inicio a una de las etapas
más oscuras en la historia de los pueblos originarios del
continente.
Tampoco estarán pensando en las otras 96 familias del Alto
Bío-Bío que dejaron sus tierras por una magra compensación
de dos millones de pesos. Por ello es que un grupo de dirigentes
mapuche iniciarán acciones legales por estafa en contra
de Endesa, pues, como señalan, “la lucha aún
no ha terminado”. Es más, un grupo de dirigentes
de las identidades territoriales Lafkenche, Nagche, Wenteche,
Wariache y Huilliche se reunió en Santiago con los abogados
de las familias pehuenche, Roberto Celedón, Sergio Fuenzalida
y Alex Quevedo, para enrostrarles su accionar en las negociaciones
con Endesa. Los dirigentes, reconociendo que las cuatro familias
pehuenche estaban dispuestas a negociar, adicionaron cinco puntos
al compromiso de acuerdo: el reconocimiento constitucional de
los pueblos indígenas; la aprobación del Convenio
169 de la Organización Internacional del Trabajo; libertad
para los presos políticos mapuche; un porcentaje de las
utilidades de Endesa para el pueblo pehuenche y, finalmente, demandaron
la devolución del territorio mapuche a sus dueños
históricos.
Dueños con historia y prehistoria, con sueños antiguos
y una dignidad a toda prueba. Y no basta con recordar su valentía
en su lucha contra el conquistador, ni con la existencia de algunas
calles o centros comerciales con nombres indígenas en el
barrio alto de la capital. Tampoco con designar el 24 de junio
como el día de los pueblos indígenas, puesto que
toda la legislación elaborada por el Estado chileno desde
el siglo XIX está destinada a la asimilación o integración
marginal de los pueblos originarios a la sociedad chilena. Además,
claro está, de las políticas de exterminio directo
llevadas a cabo por agentes del Estado y particulares en contra,
no sólo del pueblo mapuche, sino también contra
otros pueblos como los Yámana, Kaweskar o Selknam. Es por
eso que el infame Día de la Raza, en realidad, se ha convertido
en una expresión de racismo sistemático que forma
parte de la cultura chilena, como las conductas homofóbicas
y machistas de amplios sectores sociales. Es que las clases dominantes
emancipadas de la corona española a comienzos del siglo
XIX impusieron una identidad chilena, artificial y antojadiza,
que denostaba lo indígena y exacerbaba lo europeo. No obstante,
aunque les duela a los aristócratas de ayer y de hoy, la
inmensa mayoría de los chilenos tenemos sangre morena y
terrosa y, por lo mismo, indígena. Por lo tanto, en este
día y todos los días nuestro saludo solidario debe
ir hacia las hermanas pehuenche del Alto Bío- Bío,
a los presos políticos mapuche que están siendo
sometidos a la ley antiterrorista por querer recuperar sus tierras,
a los estudiantes de los Hogares Mapuche que luchan por condiciones
dignas de vida. En este día y todos los días debemos
recuperar aquella memoria extraviada en el viento que ulula lágrimas
por masacres cometidas en el nombre de una raza supuestamente
superior, pero que también rememora la heroicidad de pueblos
originarios que ofrendaron la vida por su libertad. Y que lo siguen
haciendo hoy, porque la economía de mercado se ha convertido
en el nuevo conquistador para quien los indígenas son lisa
y llanamente un obstáculo en el camino hacia el lucro y
que, por lo mismo, deben ser eliminados. Pero la porfía
de los pueblos originarios es milenaria, como su dignidad y su
espíritu de lucha, por ello, el Día de la Raza debería
denominarse el Día de la Dignidad Indígena
MAURICIO BUENDIA