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Edición 554
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Licencias médicas

La doble jornada
de la mujer

La televisión -y otra prensa- se solazó hace unas semanas con la profusión, y acaso distorsión, en el uso de licencias médicas. Un fenómeno nacional que subió como espuma. A poco andar, el tema desapareció de la agenda mediática bajo el peso de otras informaciones. Pese a que el uso y abuso de licencias fue calificado de fraude fiscal, no hubo tampoco una interpretación más o menos calmada de las causas del fenómeno.
El uso de licencias médicas ha crecido en forma geométrica en los últimos diez años, sin que evolucione al mismo ritmo la tasa de morbilidad. Como ejemplo están las licencias médicas post maternales y por enfermedad de los recién nacidos, las que aumentaron de 22.831, en 1991, a 70.600, en 1999, es decir en un 209 por ciento, lo que no tiene relación con los avances en el campo de la medicina. Si se considera sólo las licencias por enfermedad de los menores de un año, éstas han crecido en más de mil por ciento desde 1999. Cuántas responden a enfermedad real y cuántas a simuladas, es lo que motivó la reforma que hoy ocupa al país.
A instancias del gobierno, un grupo de parlamentarios estudió una fórmula para poner freno a este abuso. El estudio tenía la máxima urgencia, tanto que el 28 de septiembre el presidente Ricardo Lagos anunció la primera reforma legal, que fue rechazada por los gremios de la salud y por no pocas figuras de la Concertación. A los pocos días, y ante la urgencia que adoptó el proyecto, el Ejecutivo flexibilizó su postura hacia lo que ha sido calificado como un acuerdo con la Concertación. Tras la negociación, las madres trabajadoras podrían sumar a los 84 días actuales de permiso otros 24, modalidad que podrán alterar si desean traspasar tres semanas del pre al post natal. En caso de presentarse una enfermedad grave del bebé menor de un año, las madres podrán optar a una licencia por otros 21 días, la que podría extenderse si el niño continúa enfermo. Durante este período si la mujer tiene un sueldo mensual superior a los 170 mil pesos, recibirá sólo el 80 por ciento de su salario.
La alta demanda de licencias tiene su referente fiscal. Un informe del Ministerio de Hacienda, destacado en la portada de El Mercurio el miércoles 24 de septiembre, cifró el costo de los subsidios durante el 2002 en 184 mil millones de pesos, de los cuales 91 mil millones correspondieron a licencias maternales y por enfermedad del recién nacido. Sobre estas cifras y tomando en cuenta su evolución se trazó una proyección hacia el 2010. Al actual ritmo, el costo fiscal en esta materia llegaría a los 900 mil millones de pesos anuales, casi cuatro veces el costo del Plan Auge. Por cierto que la conclusión es categórica: el Fisco no puede enfrentar este nivel de gasto, menos si proviene de un ilícito.
El cálculo de Hacienda pudo interpretarse como una clara señal hacia el Parlamento, en un momento especialmente sensible en materia presupuestaria. En efecto, el estudio de Hacienda, a pocos días del inicio de la discusión del Presupuesto del año entrante, tuvo como finalidad estimular la búsqueda de rápidas soluciones.
El proyecto de reforma también apunta al aumento de la fiscalización. Hasta el momento no ha habido claridad respecto a qué enfermedades del bebé pueden ser consideradas como graves, por lo que la iniciativa establecerá un compendio exacto de esas patologías.

UN PROBLEMA ESTRUCTURAL

Sin entrar en una evaluación ética sobre el uso de las licencias, sería, sin embargo, una simplificación señalar a la picardía del chileno o chilena como única causa de este explosivo crecimiento de los permisos. Es probable que así sea en algunas circunstancias, pero sería apropiado analizar con mayor seriedad las relaciones laborales, los cambios en la estructura familiar y los efectos de la plena inserción de la mujer a la fuerza de trabajo. Si trabajadores en apariencia sanos optan por aducir incapacidad laboral, no es para quedarse en casa a ver televisión. Sin duda que su proceder responde a otro tipo de necesidad.
Un estudio del Servicio Nacional de la Mujer (Sernam) realizado hacia finales del año pasado, revela parte del problema de las licencias. Una gran mayoría de las mujeres encuestadas, el 74 por ciento, estimaba que la licencia maternal debería ser más larga. El motivo no recaía sobre la salud de la madre, sino en la necesidad de cuidado del recién nacido. Al observar el resultado de este sondeo, el proyecto de reforma del gobierno apoyaría las opiniones de estas madres, al prolongar el período post natal. Sin embargo, no responde con la misma solicitud a la necesidad de aumentar el cuidado de los menores en caso de enfermedad.
Una parte del problema, tal vez la de mayor peso específico, está referida a la inserción laboral de la mujer que pese a su fuerte crecimiento, sufre de agudas distorsiones. Es la mujer la que emplea en forma mayoritaria y creciente las licencias, precisamente durante la etapa de su vida en que ejerce su maternidad. Habría, por tanto, una fuerte oposición entre su rol como productora y como reproductora.
Estudios del INE señalan que en los últimos años ha habido una fuerte inserción de la mujer en el mercado laboral remunerado. En 1986 la tasa de participación femenina llegaba a un 28,7%; en el 2002, alcanzó casi un 34%. La tendencia, por tanto, es creciente durante toda la década pasada.
Pero la participación de la mano de obra femenina en el mercado laboral no sólo es proporcionalmente menor a la masculina, sino que es también muy irregular, fenómeno que tiene mayor incidencia durante la edad fértil. En esta etapa muchas mujeres trabajadoras optan por retirarse del trabajo.
Un reciente estudio elaborado por Mariana Schkolnik, publicado por la Fundación Chile 21, señala que si bien este fenómeno persiste, se detecta una clara disminución en esta tendencia. Las mujeres estarían postergando no sólo sus decisiones de matrimonio y fertilidad, sino que también han disminuido el número promedio de hijos (el que ha bajado de 4,6 en 1950 a 2,2 en 1999).

JEFAS DE HOGAR

El informe de la Fundación Chile 21 detecta otro fenómeno: el aumento de mujeres en la participación laboral tiene especial fuerza entre los 25 y los 54 años de edad. Esta tendencia es más notoria entre las que son jefas de hogar. Este fenómeno, sin embargo, no se vincula con la población laboral masculina de la misma edad, que ha decrecido desde 1999. Por tanto, sería posible deducir que en no pocos hogares la jefatura, determinada por los ingresos, ha pasado desde el hombre a la mujer.
Hay, sin embargo, otro dato contundente. Aun cuando la mujer tenga iguales capacidades e instrucción que los hombres, sus ingresos son menores. Si bien hay diferencias según el tipo de actividad, el promedio de salarios femenino es un 31% menor al de los hombres: por cada mil pesos que gana un hombre, la mujer recibe 689.
Este panorama laboral, junto a los patrones culturales que modelan la intimidad familiar, son los factores que ayudarían a entender el explosivo aumento en el uso de licencias médicas por la mano de obra femenina. Aun cuando la mujer comparte de igual a igual con los hombres los gastos del hogar, sus funciones al interior de la casa no han variado sustancialmente. Es cierto que delega algunas de las actividades propias del hogar, sin embargo “ella continúa siendo ineludiblemente la responsable última del buen funcionamiento de éste ante los demás y ante ella misma”.
“Mientras sean las mujeres la personificación de todos los roles ligados a la maternidad -dice el estudio- éste seguirá siendo un eje fundante de su identidad, el que tiene dos implicancias, a lo menos: uno, que la valoración y autovaloración de las mujeres se fundamenta en el desempeño del rol materno. Dos, que esta identidad permea fuertemente, superponiéndose, entremezclándose a menudo, con su inserción en el mundo laboral”.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, el ingreso de la mujer al mundo laboral le dificulta su rol materno. “En las sociedades industriales el trabajo remunerado de la mujer implica necesariamente un desgarro, una culpa, una ruptura de la tradición y la historia biológica, una opción que significa la pérdida de la feminidad”. Aun cuando en Chile ha habido cambios culturales, en especial en las nuevas generaciones, el peso de las tradiciones es sin duda persistente.
La encuesta del Sernam revela el peso que aún tienen estas tradiciones. El sondeo recoge opiniones respecto del trabajo de las madres con hijos en edad preescolar: señalan que un 72% de la población cree que ellas quisieran trabajar remuneradamente. Sin embargo, se revelan ciertas opiniones discriminatorias. Las madres con hijos pequeños sólo deberían trabajar en el caso de necesidad económica o en jornadas de medio tiempo. Así, la contradicción entre el trabajo remunerado y las funciones propias de la maternidad queda claramente expresada en la encuesta.
Es necesario avanzar en el conocimiento de la relación de las mujeres con el trabajo remunerado, señala el estudio, el que requiere considerar que existe un proceso de interacción entre la esfera productiva y la reproductiva. “Los roles y las responsabilidades en el ámbito privado determinan formas de integración en el mercado laboral, pero, a su vez, esta participación en el mercado de trabajo repercute en el funcionamiento y la estructura familiar”.
El informe concluye que el reconocimiento y valoración por su preocupación en el ámbito doméstico, debieran ubicar a la mujer necesariamente en mejores condiciones en el espacio laboral.
Ni la primera ni la segunda propuesta de reforma del ejecutivo ha tenido un total respaldo, ni de los gremios de la salud, de la sociedad civil ni aún del conjunto de la Concertación. Las críticas, por otras y muy diversas razones, incluso podrían generarse hasta en sectores empresariales. A partir de ahora, podría crearse una nueva y doble discriminación hacia las trabajadoras en edad fértil.
El criterio del gobierno ha priorizado los aspectos económicos, lo que ha quedado en evidencia al ser el Ministerio de Hacienda, y no los de Salud y Trabajo, el que ha centralizado la materia. Por tanto, los motivos más profundos que impulsan la demanda de licencias médicas, detectados por diversas instituciones algunas del propio gobierno, no habrían sido considerados

PAUL WALDER

 

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