Resistencia heroica
del pueblo iraquí
Suceda lo que suceda en Iraq, la resistencia heroica -por las
condiciones tan desiguales frente a los invasores- desbarató
en días la soberbia y el triunfalismo de Estados Unidos
y puso en evidencia la falsedad de sus argumentos.
La resistencia permitió al mundo valorar de qué
se trataba la llamada “guerra”, en realidad una invasión
pírrica no de “aliados” sino de una coalición
forzada, actuando bajo las órdenes del Pentágono
estadounidense y sostenida militarmente por dos países:
casi en su totalidad por Estados Unidos y en menor escala por
Gran Bretaña. La presencia de España es sólo
un gesto simbólico y oportunista, para estar junto al más
fuerte y el resto, no cuenta. El oportunismo de la muerte deberá
ser castigado también en su momento.
La invasión militar de Estados Unidos es parte de la “guerra
global”, planificada desde hace mucho tiempo y expresada
en una serie de documentos de la ultraderecha estadounidense y
su proyecto de “Nuevo Orden”, en reemplazo del que
surgió después de la Segunda Guerra Mundial; ahora,
además, con un trazado de hegemonía absoluta que
recuerda al nazismo en su estado de pureza.
El presidente George W. Bush se muestra como un cowboy dispuesto
a desenfundar la pistola ante una simple sospecha. Su lenguaje
viola todos los derechos humanos, porque amenaza, aterroriza,
violenta toda legalidad internacional y miente en el mejor estilo
goebeliano.
Es lo más parecido a Adolfo Hitler que haya surgido en
los últimos años y su dominio, mediante el terror
y la desinformación, surge de la misma matriz ideológica.
Antes de ordenar la invasión, que ya estaba decidida desde
mucho antes, el secretario de Estado, Colin Powell, dijo en Naciones
Unidas: “el juego se terminó”, pero no logró
convencer ni a Iraq ni a algunos antiguos aliados. Sus “pruebas”
falsas, como las presentadas por el primer ministro británico,
Anthony Blair, quedarán incorporadas a la historia de la
infamia.
Después de escuchar los informes de avances en las negociaciones
de desarme de Iraq, Bush lanzó un escueto: “Vamos
a parar a Saddam Hussein”, lenguaje sintético -si
lo hay- para anunciar una acción ilegal y criminal.
Además de esta coalición montada sobre el cohecho
y la presión, está en el tapete un convidado de
piedra, que se mantiene en silencio: Israel. ¿Qué
están haciendo en esta guerra los hombres de Ariel Sharon,
cuyo sueño es acabar con los países árabes,
dentro de su esquema de las “fronteras seguras” que
aducía Adolfo Hitler para avanzar sobre el mundo? El silencio
de ese gobierno aparece como una acción táctica,
pero nadie cree que estén ausentes de las acciones en Iraq.
La guerra sucia está en su apogeo. Algo se había
adelantado, cuando se escucharon los extraños anuncios
previos de los funcionarios de Washington acerca de los uniformes,
similares a los británicos y estadounidenses, que habría
mandado a confeccionar Hussein para “cometer atrocidades”
y achacarlas a los invasores. Como también la exigencia
a muchos países dependientes, para firmar un acuerdo otorgando
inmunidad a sus tropas, hicieran lo que hicieran.
De acuerdo con los especialistas, en la “guerra sucia”
hay que tomar esto como un anuncio de que son las tropas de agresión
las que traman atrocidades, para aterrorizar y paralizar al pueblo
iraquí y descalificar aún más a Hussein.
GUERRA SUCIA
El intento de Bush por atribuir los bombardeos contra la población
civil iraquí a fantasmales “autores desconocidos”,
a “errores colaterales” -frase perversa, porque sus
crímenes estaban planeados para “disuadir”
precisamente a la población civil-, es también parte
de la guerra sucia; como sus mentiras que alimentan la guerra
sicológica.
Es el antiguo estilo que se usó en Rumania, cuando desenterraron
cadáveres de un cementerio común, los alinearon
y fotografiaron para mostrar las “atrocidades” de
Nicolae Ceaucescu, en vísperas de la fatídica Navidad
de 1989. Según los informes, Ceausescu había asesinado
a cuatro mil personas en Timisoara; entonces, aparecieron las
fotos. Un tiempo después, se conoció una rectificación
que muy pocos leyeron. La matanza de Timisoara había ocurrido,
pero había cobrado un centenar de víctimas, incluyendo
a los policías del régimen, y aquellas imágenes
espeluznantes no habían sido más que una puesta
en escena.
Los cadáveres no tenían nada que ver con esa historia
y no habían sido deformados por la tortura, sino por el
paso del tiempo. Los fabricantes de noticias los habían
puesto a posar ante las cámaras, como recuerda el escritor
uruguayo Eduardo Galeano en su libro Patas Arriba. La Escuela
del mundo al revés.
Cuando esto sucedía, las tropas de Estados Unidos invadían
Panamá, un país de dos millones de habitantes, y
sus soldados “encontraban” supuestas bolsas de cocaína
en una heladera, en las oficinas del general Manuel Antonio Noriega.
Llamaron a la prensa estadounidense que durante la noche de la
invasión estuvo encerrada en el Comando Sur, para que informara
al mundo del hallazgo. Finalmente, resultaron ser tamales preparados
para los festejos navideños; pero miles de panameños
habían muerto o estaban heridos y el país, semidestruido.
En una carta enviada desde Iraq por un joven que pertenece a un
grupo de solidaridad, se relata que los invasores toman pequeños
grupos de prisioneros iraquíes y les entregan una bandera
blanca, para mostrar a la TV que se rinden.
¿Hasta dónde llegarán? Algunos informativos
británicos estaban sorprendidos porque en Basora -a la
que consideraban rebelde contra Hussein- la población no
salía a abrazar a los soldados que la sitiaban, cortándole
el agua, la luz y otros servicios, como en la Edad Media. Sólo
pudieron mostrar en TV la foto de una mujer y dos niños
que, tímidamente levantaban una mano en una desganada señal
de “victoria”. Si las tropas entran a sangre fuego,
llevándose a hombres y niños como lo están
haciendo, para encerrarlos entre altas alambradas de púa
al mejor estilo nazi, lo que queda de la población sólo
los puede saludar por terror, no por amor.
Errores de precisión, helicópteros derribados por
campesinos, tanques tomados por mujeres, otros helicópteros
chocando en el aire, prisioneros estadounidenses que no se ven
precisamente maltratados -mostrados al mundo por medios que no
pudieron acallar- misiles que caen sobre los aviones y territorios
de sus aliados y hasta un sargento del ejército estadounidense
convertido al islamismo que tira una granada sobre sus compañeros,
porque está contra la invasión, ése no es
el escenario de un triunfo rápido. La voz del secretario
de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, monótona
y fría prometió “algo nunca visto en el mundo”
en su guerra contra Iraq. El “nunca visto” de Rumsfeld
pretendía aterrorizar al mundo, como la “noche y
niebla” de los nazis (la desaparición absoluta que
significaron los dos términos juntos para millones de personas).
SHOCK BRUTAL
Se habló de provocar un shock brutal, seguido del terror,
el asombro, el pánico y por supuesto, la paralización
del pueblo iraquí. Y el shock fue una pesadilla de bombas
y misiles sin fin, pero el estupor se transformó en una
indignación sin límites, porque en aquella cultura
la dignidad se liga con el sacrificio absoluto para defenderla.
La misma voz de Rumsfeld, algo más alterada, habla de la
maldad de los iraquíes, que se rinden y cuando los “aliados”
se acercan para apresarlos, atacan. Como si éste no fuera
un derecho primario de quienes son invadidos, agredidos, bombardeados,
apresados y maltratados, llevados con los ojos vendados y las
manos atadas o encapuchados.
Con cada misil y cada hora que pasa crece la rebelión internacional
contra la ilegalidad de la invasión. La perversidad ya
no se oculta, pero sí se estrella contra una realidad que
surge como los hongos venenosos para ese equipo en campaña,
planeada meticulosamente. El presidente Bush parece no entender
que el mundo real se le escapó de las manos, aislado en
su microclima de patrioterismo fascista cincelado por el mensaje
del terror.
Un analista habla de que a Estados Unidos sólo le quedan
dos caminos: reeducar a su población, cambiando el mensaje
para acostumbrarla a una guerra más larga, o reducir a
la edad de piedra a Bagdad, lo que sería un suicidio de
Bush ante una comunidad internacional tan activa contra la guerra
como nunca se vio.
Además de la resistencia interna, las acciones mundiales
contra la guerra cuentan e influyen. La resistencia global es
otro pilar para detener el genocidio.
VICTIMAS DE LA GUERRA
Los miles de muertos que dejará la brutal invasión
de Estados Unidos, con las Naciones Unidas tan paralizadas como
en 1989 frente a Panamá o en 1991 ante la Guerra del Golfo
-por sólo citar algunos casos- y el argumento primario
de un ataque preventivo como parte de su guerra contra el terrorismo,
desnudan, en toda su dimensión, los alcances del terrorismo
de Estado que hoy encabeza Washington.
El término “terrorismo”, eufemístico
como los hay pocos, y sobre todo en su acepción de baja
intensidad, los llevó a forjar un eje del mal: Saddam Hussein-Osama
Bin Laden, que nunca existió.
Bin Laden, socio de la familia Bush hasta hace poco tiempo -aunque
no se sabe bien qué papel juega en el actual proyecto estadounidense-
como los talibanes, fue creado y armado por los servicios de inteligencia
de Estados Unidos en Afganistán, en tiempos de la guerra
fría.
Por lo tanto era y es enemigo declarado del presidente iraquí.
Bin Laden y la CIA hablaron de la amenaza que significaba Iraq
para el mundo, argumento alentado entusiastamente por el gobernante
israelí, Ariel Sharon. A pesar de que desde 1991 el país
está bajo bloqueo, en una situación desoladora.
Miles de niños mueren por desnutrición, enfermedades
provocadas por los efectos de la guerra, falta de medicamentos
en el brutal cerco. La población perdió el nivel
de vida que todos reconocen, ahora, como uno de los más
altos y avanzados entre los países árabes, en su
momento.
Washington tropezó esta vez con la oposición de
varios de sus antiguos aliados. En 1991, el ex subprocurador de
Estados Unidos, Ramsey Clark, advertía sobre todas las
violaciones de su país a la legalidad internacional, para
llevar adelante su guerra del Golfo. “Mi convicción
profunda y triste es que Estados Unidos tuvo éxito en hacer
que Naciones Unidas se transforme de una institución creada
para desalentar y terminar con el uso de la fuerza, con la guerra,
en un instrumento de guerra. Cohecho e intimidación ejercida
sobre muchos países han sido un espectáculo muy
triste y degradante”. Sus palabras suenan muy actuales cuando
la “injusticia infinita”, parece no tener límites.
Washington deja en claro que interviene preventivamente cuando
quiere. Que la ONU ya fue, y que no existe ninguna instancia internacional
legal en este tiempo del Nuevo Orden y de la guerra antiterrorista.
La fundamentalista ultraderecha estadounidense está al
frente de la ofensiva mundial. Sus documentos hablan del Siglo
Americano (el XXI), es decir, norteamericano y hegemónico
y para eso, están las armas nuevas, la tecnología
de avanzada y los inspectores de la ONU, para desarmar al resto
del mundo. Todo muy democrático. Armas y bombas inteligentes
de un poder nunca visto, gases venenosos, rayos lasser que destruyen
la retina del adversario, entre otras temibles creaciones, para
imponer la “democracia”.
También los paladines de la libre expresión bombardean
las plantas televisivas y prueban aparatos que acaban con las
ondas de transmisión de los invadidos, porque sólo
puede haber una verdad: la suya. Así cada día y
cada hora, el mundo asiste a las escenas de ilegalidad de la acción
criminal en Iraq y nadie se detiene a mirar este espectáculo
perverso de luces y fantasía como una representación
fantástica de una guerra, donde no hay muertos aunque sumen
más de cien mil, como sucedió en la del Golfo.
Los halcones de Washington prepararon el control de la prensa
y también han fracasado, porque no pudieron mantener el
esquema de 1991. A pesar de un despliegue inaudito de hombres
y armas, de su control de la información gracias a la acelerada
apropiación y fusión de medios grandes y pequeños
en todo el mundo, su aceitado espionaje tecnológico y sus
campañas desinformativas o de terror para el manejo de
grandes masas, la verdad aparece desde debajo de las piedras y
de la arena del desierto que los desafía.
El lenguaje de los invasores es directo, perverso y preciso: no
importa el costo de vidas civiles, dicen los mismos que hasta
hace poco tiempo hablaban de operaciones medidas. Su objetivo
es sacar a Saddam Hussein del gobierno y poner a sus propios gobernantes
en su lugar, en un plan de hegemonía de mayores alcances
bajo el viejo esquema hitleriano de las fronteras seguras.
REDISEÑO DEL MUNDO
Para Washington, todo el mundo es ahora su frontera segura. Como
en la Guerra del Golfo, Washington eludió toda vía
diplomática: colocó a Naciones Unidas en el peor
de los escaños. El trabajo de los inspectores enviados
por la ONU fue interrumpido abruptamente, a pesar de que lograban
avances y solicitaban más tiempo. Pero para el mundo queda
otra imagen: los inspectores desarmaban a Iraq, también
una decisión polémica de la ONU, mientras casi medio
millón de soldados y la más avanzada tecnología
militar esperaban en las fronteras cercanas para atacar a la nación
inerme.
“La idea parece ser utilizar el ingreso y ocupación
del ejército norteamericano en Iraq, como el inicio de
un ‘rediseño’ político y cultural de
toda la región, que mellará el filo antinorteamericano
del islamismo y generará regímenes más ‘previsibles’,
que no escapen del control de Estados Unidos. Pero volviendo a
la escala global, esta ‘guerra mundial contra el terrorismo’
puede seguir en cualquier lado, incluyendo regiones tan alejadas
del Medio Oriente como Colombia, imponiendo el principio de que
el gobierno estadounidense tiene pleno derecho a intervenciones
‘preventivas’ que puede y debe decidir unilateralmente.
Esto inutiliza a la ONU, pero también ha tenido la virtud
de dividir y desorganizar a la Unión Europea y le permite
al imperio jugar con la idea de ‘vieja’ y ‘nueva’
Europa, esta última identificada con el modelo ‘americano’
de capitalismo, y sin pujos autonómicos frente a la política
exterior estadounidense.
Y el día de mañana puede amenazar incluso a China,
ese país- continente cuya envergadura y crecimiento económico
sostenido puede convertirlo, con el tiempo, en un rival del poderío
norteamericano”, según señala el analista
argentino Daniel Campione.
La utilización del atentado del 11 de septiembre del 2001
permite cualquier escarmiento y cualquier castigo. “La guerra
norteamericana, como invocó Bush en su momento, es una
guerra global contra el terrorismo, no sólo una persecución
de los autores del gigantesco incendio en Manhattan.
Iraq es parte de una política que no se agota en esta invasión
y que no se detendrá por sí misma. El ‘rediseño’
del mundo entero a la imagen norteamericana, es el objetivo final.
Pero el límite está en la mis-ma contradicción
que engendra y en los imponderables de un mundo que comienza a
responder globalmente a la injusticia global. La impunidad, como
los imperios, terminan cayendo cuando creen que tocan la cima”
STELLA CALLONI
En Buenos Aires
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