AQUÍ ESTÁN LAS PRUEBAS QUE EXIGE EL JEFE DE LA
ARMADA
QUE EL ALMIRANTE PIDA PERDÓN DE RODILLAS
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Desde tiempos inmemoriales, en Valparaíso mora
el viento: por ahí, agazapado entre las rocas y
el canto de los pelícanos, acariciando con su risa
los estertores del primer amor. Pero una fría mañana
de invierno tardío se acabó la risa, huyeron
espantados los alcatraces de la bahía y la brisa
marina se vistió de uniforme, cuando la Armada
de Chile salió a matar.
Y lo hizo con odio, organizadamente, planificadamente,
aplastando cráneos y costillas, calles y sueños
por igual.
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EN
el buque escuela "Esmeralda" fueron torturados
decenas de hombres y mujeres, entre ellos el sacerdote Miguel
Woodward, que falleció.
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El miedo y el horror se entronizaron en la ciudad con angustiantes
gritos, con fuscos llantos y desesperados esfuerzos por sobrevivir
a la pesadilla instaurada por la dictadura.
Pero nada de ésto supo el comandante en jefe de la Armada.
El almirante Miguel Angel Vergara recientemente aseveró,
sin atisbo de vergüenza, que en relación a las violaciones
de los derechos humanos, “para serle bien honesto, yo me
enteré bastante tarde”. De hecho, de acuerdo al despistado
almirante, fue a raíz de la mesa de diálogo -es
decir hace sólo un par de años- que se “dio
cuenta de la magnitud de lo que había pasado”.
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Sin embargo, esta supuesta revelación
tardía no constituye información suficiente
para que la Armada reconozca su participación en la
represión. Por el contrario, Vergara reitera lo que
ha sido la posición de la Armada desde hace 30 años.
Negar cualquier responsabilidad institucional en lo ocurrido,
recurriendo, majaderamente, a un doble argumento: “En
esas circunstancias hubo gente que lamentablemente se excedió”
y, “las responsabilidades son individuales y no institucionales”.
Por lo mismo, el almirante Vergara no se siente “responsable
de nada, a no ser que yo supiera y tuviera el más mínimo
antecedente que la institución Armada de Chile, como
doctrina, tuviera algún documento donde se mencionara
que se impongan las violaciones a los derechos humanos. |
Yo pediría perdón de rodillas, pero no hay ningún
antecedente a ese respecto”. Pues bien, almirante. Estos
son los testimonios de hombres y mujeres detenidos y torturados
por oficiales y personal de la Armada, mantenidos como prisioneros
en dependencias de su institución. Todos, a diferencia
suya señor almirante, recuerdan perfectamente lo sucedido
a partir de 1973 en Valparaíso y aportan los antecedentes
que usted requiere para “pedir perdón de rodillas”,
como tan humilde y sentidamente proclama.
REPRESION DE LA MARINA
ANTES DEL GOLPE MILITAR
A pesar de la candidez de las declaraciones del almirante Vergara
y de señalar que “en una institución como
la Marina de Chile, jamás ha estado en su doctrina la violación
a los derechos humanos. Por el contrario, nuestra formación
valórica, ética, exige la protección de los
derechos humanos”, la historia demuestra lo contrario. La
Armada usó la tortura aún antes del golpe militar,
en particular en la represión de un grupo de marinos democráticos
que en julio del año 73 reveló los preparativos
golpistas. Ricardo Tobar, a la sazón cabo de la Marina,
fue detenido por una patrulla de la Fuerza Aérea en Quintero,
pero no fue hasta el arribo de un contingente de la Inteligencia
Naval que la situación cambió de manera radical.
Afirma Tobar: “Nos metieron en una sala donde nos dieron
duro hasta el día 18. Eran grupos de inteligencia, de marinos
que estaban en las reparticiones, yo no conocía a ninguno.
Ahí nos encapucharon, las posiciones de rodilla y con la
cabeza agachada, tipo posición fetal, los golpes, las patadas
tu no sabías de dónde te iban a llegar, de dónde
te iban a venir. Te empiezan a interrogar de muchas cosas, no
recuerdo si a otros compañeros le hicieron lo mismo, nunca
fue lo mismo para ninguno de los tres. En ciertos momentos la
gente que estaba con nosotros algo nos dejaba vislumbrar -putas,
si me va a tocar a mí por lo menos déjame avisarle
a la familia- era una cuestión de mucho miedo; las torturas
iban en dirección a que denunciaras a más gente.
Afortunadamente, a mí me iban preguntando por la relación
que yo tenía con algunos de los detenidos, entonces yo
tenía que contestar, y siempre contesté con la verdad.
¿Por qué? Porque, por ejemplo, me preguntaban de
Claudio Espinoza, cómo no lo iba a conocer si jugábamos
juntos en la selección de fútbol, fuimos juntos
a la escuela, cómo no lo iba a conocer; Sebastián
Ibarra, entramos juntos a la escuela, cómo no lo voy a
conocer.
En un momento determinado me llevan a la cancha de fútbol,
donde hay una especie de tiro al blanco, donde hacían prácticas
de tiro con pistola. Ahí nos ponen como para fusilarnos
y nos hacen una falsa demostración; fue el momento en el
que tuve miedo. Yo ahí tuve miedo, no puedo negarlo. Fue
el único momento en el que sentí miedo que me recorrió
de arriba a abajo, pero después de haber pasado esa etapa
de miedo me di cuenta que eran mentiras que nos iban a fusilar,
porque me tenían tomado, no me tenían solo, así
que no iban a disparar. Afortunadamente no me mataron, dispararon
y todo pero no fueron disparos a mí, sino al aire”.
La Inteligencia Naval practicaba en su propio personal lo que
posteriormente se convertiría en una política sistemática
de exterminio y represión a militantes o simpatizantes
de la Unidad Popular, del MIR y, luego, a opositores a la dictadura
en la zona. Es en este marco que se materializa la detención,
tortura y desaparecimiento de Jaime Aldoney Vargas, militante
socialista e interventor de la Compañía Cerverías
Unidas, de Limache. Aldoney fue detenido por Carabineros el mismo
11 de septiembre, torturado en la comisaría de la ciudad
y trasladado dos días después a la Base Aeronaval
de El Belloto. Este recinto fue utilizado como centro de detención
y tortura y, en el caso de Aldoney, de asesinato y desaparecimiento.
La investigación de la magistrada Gabriela Corti y del
Departamento Quinto de Investigaciones, ha podido establecer que
Aldoney estuvo en la base y jamás salió con vida,
como manifiesta la versión de la Armada que sostiene que
Aldoney habría escapado. Además, la investigación
ha podido determinar a los responsables del asesinato de Jaime
Aldoney: el contralmirante Ernesto Huber Von Appen, comandante
de la Aviación Naval en ese momento; el jefe de plaza de
Limache y Olmué, capitán de navío Sergio
Mendoza Rojas; el capitán de navío Patricio Villalobos
Lobos, encargado de inteligencia de la base; el capitán
de navío Jaime Undargarín Romero; el capitán
de fragata Pedro Arancibia Soler, uno de los más crueles
torturadores del recinto; y el suboficial Manuel Buch López.
Desde hace una semana están siendo procesados por la ministra
de fuero Gabriela Corti, de la Corte de Apelaciones de Valparaíso,
que ordenó la detención de estos seis ex marinos.
ACADEMIA DE GUERRA NAVAL:
TORTURA Y MUERTE
La Armada utilizó sus dependencias como lugares de detención
y tortura: los buques Lebu y Maipo, la Escuela Naval, el cuartel
Silva Palma, la Escuela de Submarinos y, por cierto, el buque
escuela Esmeralda, donde se torturó y violó a hombres
y mujeres, asesinando, además al sacerdote Miguel Woodward.
No obstante, a tres décadas de aquellos hechos, el comandante
en jefe, Miguel Angel Vergara, expresa que “no tengo ningún
antecedente concreto de que se hubiese violado los derechos humanos
de las personas a bordo del buque escuela Esmeralda”. Seguramente
afirma lo mismo en relación a la Academia de Guerra Naval,
lugar que recuerda la tristemente célebre Escuela de Mecánica
de la Armada, en Buenos Aires, donde pocos detenidos sobrevivieron.
La Academia de Guerra Naval, ubicada en la calle Pedro León
Gallo en el cerro Playa Ancha, otea el mar y se encuentra en la
parte de arriba del ahora remozado cuartel Silva Palma. Se comunican
internamente, por lo cual muchos de los prisioneros eran indistintamente
torturados en uno u otro lugar, día y noche.
Paddy Ahumada fue uno de ellos. Dirigente socialista, fue detenido
a fines de septiembre de 1973 y llevado al cuartel Silva Palma:
“Ahí empezaron las sesiones de tortura sistemática.
En mi caso me desnudaron, nos tenían en una habitación
de donde nos iban llamando de a uno, ahí todos nos mirábamos,
preocupados, asustados, los latidos del corazón latiendo
a 150 por minuto. Me llaman, me tapan la cabeza con una capucha,
me obligan a sacarme la ropa, después me amarran las manos
a la espalda y empieza la cueca de patadas, insultos y qué
sé yo. A mí se me produjo una situación muy
especial. Mi reacción fue empezar a gritarles ¡maricones,
cobardes! Cállate conchetumadre, me decían, y yo
seguía gritando ¡maricones, cobardes! Me pegaron
tanto que me dejaron inconsciente. No me preguntaban nada, simplemente
me pegaban, me trizaron varias costillas. Ahí fue que me
llevaron en una camilla al Hospital Naval, donde me dejaron en
el pasillo. Yo estaba inconsciente; me vio un enfermero pariente
de un dirigente nuestro, que se llama Armando Barrientos, que
dio aviso. Debo haber estado muy mal realmente, pues la noticia
salió internacionalmente, incluso el nombre Paddy Ahumada
salió en la radio Moscú; los cubanos también
hicieron declaraciones de que me habían matado en Valparaíso”.
De estos golpes y gritos, sufrimientos y valentía de los
prisioneros jamás se enteró, dice, el almirante
Vergara, pero todo Valparaíso sabía que en esa mole
de cemento, allí, en el cuarto piso, coexistían
la cobardía de los oficiales de la Marina y la bravura
de los detenidos que se defendían nada más que con
su dignidad.
Patricia Saéz, militante de las Juventudes Comunistas al
momento del golpe, fue detenida a comienzos del año 1974.
También recuerda vívidamente lo que vio en la Academia
de Guerra Naval, relatando que “los recuerdos que me persiguieron
durante muchos años fueron el ver torturar. Te llevaban
a una sala de interrogatorio, encapuchada, a veces llevaban a
otro detenido y lo torturaban delante de ti. Es espantoso. Sólo
me hacían mirar, no me preguntaban nada, me hicieron mirar
a un niño, pensé que lo iban a quebrar, era tan
flaquito, era estudiante de la universidad, no lo conocía,
nos decían que trabajábamos juntos, a mí
me acusaron del Plan Z. Incluso ellos se reían cuando hablaban
del Plan Z. Decían que no importaba el cargo, lo que se
les ocurriese a ellos lo iban a hacer y nadie les iba a decir
lo contrario.
A este chico le pegaban tanto, lo arrastraban. Me acuerdo que
estaba con una bufanda y se la enrollaron en el cuello y lo empezaron
a arrastrar. Se ahogaba. Como se ahogaba se agarraba con las dos
manos a la bufanda para no ahogarse, y cuando se agarraba la bufanda,
le daban patadas en los testículos. No sabía qué
hacer, lo arrastraban en círculo alrededor mío.
Pobrecito, con una mano se tapaba los testículos y con
la otra trataba de no ahogarse. Era una cosa que no terminaba
nunca. Yo intenté varias veces tirarme encima y él
decía que no, que no hiciera nada; entonces me sentía
mal, me sentía cobarde. Entre todo su dolor y desesperación,
me decía que no hiciera nada”.
Por su parte, Juan Méndez, dirigente de las Juventudes
Comunistas, detenido en diciembre de 1973 en el cuartel Silva
Palma, recuerda que no le tocó presenciar torturas, “pero
sí vi sus resultados; recuerdo haber visto a un viejito,
lo habían golpeado en la planta de los pies con varillas
de coligüe, los pies no eran pies estaban completamente deformes,
enormes”.
Agrega que “cuando estábamos arriba, en la cancha,
se escuchaban muy fuerte los interrogatorios”. Claro que
Juan Méndez no sólo fue sometido a la tortura psicológica
de escuchar cómo otros prisioneros eran vejados, sino que
experimentó en carne propia la brutalidad. “Te colocaban
un magneto que tiene alambres pelados, en los dedos de los pies,
dedo y testículos, dedo y glande, dedo y dedo de la mano,
ambas manos, ambas orejas -pero me da la impresión que
tenían como un adaptador, porque en la oreja era como una
pinza-. En uno de esos interrogatorios yo me calenté mucho,
me enojé e intenté sacarme la venda, yo creo que
si me la hubiera sacado hoy no estaría aquí. Uno
de ellos me agarró, me inmovilizó y me esposó,
pero yo ya estaba fuera de control, no aguantaba más. Me
aplicaron mucha corriente, además del potro”.
Esta última forma de tortura Méndez la recuerda
como una de las más pesadas, explicando que “era
una vara que estaba puesta entre dos sillas o en una banqueta.
La idea era que te colocaras de guata y quedaras colgando de pies
y manos. Se iban y dejaban un guardia cuidándote.
Cuando me dijeron que hiciera eso, yo dije, esto es pan comido.
A los 5 minutos no quería más, el dolor era insoportable”.
Otro prisionero rememora que “en la Academia de Guerra Naval
todos los detenidos eran torturados, física o psicológicamente.
De hecho, era una situación angustiante de gritos, de alaridos
permanentes, de hombres y mujeres al límite de su resistencia.
En el cuartel Silva Palma, contiguo a la Academia, había
una habitación donde nos encontrábamos no más
de una docena de prisioneros. Al frente existía otra similar
que albergaba a mujeres. Allí, todas las noches se escuchaban
golpes y gritos desesperados e histéricos. Era una compañera,
una niña de 15 años, que intentaba suicidarse golpeando
su cabeza contra la pared, porque la habían violado repetidamente
y ya no quería seguir viviendo”. Nadie sabe lo que
pasó con aquella adolescente cuyo único “crimen”
fue ser pobre y apoyar al gobierno de la Unidad Popular.
Pero no fue la única niña que cayó en manos
de los cobardes oficiales de la Marina, porque la dictadura no
hacía distinción de género, edad o militancia
política. Simplemente detenía, torturaba y asesinaba
cuando lo estimaba conveniente. Por ello, Marco Antonio Contardo
fue detenido cuando sólo tenía 15 años, en
octubre de 1973. Han transcurrido 30 años, pero a Contardo
aún le duele recordar aquellos momentos, cuando fue detenido
junto a su madre, Nidia Guerra, y a su abuela, Olga Hogtert, de
65 años, profesora y subdirectora de la Escuela Nº
18 de Niñas, de Playa Ancha: “Nos detuvo una patrulla
naval a cargo de un oficial de Infantería de Marina y una
persona de civil. Fuimos conducidos a la Academia de Guerra Naval.
Ahí había distintas habitaciones para los recién
llegados y para los que ya habían pasado por interrogatorios
y tortura. Fui torturado al día siguiente, previamente
amarrado, vendado y desnudado, escuchando en la habitación
los gritos de mi madre que pedía que no me hicieran nada.
El interrogatorio fue única y exclusivamente con el objetivo
de delatar el paradero de mi padre -el abogado de la Intendencia
de Valparaíso en la época, Emilio Contardo-, en
el supuesto que yo debería saberlo. El interrogatorio comenzó,
aparentemente formal, para aumentar en violencia, con múltiples
golpes en todo el cuerpo y aplicaciones de electricidad. Durante
mi detención pude constatar la presencia de niños,
ancianos, mujeres y hombres. Todo el espectro humano, quienes
de forma sistemática y masiva pasaron por el proceso de
tortura”.
Cuando tenía la posibilidad de no estar vendado, Marco
Antonio Contardo pudo reconocer a personas que permanecían
detenidas en la Academia: Silvia Lillo, Reinaldo Narváez,
Heraclio Mendoza, Sergio Fischer, destacado cardiólogo,
el fotógrafo Jorge Cárdenas, siendo “la primera
vez en mi vida que veía un cuerpo completamente negro por
los golpes”.
Marco Antonio Contardo permaneció detenido dos semanas
en el buque Lebu, liberado y luego detenido nuevamente por la
Armada, en noviembre del mismo año. Es enfático
en indicar que “fui detenido por oficiales de la Armada
y permanecí siempre en dependencias de la Armada, siendo
torturado sólo por ser hijo de Emilio Contardo”.
Señala, además, que son risibles las declaraciones
del almirante Miguel Angel Vergara cuando habla de que en la doctrina
de la Marina está el respeto y protección de los
derechos humanos, cuando “vi personalmente cómo oficiales
de la Armada jugaban con un enfermo de epilepsia al que ponían
en una mesa de ping-pong y apostaban por cuál lado de la
mesa se iba a caer cuando tuviera un ataque”.
¿Es posible olvidar esto, es posible hablar de reconciliación
y olvido cuando se vivió tal horror?
NI PERDON NI OLVIDO: SOLO JUSTICIA
Para el almirante Vergara y la Armada es fácil hacerlo:
no se sienten responsables de nada de lo que sucedió en
dependencias navales ni de ninguno de los crímenes cometidos
por oficiales de la institución. Es más, el comandante
en jefe de la Armada manifiesta que “el perdón es
un proceso de profunda reflexión individual, de cada persona;
en ese sentido, yo me sentiría, la verdad, traicionando
a mi institución pidiendo perdón por algo de lo
que no es responsable”.
La Armada continúa negando su participación en la
masiva violación a los derechos humanos a pesar de toda
la información disponible que atestigua lo contrario. A
pesar de la información contenida en el Informe Rettig,
en el informe de la Comisión Etica contra la Tortura de
la V Región y de los testimonios de hombres y mujeres que
fueron torturados en instalaciones navales o en los campos de
concentración establecidos por la Armada.
El gobierno tampoco contribuye al esclarecimiento de los hechos
al mantener, al igual que las instituciones castrenses, la idea
de que aquí sólo hubo “excesos” de algunos
individuos y que la represión no constituyó una
política institucional. Tal situación a Paddy Ahumada
lo hace sentir “una mezcla de indignación e impotencia
tan grande que, realmente, uno por sanidad mental trata de pensar
en otra cosa. Pero a mí me emputece esa situación,
que no haya una actitud más fuerte, me parece una patudez,
un cinismo y una frescura inaceptable, yo por lo menos, mientras
tenga una molécula de energía, me voy a oponer en
los espacios que sea a que ese tipo de política del olvido
y del perdón funcione, porque la única forma de
salvarte si tienes un tumor en el cuerpo es extirpártelo
y eso pasa, necesariamente, por verdad y justicia y añado:
castigo a los asesinos, no puede ser que anden por la calle, muy
tranquilos unos huevones que torturaron, mataron, violaron, asesinaron;
eso genera un trauma en la sociedad”.
Y claro, porque los argumentos aducidos por la Armada son pueriles
e inaceptables. El almirante Vergara sostiene que “el 98%
de los casos que se están investigando ocurrieron antes
del año 78”, es decir, “25 años atrás
en un país que estaba, digamos, a lo menos convulsionado
o en proceso de normalización, con instituciones que no
estaban funcionando a plenitud. Entonces no es fácil -manifiesta-
no es cosa de voluntad, no es fácil reconstruir cosas que
sucedieron 25 años atrás”.
Marco Antonio Contardo rechaza esas afirmaciones expresando que
“para mí es muy fácil reconstruir lo que sucedió
hace veinticinco años y para los torturadores también
debiera serlo, lo demás son excusas”.
Así de claro, y como el comandante en jefe de la Armada
mantiene que su institución está siempre abierta
a discutir cualquier propuesta para solucionar el tema de los
derechos humanos, he aquí una propuesta también
clara y concreta: entregue toda la información acerca de
la represión en Valparaíso, entregue los nombres
de los oficiales y tropa que torturaron, violaron y asesinaron;
que sean puestos a disposición de la justicia y, finalmente,
pida perdón institucional por las atrocidades cometidas
a todas y cada una de las víctimas de la Armada Nacional
MAURICIO BUENDIA
En Valparaíso
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