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Edición 546
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Editorial
DESPERTAR DEL MOVIMIENTO SOCIAL
Congreso
Radio experimental en hospital siquiátrico
Una antena que
rompe el silencio

AQUÍ ESTÁN LAS PRUEBAS QUE EXIGE EL JEFE DE LA ARMADA

QUE EL ALMIRANTE PIDA PERDÓN DE RODILLAS
fueguinos
Lo que vio Andrés Aylwin
Diecisiete años
de horror y crímenes
Haití
El reino de la miseria
Admite el ministro Francisco Vidal
Unos pocos manejan
la agenda informativa

Las glorias
del Ejército

Las Glorias del Ejército
Jorge Lavandero
Batiendo el cobre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AQUÍ ESTÁN LAS PRUEBAS QUE EXIGE EL JEFE DE LA ARMADA

QUE EL ALMIRANTE PIDA PERDÓN DE RODILLAS

Desde tiempos inmemoriales, en Valparaíso mora el viento: por ahí, agazapado entre las rocas y el canto de los pelícanos, acariciando con su risa los estertores del primer amor. Pero una fría mañana de invierno tardío se acabó la risa, huyeron espantados los alcatraces de la bahía y la brisa marina se vistió de uniforme, cuando la Armada de Chile salió a matar.

Y lo hizo con odio, organizadamente, planificadamente, aplastando cráneos y costillas, calles y sueños por igual.

EN el buque escuela "Esmeralda" fueron torturados decenas de hombres y mujeres, entre ellos el sacerdote Miguel Woodward, que falleció.

El miedo y el horror se entronizaron en la ciudad con angustiantes gritos, con fuscos llantos y desesperados esfuerzos por sobrevivir a la pesadilla instaurada por la dictadura.

Pero nada de ésto supo el comandante en jefe de la Armada. El almirante Miguel Angel Vergara recientemente aseveró, sin atisbo de vergüenza, que en relación a las violaciones de los derechos humanos, “para serle bien honesto, yo me enteré bastante tarde”. De hecho, de acuerdo al despistado almirante, fue a raíz de la mesa de diálogo -es decir hace sólo un par de años- que se “dio cuenta de la magnitud de lo que había pasado”.

Sin embargo, esta supuesta revelación tardía no constituye información suficiente para que la Armada reconozca su participación en la represión. Por el contrario, Vergara reitera lo que ha sido la posición de la Armada desde hace 30 años. Negar cualquier responsabilidad institucional en lo ocurrido, recurriendo, majaderamente, a un doble argumento: “En esas circunstancias hubo gente que lamentablemente se excedió” y, “las responsabilidades son individuales y no institucionales”. Por lo mismo, el almirante Vergara no se siente “responsable de nada, a no ser que yo supiera y tuviera el más mínimo antecedente que la institución Armada de Chile, como doctrina, tuviera algún documento donde se mencionara que se impongan las violaciones a los derechos humanos.

Yo pediría perdón de rodillas, pero no hay ningún antecedente a ese respecto”. Pues bien, almirante. Estos son los testimonios de hombres y mujeres detenidos y torturados por oficiales y personal de la Armada, mantenidos como prisioneros en dependencias de su institución. Todos, a diferencia suya señor almirante, recuerdan perfectamente lo sucedido a partir de 1973 en Valparaíso y aportan los antecedentes que usted requiere para “pedir perdón de rodillas”, como tan humilde y sentidamente proclama.

REPRESION DE LA MARINA
ANTES DEL GOLPE MILITAR
A pesar de la candidez de las declaraciones del almirante Vergara y de señalar que “en una institución como la Marina de Chile, jamás ha estado en su doctrina la violación a los derechos humanos. Por el contrario, nuestra formación valórica, ética, exige la protección de los derechos humanos”, la historia demuestra lo contrario. La Armada usó la tortura aún antes del golpe militar, en particular en la represión de un grupo de marinos democráticos que en julio del año 73 reveló los preparativos golpistas. Ricardo Tobar, a la sazón cabo de la Marina, fue detenido por una patrulla de la Fuerza Aérea en Quintero, pero no fue hasta el arribo de un contingente de la Inteligencia Naval que la situación cambió de manera radical. Afirma Tobar: “Nos metieron en una sala donde nos dieron duro hasta el día 18. Eran grupos de inteligencia, de marinos que estaban en las reparticiones, yo no conocía a ninguno. Ahí nos encapucharon, las posiciones de rodilla y con la cabeza agachada, tipo posición fetal, los golpes, las patadas tu no sabías de dónde te iban a llegar, de dónde te iban a venir. Te empiezan a interrogar de muchas cosas, no recuerdo si a otros compañeros le hicieron lo mismo, nunca fue lo mismo para ninguno de los tres. En ciertos momentos la gente que estaba con nosotros algo nos dejaba vislumbrar -putas, si me va a tocar a mí por lo menos déjame avisarle a la familia- era una cuestión de mucho miedo; las torturas iban en dirección a que denunciaras a más gente. Afortunadamente, a mí me iban preguntando por la relación que yo tenía con algunos de los detenidos, entonces yo tenía que contestar, y siempre contesté con la verdad. ¿Por qué? Porque, por ejemplo, me preguntaban de Claudio Espinoza, cómo no lo iba a conocer si jugábamos juntos en la selección de fútbol, fuimos juntos a la escuela, cómo no lo iba a conocer; Sebastián Ibarra, entramos juntos a la escuela, cómo no lo voy a conocer.
En un momento determinado me llevan a la cancha de fútbol, donde hay una especie de tiro al blanco, donde hacían prácticas de tiro con pistola. Ahí nos ponen como para fusilarnos y nos hacen una falsa demostración; fue el momento en el que tuve miedo. Yo ahí tuve miedo, no puedo negarlo. Fue el único momento en el que sentí miedo que me recorrió de arriba a abajo, pero después de haber pasado esa etapa de miedo me di cuenta que eran mentiras que nos iban a fusilar, porque me tenían tomado, no me tenían solo, así que no iban a disparar. Afortunadamente no me mataron, dispararon y todo pero no fueron disparos a mí, sino al aire”.
La Inteligencia Naval practicaba en su propio personal lo que posteriormente se convertiría en una política sistemática de exterminio y represión a militantes o simpatizantes de la Unidad Popular, del MIR y, luego, a opositores a la dictadura en la zona. Es en este marco que se materializa la detención, tortura y desaparecimiento de Jaime Aldoney Vargas, militante socialista e interventor de la Compañía Cerverías Unidas, de Limache. Aldoney fue detenido por Carabineros el mismo 11 de septiembre, torturado en la comisaría de la ciudad y trasladado dos días después a la Base Aeronaval de El Belloto. Este recinto fue utilizado como centro de detención y tortura y, en el caso de Aldoney, de asesinato y desaparecimiento. La investigación de la magistrada Gabriela Corti y del Departamento Quinto de Investigaciones, ha podido establecer que Aldoney estuvo en la base y jamás salió con vida, como manifiesta la versión de la Armada que sostiene que Aldoney habría escapado. Además, la investigación ha podido determinar a los responsables del asesinato de Jaime Aldoney: el contralmirante Ernesto Huber Von Appen, comandante de la Aviación Naval en ese momento; el jefe de plaza de Limache y Olmué, capitán de navío Sergio Mendoza Rojas; el capitán de navío Patricio Villalobos Lobos, encargado de inteligencia de la base; el capitán de navío Jaime Undargarín Romero; el capitán de fragata Pedro Arancibia Soler, uno de los más crueles torturadores del recinto; y el suboficial Manuel Buch López. Desde hace una semana están siendo procesados por la ministra de fuero Gabriela Corti, de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, que ordenó la detención de estos seis ex marinos.

ACADEMIA DE GUERRA NAVAL:
TORTURA Y MUERTE
La Armada utilizó sus dependencias como lugares de detención y tortura: los buques Lebu y Maipo, la Escuela Naval, el cuartel Silva Palma, la Escuela de Submarinos y, por cierto, el buque escuela Esmeralda, donde se torturó y violó a hombres y mujeres, asesinando, además al sacerdote Miguel Woodward. No obstante, a tres décadas de aquellos hechos, el comandante en jefe, Miguel Angel Vergara, expresa que “no tengo ningún antecedente concreto de que se hubiese violado los derechos humanos de las personas a bordo del buque escuela Esmeralda”. Seguramente afirma lo mismo en relación a la Academia de Guerra Naval, lugar que recuerda la tristemente célebre Escuela de Mecánica de la Armada, en Buenos Aires, donde pocos detenidos sobrevivieron.
La Academia de Guerra Naval, ubicada en la calle Pedro León Gallo en el cerro Playa Ancha, otea el mar y se encuentra en la parte de arriba del ahora remozado cuartel Silva Palma. Se comunican internamente, por lo cual muchos de los prisioneros eran indistintamente torturados en uno u otro lugar, día y noche.
Paddy Ahumada fue uno de ellos. Dirigente socialista, fue detenido a fines de septiembre de 1973 y llevado al cuartel Silva Palma: “Ahí empezaron las sesiones de tortura sistemática. En mi caso me desnudaron, nos tenían en una habitación de donde nos iban llamando de a uno, ahí todos nos mirábamos, preocupados, asustados, los latidos del corazón latiendo a 150 por minuto. Me llaman, me tapan la cabeza con una capucha, me obligan a sacarme la ropa, después me amarran las manos a la espalda y empieza la cueca de patadas, insultos y qué sé yo. A mí se me produjo una situación muy especial. Mi reacción fue empezar a gritarles ¡maricones, cobardes! Cállate conchetumadre, me decían, y yo seguía gritando ¡maricones, cobardes! Me pegaron tanto que me dejaron inconsciente. No me preguntaban nada, simplemente me pegaban, me trizaron varias costillas. Ahí fue que me llevaron en una camilla al Hospital Naval, donde me dejaron en el pasillo. Yo estaba inconsciente; me vio un enfermero pariente de un dirigente nuestro, que se llama Armando Barrientos, que dio aviso. Debo haber estado muy mal realmente, pues la noticia salió internacionalmente, incluso el nombre Paddy Ahumada salió en la radio Moscú; los cubanos también hicieron declaraciones de que me habían matado en Valparaíso”.
De estos golpes y gritos, sufrimientos y valentía de los prisioneros jamás se enteró, dice, el almirante Vergara, pero todo Valparaíso sabía que en esa mole de cemento, allí, en el cuarto piso, coexistían la cobardía de los oficiales de la Marina y la bravura de los detenidos que se defendían nada más que con su dignidad.
Patricia Saéz, militante de las Juventudes Comunistas al momento del golpe, fue detenida a comienzos del año 1974. También recuerda vívidamente lo que vio en la Academia de Guerra Naval, relatando que “los recuerdos que me persiguieron durante muchos años fueron el ver torturar. Te llevaban a una sala de interrogatorio, encapuchada, a veces llevaban a otro detenido y lo torturaban delante de ti. Es espantoso. Sólo me hacían mirar, no me preguntaban nada, me hicieron mirar a un niño, pensé que lo iban a quebrar, era tan flaquito, era estudiante de la universidad, no lo conocía, nos decían que trabajábamos juntos, a mí me acusaron del Plan Z. Incluso ellos se reían cuando hablaban del Plan Z. Decían que no importaba el cargo, lo que se les ocurriese a ellos lo iban a hacer y nadie les iba a decir lo contrario.
A este chico le pegaban tanto, lo arrastraban. Me acuerdo que estaba con una bufanda y se la enrollaron en el cuello y lo empezaron a arrastrar. Se ahogaba. Como se ahogaba se agarraba con las dos manos a la bufanda para no ahogarse, y cuando se agarraba la bufanda, le daban patadas en los testículos. No sabía qué hacer, lo arrastraban en círculo alrededor mío. Pobrecito, con una mano se tapaba los testículos y con la otra trataba de no ahogarse. Era una cosa que no terminaba nunca. Yo intenté varias veces tirarme encima y él decía que no, que no hiciera nada; entonces me sentía mal, me sentía cobarde. Entre todo su dolor y desesperación, me decía que no hiciera nada”.
Por su parte, Juan Méndez, dirigente de las Juventudes Comunistas, detenido en diciembre de 1973 en el cuartel Silva Palma, recuerda que no le tocó presenciar torturas, “pero sí vi sus resultados; recuerdo haber visto a un viejito, lo habían golpeado en la planta de los pies con varillas de coligüe, los pies no eran pies estaban completamente deformes, enormes”.
Agrega que “cuando estábamos arriba, en la cancha, se escuchaban muy fuerte los interrogatorios”. Claro que Juan Méndez no sólo fue sometido a la tortura psicológica de escuchar cómo otros prisioneros eran vejados, sino que experimentó en carne propia la brutalidad. “Te colocaban un magneto que tiene alambres pelados, en los dedos de los pies, dedo y testículos, dedo y glande, dedo y dedo de la mano, ambas manos, ambas orejas -pero me da la impresión que tenían como un adaptador, porque en la oreja era como una pinza-. En uno de esos interrogatorios yo me calenté mucho, me enojé e intenté sacarme la venda, yo creo que si me la hubiera sacado hoy no estaría aquí. Uno de ellos me agarró, me inmovilizó y me esposó, pero yo ya estaba fuera de control, no aguantaba más. Me aplicaron mucha corriente, además del potro”.
Esta última forma de tortura Méndez la recuerda como una de las más pesadas, explicando que “era una vara que estaba puesta entre dos sillas o en una banqueta. La idea era que te colocaras de guata y quedaras colgando de pies y manos. Se iban y dejaban un guardia cuidándote.
Cuando me dijeron que hiciera eso, yo dije, esto es pan comido. A los 5 minutos no quería más, el dolor era insoportable”. Otro prisionero rememora que “en la Academia de Guerra Naval todos los detenidos eran torturados, física o psicológicamente. De hecho, era una situación angustiante de gritos, de alaridos permanentes, de hombres y mujeres al límite de su resistencia. En el cuartel Silva Palma, contiguo a la Academia, había una habitación donde nos encontrábamos no más de una docena de prisioneros. Al frente existía otra similar que albergaba a mujeres. Allí, todas las noches se escuchaban golpes y gritos desesperados e histéricos. Era una compañera, una niña de 15 años, que intentaba suicidarse golpeando su cabeza contra la pared, porque la habían violado repetidamente y ya no quería seguir viviendo”. Nadie sabe lo que pasó con aquella adolescente cuyo único “crimen” fue ser pobre y apoyar al gobierno de la Unidad Popular.
Pero no fue la única niña que cayó en manos de los cobardes oficiales de la Marina, porque la dictadura no hacía distinción de género, edad o militancia política. Simplemente detenía, torturaba y asesinaba cuando lo estimaba conveniente. Por ello, Marco Antonio Contardo fue detenido cuando sólo tenía 15 años, en octubre de 1973. Han transcurrido 30 años, pero a Contardo aún le duele recordar aquellos momentos, cuando fue detenido junto a su madre, Nidia Guerra, y a su abuela, Olga Hogtert, de 65 años, profesora y subdirectora de la Escuela Nº 18 de Niñas, de Playa Ancha: “Nos detuvo una patrulla naval a cargo de un oficial de Infantería de Marina y una persona de civil. Fuimos conducidos a la Academia de Guerra Naval. Ahí había distintas habitaciones para los recién llegados y para los que ya habían pasado por interrogatorios y tortura. Fui torturado al día siguiente, previamente amarrado, vendado y desnudado, escuchando en la habitación los gritos de mi madre que pedía que no me hicieran nada. El interrogatorio fue única y exclusivamente con el objetivo de delatar el paradero de mi padre -el abogado de la Intendencia de Valparaíso en la época, Emilio Contardo-, en el supuesto que yo debería saberlo. El interrogatorio comenzó, aparentemente formal, para aumentar en violencia, con múltiples golpes en todo el cuerpo y aplicaciones de electricidad. Durante mi detención pude constatar la presencia de niños, ancianos, mujeres y hombres. Todo el espectro humano, quienes de forma sistemática y masiva pasaron por el proceso de tortura”.
Cuando tenía la posibilidad de no estar vendado, Marco Antonio Contardo pudo reconocer a personas que permanecían detenidas en la Academia: Silvia Lillo, Reinaldo Narváez, Heraclio Mendoza, Sergio Fischer, destacado cardiólogo, el fotógrafo Jorge Cárdenas, siendo “la primera vez en mi vida que veía un cuerpo completamente negro por los golpes”.
Marco Antonio Contardo permaneció detenido dos semanas en el buque Lebu, liberado y luego detenido nuevamente por la Armada, en noviembre del mismo año. Es enfático en indicar que “fui detenido por oficiales de la Armada y permanecí siempre en dependencias de la Armada, siendo torturado sólo por ser hijo de Emilio Contardo”. Señala, además, que son risibles las declaraciones del almirante Miguel Angel Vergara cuando habla de que en la doctrina de la Marina está el respeto y protección de los derechos humanos, cuando “vi personalmente cómo oficiales de la Armada jugaban con un enfermo de epilepsia al que ponían en una mesa de ping-pong y apostaban por cuál lado de la mesa se iba a caer cuando tuviera un ataque”.
¿Es posible olvidar esto, es posible hablar de reconciliación y olvido cuando se vivió tal horror?

NI PERDON NI OLVIDO: SOLO JUSTICIA
Para el almirante Vergara y la Armada es fácil hacerlo: no se sienten responsables de nada de lo que sucedió en dependencias navales ni de ninguno de los crímenes cometidos por oficiales de la institución. Es más, el comandante en jefe de la Armada manifiesta que “el perdón es un proceso de profunda reflexión individual, de cada persona; en ese sentido, yo me sentiría, la verdad, traicionando a mi institución pidiendo perdón por algo de lo que no es responsable”.
La Armada continúa negando su participación en la masiva violación a los derechos humanos a pesar de toda la información disponible que atestigua lo contrario. A pesar de la información contenida en el Informe Rettig, en el informe de la Comisión Etica contra la Tortura de la V Región y de los testimonios de hombres y mujeres que fueron torturados en instalaciones navales o en los campos de concentración establecidos por la Armada.
El gobierno tampoco contribuye al esclarecimiento de los hechos al mantener, al igual que las instituciones castrenses, la idea de que aquí sólo hubo “excesos” de algunos individuos y que la represión no constituyó una política institucional. Tal situación a Paddy Ahumada lo hace sentir “una mezcla de indignación e impotencia tan grande que, realmente, uno por sanidad mental trata de pensar en otra cosa. Pero a mí me emputece esa situación, que no haya una actitud más fuerte, me parece una patudez, un cinismo y una frescura inaceptable, yo por lo menos, mientras tenga una molécula de energía, me voy a oponer en los espacios que sea a que ese tipo de política del olvido y del perdón funcione, porque la única forma de salvarte si tienes un tumor en el cuerpo es extirpártelo y eso pasa, necesariamente, por verdad y justicia y añado: castigo a los asesinos, no puede ser que anden por la calle, muy tranquilos unos huevones que torturaron, mataron, violaron, asesinaron; eso genera un trauma en la sociedad”.
Y claro, porque los argumentos aducidos por la Armada son pueriles e inaceptables. El almirante Vergara sostiene que “el 98% de los casos que se están investigando ocurrieron antes del año 78”, es decir, “25 años atrás en un país que estaba, digamos, a lo menos convulsionado o en proceso de normalización, con instituciones que no estaban funcionando a plenitud. Entonces no es fácil -manifiesta- no es cosa de voluntad, no es fácil reconstruir cosas que sucedieron 25 años atrás”.
Marco Antonio Contardo rechaza esas afirmaciones expresando que “para mí es muy fácil reconstruir lo que sucedió hace veinticinco años y para los torturadores también debiera serlo, lo demás son excusas”.
Así de claro, y como el comandante en jefe de la Armada mantiene que su institución está siempre abierta a discutir cualquier propuesta para solucionar el tema de los derechos humanos, he aquí una propuesta también clara y concreta: entregue toda la información acerca de la represión en Valparaíso, entregue los nombres de los oficiales y tropa que torturaron, violaron y asesinaron; que sean puestos a disposición de la justicia y, finalmente, pida perdón institucional por las atrocidades cometidas a todas y cada una de las víctimas de la Armada Nacional

MAURICIO BUENDIA
En Valparaíso


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