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Edición 546
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Editorial
DESPERTAR DEL MOVIMIENTO SOCIAL
Congreso
Radio experimental en hospital siquiátrico
Una antena que
rompe el silencio

AQUÍ ESTÁN LAS PRUEBAS QUE EXIGE EL JEFE DE LA ARMADA

QUE EL ALMIRANTE PIDA PERDÓN DE RODILLAS
fueguinos
Lo que vio Andrés Aylwin
Diecisiete años
de horror y crímenes
Haití
El reino de la miseria
Admite el ministro Francisco Vidal
Unos pocos manejan
la agenda informativa

Las glorias
del Ejército

Las Glorias del Ejército
Jorge Lavandero
Batiendo el cobre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(I)
DESPERTAR DEL MOVIMIENTO SOCIAL

Señales positivas de recuperación comienzan a surgir en diferentes sectores del movimiento social. Está llegando a su fin el prolongado aletargamiento de las organizaciones que agrupan al pueblo. La paciencia que invocó la Concertación con el pretexto de llevar adelante en paz social el proceso de “transición a la democracia”, tenía un límite. Y a ese límite se ha llegado. Lo que la propia Concertación llamó la “deuda social” no se ha pagado y por el contrario, ha crecido. El costo que el pueblo pagó por respetar los plazos y ritmos que fijaron los gobiernos de la Concertación a sus demandas, ha sido muy elevado. La apatía -del brazo de la decepción y la desconfianza- se coló en el movimiento social, causando estragos en la unidad y el espíritu de lucha forjados en la resistencia a la dictadura. La dispersión se convirtió en un azote que debilitó a todas las organizaciones y al movimiento en su conjunto. El sectarismo y el dogmatismo se adueñaron de minúsculos reductos políticos y sociales que en el autoaislamiento encontraron el modo de asegurar su propia existencia. El oportunismo, el acomodo y la corrupción -por otra parte- ganaron espacios considerables, alentados por la política clientelar de los servicios del Estado, los municipios y buena parte de las ONGs.
Sin embargo, todo eso está llegando a su fin. Aparecen iniciativas de recomposición de las organizaciones del pueblo que reivindican su autonomía para fijar el rumbo de sus luchas. Desde luego, habrá que trabajar muy duro todavía para vencer las rémoras del período de reflujo, pasividad y desarticulación de las organizaciones sociales. Pero lo importante es que la corriente principal del movimiento apunta en un sentido esperanzador.
Las recientes luchas de los empleados fiscales, las que mantienen los estudiantes universitarios y las que se aproximan de los profesores, así como el valiente esfuerzo del pueblo mapuche por recuperar sus tierras -entre otras manifestaciones-, demuestran que hay fuerzas emergentes en el campo social que intentan rescatar la autonomía de sus organizaciones para que cumplan su misión democratizadora y de justicia social.
La Central Unitaria de Trabajadores, por su parte, ha convocado para el 13 de agosto a un paro nacional. Si bien la directiva de la CUT está rodeada por la desconfianza de buena parte del movimiento sindical y su respaldo orgánico mayoritario está en el sector público, su llamado puso en marcha la creatividad y espíritu de lucha de otros sectores. Sindicatos del área privada, pobladores y estudiantes, han ido construyendo acuerdos y avanzan en la organización de una protesta social para el 13 de agosto, potenciando el paro nacional que librado a la convocatoria de la CUT se estima de dudoso éxito. En estos días los organizadores de la protesta social formularán su llamado. Es seguro que esa convocatoria encontrará amplia acogida en Santiago y otras ciudades.
Desde luego, los motivos para protestar sobran. En tal sentido conviene dejar la palabra a los propios trabajadores. La Coordinadora de Sindicatos de las empresas del grupo Luksic, por ejemplo, señala: “La transición democrática no ha sido más que el paso de una dictadura militar a una dictadura civil ‘democrática’ en donde una élite gobernante, profundizando las políticas neoliberales, ha saqueado la economía vía corrupción y robo descarado. Se ha provocado la exclusión masiva de ciudadanos de los procesos electorales que son controlados por los medios de comunicación y los empresarios nacionales y extranjeros. Los candidatos son chantajeados por quienes tienen el poder del dinero, cerrando toda posibilidad de éxito a candidaturas asociadas a los sectores desposeídos de la sociedad. Ni rastros quedan de las promesas electorales de los actuales gobernantes de restituir a los trabajadores sus derechos arrebatados durante el período dictatorial”. Y más adelante la Coordinadora sindical de uno de los grupos económicos más poderosos del país plantea con franqueza: “¿Por cuánto tiempo más deberemos soportar esta situación? ¿Seguiremos viendo impávidos cómo día a día se cercenan los pocos derechos que nos quedan? Corresponde a las organizaciones sindicales en donde se agrupan más de 700 mil trabajadores y primeramente a sus dirigentes sindicales, hacer los esfuerzos por romper la apatía, la dispersión y el inmovilismo que nos afectan y emprender la ruta de una recomposición orgánico-político del sindicalismo que recogiendo lo mejor de nuestro histórico pasado se apreste a enfrentar con decisión nuestra adversa realidad”.
No sólo en los trabajadores organizados recae la responsabilidad de poner en marcha la demanda por justicia social y más democracia. La desestructuración social provocada por la economía de mercado, ha creado nuevos actores de gran importancia. Miles de organizaciones, aunque débiles por su aislamiento, así como miles de trabajadores por cuenta propia o dependientes de contratistas que hacen imposible su sindicalización, configuran un universo social que busca nuevas formas de participación para luchar por sus derechos. De ahí la importancia que adquieren las corrientes de opinión y las instancias de coordinación que encarnan las demandas más amplias. Desde luego, la alianza que están forjando los sectores afectados por el modelo económico incluye a sectores profesionales y de pequeños y medianos empresarios que rechazan el neoliberalismo y sus devastadoras consecuencias sociales.
Como lo refleja el análisis de la Coordinadora de Sindicatos del grupo Luksic, todos estos sectores se encuentran hoy “huérfanos de dirección política y sindical reconocida, dispersos en la geografía nacional, arrinconados en pequeñas organizaciones sindicales los menos y deambulando sin organización la gran mayoría”.
A superar esa situación apunta una de las más consistentes propuestas nacidas del mundo social en el último tiempo: la Fuerza Social y Democrática, a cuya cabeza aparecen dirigentes sindicales, de gremios profesionales, federaciones estudiantiles, organizaciones poblacionales y ecologistas, agrupaciones de derechos humanos, etc. La FSD, sin duda, representa la heterogénea amplitud del movimiento social existente. La FSD ha recorrido un trecho del camino, construyendo relaciones de confianza que se basan en el respeto al pluralismo ideológico, y está haciendo -como se lo propuso- política desde lo social. Esto significa, en definitiva, levantar una alternativa democrática y de justicia social que impida que el pueblo se vea convertido en el jamón del sandwich electoral que engullen la Concertación y la derecha. Para esto la FSD ha comenzado a tomar contacto con organizaciones sociales y políticas, invitándolas a organizar en conjunto un Congreso por la Alternativa Social (ver pág. 13 de esta edición).
El proceso de organizar ese congreso y de preparar la “Demanda de Chile”, un programa que recogerá las plataformas locales y sectoriales, constituye una vía eficaz para repotenciar las fuerzas y capacidades del pueblo, convirtiéndolo en constructor de su propio destino.
El agotamiento de la Concertación, como resultado de la simbiosis política que la convirtió en la otra cara de la derecha, ha contribuido no sólo al desencanto y despolitización ciudadana. Está sirviendo para que, finalmente, el desaliento se transforme en voluntad de acción. Las organizaciones sociales están sacudiéndose del sopor. Reinician la lucha democratizadora pero en una dimensión mayor, más unitaria y plural. Las organizaciones sociales levantan la mirada más allá de las fronteras de sus intereses sectoriales y buscan espacios de coordinación desde los cuales levantar propuestas políticas. Al proceder de esa manera entienden que nadie hará por el pueblo lo que él no sea capaz de hacer por sí mismo y con sus propias fuerzas

PF



(II)
El “pago de la derecha”

Un curioso silencio en la derecha política y económica encontraron las palabras del comandante en jefe del ejército, general Juan Emilio Cheyre, al referirse “a los sectores que nos incitaron y avalaron oficialmente nuestro actuar en la crisis que provocaron”. Esta vez, los aplaudidores profesionales de las FF.AA. se enfurruñaron -y con razón- porque es la primera vez que el ejército admite de algún modo que fue utilizado por la derecha empresarial y política para derrocar al gobierno constitucional del presidente Salvador Allende, instaurando un largo período de terrorismo de Estado.

El general Cheyre -que ha emprendido una cuidadosa ofensiva publicitaria para sacar al ejército del entrampamiento en que lo han colocado las investigaciones judiciales de los crímenes de la dictadura-, habló esta vez en un regimiento de Calama.

Lo esencial en su discurso, desde luego, fue insistir en el llamado a las autoridades civiles para alcanzar una solución “de conjunto” al problema de los derechos humanos. Pero Cheyre criticó a “una clase política que fue incapaz de controlar la crisis que culminó en septiembre de 1973”, y añadió: “nunca más a los sectores que nos incitaron y avalaron oficialmente nuestro actuar en la crisis que provocaron; nunca más excesos, crímenes, violencia y terrorismo; nunca más un sector ausente y espectador pasivo. En fin, nunca más una sociedad chilena dividida”.
Tuvo, asimismo, palabras de comprensión con el sufrimiento de los familiares de los detenidos desaparecidos.
La reactivación de los tribunales en los casos de violaciones de los derechos humanos ha significado el procesamiento y detención de numerosos altos oficiales y suboficiales en retiro de las FF.AA. y Carabineros. Esto, sin duda, es el motivo central de la preocupación del comandante en jefe del ejército. La actuación de varios jueces ha hecho renacer la esperanza en que los crímenes no quedarán impunes. Restablecer la verdad, hacer justicia y reparar el daño causado a miles de familias, continuará siendo el reclamo de una inmensa mayoría ciudadana. Eso demuestra que están destinadas al fracaso todas las maniobras y subterfugios para otorgar impunidad a los autores de asesinatos y torturas.
En ese contexto, a partir de reconocer que los tribunales deben tener las manos libres para hacer justicia, las palabras del general Cheyre pueden estimarse positivas. De algún modo significan una denuncia tardía -pero importante- de los sectores reaccionarios que en los años 70 incitaron a las FF.AA. al golpe y que avalaron el terrorismo de Estado. Son los mismos que se beneficiaron con las privatizaciones fraudulentas de las empresas públicas, cometiendo el despojo más grande sufrido por el patrimonio nacional. El “pago de la derecha” debería servir de lección a las FF.AA. No es la primera vez que son utilizadas para interrumpir por la fuerza procesos legítimos y democráticos de cambio y justicia social. Las FF.AA. hicieron un trabajo sucio por el que hoy deben pagar. Pero también es de justicia que los “generales civiles” del golpe -empresarios y políticos- que siguen gozando de impunidad, acrecentando sus fortunas y hasta aspirando a retomar el control del gobierno, sean sancionados por la opinión pública. El 30º aniversario del golpe debería servir para esa postergada tarea de sanidad moral. Los Ricardo Claro, los Agustín Edwards y otros tantos empresarios; los Sergio Fernández, los Jovino Novoa, los Pablo Longueira, los Joaquín Lavín y tantos otros políticos, que “incitaron” al golpe y “avalaron” los crímenes de la dictadura, merecen recibir su merecido, aun cuando éste sólo sea el repudio y desprecio de la ciudadanía

PF

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